viernes, 27 de enero de 2023

Fragmentos de mi libro Luz al universo

 En el año 2006, la editorial Gente Nueva, de La Habana, publicó un pequeño libro que dediqué a las relaciones de José Martí con su madre, la canaria Leonor Pérez Cabrera. En el texto, intitulado Luz al universo, a través de cartas y otros testimonios asistimos al drama de amor intenso entre la madre y el hijo, marcado por desencuentros, ausencias, reclamaciones, promesas, cuando el único vástago varón de un hogar pobre se enfrenta a un destino que lo abraza a la patria y a una muerte temprana.

Ahora, en ocasión de cumplirse el 170 aniversario del nacimiento del Apóstol cubano, extraigo unos fragmentos aislados de ese  texto, como homenaje a ambos: la madre que dio a luz aquel 28 de enero y el ser universal que ella trajo al mundo.

Fragmentos del libro Luz al universo

La Habana, claro, la del amor con su papá. Le contaba [al hijo] del nerviosismo al conocerlo, cuando lo sorprendió mirándola fijamente en un salón de baile, creía que en el Escauriza, y por su culpa de no apartar los ojos a tiempo, él se animó a acercarse y  dirigirle la palabra, escueta, pero nítida y segura, que la electrizó.

Ella tenía entonces veintitrés años y estaba linda, con su vestido blanco apretado en el talle, y él era un hombre que le llevaba en edad; trece años le adelantaba, lo supo enseguida, y le pareció imponente con ese color trigueño, alto, fuerte y fibroso, con un bigote negro y espeso, y de una pulcritud que hacía creer al instante en su palabra. Por la compostura intuyó que era militar, y cuando él se lo confirmó, con la noticia de ser Sargento Primero del Real Cuerpo de Artillería en La Cabaña, ella tuvo la sospecha de que podía conocerlo su papá, recientemente jubilado de aquella misma plaza, con la ventaja de que estimaría, a la primera mirada, los merecimientos del pretendiente valenciano.

Y no se equivocó. Claro que al hablarse de boda ella sabía más cosas de él que las contadas de sí misma. Es que era más preguntona, y del continuo inquirir conocía no solo que era soltero y sin descendencia, sino también que había nacido el 31 de octubre de 1815, en Valencia, de la unión de Vicente y Manuela Navarro, quienes tuvieron diez hijos además de él, y esto la hizo temer por el riesgo de que Mariano resultara tan fértil como su padre. Dijo que el llamado a quinta para ingresar en el Ejército de Su Majestad en servicio obligatorio, lo condujo al uniforme militar, y que se alegraba mil veces de haber extendido el tiempo de cumplimiento, porque fue quien le abrió el camino a La Habana, donde había tenido la suerte de conocer a la más bella de todas las canarias.

Con los escalofríos inconfesados de aquellos halagos, ¿cómo iba a esperar por la mayoría de veinticinco años para casarse? Los padres de la novia otorgaron la licencia para el matrimonio, y entonces empezó la carrera de los trámites y los preparativos. A Mariano lo representaron sus superiores, una vez apuntada la formalidad de que la prometida era tan limpia de sangre, vida y costumbres, como cumplidora de los deberes cristianos. Entonces le pidieron depositar la suma de quinientos pesos para la dote, y cumplidas todas las diligencias, decidieron que el día 7 de febrero de 1852, conforme a las leyes de los hombres y a las de Dios, tendrían a bien bendecir su primera noche de amor completo. Que fue pleno, cuando al fin, después de rezar, comulgar y consentir, dejaron atrás la iglesia de Monserrate, a los presbíteros don Francisco de Paula Gispert y don Tomás de Sala que oficiaron la ceremonia; a los padrinos don José María Vázquez y doña Marcelina Gutiérrez; a los testigos don Esteban Aguado y don Pedro Nolasco; a los amigos y a la familia, para encerrarse, por fin, en la casa número 41 de la calle de Paula, en La Habana intramuros, donde empezaron a vivir.

Con ningún otro parto experimentó aquel desgarramiento, ese rompimiento de volcán; no sabía  si porque los otros siete alumbramientos fueron de hembra, o porque el destino la marcó para parir un hombre que desde su irrupción tenía fuerza de mundo, por quien la iban a conocer. Porque desde pequeño la asombró. ¿Qué más pedían ella y Mariano, humildes y honrados, a la vida, que el hijo les saliera bueno? Esto es, cariñoso, obediente, trabajador. Pero tenía unas ensoñaciones frente al horizonte, sobre todo cuando contemplaba el sol cayendo en la bahía, y una mirada tan fija ante cada detalle de la cotidianidad más exigua, que la asustaba más lo inquirido por el hijo con la vista perdida en la distancia, que las preguntas atrevidas para las que ella no tenía respuestas.

También eso le pasaba a su papá, y un domingo regresó de un paseo por el puerto con un comentario que la alteró: el niño se había contraído al mirar que golpeaban a un negro, como en otras ocasiones había mostrado turbación por el atropello a cualquier infeliz. El padre, aunque era poco comunicativo, se ­desahogó con ella: que no se extrañaría de verlo alguna vez defendiendo la libertad de esta Isla. La alarma no era infundada, pues este pedazo de tierra había empezado a inflamarse con Apontes, Plácidos, Agüeros, y vaya a saber cuánto nombre de negro y blanco, muertes, cárceles y destierros, como para quitarle la tranquilidad a cualquier madre…

 




viernes, 20 de enero de 2023

Presentación del libro Chungas y no chungas

 

El próximo 26 de enero –a las 5.30 de la tarde, en el Círculo Cubano de Tampa, ubicado en Ybor City– será presentado el libro Chungas y no chungas, una selección de artículos escritos por Victoriano Manteiga en su columna homónima durante las décadas de 1930, 1950 e inicios de la siguiente.

En los apuntes que escribía diariamente en el periódico que fundara en 1922, hay una diversidad de temas en los que expone el acontecer local, nacional e internacional. A través de ellos, con fino humor, seriedad analítica y visión periodística aguda, informa acerca de los acontecimientos económicos, sociales, políticos y culturales que eran requeridos por sus lectores y, a su vez, da a conocer su pensamiento democrático con claridad y coherencia.

A  partir  de  ese  amplio abanico de contenidos tratados en “Chungas y no chungas”, en este libro privilegiamos un tema, dirigido a identificar la posición de Manteiga en torno a las luchas políticas de su tiempo. Para ello, elegimos tres momentos en que él se entregó con mayor pasión a defender la causa de la democracia frente al peligro de gobiernos dictatoriales.

Con ese propósito,  después de una amplia introducción que constituye un primer estudio acerca de su pensamiento, dividimos el libro en tres capítulos, cada uno de los cuales reúne varios textos del periodista acerca de un hecho histórico en el que no es un simple informador, sino un aliado incondicional y valiente del lado donde se defiende la democracia y la libertad: con el pueblo de Cuba –que es el suyo de origen– en su lucha frente al gobierno de Gerardo Machado (1925-1933); con la República Española cuando se debatía en una cruenta guerra contra los militares apoyados por el fascismo entre 1936 y 1939; y, otra vez, con las fuerzas democráticas cubanas cuando se levantan contra el gobierno militar impuesto por Fulgencio Batista con el golpe de estado del 10 de marzo de 1952.

Leer los artículos de Victoriano alrededor de estos acontecimientos –lo que puede hacerse en el libro que ahora proponemos, tanto en español como en la primera traducción de estos textos al inglés– tiene varios beneficios: desde una perspectiva histórica  nos lleva a hechos ocurridos hace  más de medio siglo y en sus páginas emergen figuras, lugares, fechas, que nos revelan a nuestros antepasados cercanos; contribuye  a entender los factores que determinaron los posicionamientos  en campos beligerantes; nos acerca a giros y expresiones lingüísticas del autor y la época en que se escribieron y –probablemente el servicio mayor– ofrece ejemplos que contribuyen a la comprensión de la actualidad.

Ese fue el credo de Victoriano Manteiga, como puede apreciarse en el libro que ahora presentamos y en cuyo epílogo apuntamos:

 Si estas páginas motivan a estudiantes, profesores, investigadores, a buscar en La Gaceta la obra escrita por el cubano-tampeño –la que reserva un amplio caudal de contenidos propicios para tesis de investigación, artículos o novedosos ensayos–, sería un buen camino el de este sencillo libro. Pero, si al término de la lectura solamente se aprecia que Victoriano Manteiga de los Ríos fue un hombre inteligente, valiente y de buen corazón, no habrá sido inútil el tiempo dedicado a presentarlo a través de algunas de sus singulares “Chungas y no chungas’”.