jueves, 28 de septiembre de 2017

Gonzalo de Quesada y Aróstegui

  Por Gabriel Cartaya

Cuando Gonzalo de Quesada y Aróstegui se desmontó en el andén de Ybor City, el 2 de febrero de 1895, era un joven abogado que apenas había  cumplido 27 años de edad. Sin embargo, traía consigo la más alta responsabilidad con el destino de la independencia de Cuba, pues se le había confiado la misión de trasladar en un bolsillo la Orden de Alzamiento que, firmada en Nueva York por José Martí, debía   hacerse llegar a La Habana en absoluto secreto, para que Juan Gualberto Gómez coordinara en toda la Isla el inicio de la contienda armada contra el colonialismo español.
     ¿Qué méritos tenía aquel joven cubano para merecer tanta confianza y hasta dónde fue fiel al Maestro que le consideró su discípulo predilecto? Trataré de asomarme, en la limitación de unos párrafos, a la vida fecunda de un hombre que sólo vivió 47 años y a quien debemos, entre muchos aportes,   el  haberse consagrado a publicar os primeros quince tomos de las Obras Completas de José Martí.
  Nació en La Habana, el 15 de diciembre de 1868, a sólo  dos meses de iniciarse la Guerra Grande y cuando la capital cubana se estremecía entre los simpatizantes del independentismo –como el aula donde entonces Martí, con 15 años, recibía las enseñanzas de Rafael María de Mendive– y quienes se alineaban con el poder peninsular. En aquel ambiente, los padres de Gonzalo, oriundos de Camagüey,  deciden trasladar la familia a Nueva York, donde crece y se educa quien sería, más que un discípulo, un hijo espiritual del Apóstol cubano.
  Las primeras noticias del acercamiento entre estas dos figuras históricas remiten al 10 de octubre 1889, cuando en el Hardman Hall de Nueva York el joven estudiante de Derecho es llamado a pronunciar unas palabras dedicadas a Cuba, en la misma tribuna donde ese día Martí pronuncia un vibrante discurso patriótico. A partir de ese instante, el vínculo entre el Maestro y el naciente discípulo sería ininterrumpido.
  Considero que la fortaleza de esta relación nace inmersa en el acontecimiento continental que más hondamente preocupó a Martí en aquella fecha: La Primera Conferencia Panamericana de Washington, en la que el agudo político cubano vio la intención de Estados Unidos de extender su dominio sobre la región y el peligro de que en ella se abordara una posible anexión de Cuba. En aquellas circunstancias, cuando Martí accede al acontecimiento a través de la prensa y a partir de esa información escribía su opinión para periódicos como La Nación,  debió serle importante que su nuevo amigo estuviera participando como secretario de Roque Sáenz Peña, el representante plenipotenciario de Argentina en el cónclave.
  Es de esa época la primera carta conocida de Martí a Gonzalo, en la que le pregunta: ¿Pues no se ha venido hablando en el paseo, entre los mismos delegados,  de la posibilidad y conveniencia de anexar a Cuba  a los Estados Unidos? Para todo hay ciegos, y cada empleo tiene en el mundo su hombre. Pero el Sr. Saenz Peña sabe pensar por sí, y es de tierra independiente y decorosa (…) Trabájele bien, que este noviciado le va a ser a Ud, muy provechoso”.
  En la carta siguiente ya hay más confianza, pues en la anterior aún temía ‘violentar su opinión’. “Me es muy valioso lo que me dice y  he de agradecer mucho que me tenga al tanto de cuantas opiniones sobre Cuba lleguen a su noticia, salvo las que por su carácter privado, y de la delegación de Ud., no le pertenezcan”.  Finalmente, le dice: “He leído su carta con júbilo de padre”, lo que nos indica el avance afectivo del vínculo entre ellos.
 Con esa identificación, ya se permitía darle consejos hasta en lo personal: “Piense como piensa, observe mucho, calle más, elija buena compañera, y será a la vez bueno y feliz”.
 Como sabemos, las páginas que escribió Martí sobre el evento continental donde está participando Gonzalo, son las que con más lucidez advirtieron a los países que él llamó Nuestra América sobre el contenido más profundo de las propuestas que se le hacían desde Washington (Véase “La Conferencia de Washington”, en  Obras Completas de José Martí, tomo 6, pág. 33). La identificación del joven abogado con la interpretación del Maestro debió influir poderosamente en la estimación y cariño que desde entonces le prodigó. Muy poco tiempo después, cuando Martí renuncia a todas sus responsabilidades para consagrarse a la creación del Partido Revolucionario Cubano, a partir de su primera visita a Tampa en noviembre de 1891, Gonzalo le va a seguir incondicionalmente. Es significativo que, aunque a los cargos más altos de aquella organización política se accedía mediante elecciones anuales de la membresía, la responsabilidad de Secretario fue designada por Martí y fue puesta en manos de Quesada, que entonces tenía 23 años.
   En la intensa y fructífera labor desarrollada por el Partido Revolucionario Cubano (PRC) entre 1892 y 1895, Gonzalo de Quesada jugó un papel destacadísimo que aún no ha sido suficientemente evaluado. Ello se aprecia en la intensa comunicación entre el Delegado y el Secretario, quien recibió en ese tiempo 88 cartas conocidas firmadas por Martí, si incluimos ocho donde le acompaña como destinatario Benjamín Guerra, entonces Tesorero de ese órgano político que preparó y dirigió el inicio de la guerra por la independencia de Cuba.
       Rastrear la labor de Gonzalo en ese epistolario es un esfuerzo requerido de la investigación para justipreciar los merecimientos de esa figura histórica, cuya atención se ha fijado mayormente en su esfuerzo para reunir la papelería de su Maestro e iniciar la edición de sus Obras Completas. A ese camino van estos apuntes previos, si bien nacen del asomo a la visita que hace Gonzalo a Tampa, no sólo con el documento secreto destinado a La Habana, sino también con misivas importantes para los fieles cubanos que vivían en esta ciudad.
 La primera de esas cartas –he excluido otras 17 correspondientes al período anterior al nacimiento del PRC– pertenece al 16 de enero de 1892 y nos ofrece una muestra de la familiaridad entre ellos. Entonces la novia de Quesada –Angelina Miranda– sale de viaje a La Habana y él se apresura a enviarle, con un regalo, “a la linda viajera, a la viajerita querida y a su buena y tierna madre, un saludo que les aquiete la mar”.   
  Aunque en cartas anteriores se aprecia la cercanía de Gonzalo a la obra fundacional –tanto del PRC como del periódico Patria–  es en la carta del 9 de mayo de 1892 donde Martí le implica en las más altas responsabilidades del cuerpo político acabado de fundar, al proponerle el único cargo de la dirección máxima que no fue sometido a elecciones. En la misiva de esa fecha le dice: “La Secretaría de esta Delegación sólo pudiera recaer en quien como Ud., se consagra con entusiasmo y pureza al trabajo de fundar en la patria dolorosa un pueblo durable”.  Con esa apreciación,   quien ya ha sido electo Delegado le escribe: “Vengo a rogar a Ud.  que me acompañe y ayude, como encargado de la Secretaría, en la tarea de mantener unidas, y de robustecer,  las fuerzas necesarias para completar la obra iniciada por nuestros padres de Yara el 10 de octubre”. 
  Gonzalo no lo defraudó y su colaboración fue constante en aquellos años. Trabajó mucho en el cuidado y eficiencia del periódico Patria, donde uno de sus primeros artículos fue “El delegado y el Tesorero del Partido” (9 de julio de 1892), en el que incluye una fotografía de Martí al lado de Benjamín Guerra.
 Por la imposibilidad de rastrear todas las cartas de Martí a Gonzalo en ese tiempo, voy a detenerme en las que fueron escritas desde Tampa.  La primera de ellas es del 18 de julio de 1892. “Gonzalo: En Tampa, rematando. Enfermo. Nos lleva el Mayor de la ciudad a pasear.  Iré a Ocala (…) Aquí grandezas…”, leemos.  Se refiere a la invitación que le fue hecha –junto a Carlos Roloff, Serafín Sánchez y José Dolores Poyo– por Herman Glogowski, entonces alcalde de la ciudad, para que visitaran juntos los lugares más significativos de este lugar, gesto en el que apreciamos que el impacto del líder cubano desbordaba los límites de la emigración de su país. Esa noche no pudo hablar en la velada político literaria que se desarrolló en el Liceo Cubano, pues la garganta apenas le permitía pronunciar palabra.
  Tres días después, le envía un telegrama desde desde Ybor City, con la noticia de un “mitin espléndido” al aire libre, en el que participaron muchos españoles con “discursos fervientes declarando ayuda independencia”.
 Hay otra carta a Gonzalo, fechada en Tampa el 14 de diciembre de 1893, donde expresa su satisfacción por la comunidad cubana de este lugar: “¡Qué aclamaciones la de estos hombres, al hacer espontáneamente su nuevo sacrificio! Apreté la organización, la dejo ensanchada: extiendo el esfuerzo por toda la ciudad (…) Y desde que llegué, ni un momento de respiro: los clubs, las juntas privada, los talleres, que me parecen templos…”.  Toda esta información nutría a  Gonzalo para los escritos que debían salir en el periódico Patria. Al final de esa carta, le dice: “Aquí, cuánta hermosura”.
  En varias cartas de 1894, tanto desde Tampa, Cayo Hueso u otras direcciones desde donde ese año la labor infatigable de Martí amarraba todos los hilos preparatorios para la independencia de Cuba, se evidencia la confianza de Martí en la labor de su Secretario, especialmente en el desempeño del periódico Patria.
  Cuando en enero de 1895 fracasa el llamado Plan de Fernandina, al ser apresados los barcos en que debían trasladarse a Cuba los líderes de la revolución para dar inicio a la guerra independentista, y Martí tuvo que ocultarse de la persecución del espionaje español, probablemente  fue Gonzalo de Quesada la figura más cercana y útil. Desde que salió de Jacksonville, el 14 de enero –donde tuvo el primer escondite en el Hotel Travellers con nombre falso- hacia Nueva York, donde lo recibe Gonzalo y lo lleva a vivir a casa de sus suegros, el Dr. Ramón Miranda y la Sra. Luciana Govín (349 W. 46th St),  estuvo en plena clandestinidad hasta su salida definitiva de Estados Unidos. En esas dos últimas semanas en Nueva York, desde donde firmó el día 29 de ese mes la Orden de Alzamiento, Gonzalo, que entonces vivía con sus suegros,  estuvo a su lado.
  Martí previó viajar a Tampa y Cayo Hueso para hacer llegar a la Isla el mensaje clandestino que autorizaba el inicio de la guerra. Pero los requerimientos de la labor clandestina lo obligaron a salir de Nueva York a Santo Domingo. Entonces la persona de más confianza que encontró para sustituirlo en el viaje a este estado fue Gonzalo de Quesada, a quien entregó la hoja secreta que debía entrar a Cuba.
       Gonzalo llegó a Tampa el viernes, 1.° de febrero de 1895, mientras Martí estaba arribando a Fortune Island en su viaje hacia el Caribe. Era la primera vez que el Secretario del Partido Revolucionario Cubano (PRC) llegaba a esta ciudad, pero traía en sus bolsillos varias cartas de recomendación del Delegado, para que lo recibieran y lo quisieran como si fuera él.  A Fernando Figueredo: “Gonzalo va en mi lugar (…) Rodéemelo y vea qué bella alma”. A Ramón Rivero: “Gonzalo y ustedes serán enseguida mi solo corazón”. A Paulina y Ruperto Pedroso: “Allá les va otro hermano (…) Sólo horas estará en Tampa, la primera vez, mímenlo (…) El va a un servicio glorioso”.  El servicio glorioso, además de recabar fondos para el levantamiento inminente en Cuba, era buscar el modo de hacer llegar a Juan Gualberto Gómez, a Cuba, la Orden de Alzamiento. A las pocas horas de llegar a Ybor City, Fernando Figueredo caminaba junto a  Quesada por una calle de West Tampa, hacia la fábrica de tabacos de O’Halloran. Allí, en lo profundo de las hojas torcidas, fue envuelto el mensaje.
Cuando, al día siguiente, Gonzalo entregó en Cayo Hueso varios tabacos a Duque de Estrada para entregarlos en La Habana a  Juan Gualberto Gómez, le indicó a cuál de ellos no se le podría dar candela en ningún caso.
José Dolores Poyo, uno de los líderes más respetados del Cayo, lee la carta que le envía Martí: “Gonzalo de Quesada es mi carta (…) ¿A qué va Gonzalo?  A que retumbe en Cuba, la nueva declaración de nuestra fe”.   En lenguaje clandestino, nada más claro. Y una presentación del hombre que entrega la misiva:  “Gonzalo (…)  me ha dado siempre, y hoy más que nunca,  en estos días de deber y de honor,  pruebas de las más raras virtudes, modestia, lealtad, entusiasmo,  desinterés, abnegación. Quiéralo sin miedo”.
En uno de los discursos que Gonzalo pronunció en Cayo Hueso,  respondió a un descreído:  “¿Qué dónde están las armas? Las armas están en la conciencia de cada uno de nosotros”. Los aplausos, entonces, emularon a los que en aquella tribuna había recibido su Maestro.
Desde el día en que Martí y Quesada se vieron por última vez –el 30 de enero de 1895, en que ambos salen de Nueva York, uno para Santo Domingo y otro para Florida–  hay varias cartas más entre ellos, casi todas relacionadas con el esfuerzo independentista que les consume. Pero hay una en la que quiero llamar finalmente la atención, pues se trata del testamento literario del gran escritor, periodista, orador, maestro, poeta, político,  confiado  a su discípulo e hijo espiritual. La carta, que  está fechada en Montecristi, el 1.° de abril de 1895,  es “una guía para un poco de mis papeles”.  En la propuesta, sugiere alrededor de seis tomos, pidiéndole que sólo publique “lo durable y esencial”.
Hoy, cuando se está publicando la Edición Crítica de las Obras Completas de José Martí, concebida en más de 40 voluminosos tomos, agradecemos a Gonzalo de Quesada y Aróstegui su  visión de que todo lo escrito por Martí sea “durable y esencial”. Por ello cuidó cada página con tanta devoción. 
Después de la muerte del Apóstol, el discípulo quiso incorporarse a la guerra, pero no se le permitió, pues su papel en la Secretaría del Partido y en el periódico Patria requería su presencia en Nueva York, donde era más útil a la independencia cubana.
Desde la salida de Martí de Nueva York hasta la elección de Tomás Estrada Palma –julio de 1895–, Gonzalo asumió altos cargos en el PRC. En enero de 1897, el Consejo de Gobierno de la República en Armas lo nombró su Encargado de Negocios en Estados Unidos, desde cuya posición contribuyó a que el  legislador Wilkinson Call presentara la primera moción al Congreso estadounidense para el reconocimiento de la lucha independentista cubana.
En 1898, fue nombrado Delegado a la Asamblea de Santa Cruz por el Sexto Cuerpo del Ejército Libertador, labor que apenas pudo cumplir por mantener sus responsabilidades con la República en Armas en el extranjero. Al concluir la guerra regresa a la Isla y se une a los esfuerzos por la creación de la República. En 1900 asiste a la Exposición Universal de París, en representación de Cuba, aun cuando la Perla de las Antillas no tiene un gobierno propio.
Es electo a la Constituyente de 1901, la que redacta la primera Constitución para la nación cubana.  Al nacer la República, el 20 de mayo de 1902, con el gobierno presidido por Estrada Palma, Gonzalo es nombrado embajador en Washington. Desempeña un importante papel en decisivas discusiones sobre la soberanía del territorio nacional, especialmente en relación con la pertenencia de Isla de Pinos a Cuba, lo que se logra tras arduas discusiones frente a la pretensión estadounidense a ese territorio,  hasta lograr la firma del acuerdo que incluye su nombre: Tratado Hay-Quesada.
Gonzalo, que había participado en la Primera Conferencia Panamericana de Washington como miembro de la delegación argentina (1889), asistió a la tercera en representación de la República de Cuba-Río de Janeiro, 1906, y a la cuarta, en Buenos Aires, 1910. Asimismo, asistió a la Conferencia Internacional de la Paz, realizada en La Haya, en 1907.
En medio de las complejas circunstancias en que se debaten las primeras décadas de la república cubana, donde caudillismo, oportunismo, injerencismo, fraude y corrupción socavan el ideario de república con que Martí movilizó las fuerzas mejores de la cubanía en aras de alcanzarla, Gonzalo se dedicó a reunir toda la escritura de su Maestro y al publicarla, con recursos propios, dio a las generaciones venideras las mejores armas para que buscaran el proyecto que no pudo lograrse durante su tiempo.
    En 1910, cuando el gobierno de José Miguel Gómez sucede al segundo período de ocupación de Estados Unidos en Cuba (1906-1909), Quesada es designado embajador de su país en Alemania. Desde allá, además de cumplir con su misión diplomática, siguió juntando cuanta carta, artículo, poesía, discurso, cuanto papel martiano le era enviado desde todos los lugares donde llegó la pluma del más universal de los cubanos. Estaba trabajando en el tomo 15 cuando los pulmones dejaron de acompañarle. Lejos de la patria que ayudó a liberar, seguramente le consoló saber que su hijo –Gonzalo de Quesada Miranda–  continuaría publicando las tantas páginas martianas que él no alcanzó a juntar.  El 9 de enero de 1915, en Berlín, dejó de latir su caluroso corazón, con sólo 47 años de edad

viernes, 1 de septiembre de 2017

La educación como arma contra el terrorismo

Por Gabriel Cartaya

  Cuando se acerca el 11 de septiembre, a 16 años del atentado terrorista más grande de la historia contemporánea –alrededor de 3 mil muertos y 6 mil heridos– , vale la pena pensar en las múltiples y complejas causas que determinaron un crimen de esa magnitud y, esencialmente, razonar alrededor de las vías más seguras para evitar a la humanidad el dolor provocado por la irracionalidad del comportamiento homicida.
  Se han escrito –y se seguirán escribiendo– miles de páginas para explicar los sucesos de las Torres Gemelas y cada año el universo mira con espanto las escenas del impacto de los aviones que –llenos de hombres, mujeres, niños–  fueron lanzados contra los edificios donde miles de personas inofensivas se encontraban. En un instante, pasajeros y ocupantes de los emblemáticos pabellones fueron envueltos en el fuego, el humo, el hierro y el concreto, a consecuencia del acto bárbaro de sólo un puñado de jóvenes seducidos por la red yihadista Al-Qaeda.
    Suman cientos las investigaciones que intentan explicar la génesis, constitución y filosofía de grupos de islamistas radicales, los motivos religiosos del enfrentamiento entre civilizaciones, el  pretendido ajuste de cuentas con la cristiandad por la barbarie de la Santa Inquisición en la Edad Media,  la ambición de sectores extremistas que se dicen musulmanes y sueñan con la reconquista del califato andaluz. Otros estudiosos consideran las causas económicas que han determinado la presencia militar estadounidense en el Medio Oriente, especialmente a partir de la Guerra del Golfo (1990-1991). Algunos, incluso, han destacado el apoyo de Estados Unidos a la aparición de grupos –como el propio Al-Qaeda de Bin Laden– que después se convirtieron en sus enemigos.
  En realidad, hay toda una madeja de teorías para intentar explicar el acto del 11 de septiembre –repetido en menor escala con una frecuencia dramática en Europa y otros lugares del mundo hasta el día de hoy– , pero son muy escasos los que buscan en los sistemas de educación –incluso religiosa– las causas profundas de aquel evento salvaje y las propuestas para la formación de una persona cuya sensibilidad no sólo lo aparte de un arma agresiva, sino que se conmueva ante el dolor que sufra un ser humano en cualquier esquina de un mundo que ahora, al acortarse las distancias con la tecnología, muchos llaman aldea global.
  Al mirar los rostros de los jóvenes implicados en actos terroristas, incluidos los de quienes han sido abatidos cuando aparece la noticia, la primera reacción es de satisfacción y casi tranquilidad ante la muerte de quienes fueron autores de una masacre humana. Es una lógica respuesta, a pesar de entender que la muerte del asesino no aminora el dolor de quienes por él perdieron a un ser querido.
  La venganza, desde siempre, aumenta el dolor, en tanto se extiende a familias que no dejan de ser inocentes cuando uno de sus miembros perturbados comete un crimen. No propongo impasibilidad frente al culpable que debe ser castigado, sino ir a las raíces que provocaron el daño. Y en esa raíz, en gran medida, está la pedagogía, tanto la que corresponde a la escuela, a la familia, como a todas las esferas sociales.
  Sin más remedios, al terrorista armado de hoy hay que aniquilarlo con las armas, porque ya constituye, física y mentalmente, un peligro inminente. Pero en evitar el posible terrorista de mañana, a los padres, maestros y sociedad corresponde el rol de formar los valores  que impidan a un joven ser seducido a una conducta antihumana. Sólo a través de la educación y desde los instrumentos que posee para influir en el perfil de la  personalidad, se puede fortalecer en el ser humano la vocación natural  a desear una larga vida feliz.
  Cuando en los medios –que deberían contener más espacios educativos que mercantilistas–  haya mas imágenes de amor que de violencia; cuando en las pantallas de televisión, cine, teléfonos, tabletas, veamos más imágenes de confraternidad humana que de guerras, sangre y muerte;  cuando en los video juegos de niños y adolescentes aparezcan más abrazos y solidaridad entre los personajes ficticios que gritos, amenazas y disparos,  habrá menos jóvenes dispuestos a ingresar en un grupo terrorista que los conmina a matar a mansalva a quienes no son sus enemigos; habrá menos adolescentes con perturbaciones mentales, predispuestos a reproducir en la vida real los crímenes practicados en sus video-juegos.
  He meditado en estas cosas al leer la carta de una maestra del pueblo de Ripoll, cerca de Barcelona,  apenada con los sucesos terroristas de hace solo unos días en esa ciudad española. Ella conocía a los jovencitos que cometieron los crímenes, habían pasado por su escuela, los había visto crecer, reír, enamorarse, soñar con el futuro y, de repente, aparecieron como terroristas. La maestra no pensó en que eran seres demoníacos maldecibles, con lo que hubiera salvado su responsabilidad como educadora, sino, con enorme tristeza, en que algo debió faltar en su labor.
  Me permito citar, in extenso,  unos fragmentos aislados de la carta de la maestra, que se identificó sólo como Raquel:
  “Estos niños eran como todos los niños. Como mis hijos, eran niños de Ripoll. ¿Qué estamos haciendo mal? Hay que detener esto. Tenemos que hacer algo. Y yo que creía que lo estaba haciendo bien, que había contribuido con mi granito de arena.
  Me duele que hayan sido ellos (...) no he dejado de llorar desde el primer día y sé que nunca podré dejar de hacerlo.  Sé que estos días la balanza y el apoyo se decanta hacia las víctimas, hacia los hijos perdidos, las familias destrozadas, la ciudad de duelo. Pero permitidme contaros y enseñaros la otra cara de la moneda, la que no sale en los periódicos, la que no llora en público, la que en silencio contiene las lágrimas porque parece que esté mal visto llorar por ellos.
  Permitidme deciros cómo eran ellos, o al menos los niños que yo conocí”. 
  En la carta, la maestra cuenta que aquellos muchachos en la escuela eran normales y piensa que pudieron ser pilotos, maestros, médicos o colaboradores de una ONG y se pregunta:
  “¿Qué les ha pasado? ¿En qué momento...? ¿Qué estamos haciendo para que pasen estas cosas? Erais tan jóvenes, tan llenos de vida, teníais toda una vida por delante ... y mil sueños por cumplir”.
  La maestra se niega, en lo más profundo de su ser,  a aceptar una realidad terrible para todos los fallecidos y sus familiares, víctimas y victimarios. Y termina sugiriendo que este hecho no sea “una historia más”.  Para ello, su propuesta es clara: “Educando en la no violencia, transmitiendo el no odio, la igualdad. Educando en las escuelas, en los espacios abiertos, en las familias, a nuestros hijos...”.
  Al mencionar el nombre de los culpables, víctimas también, –Moha, Moussa, Youssef, Omar, Younes,  Houssa–, no se percibe odio sino dolor, aún al juzgarlos: “Los actos que habéis cometido no tienen explicación y no son lícitos. La guerra, la ira, el odio no llevan a ninguna parte. Nunca, en nombre de nadie. Ni por nadie. Ni dioses, ni banderas, ni religión”.
  Jóvenes eran también los terroristas del 11 de septiembre y casi todos los que siguen siendo captados por el islamismo radical –que no es la esencia musulmana– para cometer actos criminales en cualquier lugar del mundo. ¿Cómo entender la irracionalidad de que alguien, con todo el futuro por delante, con el sueño de una profesión, matrimonio, hijos, amigos, pueda renunciar a la vida, acabando con la de otros, en nombre de una ideología enfermiza contraria al derecho de vivir y ser feliz? 
  Con la fuerza que juntan el amor y la enseñanza, encontrar el instante confuso en que el cerebro de nuestro hijo, alumno, o adolescente cercano pudiera ser susceptible de ser captado por una idea fanática, supersticiosa o extremista, y  atraerle a una conducta positiva, sería el arma más poderosa –tal vez la única–  de acabar con el terrorismo sobre la tierra.
                                                                                        Publicado en La Gaceta, 1.º de septiembre, 2017.