sábado, 30 de diciembre de 2017

Juan Padrón, el ­creador de Elpidio Valdés, nos visita en Tampa

Por Gabriel Cartaya
  No a todos los cubanos les resulta familiar el nombre de Juan Padrón. Pero si dices Elpidio Valdés donde te oiga un hijo de la Mayor de las Antillas,  especialmente si ha vivido en ella en las últimos cuatro décadas, inmediatamente emerge la imagen del dibujo animado con el rostro del mambisito que protagonizó las más increíbles aventuras en la guerra por la independencia de Cuba. Porque, en este caso, como ocurre con un Sherlock Holmes más famoso que Arthur Conan Doyle, el protagonista de ficción se hizo más popular que su creador.
  En los últimos años, por los homenajes recibidos, entrevistas y reseñas aparecidas en diversas publicaciones, se ha hecho más familiar su nombre, aun cuando ha estado en los créditos de los cortos y películas que han desfilado  por las pantallas de cine y televisión por más de cuarenta años.


  El viernes de la semana pasada, cuando llegó a Tampa por primera vez, acompañado de su esposa Alberta y su hijo Ian –también cineasta– tuve el placer de acompañarle en un recorrido por los sitios históricos de Ybor City, donde se inició la organización de la gesta armada que él recreó con tanta sensibilidad y humor en su muñequito mambí. Por un momento, al verlo en la escalinata donde José Martí se tomó la fotografía rodeado de tabaqueros y de importantes figuras del independentismo cubano, creí ver en su rostro sonriente y bonachón al propio Elpidio, al término de una de sus increíbles proezas en la manigua cubana.
  Cuando me refiero a que el nombre de Elpidio se identifica con más prontitud que el de su autor, excluyo el mundo del arte y especialmente su ámbito cinematográfico, donde el nombre de Juan Padrón es sumamente conocido y respetado, no sólo en los límites de la Isla sino también en muchos países. A ese nivel de reconocimiento ha llegado por la excelencia de sus dibujos animados y su extensa obra como ilustrador,  historietista, guionista y director de cine.
Padrón nació en la provincia cubana de Matanzas,  en 1947, se graduó de Licenciatura en Historia del Arte en la Universidad de La Habana y, aunque ya había publicado sus primeros dibujos en diversas revistas y periódicos de la Isla, fue la creación de Elpidio Valdés ­­–aparece por primera vez en la revista Pionero, en 1970–, quien le  consagraría como el autor de uno de los personajes de ficción más queridos del pueblo cubano.
  Del papel, el simpático muñequito saltó a la pantalla, cuando a mediados de la década de 1970 Padrón se convierte en director de dibujos animados del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfico (ICAIC). El primer animado inspirado en el astuto mambí fue exhibido en 1974, al que Padrón llamó “Una aventura de Elpidio Valdés”. Desde entonces, no sé cuántas sagas fueron apareciendo –Clarín mambí, Elpidio Valdés encuentra a Palmiche, Elpidio Valdés y Palmiche contra los lanceros, y tantas– para deleite del espectador de todas las edades.
  En 1979, ya Elpidio ocupa la pantalla grande en un largometraje, para 70 minutos de entusiasmo. Pero el cineasta no se limita a su personaje más famoso. En 1985 dirige “Vampiros en La Habana”, en cuya ficción dos bandas de vampiros –Capa Nostra, en Estados Unidos, y Grupo Vampiro, en Europa– luchan por una fórmula que les inmunice del sol. Mereció diversos premios, en Cuba, Latinoamérica y Europa y estuvo elegido entre los mejores 30 filmes de animación por el Consejo Cultural del Instituto de Cine. A su vez, el inagotable creador de dibujos animados da vida a “Filminuto”, que surge en 1980. Poco después, a dúo con el dibujante argentino Joaquín Lavado (Quino), dieron a conocer la serie que denominaron “Quinoscopio”.
  Asimismo, Juan Padrón ha enriquecido el personaje de “Mafalda”, concebido por su amigo argentino. En la exposición “El mundo de Mafalda”, realizada en España en el V Centenario de la llegada de Colón a América, el genial cubano hacedor de historietas presentó un corto donde el Gran Almirante, al llegar a tierra americana, se encuentra con Mafalda.  El enorme éxito de aquella presentación motivó al rioplatense a llevar su personaje a la pantalla, logrando que la TV Autónoma de Cataluña y otras dos televisoras españolas se interesaran en el proyecto, para producir 104 cortos animados de Mafalda que contaron con la dirección de Juan Padrón y la música del pianista cubano José María Vitier.
  En la extensa creación artística de Juan Padrón, de excelencia reconocida por la crítica, hay muchas obras más, por las que ha merecido múltiples galardones, entre ellos el Premio Nacional de Cine de Cuba en 2008, ocho premios Coral del Festival de Cine Latinoamericano.

    Ojalá en la ciudad de Tampa  se presente una exposición personal suya y podamos contar con su presencia en una edición del Festival de Cine Gasparilla, que viene creciendo en esta ciudad. Quién sabe si a Juan Padrón se le ocurra que a la extensa lista de expediciones que salieron de Tampa para la Guerra de Independencia en Cuba se le sume una más, conducida victoriosamente por Elpidio Valdés.

jueves, 21 de diciembre de 2017

José Lorenzo Fuentes, uno de los grandes escritores cubanos, acaba de morir

  Allá, donde habitan José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante y Alejo Carpentier, a esa constelación etérea de escritores cubanos del siglo XX, llega ahora José Lorenzo Fuentes, al despedirse del mundo en que habitó. Murió en Miami el pasado lunes, 18 de diciembre, con 89 años de edad, en paz con su espíritu elevado y creador.
     Conocí a José Lorenzo personalmente hace unos cinco años. Conversamos largamente, mientras compartíamos una cena y buen vino con mis amigos Ángel Velázquez y Ángel Lago, en la casa de mi hijo Ernesto. A pesar de tener entonces sus 84 años, lo recuerdo en toda su lucidez, contándonos anécdotas de su vida, de su amistad con Lezama, de su tiempo en la diáspora, de su obra literaria. Nosotros, calmando la facundia, callamos todo lo posible para oírlo a él,  conscientes del privilegio que nos regalaba su presencia. Entonces, yo estaba preparando el número 7 de la revista Surco Sur y le pedí unas páginas suyas. Me entregó el cuento “El hombre verde”, que vino a enriquecer la publicación.
José Lorenzo Fuentes conversa con Gabriel García Márquez
  Hoy, cuando en diversos sitios de Internet encuentro la noticia del fallecimiento de José Lorenzo Fuentes, aparto la página recién concluida para estas Líneas de la memoria, buscando los momentos más sobresalientes del periodista, ensayista y escritor,  para sumar este espacio al homenaje que merece quien fue considerado por Gabriel García Márquez como “un grande escritor de nuestro tiempo”,  por Cabrera Infante “un novelista considerable” y en quien Manuel Díaz Martínez  vio  “un autor de una insoslayable obra narrativa, en la que destaca su colección de cuentos Después de la gaviota, uno de los libros más célebres y valorados de la literatura cubana del siglo XX”.
  José Lorenzo comenzó a escribir donde nació, en la ciudad de Santa Clara, al centro de Cuba. Él ha contado que uno de sus primeros escritos lo enseñó al poeta Emilio Ballagas, quien le dijo: “Excelente, siga escribiendo”, motivo suficiente para  no dejar de escribir más nunca. Siendo muy joven llegó a La Habana y comenzó a colaborar con las revistas Carteles, Bohemia y otras relevantes publicaciones cubanas. Enseguida, en 1952, en uno de los más prestigiosos concursos literarios del país, en cuyo jurado estaban Fernando Ortiz, Juan Marinello y Jorge ­Mañach,  ganó el premio de cuento con “El lindero”.
  Así empezó la obra literaria de Fuentes, considerado  desde la década de 1950 por José Lezama Lima, Cabrera Infante, Lino Novás Calvo y los grandes escritores cubanos de ese tiempo, como una promesa de las letras cubanas. Desde esa época, comienza a desempeñarse en las dos variantes escriturales que le acompañarían toda la vida: el periodismo y la literatura.
  Su primera novela, Viento de enero –Premio Nacional de Novela, en 1967–, recibió una favorable opinión de Lezama Lima, quien advirtió: “Ahora la novela se vuelve americana porque todo concurre a dos líneas trazadas en un esclarecimiento universal. Y en esa línea está trabajada y lograda la novela Viento de Enero”. Después de otras obras, en 1968 aparece su emblemático libro Después de la gaviota, un clásico imprescindible de la cuentística nacional, que llamó la atención a Jorge Edwards  por su “fantasía auténtica y manejo del lenguaje”.
  Inmerso en las profundas transformaciones que se produjeron en Cuba  con la Revolución de 1959, José Lorenzo es un participante activo de ellas, como lo fueron la gran mayoría de los intelectuales. En una entrevista que concedió a la revista Otro lunes, él sintetizó este proceso: “Mi vida ha estado sembrada de acontecimientos complejos y a veces contradictorios, propios de una persona de índole aventurera. Como la gran mayoría de los jóvenes de mi generación, aunque sin militar en ningún partido político, estuve guiado por las ideas revolucionarias, participé junto al Che en la batalla de Santa Clara y durante casi dos años me desempeñé como periodista personal de Fidel Castro, pero también sufrí el presidio político y finalmente tuve que salir al exilio”.
  Así, en pocas líneas, asistimos al profundo drama que acompañó a  diversos escritores y artistas que no se sumaron incondicionalmente al proyecto ideológico de la Revolución Cubana y que tuvo en el llamado Caso Padilla, en 1971, un momento definitorio de la intelectualidad internacional con la Revolución Cubana.
  Heberto Padilla escribió sobre el autor que acaba de morir en Miami: “José Lorenzo Fuentes ocupa un lugar de excepción en la literatura cubana. Siento por su obra una gran admiración”. A la larga, uno y otro fueron condenados por asumir una posición ideológica y política discordante con la directriz impuesta por la dirección revolucionaria y se vieron obligados a abandonar el país propio, sin desamor a él.
  José Lorenzo Fuentes escribió varios libros, entre los que se destacan:   El sol, ese enemigo, 1963; Viento de enero, 1967; La piedra de María Ramos, 1986; Brígida pudo soñar, 1987; Los ojos del papel, 1990;  Las vidas de Arelys, 2011; El cementerio de las botellas, 2012; Hierba nocturna, 2014 y Mandala, 2015. En el año 2009 publicó el libro Cinco grandes, con las entrevistas que hizo a Julio Cortázar, Cundo Bermúdez, Gabriel García Márquez, Alfonso Grosso y Wifredo Lam.
  En los últimos años, Fuentes escribió mucho sobre temas relacionados con la parasicología, la alquimia y el misticismo. Con una fuerte influencia del budismo, publicó el libro Meditación, que ha sido traducido al inglés, ruso, checo, portugués e hindú.
  Le vejez le alcanzó, y le venció, fuera de Cuba. Con todo, nunca olvidó a su patria. Cuando  los periodistas  Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco le preguntaron, ¿cómo consuela la tristeza que impone la lejanía?, respondió: “Durante años he combatido la nostalgia con la esperanza repetida de que algún día se me haga posible regresar a mi país”.
  Ya no regresará físicamente, pero el espíritu de José Lorenzo Fuentes tendrá un lugar en Santa Clara, en la Isla toda, y cada vez que alguien lea uno de sus cuentos, novelas o crónicas –y seguramente el número de lectores irá creciendo al reencontrarse con la legítima cubanía del autor– le llamará a su lado, el lado humano que está más allá de cualquier temporalidad ideológica de factura política.


viernes, 15 de diciembre de 2017

Elizabeth Dortch Barnard


   Hoy, es común que en cualquiera de las más de 40 mil oficinas de correos que existen en Estados Unidos,   seas recibido por una mujer. Pero cuando, a principios del siglo XX, la joven Elizabeth Dorth Barnard  se presentó a  la dirección del Departamento de Correos de Tampa a solicitar trabajo, la respuesta del ejecutivo que la atendió fue tajante: allí no había ocupación para mujeres.
  En una época en que no era posible el voto de la mujer para elegir a los gobernantes, el mismo hecho de aspirar a la última posición de aquel departamento era un atrevimiento. Pero Elizabeth era una mujer tan atrevida como insistente y en 1907 logró que la admitieran para un puesto de taquígrafa. Tenía entonces 26 años, dos hijos y, siendo tan joven, ya cargaba con el infortunio de la viudez.    
Aunque nació en Bradenton, se mudó a Tampa al contraer matrimonio con Ulysses Barnard, en 1899, noticia que apareció en el Manatee River Journal, el 28 de  septiembre de ese año: “El sábado 23, al mediodía, el reverendo IS Patterson ofició la boda del Sr. UG Barnard y la señorita Lizzie Dortch, quienes  se unieron en matrimonio (…) sus numerosos amigos les desean mucha felicidad en su nueva relación en la vida. Ellos abordaron el barco a vapor en Manatee, y están pasando el resto de la luna de miel en Tampa. El Sr. Barnard es el segundo oficial en el barco de vapor de Plant Line Olivette, que necesitará una residencia en Port Tampa City”¹.

  Es muy probable que Lizzie ­­­–como llamaban a Elizabeth–  oyera mencionar en aquellos días el nombre de  Mabel ­Williams. Recién había culminado la guerra en Cuba y en su último capítulo el puerto de Tampa –y el Olivette en que trabajaba su esposo– habían desempeñado un rol de primer nivel en los viajes de ida y vuelta de los soldados que participaron en ella. Seguramente la Oficina de Correos de Port Tampa nunca estuvo tan activa como en aquellos días e, increíblemente, una mujer, Mabel, estuvo a la vanguardia de los servicios prestados al país por ese departamento. Probablemente ese recuerdo  impulsó a Lizzie a insistir en aquel empleo, aunque le reiteraran que era para varones.
De hecho, los orígenes y siglos de existencia de esa noble profesión estuvieron en manos de los hombres. Tal vez en los inicios, mucho más en los pies, pues había que correr largas distancias para llevar el mensaje, de hablado a escrito, a las distancias menos imaginadas. De allí surgió la voz correo, derivada del acto de correr a cumplir una misión en la que, muchas veces, iba la vida. De los pies humanos pasó a los equinos, a los famosos caballos de posta, pero al entrar Elizabeth en la profesión ya las cartas viajaban en trenes o barcos, a decenas de kilómetros por hora.
  En las primeras décadas del siglo XX, cuando resultaba difícil para una mujer acceder a un puesto laboral que a principios del siglo XX estaba en manos de  los hombres, es admirable apreciar como Lizzie pudo convertirse  en directora del Departamento de Correos de Tampa, no sólo a pesar de su condición femenina, sino también compitiendo con eficaces ejecutivos que debían ambicionar esa posición federal, con el agregado atractivo de ser bien pagada. Se ha mencionado que durante el tiempo en que ocupó ese cargo, Elizabeth fue la mujer mejor remunerada en el sistema de correos de toda la nación.
Durante diez años, ella  se mantuvo en esa ocupación, en el marco de un crecimiento dinámico de ese sector, animado con el auge que estuvo experimentando en ese tiempo la ciudad. Ella recibió el departamento con 19 carteros y lo entregó con un total de 113,  con 16 nuevas oficinas postales creadas en ese tiempo.
  No fue el azar quien determinó la inserción del nombre de Elizabeth Barnard en la historia de Tampa. Fue su fortaleza de ánimo, capacidad de sacrificio, perseverancia,  carácter y talento, quienes le permitieron salir airosa ante el deber primario de criar sola a sus hijos y desempeñar un cargo de primera importancia en la comunidad. Horas de estudio y trabajo, como cuando asistía al Tampa Business College, días de continuo esfuerzo en  el aprendizaje  y la enseñanza, hicieron de ella una mujer adelantada a su tiempo y un ejemplo para todas las generaciones siguientes,  para nuestro tiempo y el por venir.
  No hay mucha información relacionada con su actividad posterior a 1933, año en que termina su liderazgo en el sistema de correos de Tampa. Vivió hasta los 79 años y valdría la pena buscar testimonios de su labor hasta 1960, cuando murió en la ciudad de Jacksonville. De todos modos, el ejemplo que nos lega en su papel de primera mujer al frente del Departamento de Correos de Tampa, es suficiente para que su busto en bronce haya sido incluido entre quienes, desde ese altar patrimonial, transmiten a quienes pasean por Tampa River Walk – y desde ellos a todos– el espíritu de los que hacen crecer el entorno en que viven.
  Citas:

  1. https://www.findagrave.com/memorial/26039404.
Publicado en La Gaceta, 15 de diciembre, 2017

viernes, 8 de diciembre de 2017

Frank Scozzari Adamo

  En la entrada a Tampa desde  su ancha bahía, donde el estuario del río Hillsborough se abre como una avenida natural, el panorama se ha ido enriqueciendo con efigies talladas que representan a las personalidades que más han contribuido a su crecimiento material y espiritual. 
  A ello ha contribuido, junto a la administración de la ciudad,  la organización sin fines de lucro “Amigos de Riverwalk”, en alusión al sendero peatonal que se extiende en ese bello lugar, como un extenso paseo que, además de admirar el imponente horizonte, rinde honor a diversas figuras esculpidas en bronce para integrarse al entorno como ejemplos permanentes.
Frank Scozzari Adamo
    Así, en el Paseo Tampa’s Riverwalk, 30 esculturas informan al visitante sobre  los héroes venerados de la ciudad. A la imagen de Henry B. Plant, Vicente Martínez Ybor y otros, se suman ahora seis nuevos rostros, develados el pasado 1.° de diciembre frente al Centro de Convenciones, en un acto breve y emotivo, en que el Alcalde  de la ciudad, Bob Buckhorn, junto a  Steve  A. Anderson, presidente de Friends of the Riverwalk, develaron el busto en bronce de Frank Adamo,  Elizabeth D. Barnard, Ossian B. Hart,  Victoriano Manteiga, Benjamin Mays y  Stephen M. Sparkman, quienes expresan, como destacó el Alcalde en su breve discurso, no sólo la grandeza de su obra, sino también la diversidad étnica y cultural que caracteriza la fisonomía tampeña.
  Como es imposible en una reseña resumir las seis biografías,  prefiero dedicar a cada uno de ellos el espacio de esta columna,  aun cuando este compromiso no sea de aparición continua. Para ello, la primera de las seis glosas se fija en Francisco (Frank) Scozzari Adamo.
  Adamo fue uno de los primeros hijos italianos de Ybor City, pues nace en enero de 1893, de ascendencia siciliana, cuando diversos correligionarios de su padre comienzan a integrarse al poblado recién fundado. Como hijo de Giuseppe Scozzari y María Leto, lo razonable es que fueran esos sus apellidos, pero en algún momento incorporó el que vino a tomar notoriedad.
  Como era común en el barrio de Ybor City, compuesto esencialmente por familias de emigrantes pobres,  la mayor parte de los nacidos aquí a fines del siglo XIX comenzaron a trabajar casi niños. Así lo hizo Frank y en edad escolar consumía una parte de su tiempo laborando en fábricas de tabaco. Pero vino al mundo con la gracia de la inteligencia y la voluntad. A los 17 años viajó  Chicago y allí, trabajando y estudiando a la vez, culmina la enseñanza secundaria y matricula en el prestigioso Rush Medical Institute, donde obtiene el diploma de médico, en 1919, a los nueve años de salir de Tampa. Entonces regresó, con orgullo y disposición de servicio, a la ciudad que lo vio nacer.
  Enseguida, el joven médico  sobresalió y en 1932 lo nombran Director del Centro Asturiano. Cinco años después es Director Médico del condado de Hillsborough y más adelante lo eligen a la presidencia de la Asociación Médica de este lugar.
  Sin embargo, sus ascensos y reconocimientos más publicados se relacionan con sus acciones  en el campo militar. Se inscribió voluntariamente en las Reservas del Ejército desde 1923. En 1940, cuando había comenzado la Segunda Guerra Mundial,  Adamo es llamado a las filas militares con el grado de Teniente Coronel. Cuando, en diciembre de 1941, a las pocas horas del ataque japonés a Pearl Harbor, Estados Unidos entra en la guerra, el médico tampeño  ya está en Filipinas, junto a las primeras tropas antifascistas de la nación.
  Las fuerzas japonesas invadieron a Filipinas el 25 de diciembre de 1941, cuando Adamo trabajaba en el Hospital General Stemberg, en Manila. Sobrevivió a los bombardeos  y pudo sumarse a los sobrevivientes que fueron evacuados a Bataan, perteneciente al grupo de islas denominadas Luzón.  Fueron días de constantes ataques japoneses, con cientos de víctimas diariamente, donde los médicos llegaron a hacer transfusiones con su propia sangre, en un hospital internado en el bosque. En abril de 1942 volvieron a ser evacuados a dispensarios subterráneos, donde nuestro médico siguió salvando vidas. Hay muchos testimonios sobre su participación en aquellas circunstancias y siempre se le señala como un ejemplo de valor y entrega a su misión. Uno de ellos aparece en las Memorias de William N. Donovan –también médico estadounidense,  radicado en aquel lugar con el grado de Capitán– quien refiere algunas anécdotas sobre las excepcionales cualidades profesionales y humanas de nuestro héroe.
  A Adamo le correspondió trabajar, en los años más cruentos de la guerra, en aquella isla filipina de Luzón, donde iban a parar cientos  de prisioneros de guerra, a quienes había que tratar no sólo las heridas de guerra, sino también la profunda desnutrición y epidemias como la malaria y el beriberi. El tampeño recordaría que en aquellos días su peso corporal bajó hasta las 95 libras.
  Cuando, a finales de 1944, la aviación estadounidense comenzó a apoderarse de aquel espacio asiático, la desnutrición amenazaba con aniquilar a los pacientes del Dr. Adamo y, seguramente, a él mismo. En febrero de 1945, las fuerzas japonesas se retiran del territorio filipino y, faltando solo unos pocos meses para la rendición de Alemania y Japón,  el audaz hijo de Ybor City había cumplido ejemplarmente su misión de médico estadounidense en campaña, ganando la hora ansiada del regreso. Durante todo aquel tiempo, la esposa de Frank, los hijos y el resto de la familia, apenas habían tenido noticias suyas. Por ello, la felicidad en todos se hizo indescriptible cuando, el 27 de abril de 1945,  entra triunfal a Tampa el médico soldado, luciendo sus condecoraciones militares, entre ellas la Legión del Mérito.
   Terminada la guerra, con las historias que recordaría toda su vida, el Dr. Adamo se reintegró a su profesión, a su familia, a su ciudad. Para el Hospital del Centro Asturiano fue su “médico más popular”, según una encuesta de 1960. Estuvo trabajando hasta los 80 años. Murió en 1988, muy cerca del lugar donde, 95 años antes, llegó a la vida. Y a escasa distancia, también, de donde comienza esa enorme vía que se extiende hasta Brandon, repitiendo, en cada intersección, el nombre que legó a la posteridad: Adamo. Ahora, junto a los otros bustos de bronce, en el Centro de Convenciones de Tampa, el ilustre tampeño de ascendencia italiana sigue entre nosotros.

  Nota. La fuente principal utilizada es la biografía publicada por “Friends of the River Walk”, en:  https://thetampariverwalk.com/francisco-frank-scozzari-adamo/
Publicado en La Geceta, 8 de diciembre, 2017.

jueves, 30 de noviembre de 2017

La presencia de John Brown

 Por Gabriel Cartaya

Al cumplirse, este 2 de diciembre, el 158 aniversario de la muerte de John Brown, creo conveniente recordar su nombre, no sólo por tratarse de un aniversario por muchas razones memorable, sino también por los mensajes que de su ejemplo nos alcanzan para enfrentar todo asomo de discriminación racial, cuando en el siglo XXI algunos intentan revivir teorías y acciones sobre una supuesta supremacía blanca.
   John Brown nació en Connecticut en mayo de 1800, en un cambio de siglo marcado por la existencia de la esclavitud en Estados Unidos, aun cuando la naciente Constitución de la nación había proclamado el derecho de los hombres a ser libres. Brown era blanco, pero heredó y acrecentó una conciencia antiracista. Su abuelo fue combatiente independentista y el padre un confeso abolicionista, a  quien vio desde la niñez proteger a los negros que escapaban de la violencia de la esclavitud.
 Ya siendo hombre, comenzó a vivir en una comunidad afroamericana cercana a Nueva York, construida en una propiedad donada por Gerrir ­Smith para que sirviera de refugio a los que huían de la plantación esclavista, pero también de formación educativa a sus miembros, quienes encontraron  en Brown uno de sus mejores preceptores.
        “Los últimos momentos de John Brown”. 
      Thomas Hovenden, 1882-84
 Pero el valiente John no  se limitó a predicar a favor del abolicionismo, pues como hombre de acción privilegió la lucha frontal contra los esclavistas. En 1856, creó una organización para enfrentar con las armas a los cazadores de esclavos. A partir de esa fecha, se convierte en un adalid antiesclavista de esa región y fue extendiendo su liderazgo a las comarcas vecinas. Los enfrentamientos armados entre los defensores de la esclavitud y los abolicionistas alcanzaron una gran notoriedad en la década de 1850. Entre las batallas de ese tiempo se  recuerda la de Black Jack, triunfal para el grupo comandado por Brown, en el marco de tenaces enfrentamientos para evitar que en el recién creado estado de Kansas  se introdujera la esclavitud. Claro que la desventaja de fuerzas era considerable, por lo que los esclavistas triunfaron en varias batallas, como la de Osawatomie.
 El líder Brown era ­consciente de que el camino armado era el único recurso posible para eliminar la esclavitud y fue consecuente con este credo, al entender que todas las propuestas pacifistas se estrellaban frente a los defensores del oprobio esclavista.  Por eso se propuso organizar sublevaciones armadas y crear comunidades libres compuestas por afroamericanos, como primer paso para lograr la emancipación total de la raza negra en Estados Unidos.
 En octubre de 1859, Brown comenzó a crear zonas liberadas en la parte occidental de Virginia. En ese empeño, con un grupo de hombres tomó el arsenal federal de Harpers Ferry, en la actual Virginia Occidental, consiguiendo el control de la ciudad. Pero ese pequeño grupo fue rodeado por una compañía del Ejército muy bien armada, comandada por el coronel Robert E. Lee. En el desigual combate murieron dos hijos de Brown y varios de sus hombres. Él fue herido y hecho prisionero. Le acusaron de traición, cuando en realidad estaba defendiendo el derecho constitucional del hombre a la libertad. El 2 de diciembre lo llevaron a la horca, en Charlestown, Virginia.
 Unos meses más tarde comenzó la llamada Guerra Civil, que vino a ser una especie de continuidad de la lucha que libró John Brown por la abolición de la esclavitud. Cuando los soldados abolicionistas marchaban al combate, iban entonando una canción a John Brown.
 Algo más de tres años después, Abraham Lincoln declaró la libertad de los esclavos en Estados Unidos, completando la lucha del  líder que le antecedió, quien pasó a la historia de la nación no sólo como un símbolo de la lucha antiesclavista, sino, por extensión,  como un modelo del enfrentamiento a todo tipo de discriminación racial.
    El legado histórico de Brown fue un referente en las luchas de la década de 1960 por los derechos civiles en Estados Unidos. Por ello, su permanente ejemplo ha sido recreado por diversos músicos, pintores, escritores  y cineastas. La canción “Meteor of War”, del grupo de rock Rancid, la novela de  McBride The Good Lord Bird o la película “Santa Fe Trail”, de Michael Curtis, son sólo unos ejemplos de la trascendencia, el servicio, con que nos sigue acompañando el paradigma  de John Brown.
 Publicado en La Gaceta, el 1.° de diciembre, 2017




miércoles, 22 de noviembre de 2017

Ferdie Pacheco

El pasado jueves, 16 de noviembre, murió en Miami uno de los hijos egregios de Tampa, cuando le faltaban tres semanas para cumplir los 90 años de edad. Al llegar a su ciudad la noticia de que  había dejado de latir el  corazón de Ferdie Pacheco, la sensación de pérdida fue acompañada por el orgullo de  pertenencia hacia el artista que nació en ella y le dio brillo con su prolífica obra.
Cuando entré  a La Gaceta el viernes por la mañana, Patrick Manteiga tenía sobre su mesa de trabajo fotografías, pinturas y escritos de Ferdie Pacheco, como primer homenaje desde este periódico al creador que tanto le aportó y en cuyas páginas se hizo común su nombre, tanto por sus dibujos y escritura como por las reseñas que otros autores publicaron acerca de su obra.    
Al comentarme la triste novedad, la primera obra de Pacheco a  que aludió Manteiga fue  a una pintura que  sobresale en una sala del periódico: el retrato que inmortaliza a la figura de Roland Manteiga, dibujado por el artista en1995 y en el que, en un juego de luces y sombras, el artista plasmó los rasgos físicos y de personalidad más sobresalientes del segundo editor de La Gaceta.
También vi sobre la mesa un número de esta publicación correspondiente a diez años atrás. En la primera página del mismo sobresale una  imagen en la que es fácil adivinar el estilo del pintor desaparecido. Presidiendo la obra pictórica, se lee la noticia de la fecha: Ferdie Pacheco, Hombre Hispano del Año.  En el artículo donde se inserta esta imagen, escrito por Patrick Manteiga y  Paul Guzzo, encuentro un resumen de los méritos que le hicieron merecer el lauro, especialmente su obra escrita en rescate de los valores hispanos de Ybor City. Los autores se refieren al libro Crónicas de Ybor City, publicado en 1994, donde Pacheco recoge momentos importantes de la memoria personal y colectiva de este pueblo, rescatando historias de personalidades, lugares y costumbres, en un texto enriquecido con valiosas fotografías. Asimismo, los autores recuerdan su influencia en la universalización gastronómica de Ybor City, a través de dos textos emblemáticos: Libro de cocina del restaurante Columbia y Libro de cocina de Navidad en Ybor City.
En el artículo citado, se alude a una novela escrita por Pacheco y publicada por capítulos en La Gaceta, al estilo en que en el siglo XIX Honoré de Balzac entregaba sus trabajos a diarios como Le Siècle.  En Tampa, los lectores pudieron seguir los capítulos de El lector en nuestra publicación, disfrutando de una ficción entretejida con historias reales de la ciudad que el ingenioso autor juntó en esta obra.   
Las amplias cualidades de Pacheco como artista se desbordaron en la escritura y la pintura, describiendo a la ciudad que le vio nacer y expandiendo al universo su riqueza histórica y cultural. Pero su pluma y pincel no se limitaron a Tampa, pues Cuba, la patria de sus ancestros, estuvo en él permanentemente. Entre sus retratos a figuras históricas de la Isla, habría que destacar las que hizo a José Martí y a Victoriano Manteiga. Asimismo, figuras de relieve universal, como Mahatma Gandhi, fueron recreadas por el cerdamen de Pacheco con una exquisita originalidad.
Tampoco es posible hablar de Fernando Pacheco, su nombre original, sin  mencionar la ciudad de Miami, donde asistió a la universidad y se hizo médico. En esta profesión alcanzó una gran notoriedad al convertirse en el galeno de cabecera del boxeador más famoso de todos los tiempos, el campeón Cassius Clay –Mohamed Ali–, a quien acompañó desde 1962 hasta 1977, estando en la esquina del cuadrilátero en las peleas más importantes del campeón. Tal vez por su temperamento, afán de servir e influencia sobre el glorioso púgil, es que a Pacheco, un permanente luchador,  comenzó a llamársele “El Doctor Lucha”.  Al terminar su compromiso con Ali, quien estaba ya al término de su carrera, Pacheco se desempeñó  por algún tiempo como comentarista de boxeo para la televisión, sin dejar de seguir siendo el pintor y escritor de siempre.
Con la muerte de Ferdie Pacheco, su familia pierde al acompañante de una larga ruta de amor y enseñanza, las ciudades de Tampa y Miami a un estudioso agudo, narrador enamorado de su cultura; y el mundo a un “buen hombre”, como me dijo hoy Andy Celeiro, quien tuvo el privilegio de ser su amigo. Que descanse en paz, deseamos a Ferdie Pacheco desde La Gaceta, en cuyas páginas seguirá viviendo.












martes, 21 de noviembre de 2017

De una conversación con Oscar D' León en Tampa

El pasado 5 de diciembre, en el Festival Conga Caliente que se celebra en Tampa, tuve la oportunidad de conversar brevemente con Oscar D" León, uno de los invitados a amenizar la ya tradicional fiesta  con que se cierra en la ciudad el Mes de la Hispanidad.

viernes, 17 de noviembre de 2017

El Festival Conga Caliente y la creación de una nueva tradición en Tampa

  Las fiestas llegan a convertirse en una representación simbólica de la identidad local, regional o nacional, cuando contribuyen a afianzar los lazos de la comunidad mediante el difrute colectivo de diversos elementos concurrentes: música, baile, comida, bebida, charlas y otras atracciones, en medio de una atmósfera de expansión comunicacional que se hace habitual y requerida.
     Los fundadores del Festival Conga Caliente –Alex Coda y Maritza Astorquiza–, están contribuyendo a construir la génesis de un patrimonio cultural, en la medida en que el nombre de un festival es identificado por la comunidad tampeña como un espacio donde miembros de diversos pueblos que conforman la ciudad se juntan a exponer tradiciones que le caracterizan y que, al juntarse, crean un nuevo universo identitario.
 La adhesión ­creciente a ese día festivo (generalmente el primer domingo de noviembre), reúne a decenas de miles de personas, dada su asiduidad y  aceptación popular.
 Así, lo que comenzó como un evento más se va convirtiendo en un  ritual festivo de pertenencia colectiva, en el que afloran diversas particularidades de una identidad hispanounidense, como suma integradora de componentes culturales de diversas procedencias que, sin embargo,  se asumen como propios en la fiesta común.
 Otras fiestas que se repiten en la ciudad (excluidas las relacionadas con Halloween, Thanksgiving y otras de sello tradicional estadounidense), no alcanzan el significado de Conga Caliente por resultar excluyentes, como son todos los eventos cuya participación tiene una exigencia monetaria y, de hecho, su asistencia a ellas no se hace popular. El primer acierto de los creadores de esta festividad que se realiza en el céntrico Parque Al López, fue concebirla en un lugar donde pueden entrar, sin reservación ni pagos, todos los hijos de la ciudad atentos a la cultura hispana y donde, de hecho, el idioma que se habla es el español, el más fuerte vehículo de defensa de una cultura. 

  En la edición de 2017, el pasado 5 de noviembre, pudimos disfrutar de los ritmos musicales de México en la voz del cantante Pedro Rivera, la voz de la cubana Aylin y la Máquina Timbera,  Andy Andy, un astro de la bachata dominicana y  Michael Pelayo, nacido en Arizona de matriz mexicana. En todos los casos, la afinidad con el ritmo, letra y voz del artista, operó en la multitud un sentimiento perceptible de identificación.
Oscar D'León en el Festival Conga Caliente
  Finalmente, estuvo Oscar D’León, el Sonero Mayor, o Faraón de la Salsa, como también se le dice. De son y salsa quise saber al preguntarle por sus ­orgígenes y me dijo, en expresión de máxima síntesis: “Es lo mismo. Hoy todo eso se llama salsa. El origen es cubano. Oir esa música es lo que me movió, desde niño. Es esa la música que me permitió ser lo que soy”. Al instante, en un clima de inmediata confianza y sinceridad, aseguró D’León que mucho le debe a la música cubana: “Porque el son, el guaguancó, la rumba, son cosas de aquella época que todavía la gente aclama”. Insití en Cuba y en su visita a la Isla, en 1983, para escucharle: “Siempre la música cubana es sinónimo de alegría, sinónimo de recuerdos, sinónimo de interpretación en buena lid. A mí me quedó esa música. Recuerdo a Cuba con mucho cariño, con ansias de volver”. Al preguntarle por qué no hacerlo, insinuándole el impacto que sería una visita suya al Oriente cubano, a los orígenes del son y de tantos soneros, me dijo, con marcada brevedad: “La política..., está la política por medio”. No insistí, porque también fueron matices políticos los que determinaron la quema de discos suyos en las calles de Miami, cuando llegó la noticia de que el venezolano había cantado al pueblo de Cuba.
  Después le pregunté por ­Benny Moré y Celia Cruz, incomparables soneros que desbordan el espacio y el tiempo. “Eran lo más grande, en su época lo que grabaron lo hicieron en vivo, no como hoy que repetimos 3 o 4 veces para lograr calidad y afinación. Ellos lo hacían una sola vez”. Entonces el músico se detuvo, casi con reproche de que yo no nombrara “La combinación perfecta”,  la famosa producción que hizo con “La guarachera de Cuba”.  Pero lo recordó él, con la misma devoción que dijo del bárbaro del ritmo: “¿Al Benny?, admirarlo y tomarlo como un ejemplo”.
  Conversé con Oscar D’León cuando todavía no había llegado a la tarima, donde llenó de entusiasmo a la multitud.  Por eso, no era posible oirle una opinión sobre el festival. Pero, mientras captaba con mi cámara el mar de pueblo aplaudiendo al incomparable sonero, confirmé el alcance de una fiesta que ya es un legado de la ciudad.
  En una época en que se acentúa la individualización, extremada con el uso de la tecnología digital y el aislamiento de las personas  se extiende hasta el hogar, es de alegrarse con un festival como Conga Caliente, donde no vi a muchas personas con un celular en el oído,  y a nadie abriendo una pestaña de Android,  porque todos estaban disfrutando el espacio festivo compartido. Así fue, hasta cuando Oscar D’León, hasta la última luz del día,  se despidió entre aplausos. El recuerdo de esa experiencia vivida será, como ocurre en la construcción de las costumbres, el leivmotiv más fuerte para esperar su reaparición el próximo año. 
  He dejado para el final el momento de agradecer. Primero, a sus fundadores, Maritza Astorquiza y Alex Coda, propietarios de Coda Sound, una compañía local de producción de eventos, quienes fundaron este festival en 2004, tal vez sin imaginar que iba a imponerse como la más masiva fiesta hispana de la localidad. A su vez, reconocer a la gran cantidad de firmas que año tras año contribuyen a su ejecución, especialmente Mundo Fox, su principal patrocinador, pero también a la estación de radio Rumba 1065, Chevrolet, McDonald’s, Publix, Estrellas TV, el periódico Centro Tampa, entre otras instituciones. Y claro, agradecer el apoyo de las autoridades de la ciudad a la feliz realización de este  evento, primeramente a su alcalde, Bob Buckhom, un entusiasta participante de Conga Caliente.

    Y, claro, a cada asistente que al bailar, cantar, aplaudir y aclamar, reafirma el orgullo de su tampeña hispanidad.
Publicado en La Gaceta, 11.17.17

viernes, 10 de noviembre de 2017

Entrevista a Albert A. Fox, tenaz defensor de las relaciones entre EE.UU. y Cuba

Por Gabriel Cartaya
 Conozco a Al Fox –como todos llaman a Albert A. Fox Jr.- desde que comencé a trabajar en La Gaceta. En la primera conversación que sostuve con él, comprendí que Cuba constituye para él una pasión desbordada. Ha dedicado más de 15 años a luchar a favor de que las relaciones entre Estados Unidos y la Mayor de las Antillas sean normales, debidamente abiertas como con el resto del mundo, incluyendo países con sistemas políticos de orientación comunista, como es el caso de China o Vietnan.
En ese esfuerzo, en 2001 creó la “Fundación Alianza para una Política Responsable hacia Cuba”, ha visitado numerosas veces  La Habana, ha propiciado los intercambios de delegaciones culturales y empresariales entre la ciudad de Tampa y la Isla, ha influido en la firma de acuerdos de  colaboración  entre  ambos países y fue una figura importante en el acercamiento que se produjo entre los dos gobiernos en el último tiempo del gobierno de Barack Obama.
  Ahora, cuando ha retrocedido el nivel de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, por intereses políticos que desconocen el verdadero latido de ambos pueblos, Al Fox ha vuelto a La Habana con una pequeña delegación de Tampa y Saint Petersburg, insistiendo en su convicción de que lo mejor para los cubanos, para los tampeños, para los estadounidenses y para todo el mundo, es que, respetando la diversidad de pensamiento,  de estructuras políticas y de decisiones nacionales, se fortalezcan verdaderas relaciones de intercambio y amistad entre los dos gobiernos, porque sólo así estarían cumpliendo  con el deseo del pueblo a quien deben representar.
  Para escuchar la opinión de Fox sobre el tema de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba y su papel en la búsqueda de normalizarlas, le hago unas preguntas a las que respondió con amabilidad.
 Tampa ha jugado un papel importante en el esfuerzo por normalizar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Especialmente, la Fundación Alianza para una Política Responsable hacia Cuba, que usted fundó en 2001, ha trabajado intensamente a favor de esa política que tuvo logros importantes durante el segundo período del gobierno de Barack Obama. ¿Cómo valora el trabajo realizado durante tantos años a favor de la normalización de las relaciones entre ambos países?
   Me enorgullece mucho haber podido desempeñar un pequeño papel en lograr que Elián González regresara a Cuba y también en la liberación de los llamados “Cinco”, que cumplían en Estados Unidos injustas condenas de prisión. También logramos influir en el  importante papel del senador estadounidense Jeff Flake, quien contribuyó a mejorar  las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Lo llevamos a La Habana por primera vez. Debido a las importantes contribuciones de la “Alianza…” hoy tenemos en Tampa una mayoría en el Concejo Municipal, la Comisión del Condado, la Autoridad Portuaria, la Autoridad Aeronáutica, en medios de comunicación locales y el apoyo de la congresista Cathy Castor, que están llamando a que se ponga fin al embargo impuesto por Estados Unidos a Cuba.
¿Cómo aprecia el progreso logrado en las relaciones bilaterales a partir de diciembre de 2014?
Del 17 de diciembre de 2014 al 15 de junio de 2017, las relaciones entre Estados Unidos y Cuba cambiaron radicalmente y mejoraron por primera vez, en 55 años. El pueblo cubano ha estado contento con los esfuerzos que hizo la Administración de Obama para restablecer las relaciones diplomáticas. El gobierno cubano ha permitido la venta de propiedades, las pequeñas empresas estaban comenzando a florecer, los cubanoamericanos comenzaron a viajar a Cuba en mayor número y los viajes de estadounidenses a la Isla se facilitaron. Todas las partes estaban entusiasmadas por la mejoría de relaciones.
  Desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, comenzó una regresión en los logros alcanzados en esa dirección. ¿A su juicio, qué factores  contribuyen a las nuevas acciones que está tomando la Casa Blanca en relación con Cuba?
  Con la elección del presidente  Donald Trump, las relaciones entre Estados Unidos y Cuba  están volviendo a los días de “La Guerra Fría”. Las nuevas restricciones de Trump hacia Cuba son antiamericanas e inmorales. Los tipos de la “mafia cubana de Miami” deberían estar avergonzados de sí mismos por seguir apoyando una política de guerra fría impulsada por el odio, la venganza y la arrogancia.
  Es repugnante, patético y antiamericano que el presidente Trump haya permitido que una minoría de cubanos extremistas en Miami y Union City, Nueva Jersey, revierta los primeros logros después de 55 años de hostilidad de Estados Unidos hacia Cuba. Anular la política de Trump hacia Cuba tomará cinco años, al menos, después de que éste abandone el cargo, que debe ser en su primer mandato. Él no es el único a quien culpar. Pocas personas entienden que fue durante la presidencia del demócrata Bill Clinton cuando, realmente, se colocó a Estados Unidos en una posición tan terrible con respecto a las relaciones entre este país y Cuba,  mediante la firma de la legislación Burton Helm. Un presidente republicano nunca la habría firmado.
Usted viajó a Cuba recientemente y pudo apreciar el interés del gobierno y el pueblo de Cuba en no dañar lo que se ha avanzado en las relaciones entre los dos países. ¿Cómo evalúa la tensión que se ha creado a partir de los supuestos ataques acústicos contra diplomáticos estadounidenses en La Habana?

Al Fox (der.), en La Habana, en octubre de 2016

  Es triste el comentario que el país con la democracia más grandes del mundo ha creado, con una propaganda de la CIA encaminada a destruir las relaciones entre los dos países. No es una noticia veraz, no hay evidencia de que el gobierno cubano esté perjudicando a los diplomáticos estadounidenses en La Habana. ¡Ni uno! Toda la habladuría sobre “ataques sónicos” es una tontería que parece más bien una película de “James Bond”. Es una mentira total.
  ¿Cómo usted ve el futuro próximo de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba?
  Si los cubanoamericanos no se levantan y muestran su disgusto e indignación con esta nueva política del gobierno, va a llevar años y años para que las relaciones entre Estados Unidos y Cuba vuelvan al nivel de las que empezaron el 17 de diciembre de 2914.
  Y en Cuba, no vas a encontrar un cubano que apoye la política de Trump o Marco Rubio.

 Publicado en La Gaceta, 10 de nov. de 2017

viernes, 3 de noviembre de 2017

Emiliano Salcines, imagen en bronce de una vida ejemplar

Por Gabriel Cartaya

La costumbre de esculpir la figura humana en piedra, madera, yeso, bronce u otro material es una práctica del hombre desde la antigüedad y común en todas las civilizaciones. En todos los casos, expresa el reflejo simbólico de una realidad, independientemente del paradigma que justifique  su creación, nazca desde la inspiración del artista o por solicitud de determinado tejido superestructural de la sociedad.

     Aunque el origen de las estatuas se vincula a las creencias mágico religiosas y desde los orígenes de la jerarquización social ha prestado un servicio político en defensa de las ideologías dominantes –exacerbando el culto a la personalidad– hay otra tradición que refleja el aspecto más positivo de su existencia: la representación física de una persona ­destacada de la comunidad,  como reconocimiento y gratitud por los servicios extraordinarios prestados y como ejemplo del presente a las generaciones vivas y venideras. Son las verdaderamente trascendentes, pues su legitimidad no se relaciona con las veleidades del poder o las tentaciones de la fortuna, sino con el cariño de la sociedad hacia sus figuras más emblemáticas.
Emiliano Salcines y su esposa, junto a la efigie de bronce
  En este ángulo encuentro la razón para que el Consejo Asesor Hispano de la bahía de Tampa haya develado, en el marco del Mes de la Herencia Hispana en Estados Unidos, la imagen en bronce de uno de sus hijos más (re)conocidos, el honorable Juez Emiliano J. Salcines, o simplemente EJ –con pronunciación inglesa–, como le llaman sus numerosos amigos. 
  No es el propósito de estas líneas extenderse en la amplia biografía de Salcines, sino, más bien, sumar esta columna al regocijo con que el pueblo de Tampa recibe una noticia que puede compartir con su hijo premiado. Es buena y útil la rareza de que el hombre pueda asistir, en plena conciencia, a un acto de esta naturaleza. Casi siempre las estatuas se levantan en homenaje a figuras cuya obra correspondió a generaciones anteriores. Así, en Tampa, encontramos monumentos dedicados a Henry B. Plant,  Vicente Martínez Ybor,  José Martí,  Al López, Dick Greco, Ronald Manteiga –por solo citar algunas de las muchas figuras insertadas en su historia–. Desde ellas nos llegan sus lecciones, pero esta vez nos seguirán acompañando –y ojalá por mucho tiempo–, desde el mismo hombre que, aun con cierto sonrojo proveniente de su modestia proverbial, asiste a la inauguración de una estatua en bronce a la que puede acercarse como a un espejo.
  Ante esa imagen podría desfilar el recuento de su ejemplar cronología, desde el nacimiento en West Tampa aquel lejano 18 de julio de 1938, recordando al padre asturiano que le dio nombre, como a la madre, Juanita Rodríguez. Es rememorar la niñez en el barrio en que vive todavía, la escuela, los juegos y cantos. Después, la  Academia Militar de Riverside, en Georgia, y de allí su tiempo en Florida Southern College, y luego a South Texas College of Law, en Houston, donde se graduó de Abogado.
  Cuánta historia acumulada en el ámbito profesional podría acudir a la memoria del primer fiscal hispano en el condado de Hillsborough, cargo para el que fue electo cuatro veces. Desde la posición de Magistrado, las complejas decisiones que corresponden a la sabiduría y honradez del enjuiciador, a tono con la actitud que predicó José de la Luz y Caballero: “Sólo la verdad nos pondrá la toga viril”.
  También pasan por la mente de Salcines sus discípulos, los muchos que directamente han disfrutado de sus conferencias en diferentes universidades y otras instituciones y los que indirectamente se han servido de su obra escrita, como su Manual para estudiantes de Derecho, activo en varias universidades. También aquellos a los que asesoró, recomendó o educó en el difícil ejercicio de la jurisprudencia.
  Cómo no evocar momentos como aquellos en que fue invitado por los Reyes de España, Juan Carlos y Doña Sofía, al Palacio de la Zarzuela, donde le concedieron la Orden Isabel la Católica; o su atención a los mismos Reyes en la Casa Blanca, cuando el presidente Jimmy Carter le invitó a compartir un almuerzo con ellos. 
  Fue una misma emoción, agrandada por ser un reconocimiento de su ciudad, cuando le nombraron el Hombre Hispano del año, en 1993. Entre tantas distinciones por su obra a favor de la ciudad, una es recibida con devoción permanente por  Emiliano Salcines: el saludo cariñoso de los tampeños, quienes ven en él, ya de solemne toga en el estrado, de  saco y corbata en una conferencia o  de mangas cortas y short en las más humildes cafeterías de West Tampa, al amigo inteligente, culto, simpático y conversador. Son los amigos que ahora, al pasar frente al lugar donde se yergue su imagen en bronce, sonreirán complacidos, con la misma aprobación que el buen humor del homenajeado reaccionó al recibir la noticia: “Para aceptar, no tengo que morirme, ¿verdad?”. Pero nosotros sabemos –y deseamos como él– que vivirá mucho tiempo entre nosotros y que, cuando nos alcance la pena de dejar este maravilloso mundo, su efigie seguirá iluminando el futuro de la bahía de Tampa.
  Como  colofón del homenaje rendido a Salcines, el pasado sábado se realizó un acto en la Biblioteca de West Tampa, organizado por el Consejo Asesor Hispano de la Alcaldía y la Cooperativa de las Librerías Públicas del condado de Hillsborough. Nuestro emblemático Juez, desde llegar, entre sonrisas, abrazos y palabras, desbordó la emoción al entrar a un lugar de tanta historia y al que visita desde la niñez. Hablaron el Alcalde, el profesor Gary Mormino, entre otros, y se agradeció a las diversas instituciones que respaldaron la construcción de la obra escultórica. Allí, el carismático homenajeado, entre frases y gestos de cariño, mostró una felicidad infinita y merecida. Y como la gratitud es “la memoria del corazón”, según palabras sabias de Lao Tse, hay que dar las gracias también a Donna Parrino y a María ­Steijlen, quienes  compartieron la presidencia del proyecto de la efigie a Emiliano Salcines hasta su feliz culminación. A su vez, a todos  los que, al honrar a un hijo sobresaliente de la ciudad,  también se honran.
Publicado en La Gaceta, Tampa, 3 de noviembre, 2017


viernes, 27 de octubre de 2017

Festival Conga Caliente 2017

   Entrevista a Maritza Astorquiza
Por Gabriel Cartaya

   La expresión “conga caliente” se ha hecho común en Tampa, identificada con la esencia de la cultura hispana en la ciudad. Para muchos estadounidenses, incluso, aparece entre las pocas locuciones que aciertan a pronunciar con toda claridad. De alguna manera, la feliz nominación remite a un primer  proceso de transculturación operado en nuestro continente, al incorporar la voz africana conga a la española caliente y que al juntarse en un festival cultural en Tampa agregan otro ingrediente a la fusión de diversos pueblos.
      Durante el Mes de la Herencia Hispana en la bahía de Tampa, se asiste a una pluralidad de eventos que rinden homenaje a la larga presencia y utilidad de la hispanidad en la ciudad, pero ninguno alcanza la masividad que ha logrado el Festival Conga Caliente, que reúne en el Parque López a miles  de  hispanoamericanos,  pero también a decenas de anglosajones. Asimismo, es fácil adivinar, entre el gentío que canta, baila, toma una cerveza, juega dominó, o se acerca a los comestibles de aroma hispano, a  rostros de origen asiático, africano, europeo. En fin, una fiesta que tiene el acento iberoamericano, pero que invita a toda la diversidad poblacional de esta región floridana.

   Para saber del origen y algunas particularidades de esta celebración, hago unas preguntas a Maritza Astorquiza, quien junto a su esposo Alex Cora es fundadora y guía del evento, organizado a traves de su firma común –Coda Sound–,  con  patrocinio de importantes entidades de la ciudad.
   ¿Cómo se origina el Festival Conga Caliente, que es ya uno de los espacios culturales hispanos más populares en la bahía de Tampa?
   El Festival Conga Caliente se originó por necesidad de crear un evento hispano de alta calidad, a pedido del gobierno y alcaldía de Tampa.
   El concepto del festival, la creatividad y la producción, desde el comienzo ha estado a cargo de Alex Cora y yo, con nuestra empresa Coda Sound.
   ¿Qué ha significado para Coda Sound –la empresa de producción de eventos que diriges junto a tu esposo– ser la productora de Conga Caliente?
   Para Coda Sound ser la productora del festival es una forma de demostrar el potencial de nuestra empresa y un reto personal y profesional de crear y producir por 14 años un evento gratuito, familiar, para la comunidad,  respetando y manteniendo una alta calidad. 
   Este año, el evento llega a su edición número 14. ¿Cuáles son las atracciones principales que tienen previstas para su desarrollo?
   Este año 2017 contamos con “El león de la salsa”, Oscar  de León y “el romántico de la bachata”, Andy Andye; además estarán con nosotros Pedro Rivera, Aylin, conocida como  “la mákina timbera”,  Michael Pelayo y otros.
  ¿Qué es lo que más impacta al público durante la celebración del festival?
  Para nosotros lo más impactante durante la celebración del festival es la unión, la armonía dentro de la diversidad de la comunidad, sea o no hispana, cuando juntos aprecian, celebran y aprenden sobre la cultura hispana en los Estados Unidos.
                              Publicado en La Gaceta, 27 de octubre, 2017.