viernes, 25 de febrero de 2022

En el centenario de La Gaceta: El pensamiento democrático de Victoriano Manteiga (II)

   En el año 1930, cuando aún el gobierno de Gerardo Machado no había asumido el carácter abiertamente dictatorial que provocó su hundimiento en 1933, Victoriano Manteiga, desde La Gaceta en Tampa, advertía del peligro de ese rumbo tiránico del presidente que propuso modificar la Constitución para prolongar más su tiempo en el poder.

En esa época, la Constitución establecía las elecciones cada cuatro años –al igual que en Estados Unidos– y la posibilidad de una reelección que extendiera a ocho la presidencia. Sin embargo, Machado quien subió a ese máximo cargo en 1925, intentó a través de una Prórroga de Poderes prolongar su tiempo en la silla presidencial. Durante toda la lucha antimachadista, sobre todo  entre 1930 y 1933, Victoriano tuvo una destacada participación, hecho que aspiramos a exponer en un libro que compila muchos escritos suyos. En todos, se manifiesta su profundo pensamiento democrático y su actitud permanentemente antidictatorial. Ahora presentamos un escrito que él publicó en La Gaceta el 30 de enero de 1930, en su columna  “Chungas y no chungas”. 

Es el siguiente texto:

Nuestro admirado Gerardo Machado, presidente de Cuba, no quiere modificar la orientación “violenta” de su gobierno, dejando que el pueblo cubano piense con entera libertad y que los diarios y revistas de La Habana y provincias comenten y critiquen con entera sinceridad, sin exponerse los periodistas a la cárcel o la muerte, los actos de su gobierno.

Otros dos periodistas,  Roger de Lauria y Dellundé, encarcelados han sido en la “democrática” Cuba por analizar, sin insultos ni calumnias,  el propósito que se atribuye el General Machado de reformar nuevamente la Constitución.

Temiendo por la vida de estos periodistas, el general Francisco Peraza, guerrero de la epopeya de la independencia, se ha dirigido al embajador americano, Mr. Guggenheim, rogándole proteja a los detenidos y para ellos reclama las garantías que la Constitución cubana les concede.

Trance doloroso habrá sido para el general Peraza tener que dirigirse a un diplomático extranjero para recabar que este impida que el gobierno de Cuba atropelle a dos cubanos que, ejercitando sus derechos, censuraron intenciones o hechos del presidente Machado y su gobierno.

Buena ocasión la que nos brinda el general Peraza para reiterar nuestra creencia de que cualquier gobierno cubano, por malo que sea, siempre sería mejor que una intervención americana como la de Charles Magoon*. Pero si el gobierno del general Machado puede ser devuelto a la realidad con esa llamada del viejo patriota al embajador, bendita sea su carta.

Para todos los cubanos es una afrenta que su presidente encarcele a dos periodistas por opinar estos como ciudadanos y no ser gratas sus opiniones al gobierno.

La constitución y las leyes estrictamente cumplidas protegen al general Machado y su gobierno y protegen también los derechos de todos los cubanos.  Un gobierno honrado puede castigar, sin extralimitaciones, a los periodistas que lo difamen o insulten, lo mismo que a todos los ciudadanos delincuentes.

Se prueba la fortaleza de un gobierno no con actos injustos, no amordazando a los hombres cívicos, sino aplicando las leyes con firmeza y escrupulosidad.

Nosotros no pretendemos que el general Machado soporte groseros insultos, como los que toleraron el general José Miguel Gómez y el Dr. Alfredo Zayas**.

Los periodistas decentes no calumnian ni insultan como gañanes, aunque saben decir la verdad y exponer su vida por defender sus principios y derechos.

Contra la calumnia periodística puede el general Machado “esgrimir” las excelentes leyes cubanas. Así puede hacerlo contra los insultos.

Pero si Cuba es una república democrática, su presidente no puede encarcelar a los ciudadanos como si fueran esclavos suyos, ni puede perseguirlos en la “sombra” haciéndolos desaparecer o “perjudicándolos”.

El presidente Machado sigue el camino equivocado de la Dictadura y ya los liberales de este país comparan su gobierno con el de Leguía*** y otros “pequeños” presidentes de la desventurada América nuestra.

No debe olvidar el primer magistrado cubano que Estados Unidos no puede “cerrar los ojos” hasta el punto de consentir una completa dictadura en la nación que presenta como hermoso modelo de su desinterés hacia la América Latina.

Por su prestigio y por la dignidad del pueblo cubano debe Machado procurar que su gobierno se oriente hacia la verdadera democracia, respetando la constitución y aplicando las leyes  con discernimiento y buena voluntad.

Notas del editor:

*Charles Magoon. Gobernador  en Cuba durante la segunda ocupación estadounidense a la Isla, entre octubre de 1906 y enero de 1909.

**Presidentes de Cuba: José Miguel Gómez (1909-1913) y Alfredo Zayas (1921-1925).

***Augusto Bernardino Leguía fue presidente en Perú de 1908 a 1912 y de 1919 a 1930.

viernes, 18 de febrero de 2022

Los nietos cubanos nacen en el mundo

 Los nietos cubanos están naciendo en cualquier esquina del mundo. Ahora acabo de recibir al cuarto de los míos que llega a la vida lejos de la Perla de las Antillas, donde me tocó nacer. Dos hembras, Amy y Arianna, fueron recibidas en Tampa y Roma; los dos varones, Ernesto y ahora Stanley Gabriel, en diferentes ciudades floridanas.

Hace unas décadas, creía que todos nacerían en Cuba, donde mis padres y abuelos tuvieron a los suyos. Mi padre, quien siempre exclamaba “Cubita la bella” para referirse a la patria como a una novia, todavía alcanzó a que todos sus nietos nacieran dentro de la tierra “más hermosa que ojos humanos hayan visto”, como dijo Cristóbal Colón ante la majestad de su paisaje. Es que los cubanos no emigraban, exceptuando las décadas más tenebrosas de la dominación colonial española, especialmente quienes fueron perseguidos por sus ideas independentistas, como el poeta José María Heredia y José Martí, por mencionar dos figuras afincadas en el alma nacional.

  La mayor parte de los emigrados cubanos de fines del siglo XIX regresaron a su país al terminar la Guerra de Independencia, en 1898. Con la creación de la República, en 1902, a pesar de alejarse de la promesa martiana de justicia social, no fue significativa la emigración, si bien hubo breves períodos en que la violencia política generó exilios o destierros de corta duración. Más bien, Cuba fue un país que recibió miles de inmigrantes, especialmente españoles. Nadie, entonces, habría pensado que un día miles de cubanos optarían por la ciudadanía española, haciendo milagros para probar una ascendencia ibérica, con la única intención de irse a vivir fuera de la tierra que les vio nacer. Con ello, los nietos del abuelo que se beneficiaron de la sangre española son ahora abuelos que reciben sus nietos en la tierra de los antepasados redescubiertos.

Stanley Gabriel

Pienso en ello al recibir un nieto que comienza la vida en Crystal River, en el estado de Florida. Nadie me lo hubiera dicho cinco décadas atrás, cuando nos entregamos a un proyecto revolucionario que prometía el desarrollo económico, equidad social y participación en la política y cultura del país acorde a las aptitudes y actitudes de cada uno. Cuando la llamada Revolución, desde el primer día, provocó la salida del país de miles de cubanos, lo atribuimos a la falta de voluntad de las clases más adineradas para compartir un proceso de mayor equilibrio social y a los defensores, políticos o militares, del régimen anterior. Entonces no era posible prever que las salidas masivas del país, imparables hasta hoy, incluirían a tantos hijos de obreros, campesinos, intelectuales, profesionales, procedentes de las escuelas donde se prometió formar a un “hombre nuevo” que supuestamente gozaría de una plena vida material y espiritual.

El pretendido hombre nuevo es el padre de los nietos que recibimos los de mi generación, que entre otros sueños rotos incluimos el espacio geográfico en que visitaríamos o nos visitarían nuestros descendientes. Esa ilusión se me derrumbó cuando las circunstancias económicas, con todo el componente sociopolítico que le acompañan, me impulsaron a salir de Cuba, eligiendo a Tampa para vivir con mi esposa y los dos últimos vástagos.  Al tomar esa decisión, pensé en mis hijos y por ellos no me he arrepentido. Me ahorré –y es razón suficiente– el terrible trauma por el que han pasado tantos padres al sospechar que sus hijos puedan lanzarse al mar en un bote precario. Me ahorré ver a mis hijos haciendo negocios ilegales para comprar una bicicleta, un par de zapatos, un teléfono celular. Me ahorré ver que mis hijos rechazaran ir a la universidad con la explicación de que muchos médicos, ingenieros, profesores, viven con más pobreza que cualquier portero de un hotel para turistas extranjeros. Me ahorré que mis hijos convirtieran la pequeña vivienda en multifamiliar por no poder aspirar a una propia donde recibir a los suyos.

Los dos hijos que vinieron conmigo a Tampa fueron a la universidad. Uno de ellos se casó y es el padre del nieto que ahora acaba de nacer. Le recibimos con una inmensa felicidad, condición psicológica que siempre entraña un poco de egoísmo. Al abrazar a mi hijo, pensé en aquel día en que él vino al mundo en un hospital de Manzanillo, donde estuve rodeado de grandes amigos. De ellos, Ramón tiene ahora un nieto en Perú; Panchy lo tiene en Canadá; Pepe Luis, en Miami, al igual que Chucho Acosta; Tomy, en Texas; el de Luis Alberto tal vez llegue en París… Otros cubanos los tienen en España, Brasil, Rusia, Alaska, Oceanía, África, Australia, Suecia o en las pampas argentinas.

Muchos no podrán llegar a verlos y es triste, muy triste, que un abuelo no pueda levantar en sus brazos a una criatura que es entraña de sus entrañas y ha nacido quién sabe dónde porque él, tal vez, no supo –o no pudo– construir el reino donde recibir a sus descendientes. Al abrazar a mi pequeño nieto, acabado de nacer, pienso en aquellos abuelos cubanos de mi generación, a quienes no llega el grito con que anuncian su entrada al mundo los hijos de sus hijos regados en el mundo.

 

lunes, 14 de febrero de 2022

En el centenario de La Gaceta: Victoriano Manteiga, un defensor de la democracia

 Como anunciamos anteriormente, iremos publicando algunos artículos relacionados con el homenaje que en 2022 realizamos a La Gaceta por su centenario. Entre ellos, daremos  a conocer escritos de su fundador, Victoriano Manteiga, publicados en su columna diaria titulada “Chungas y no chungas”.

Una recopilación de esos artículos la presentaremos en un libro en el que, a través de sus confesiones y actuación, apreciaremos el pensamiento democrático del notable periodista cubano radicado en Tampa, como lo muestra su firme enfrentamiento a gobiernos dictatoriales de su época. Estuvo comprometido en la lucha frente a la tiranía de Gerardo Machado en Cuba, defendió a la República Española frente al arribo del franquismo, tuvo una constante actitud antifascista y en la década de 1950, cuando la lucha contra el gobierno impuesto por un golpe de estado de Fulgencio Batista anunciaba el restablecimiento de la Constitución y el curso democrático de Cuba, prestó su apoyo al líder –Fidel Castro– que entonces prometía cumplirlo.

Aunque en el marco de la violencia política cubana, que polariza hacia los extremos la ubicación de sus exponentes, algunos calificaron de comunista a Victoriano Manteiga, no encontramos en sus pronunciamientos y actuación ninguna prueba de ello. Con el filo irónico que imprimía a muchos de sus escritos, llamaba “comunillas” a muchos representantes de esta ideología, la que consideraba extranjeriza, exótica y alejada de las proyecciones democráticas que propugnaba para su país de origen.

Esta vez, sólo quiero mostrar unos fragmentos de un escrito suyo, publicado en su columna de La Gaceta, el 5 de septiembre de 1952, a  sólo unos meses del golpe de estado que el 10 de marzo de ese año dio el general Batista en Cuba, interrumpiendo el curso democrático establecido en la Constitución de 1940, una de las más avanzadas entonces en Latinoamérica. En esa fecha, declaró su postura frente a una imposición dictatorial desde el machadato, subtitulando el escrito “En lucha para abatir a los tiranos”. Es el siguiente texto:

Cuando Gerardo Machado tiranizaba a Cuba, alzamos nuestra voz contra él y  no dejamos de atacarle hasta que Sumner Wells, cumpliendo instrucciones del presidente Roosevelt, le echó de la presidencia.

Apoyamos a Grau, en los cuatro meses que gobernara entre 1933 y 1934, pero cuando el estudiantado cubano le retiró su apoyo en una asamblea a la que asistimos, verificada en el Anfiteatro de la Universidad, dijimos que su caída era inevitable.

Después Fulgencio Batista le pegó por la espalda a Grau, aconsejado por Jefferson Caffery, que sustituyera a Mr. Wells como embajador de los E. Unidos en Cuba.

En el año 1929 vinieron a Tampa tres jóvenes revolucionarios que combatían el machadato, Eduardo Chibás, Enriquito de la Hoza* y el joven Agramonte, hermano del Dr. Roberto Agramonte, candidato de los ortodoxos a la presidencia de la República.

Eduardo Chibás en Tampa. A su izquierda
vemos a Victoriano Manteiga

Con ellos organizamos el primer acto celebrado en este país contra el régimen del “Carnicero”. En el Centro Obrero se verificó. Mantuvimos la amistad con los tres, y particularmente con Chibás, a través de los años.

Al convertirse en dictador el sargento Batista, en 1934, traicionando a la revolución, le combatimos sin descanso y le dimos publicidad a sus delitos de sangre y saqueo del tesoro público.

Grau estableció su domicilio en Miami, en los primeros años de Fulgencio, Pedraza y Marine, y allí le visitamos en varias ocasiones. Chibás y nuestro director creían que Grau, si llegaba a la presidencia, gobernaría honradamente; pero se equivocaron…

Cuando Chibás enarboló la bandera de la “Vergüenza con el Dinero”, en defensa del pueblo y contra los ladrones, nos colocamos a su lado con el cariño y desinterés de siempre.

Hace dos años vino a visitarnos y aquí dijo: “Los ortodoxos vigorizamos en Tampa nuestra fuerza espiritual”. Le dimos, como siempre, sinceras pruebas de amistad. A la colonia cubana le pedimos que apoyase, por medio de cartas, etc., a Chibás y a los candidatos de la ortodoxia.

Al morir Eddie, que se sacrificó por Cuba y los cubanos, hicimos la promesa de apoyar a su partido mientras luche por la decencia política y respete el dinero del pueblo.

Ahora que Fulgencio con cinismo incalificable es de nuevo dictador, por despreocupación e infamia de una parte del ejército, estamos de nuevo en lucha con su perversidad…

Este diario tiene abiertas sus columnas a la Ortodoxia, como las ha tenido abiertas, desde antes de 1936, para los republicanos españoles. Es un modesto periódico al servicio, mientras su dueño pueda mantenerlo, de la libertad y de la justicia.

Combatimos a los tiranos de América y ansiamos el establecimiento de la democracia en todo el mundo y particularmente en Cuba, España y la América Latina.

Como se aprecia en estas palabras, Victoriano Manteiga no sólo fue un defensor teórico de la democracia, sino un luchador permanente por preservarla.

*Se refiere al periodista Enrique de la Osa.

viernes, 4 de febrero de 2022

3 de febrero de 1895: Levantando la Patria a manos puras

 Amanece. Ha desembarcado y ahora puede ver bien a Fortune Island, donde llega muy entrada la noche del sábado. Aquí vive un domingo de descanso físico, conversando con los compañeros de viaje –Mayía Rodríguez, Enrique Collazo y Manuel Mantilla–, con hombres de la tripulación del Athos (vapor en que viajaba a Cabo Haitiano), y, por momentos, con gente de paso o lugareña.

El martes había enviado, por fin, la orden de alzamiento a Juan Gualberto Gómez y aquí iban con él los otros dos firmantes.  Ahora hablaba del impacto que esa resolución estaría desatando en la Isla, donde en la segunda quincena de este mismo mes se encendería la insurrección.  Justamente hacia allá iría él, cuando se juntara con El Viejo (Máximo Gómez) que lo esperaba en Santo Domingo.

Al precipitarse su salida, con la autorización al estallido armado, tuvo que valerse de sus más cercanos colaboradores para la coordinación de los detalles del exterior. La misión inmediata más importante la dejó en manos de Gonzalo de Quesada: el viaje a Tampa y Cayo Hueso con el mensaje clandestino destinado a Juan Gualberto en La Habana –el que llegó entre las capas de un tabaco torcido en West Tampa– y levantar recursos con que reemplazar lo perdido; pero quiso acompañarlos de cartas y notas que escribió en la mañana del miércoles a los más conspicuos patriotas de esas ciudades, para que lo atendieran y lo mimaran como a él. A Ramón Rivero le dice: “Gonzalo y ustedes serán enseguida mi solo corazón”.  A Paulina y Pedroso, que “estoy levantando la patria a manos puras (…) quiéranme a Gonzalo”.  A Pedro Gómez:  “Ya antes de que Gonzalo de Quesada le presente esta carta, se habrá puesto Ud. a seguirlo, con sus ojos de padre, y a bendecirlo, lo mismo que a mí. Lo merezco, y él también”.  A Fernando Figueredo:  “Gonzalo va en mi lugar”. A Poyo: “Gonzalo de Quesada es mi carta (…) quiéralo (…) júntense (…) Que se oiga bien en Cuba. Que nos vean la vida”.

A todos ese desvelo, tocando las fibras más hondas de sus compatriotas ya amigos –las fibras del amor– para que al joven Secretario del Partido Revolucionario Cubano, que iba por primera vez a esos lugares,  le fuera fructífera su labor.

Al mediodía, un momento antes de subir al vapor, escribió con prisa a Antonio Maceo: “Salgo (…) la isla salta (…)  Sólo falta llegar”.  Le alcanzaba todavía la emoción del adiós a Nueva York, del que se despidió con alegría y tristeza, privándose de delicados afectos.  Sabía que no podía engañarse, atribuyendo asaltos de tristeza a la pérdida del concierto que al día siguiente ofrecería el maestro Miguel Castellanos en Fifth Avenue Hall, donde con seguridad incluiría a Chopin, con cuya música siempre se había conmovido.

Todo emergía este domingo desde las brumas de Fortune Island y le hacía comprender que la nostalgia no lo iba a abandonar. Ya el día antes, al mirar atrás desde la cubierta, en las estelas se dibujó otra vez la casa de Carmen y se sentó a escribir, con el balanceo del barco,  a la pequeña María: “Tu carita de angustia está todavía delante de mí, y el dolor de tu último beso”. Acaba de marcharse y ya quiere saber todo lo que ha hecho en estos tres días sin verla.  Un hombre tan necesitado de ser querido, desea al partir que su presencia siga en el corazón de la niña y, para que lo recuerde aprendiendo –no sólo que aprenda a recordarlo–, le pide que vaya haciendo como una historia de su viaje, con lo que aprenderá a conocer los lugares por los que él va pasando. También le escribe a Carmen, la hermana de María, para que sepa que ni este mar  nuevo, ni este cielo claro, hacen que  la olvide.  Le cuenta del camino, de Cat Island, de Watlig’s Island, “que muchos creen que es la primera tierra de América que vio Colón”. Y detrás de esta oración la exclamación incontrolada: “Tan cerca de Cuba, y todavía tan lejos”.  Es un día tranquilo para su cuerpo, caminando despacio, mirando al mar, aunque su cerebro no encuentra reposo.

Después le escribe a Gonzalo, detallando lo que hay que hacer, pero antes desborda su infinito agradecimiento hacia aquella familia que lo hospedó con tanto cariño en días  difíciles. “¿No me sienten en la casa, apegado, presente,  resuelto a no irme?”. Pero, tan grande como el cariño, es la obra que había que hacer. Toda la carta de aquel domingo tres de febrero es el entresijo de la extensa conspiración dentro y fuera de la Isla, y los amarres de esta potala los seguía él atenazando  por el mar, mostrando la misma seguridad con que el Capitán del Athos levantaría sus anclas al día siguiente, a la hora de partir a Cabo Haitiano.

(Tomado de mi libro Domingos de tanta luz (2019), que puede adquirirse a través de Amazón o escribiendo a cartayalopez@gmail.com.)