viernes, 23 de febrero de 2018

El busto de Ossian Bingley Hart en Tampa Riverwalk

Una imagen esculpida en bronce detiene al caminante que disfruta el recorrido por Tampa River Walk, ese espacio de Tampa pródigamente bendecido con el estuario del río Hillsborough: es el busto que rinde homenaje a Ossian Bingley Hart.
En las palabras cinceladas en la base donde descansa su figura, se plasman los momentos más relevantes de su biografía.
Pero como el cuerpo del pedestal obliga a muy apretada síntesis, inquirimos en el universo amplio de Internet, ese archivo-biblioteca global donde parece caber toda la escritura de la humanidad. Con el nombre en el buscador de Google, múltiples referencias nos van informando sobre el primer   Gobernador del Estado de Florida que nació en su territorio. Llegó a la vida  en Jacksonville, el 17 de enero de 1821, el mismo año en que España perdió la península floridana.
Los padres –Isaiah Hart y Nancy Nelson– le nombraron Ossian. El progenitor fue uno de los fundadores de esa ciudad floridana y un rico dueño de plantaciones esclavistas. Sin embargo, desde que el vástago comenzó a crecer, sus sentimientos se inclinaron en contra de la esclavitud.
Apenas rebasada la adolescencia, participó como soldado en la Segunda Guerra Seminola, la que culminó a principios de la década de 1840. Aunque entonces alcanzó grados militares, no siguió una carrera castrense, prefiriendo ir a la Universidad, a la que accedió por talento propio y fortuna económica familiar.
En 1843, ya abogado y recién casado con Catherine Smith Campbell, se establece en  Fort Pierce, al sureste de Florida.  Allí lo eligen para miembro de la Junta de Comisionados del condado de St. Lucie  y su representante en la primera Sesión Legislativa de Florida, en 1845, año en que ésta se convierte en el número 27 de los estados incorporados a la Unión.
Desde aquella Asamblea Legislativa, la voz del abogado Ossian B. Hart es sobresaliente. En una de las leyes que patrocina se aprecia un lejano antecedente de las luchas por los derechos de la mujer: la “Ley de propiedad de mujeres casadas”, mediante la cual se propuso asegurar la herencia privada de una mujer y su derecho a recibir el pago de los deudores de su esposo.
A fines de la década de 1840, se establece en Cayo Hueso, entonces la ciudad más grande de Florida. Allí, en el ambiente previo a la Guerra Civil, la esclavitud no tenía el rigor que mostraba en el resto del estado y los conflictos raciales eran más débiles, un clima que se atemperó a la sensibilidad del matrimonio Ossian-Smith.
En 1849, Ossian es electo al cargo de Fiscal del Distrito Judicial Sur, el que abarcaba desde la porción central de Florida hasta Cayo Hueso. Entonces, su presencia en Tampa es constante. Es llamativo un caso en el que defiende a un esclavo llamado Adam, al que logra salvar de la ejecución, aunque fue asesinado en la cárcel en el curso de la apelación.
La presencia de Ossian B. Hart en Tampa fue de notable importancia para la ciudad, no sólo como abogado o Fiscal del Distrito, sino también como empresario. Fue uno de los primeros promotores de que  el ferrocarril se extendiera de Jacksonville a Tampa, aunque no llegó a verlo realizado.
A fines de la década de 1850, cuando esta ciudad no llegaba a los mil habitantes, Ossian y su esposa vivieron en la esquina noreste de Pierce y la vía que hoy es Kennedy Boulevard, relativamente cerca del lugar donde ahora ha sido erigida su imagen.
En su vida política, se alineó con el Partido Republicano. En 1860 defendió la nominación de Abraham Lincoln para la presidencia de la Nación. Al iniciarse la Guerra Civil, se inclinó al bando que proponía la abolición de la esclavitud, incluso cuando el gobierno de su estado defendía una posición contraria.
Durante los años que duró el conflicto bélico, Ossian se mantuvo entre Tampa y Jacksonville. Su padre murió al estallar la guerra, dejando una  plantación de más de dos mil acres sostenida con mano de obra esclava.
En abril de 1865 concluyó la guerra y en octubre se realizaron elecciones para los cargos gubernamentales. En un clima muy tenso entre los bandos que se enfrentaron en la conflagración armada, el antiesclavista Hart perdió en Hillsborough su aspiración a la legislatura. A fines de ese año se radicó en Jacksonville, donde empezó una ardua labor en el llamado “Buró de Freedman”, ocupado en la reinserción de los antiguos esclavos a la vida de hombres libres. Dos años después, fue nombrado ­Presidente del ­Partido Republicano en  Florida. En 1868, no llegó a ser Senador de Estados Unidos porque la legislatura estatal le cerró el paso,  pero recibió uno de los tres escaños en la Corte Suprema estatal.
En las elecciones de 1872 quedó probada la popularidad alcanzada por Ossian B. Hart en esta región. La decimotercera enmienda de la Constitución de Estados Unidos, aprobada el 31 de enero de 1865, había abolido la esclavitud y todos los hombres libres tuvieron derecho al voto. ¿Y por quién iban a votar las masas negras de Florida sino por el hombre que, habiendo nacido en una plantación esclavista, combatió desde joven el oprobio de ese sistema y, en contra de las mayorías blancas sureñas, simpatizó con el norte liberador?  Peter W. ­Bryant, un lider afroamericano del condado de Hillsborough, nominó a Hart en la Convención Estatal Republicana y cuando el nombre llegó a las masas, gritaron enerdecidas a su favor.
En las elecciones de 1872 Hart se convirtió en el décimo Gobernador del Estado de Florida, siendo el primero nacido en este territorio. En su discurso inaugural, habló de proponer a hombres diligentes y honestos para las funciones públicas. Sabiéndole esas cualidades, propuso al afroamericano Jonathan Clarkson Gibbs para desempeñar el cargo de Superintendente de Instrucción Pública del Estado, siendo el primer hombre de su raza en ocupar esa alta responsabilidad.  En su discurso a la Legislatura de 1874 puso el acento en la educación gratuita sin distingos raciales y en la protección a los ciudadanos, en un momento donde los afroamericanos recién salidos de la esclavitud iniciaban su inserción en la vida libre.
Lamentablemente, comenzó a ejercer como Gobernador con la salud quebrantada y sólo pudo cumplir el mandato algo más de un año. El 18 de marzo de 1874 se apagó su vida, pero legó un ejemplo de consagración a las causas sociales y políticas más avanzadas de su tiempo. Asimismo, dejó huellas en Tampa de su paso por la ciudad, tan profundas como para ser elegido, a casi un siglo y medio de su muerte, para que su arquetipo nos  siga acompañando desde el busto de bronce en el sendero de Tampa River Walk.




jueves, 15 de febrero de 2018

Entrevista a Hugo Coya, ­autor del libro "Los secretos de Elvira"

Por Gabriel Cartaya
  La semana pasada, publicamos en esta columna una reseña sobre Elvira de la Fuente Martínez, mujer que desempeñó un papel  prominente en el servicio de espionaje inglés durante la Segunda Guerra Mundial. En esas líneas se hizo referencia al escritor peruano Hugo Coya, por ser el autor del libro Los secretos de Elvira, donde encontramos la apasionante biografía de la biznieta de Vicente Martínez Ybor –fundador de Ybor City–, escrita con un rigor histórico de tan alto nivel como su calidad literaria.
     Al informarnos sobre el intelectual peruano, supimos que hasta hace sólo unas semanas fue Presidente del Instituto Nacional de Radio y Televisión de su país. Periodista de una amplia y respetada trayectoria dentro y fuera de su país, fue uno de los fundadores de CNN en español, en Atlanta, en 1993. Ha sido productor general de Red Global, América Televisión y otras cadenas televisivas y ejerció  la  presidencia  de  la Editora Perú. Sus artículos periodísticos aparecen en diferentes publicaciones americanas y europeas. Es profesor de Periodismo Televisivo en la Pontificia Universidad Católica del Perú y ha impartido cursos de Periodismo Literario en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.
Ha publicado los libros Estación final (2010), Polvo en el viento: esplendores y miserias de un narcotraficante (2011), El periodista y la televisión (2014), Los secretos de Elvira (2014), Genaro (2015) y Memorias del futuro (2017). 
  Al leer el libro Los secretos de Elvira –cuya protagonista se vincula a Tampa por la línea sanguínea de Martínez Ybor–, envié a su autor unas preguntas que me respondió con prontitud y suma gentileza,  contenido que ahora comparto con los lectores de esta columna.
  Tu libro Los secretos de Elvira se lee como una novela, pero está basado en hechos reales. ¿Cómo llegaste a la figura de Elvira de la Fuente Martínez, la protagonista de esta obra donde se juntan tan bien historia y literatura?

La historia de esta mujer, en realidad, se parece más a una novela que a la vida real por su apasionante y rica biografía. Mucha gente, al leer mi libro, me lo dice porque hay diálogos, escenas, descripciones. Era una mujer cosmopolita, muy avanzada para su época. Libre de ataduras en un mundo tan distinto al actual que, quizás, por ello sorprende tanto y fascina. Mi primer contacto con su historia ocurrió en el 2005 cuando estaba haciendo la investigación para mi libro Estación final acerca de los peruanos que murieron en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, los datos eran parciales y sólo se conocía una de las falsas identidades que empleó: Elvira Chaudior. En esa época, hice algunas búsquedas, pero hallé muy poco.  
Hugo Coya, presentando Los secretos de Elvira
  ¿Llegó a tener ciudadanía peruana o se le atribuye por ser hija del peruano Edmundo de la Fuente? ¿Tuvo ella otros vínculos con tu país?
  Era una autentica ciudadana del mundo ya que, al ser heredera de la fortuna de familias ricas de Cuba y el Perú en aquella época, pasaba mucho tiempo viajando por diferentes lugares. Tenía la ciudadanía peruana por su padre, quien era el encargado de negocios de la embajada en París durante la guerra. A su madre también la valoraba mucho y se enorgullecía de sus raíces cubanas y españolas. Su madre y su abuelo ayudaron a numerosos cubanos pobres que emigraron a Estados Unidos, principalmente en el sur de la Florida y Nueva York. Estuvo varias veces en Perú, pero pasó la mayor parte de su vida en Europa: Londres, París, la Costa Azul francesa, Madrid, etc.
  ¿Cómo fue el proceso de investigación que te permitió adentrarte en la vida real de una figura que, en el torbellino de acontecimientos, lugares y actitudes en que se desarrolló, parece de ficción?
  Fue una investigación que llevó casi tres años. Viajé a lugares como Londres, Madrid, París, Miami, Tampa, Nueva York. Recorrí bibliotecas, hurgué en archivos, etc. Con estos elementos, pude recrear varios aspectos de su vida porque ella mantenía un diario personal donde anotaba sus memorias. Además, como murió en 1996, entrevisté a sus familiares y varias personas que la conocieron. También tuve acceso a su expediente completo y a documentos desclasificados del servicio de inteligencia británico.
  Cómo evalúas la contribución de Elvira de la Fuente en  los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial donde participó?
  No se le ha dado el verdadero sitial ni el reconocimiento que merece por el extraordinario papel que cumplió en la Segunda Guerra Mundial. Arriesgó su vida numerosas veces porque, si los nazis la descubrían, hubieran ordenado su muerte sin contemplaciones.
   Tuvo un papel decisivo para salvar Londres y sus habitantes de un ataque inminente con armas químicas. En 1943, les dio información falsa a los nazis diciendo que los británicos ya sabían del plan y que, en caso de que atacaran, los británicos contraatacarían con armas mucho más letales a Berlín. Lo cierto es que, en ese momento, los británicos no contaban con armas de ese tipo.
  Otro hecho importantísimo para el triunfo de los aliados fue su papel en el Día D. Engañó a los nazis sobre el lugar donde se iba a producir el desembarco que se concretó el 6 de junio 1944 en las playas francesas de Normandía. Había convenido con los alemanes en enviar un telegrama en clave al Banco Espíritu Santo de Lisboa, solicitando un dinero para supuestos pagos a su dentista. El monto correspondería a las coordenadas del presunto lugar del desembarco. Los alemanes creyeron en sus informaciones, movilizaron la mayor parte de sus tropas a ese lugar y los aliados llegaron por otro sitio.  
  En la cultura peruana, donde su fuerte acento católico ve muy mal la unión matrimonial de personas del mismo sexo, ¿cómo se recibió un libro donde la relación amorosa de la protagonista en sus últimos años es otra mujer? ¿O prevaleció la mirada hacia una especie de heroína que contribuyó a la derrota del fascismo?
  No cabe duda de que se trata de una persona polémica, muy controversial. Sin embargo, el libro ha sido un éxito de ventas en el Perú. Ha recibido muy buenas críticas. Es cierto, algunos sectores conservadores se mostraron escandalizados por las revelaciones, tomando en cuenta su condición de bisexual. Sin embargo, en general, el público peruano y de otros países ha recibido la historia muy bien. Con cierta frecuencia, recibo correos de personas que acabaron de leer el libro y lo elogian. Muchos de esos  correos  son de mujeres fascinadas con la vida de esta mujer de raíces peruanas, cubanas y españolas y que fue tan importante para la historia contemporánea.
  En una entrevista para El Comercio, declaraste que “sobre Elvira hay muchísimas más historias, pero no las incluyo porque no las pude confirmar”. ¿Quisieras compartir alguna de ellas con La Gaceta?
  Ella no es la clásica heroína de la Segunda Guerra Mundial. No, al menos, en la forma que Hollywood y el cine, nos la presentan tradicionalmente. Le gustaba la buena vida, la buena comida, las fiestas, la diversión, en un momento en que muchas personas se sentían satisfechas apenas con sobrevivir. Frecuentaba los bares y cabarés. Fue protagonista de numerosos escándalos por su carácter vehemente, ajeno a las hipocresías y a los formalismos. Numerosas veces fue expulsada de reuniones donde asistía la realeza británica por no haberse contenido y decir lo que realmente pensaba. Algunas veces llegó a agredir a más de uno porque no podía contenerse ante una agresión verbal. Cada cierto tiempo, sus vecinos la denunciaban por las fiestas escandalosas que realizaba en su apartamento en Londres y que se prolongaban varios días.
 Sus noches eran largas para una vida que se temía fuese corta. Su filosofía era que había que pasarla bien si la muerte podía llegar en cualquier momento, y llevó ese pensamiento al extremo. 
 Como sabes, los antepasados maternos de Elvira tienen mucho que ver con la ciudad de Tampa. Ella es biznieta de Vicente Martínez Ybor, el fundador del actual barrio de Ybor City, que se convirtió en la capital mundial del tabaco entre los límites del siglo XIX y XX. Cuando, en tu libro, veo a Elvira en los principales salones de París, o en Londres, recuerdo que su bisabuelo llamó “El Príncipe de Gales” a su marca más famosa de tabacos, en honor al Príncipe Eduardo, quien tuvo un ­romance con una joven de la familia de Ybor y fue Rey de Inglaterra (Eduardo V) cuando Elvira vivía. ¿Tendría alguna conexión la vida de Elvira en París con estos antecedentes familiares? ¿O fue el rango diplomático de su padre quien la inserta en la élite social parisiense?
 Creo que todos sus antecedentes familiares fueron determinantes para convertirse en lo que después ella fue. ¿Por qué una mujer millonaria, guapa, políglota, decide convertirse en una doble agente y ayudar a los británicos en su lucha contra los nazis?  ¿Por qué correr el riesgo de morir a mano de los alemanes, si la descubrían? A mi entender influyeron mucho sus padres y abuelos, que tenían ideas libertarias, democráticas y a favor de los derechos humanos. Ser heredera de dos familias ricas de Cuba y el Perú le otorgaba acceso a los círculos más exclusivos de la élite europea. Estaba rodeada de aristócratas, reyes, princesas, autoridades, altos funcionarios, empresarios. Ella podía tener conocimiento de primera mano de información secreta y nadie lo dudaría. Eso fue usado por los aliados para darle datos falsos que se los entregaba a los nazis sin que ellos desconfiaran.
 Finalmente, ¿qué mensajes a nuestro tiempo emergen de Los secretos de Elvira?
La Segunda Guerra Mundial marcó la vida de demasiadas personas, familias y países. El mundo que conocemos ahora se gestó, de alguna manera, en este terrible y vibrante período de la historia de la humanidad. Millones de personas murieron, ocurrió el holocausto, pueblos enteros desaparecieron o surgieron, las fronteras se modificaron, hubo grandes olas migratorias, se construyeron y emplearon numerosas armas de destrucción masiva, se hicieron numerosos descubrimientos científicos. Si queremos entender mejor nuestro mundo, conocer más acerca de la Segunda Guerra Mundial, nos puede ayudar.
Publicado en La Gaceta, en 9 y 16 de febrero, 2018



martes, 6 de febrero de 2018

Elvira de la Fuente Martínez (Una audaz espía de la II Guerra Mundial era biznieta de Vicente Martínez Ybor)

Hace unos días, buscando las motivaciones que pudo tener Vicente Martínez Ybor para nombrar “El Príncipe de Gales” a una  de sus marcas de tabaco, las múltiples referencias bibliográficas me llevaron a un nombre que desconocía: Elvira de la Fuente Martínez, una mujer que jugó un papel sobresaliente en la Segunda Guerra Mundial y cuya contribución al desembarco de las tropas aliadas por Normandía fue reconocido por Inglaterra, potencia a la que servía en su cuerpo de espionaje.
  En una investigación que ya me había traído varias sorpresas, la mayor fue encontrar que la audaz doble espía –pues sirviendo al Reino Unido logró hacerse captar por él espionaje alemán– era biznieta de Vicente Martínez Ybor, por lo que tenía un vínculo ancestral con la ciudad de    Tampa.
     La primera alusión a Elvira la encuentro en un libro publicado en Perú, en 2014, con el título Los secretos de Elvira, donde su autor, Hugo Coya, exalta su figura como la de una peruana que hizo una contribución relevante al triunfo sobre el fascismo. Con las facilidades tecnológicas de nuestro tiempo, adquiero el libro digital en Amazon. A su vez, encuentro el email del autor, le escribo y enseguida estamos en comunicación.
  Aunque el libro de Coya ahonda en la apasionante biografía de Elvira, en el plano familiar la mayor información corresponde a la línea paterna, pues es hija de un importante diplomático peruano, Edmundo de la Fuente, quien contrae matrimonio en París con Dolores Martínez (Lola) en el año 1910.
Elvira de la Fuente Martínez
  El autor ubica la ascendencia materna de su protagonista en una familia que hizo fortuna en la industria del tabaco en Tampa y Cayo Hueso, mencionando a la figura de Vicente Martínez Ybor. Es exhaustiva la investigación seguida por el escritor peruano, cuyo interés primario fue destacar el papel jugado en la Segunda Guerra Mundial por una mujer que emergió a la luz pública hace pocos años, cuando el gobierno inglés desclasificó documentos sobre sus redes de espionaje durante ese tiempo.  En ellos, Elvira aparece con los  apellidos de la Fuente Chaudoir y nacionalidad peruana, inspirando al autor a una rigurosa búsqueda en fuentes escritas y orales.
  Al iniciarse la terrible conflagración bélica y las tropas hitlerianas ocupar la capital francesa, Elvira, quien mantenía el apellido de casada por su matrimonio con  el belga Jean Chaudoir, de quien se había divorciado, se fue a Londres con una amiga, donde siguió la vida de casinos, salones de alcurnia, lujos y pasiones, llamando la atención por la belleza y altiva defensa de su individualidad.
 En esas circunstancias, un alto agente del espionaje inglés, atraído por esas cualidades, vio en ella a un agente perfecto para el servicio que entonces requería el Reino Unido para enfrentar el peligro inminente de la agresión alemana. No se equivocó. Fue captada por Claude Dansey, jefe adjunto del Servicio de Inteligencia Secreto (MI6) y experto en reclutar agentes, quien le ofreció un generoso sueldo por sus servicios como espía al servicio de los intereses británicos. Con el nombre de Bronx, o Cyril, la enviaron a Francia, con el objetivo de dejarse captar por el espionaje alemán, lo que hizo a la perfección, jugando un papel de doble agente que le permitió desinformar al mando hitleriano.
  Hay por lo menos dos acontecimientos en los que  fue vital el trabajo de Elvira: desviar un posible ataque químico alemán sobre Londres, haciendo creer a los germanos que la capital inglesa respondería con un arma química superior, en realidad inexistente, pero que contuvo el intento hitleriano.
  En segundo lugar, hubo un hecho que resultó decisivo en el ­desembarco de las tropas aliadas por Normandía y que es conocido como el Día D. Hay un libro interesante sobre ese acontecimiento, del escritor francés Ben Macintyre –La historia secreta del Día D, subtitulado La verdad sobre los superespías   que engañaron a Hitler (2012)– donde el autor destaca el nombre de Elvira Chaudoir entre los cinco espías que lograron hacer creer al mando alemán que el esperado desembarco de los aliados se produciría por otro lugar. El propio Hitler llegó a  estar convencido de que sería por el Paso de Calais,  en el noreste francés, guiado por los informes  de los espías. El autor antes aludido afirmó en el prólogo a su libro: “Los espías del Día D no eran guerreros tradicionales. Ninguno llevaba armas, y sin embargo los soldados que sí las llevaban tenían con los espías una enorme e inconsciente deuda cuando asaltaron las playas de Normandía en junio de 1944”.
  Terminada la Segunda Guerra Mundial, los padres de Elvira se radicaron en España. La madre, Dolores Martínez Ybor, fue una de las hijas de Eduardo, fruto del primer matrimonio de Don Vicente con Bernarda Learas.  Junto con el padre, Eduardo fundó en Cayo Hueso “Ybor and Company” y después  radicó en Nueva York, atendiendo allí la expansión de la empresa.
  En ese tiempo nació Dolores, en Nueva York, en 1881.  Su padre murió en 1892, cuatro años antes que Don Vicente. Siendo joven, se fue a vivir a Francia, cuando la fortuna de la familia había disminuído y algunos de sus miembros  regresaron a Cuba,  finalizada la Guerra de Independencia.  En París conoció a Edmundo de la Fuente, diplomático peruano de muy buena posición económica. Del matrimonio nacieron dos hijas, Elvira y Dolores (Lolita).  Dolores murió en España, en 1957.
  Elvira, quien había perdido con la guerra el brillo de la juventud y la posición económica que le había permitido disfrutar de un París que, como dijo ­Hemingway, “era una fiesta”,   se fue a vivir, desconocida y sin riquezas, a una casa frente al mar, en un pequeño pueblo del sur de Francia llamado Beaulieu-sur-Mer. Allí abrió una tienda para vender objetos de regalos y encontró, en una mujer mucho más joven, la compañía de sus últimos años. Murió el 26 de enero de1995,  sin dejar descendencia.
  Esta mujer, atrevida, valiente, dispuesta a ser feliz por encima de los patrones que la familia y la sociedad de su tiempo imponían, debió oír más de una vez a la madre hablar de los tiempos gloriosos en que el abuelo levantó una fortuna en un pueblo de Florida al que legó su nombre: Ybor City. Ese orgullo de sangre debió acompañarla en los días difíciles de la guerra, cuando su vida dependió de hacerse creer. Y, ya en la paz,  al recordar que había incluido su nombre en el empeño más grande que en su tiempo tuvo la humanidad: derrocar al fascismo.