lunes, 27 de agosto de 2018

La Casa Oliva: un edificio histórico convertido en hogar


En los próximos días,  el hermoso edificio de Ybor City que  se identifica con el nombre de Oliva, comenzará a vivir una nueva etapa de su larga y hermosa historia, al inaugurarse como un complejo de confortables apartamentos donde podrán vivir 38 familias.
Situado en la esquina noreste de la Calle 19, al lado de la ancha Avenida Palm,  se yergue de norte a sur  con amplios ventanales rectangulares que enriquecen la entrada de la luz y el aire, como si la razón, que en otra época sirvió al reguardo de las hojas de tabaco, se propusiera hoy favorecer la vista y los pulmones de quienes comiencen a habitarlos.
Cuando, hace 130 años, los hermanos Evaristo y Robert Monné decidieron construir este edificio para fundar una fábrica de tabacos, sabían que con su obra contribuían al crecimiento de una ciudad que apenas estaba naciendo y cuyo levantamiento enriquecía el paisaje arquitectónico, laboral y humano con que Ybor City se hizo visible en el mundo. 

Ahora, que por primera vez el inmueble adquiere su condición de vivienda, a partir de la obra de urbanización, remozamiento y conservación que su principal inversionista, Ariel Quintela, le ha dado,  vale la pena asomarse a su historia, cuya pertenencia pueden asumir con orgullo no sólo sus nuevos residentes, sino todos los visitantes que se detengan ante su pabellón.
La edificación fue diseñada y construida, en 1888,  por C.E. Purcell, cuyo nombre vemos en otras obras de la época, como la fábrica de ladrillos de Vicente Martínez Ybor, concluida ese mismo año. De manera que es una de las fundacionales de una ciudad que en una década iba a contar con cientos de fábricas de tabaco, para hacerse famosa en la elaboración de puros con hojas traídas desde Cuba.
La fábrica  de los hermanos Monnet –que elaboraba el sello de tabacos “El Recurso”–, fue una de las más grandes en la década de 1890 en Tampa. Contaba con unos 45 mil pies cuadrados al inaugurarse y le fueron instaladas 1200 mesas de trabajo, por lo que cientos de operarios, en su mayoría cubanos, encontraron trabajo allí. Por esta razón, desde que a finales de 1891 José Martí comenzó a visitar la ciudad, en su arduo trabajo por la independencia de su país, entre los lugares que visitaba se encontraba este edificio. Aunque debió asistir varias veces a sus salas, a conversar con los operarios y alentar su cohesión en aras de una Cuba libre, hay por lo menos tres referencias escritas sobre estas visitas.  Una es el 13 de diciembre de 1892, cuando después de llegar a las fábricas de Martínez Ybor y a la de Emilio Pons (en 1702 y 5ª. Ave.) , llegó a la de Monné, donde pronunció un discurso en español y en inglés, lo que indica la presencia de ambas culturas en el lugar.
 En la Cronología sobre José Martí publicada por el investigador cubano Ibrahín Hidalgo, también se apunta la presencia de Martí en la fábrica de Monné el 22 de febrero de 1893, día en que también asiste a la de Pons, a la de Ellinger y a la de McFarland, así como a la de Martínez Ybor, la que mayor cantidad de cubanos concentraba.
El 25 de mayo de 1894, acompañado por Francisco Gómez Toro –el hijo del General Máximo Gómez–, volvió el Apóstol cubano a visitar este lugar lleno de historia.
Hacia 1899 el edificio pasa a otra propiedad, cuando lo adquiere la Compañía Manufacturera Cubana, que lo posee hasta 1902. A partir de esa fecha y hasta 1921, corresponde a José Lovera y Compañía, quien dio fama a la lujosa vitola “La flor de Lovera”. En la década de 1920 este edificio pasa por dos propietarios más, Cigar Company of Nordace (1924 a 1925) y Marcelino Pérez y Cia, que lo va a tener hasta 1941. Después estuvo en manos de López, Álvarez y Cia, parece ser que hasta iniciada la década de 1960, época en que también se les contrataba para la fabricación de la marca Swann.
A pesar de las diferentes firmas que operaron en este edificio en la fabricación  de tabacos, es el nombre de Oliva quien le distingue, seguramente por el tiempo que estuvo bajo la firma de su apellido, una de las más prestigiosas y permanentes en esta industria.  Entre 1980 y 1999 estuvo aquí la sede de Oliva Tobacco Co., hasta mudarse  a la calle Armenia.
Claro que llamar “Casa ­Oliva” al edificio que ahora comienza  a ser de apartamentos, no es sólo porque durante muchos años perteneciera a esta firma, sino también como homenaje a una estirpe de industriales del tabaco que ha contribuido durante más de ocho décadas al desarrollo de la ciudad de Tampa.
Ángel Oliva, de origen ­cubano, fue el fundador, en 1934, de esa compañía que conserva su apellido. En un momento en que decaía la industria que le dio tanta riqueza a Tampa, el nuevo industrial vino a imprimirle el aliento que  hacia la terecera década del siglo XX requería.    
Ángel Oliva, procedente de Cuba,  fundó en 1934 la firma  Oliva Tobacco Co., la que empezó a operar en la calle Franklin y en las últimas décadas radica en West Tampa, pero fue en este edificio donde radicó las últimas dos décadas del siglo XX.
El inmueble ha quedado registrado con su apellido, que ahora se mantiene en su nueva condición de vivienda, seguramente porque la historia que ha tenido y que sigue incrementando, es un símbolo de las relaciones entre Tampa y Cuba, no sólo porque albergó a  miles de trabajadores procedentes de la Isla, recibió a hombres ejemplares como José Martí y enriqueció su memoria con la firma del Sr. Ángel Oliva, cuyo nombre recibió una calle cercana al edificio, para honrarle como uno de los benefactores de la ciudad.


viernes, 10 de agosto de 2018

Ceremonia de graduación en la Universidad del Sur de la Florida


En la mañana del sábado pasado, 4 de agosto de 2018, tuve la enorme satisfacción de asistir a la ceremonia de graduación realizada en la Universidad del Sur de la Florida (USF), donde 850 estudiantes de diversas especialidades se reunieron en la espacioso instalación que ha sido hogar de sus equipos de baloncesto y voleibol, para recibir el ansiado diploma que acredita a cada uno de ellos con un título universitario.
No asistí al emotivo encuentro en nombre de la prensa, ni esgrimí credenciales de periodista para acercarme a la tarima a indagar por los detalles del evento, sino como padre de uno de los graduados. Con ello, disfruté desde mi asiento la panorámica total del acto, liberando la mente de cualquier compromiso que desviara el cauce natural de la emoción.
  La primera impresión que me sorprendió justificó el contratiempo para llegar, calibrando la masividad del encuentro: filas extensas de conductores pugnando por alcanzar la flecha en verde hacia la izquierda –en la intersección de las calles Fowler y Leroy Collins–, para llegar a tiempo a la convocatoria. Alcanzado un  sitio de parqueo casi de milagro, caminamos hacia la dirección indicada entre filas de personas que sonreían continuamente al privilegio de estar allí.

  Finalmente, llegué a uno de los diez mil quinientos asientos de la instalación, en el  tercer piso, junto a mi esposa, un hijo, una nieta, una nuera y una sobrina sentimental, es decir, mi familia. Si uso el posesivo –mi familia– es porque el núcleo duro de este reportaje lo quiero dirigir al significado que para la célula básica de la sociedad humana reviste un acto de esta naturaleza.
  Para llegar a la cita no anoté el edificio con su reciente nombre –Yuenling Center– sino Sun Dome, como todos le dicen aún. Ello me remitió involuntariamente al domus de los romanos, como si la asociación de palabras pudiera explicarme el peso de la familia en la celebración, recordando que para aquella civilización antigua este nombre no sólo identificaba un modelo de casa, pues incluía el patrimonio familiar y su implicación hereditaria. Ahora,  el amplio coliseo donde más de 800 estudiantes se alinearon en  tres bloques, luciendo el uniforme de graduados,  estaba escoltado por un ruedo de tres pisos donde miles de familiares contenían las  ansias esperando el pronunciamiento de su apellido. En el instante en que ese anhelo se convierte en realidad, mientras el joven recibe el certificado, el estallido del aplauso identifica la esquina donde está su familia, en cuyas voces y gestualidad se adivina la multiculturalidad que nos distingue y engrandece.
  Al pasear la vista por el enorme redondel, donde la alegría es uniforme, llama la atención la diversidad étnica y cultural congregada, como prueba de que alcanzaban un título universitario no sólo estadounidenses de diversa composición étnica, sino muchos procedentes de África, Hispanoamérica, Asia, Europa, en quienes, más allá del estatus social y económico, determinó la titulación el esfuerzo y talento con que se propusieron alcanzar esa meta.
  Sin negar las ventajas de quienes tienen un respaldo económico familiar más alto a la hora de matricularse en la universidad, quiero expresar la vivencia personal que me permite afirmar que las universidades en este país están abiertas a quienes se propongan llegar a ellas. El hijo, a quien fui  a acompañar en su graduación, pertenece a una familia inmigrante cuyos ingresos son limitados. Sin embargo, solicitó financiamiento  que le facilitó ir matriculando las asignaturas requeridas para la especialidad de Sicología, favorecidos semestre tras semestre con las buenas notas presentadas, lo que le ha permitido graduarse sin deudas. De hecho, durante los años en que ha asistido a la universidad, ha combinado el estudio y el trabajo para satisfacer sus necesidades. Sin una exigencia doctrinal detrás que le proclamara las ventajas de esta compaginación, el valor formativo de su experiencia es el mejor aval al mundo profesional que ha  de recorrer.
  Está bien que de la casa de familia, donde comienza la educación, vengan  los padres a la Casa de Altos Estudios, donde culminaron sus hijos el aprendizaje académico, a celebrar juntos la hermosa conquista que beneficia a  la sociedad.
  Con experiencias diferentes, tan ricas como sus procedencias, gustos, propósitos, en todo ese abanico cultural que tiene de común  el latido humano, esos centenares de estudiantes que ahora se graduaron en la Universidad del Sur de la Florida –como los miles que egresaron en otras– enriquecen a la persona, a la familia y hacen mejor el mundo en que vivimos.
  ¡Felicidades, magníficos jóvenes, por su graduación!