Cuando se habla de quienes ejercieron el oficio de lector de tabaquería en Tampa, sobresalen algunos nombres que quedaron registrados en la historia por la trascendencia de su obra. Entre ellos, sobresalen José Dolores Poyo, Ramón Rivero Rivero, Bonifacio Byrne, Wenceslao Gálvez, Victoriano Manteiga.
Sin embargo, apenas se menciona en Tampa el nombre de Víctor
Muñoz Riera, tal vez quien mayor impacto tuvo a fines del siglo XIX como lector
en esta ciudad, antes de alcanzar en Cuba un enorme prestigio como periodista, al
ser reconocido entre los mejores cronistas deportivos de su tiempo.
En los escasos artículos en que se rememora la figura de
Víctor Muñoz, se le menciona como lector de tabaquería en Cayo Hueso y Tampa, de
donde se incorporó a la Guerra de Independencia de Cuba hasta su terminación en
1898. Pero, esos escritos se detienen a recordarle fundamentalmente por dos
hechos en los que sobresalió: sus crónicas deportivas (sobre el béisbol, en
primer lugar) y por ser uno de los que animó con más fuerza la celebración del
Día de las madres en Cuba, por lo que muchos lo consideran fundador de esta
efemérides en la Isla.
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Víctor Muñoz, a la edad en que fue lector de tabaquería en Tampa. |
En reconocimiento al empeño de Muñoz hacia la exaltación de la maternidad, el Ayuntamiento de La Habana, instauró, en septiembre de 1945, el premio periodístico “Víctor Muñoz” al mejor artículo o crónica, mejor reportaje y mejor información gráfica publicadas en la prensa nacional con la temática del Día de las madres.
Fue tan grande su influjo en esta celebración que, muchos
años después de su muerte, en 1945, el Ayuntamiento de La Habana instauró un
premio periodístico con su nombre, entregado a la obra que mejor tratara el
tema sobre la maternidad. Actualmente, una sala del hospital materno América
Arias lleva su nombre, así como una escuela secundaria en Guanabacoa. En su
tumba, en el habanero cementerio Colón, el escultor Fernando Boada esculpió una
figura que representa a una mujer con las manos en el regazo, como pidiendo paz
para su espíritu.
Con relación a sus notas beisbolísticas, fueron famosas en
las dos primeras décadas del siglo XX sus crónicas en el periódico El Mundo,
que lo tuvo entre sus mejores periodistas. Allí, con diversos seudónimos, entre
los que sobresalieron Attaché, Vitoque, Castelfullit y otros, con fino ingenio,
humor y conocimiento del béisbol, incorporó a su narración escrita frases que
perduraron mucho tiempo en el argot de ese deporte, como “besalamano”,
significando que el batazo iba directo a las manos del pícher; para un jit que
salía sin fuerza y nadie podía capturar decía “un jit de faldeta y maruga”. Fue
Víctor –quien era un buen conocedor del inglés y hacía las traducciones para
El Mundo–, quien españolizó términos del béisbol, al llamar jonrón al
homerun, o sustituir hit and run por bateo y corrido.
Además de las continuas crónicas sobre los juegos de
béisbol, nos legó obras como Baseball: fundamentos, técnica, estrategia; la
novela adaptada del inglés Mac, el pitcher, la serie Junto al Capitolio
(croquis de la vida americana) y un libro de contenido histórico: La última
expedición de Emilio Núñez, de la que fue uno de sus miembros. Estas obras se
encuentran en la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, en La Habana.
Víctor Muñoz solo vivió 49 años. Nació en La Habana, el 1.°
de enero de 1873 y murió el 25 de julio de 1922, en Nueva York, donde había
viajado a atender complicaciones de salud derivadas de su obesidad. De su vida,
entregó a Tampa los días en que fue lector de tabaquería, lo que hizo con tanta
eficacia que Wenceslao Gálvez, también lector en la misma época, lo consideró
el mejor de todos los lectores.
Sirvan las siguientes palabras de Gálvez como colofón a este
intento de recuperar a la memoria tampeña una página magnífica de su historia:
la de los lectores de tabaquería que contribuyeron a forjar su identidad.
“Me refiero a D. Víctor Muñoz, conocido por el abogadito,
genio de la lectura (…) Cierta vez el
periódico The World habló de él encomiándole o, mejor dicho, haciéndole
justicia, pues cuando un lector adquiere la fama por él adquirida, es señal de
que es fama legítima.
Es alto y delgado, de un timbre de voz muy agradable, y eso
es uno de sus éxitos; llena perfectamente la más amplia galera, hiriendo los
tímpanos de manera grata. Habituado a leer, de una ojeada lee un párrafo entero
y lo recita espaciando la mirada por todo el taller, que admira atónito este
prodigio de retentiva. Traduce del inglés con tanta facilidad que parece que
lee en castellano, sin titubeos ni vacilaciones, y presenta las frases
traducidas con la corrección castellana más acabada. Todo esto ha hecho de él
un tipo popular, y no hay en la Florida un tabaquero que no hable con encomio
del abogadito. No es abogado ni le hace falta serlo, es lector, mejor dicho, es
el lector privilegiado que se disputan todos los talleres. Es una delicia
encontrar quien instruya deleitando, como aconsejaba Horacio”.
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