jueves, 18 de abril de 2019

Prólogo de Iván Schulman para el libro Domingos de tanta luz



Pequeño introito

Los prólogos deben ser cortos para que la obra del creador luzca mejor. Y, con más razón en el caso de las obras líricas –y útiles— como la de Gabriel Cartaya. Martí consideraba la pequeñez una virtud, una fuente de belleza:  la antesala era linda y pequeña  –escribió en el primer capítulo de Lucía Jerez–, como que se tiene que ser pequeño para ser lindo. Y, Gabriel Cartaya en  Domingos de tanta luz crea una obra pequeña y linda al evocar los veinte últimos domingos de la vida del Maestro.
Conversando con Schulman en la Universidad de
Tampa, en el marco de un evento sobre José Martí, 2016
Se trata en este breve volumen de retextualizar en forma sintética, uniendo datos, textos, cartas y voces, los momentos más dramáticos y álgidos de la vida martiana, los momentos en que consagró todas sus fuerzas a la faena de fundar una nación, y con inteligencia y astucia se dedicó a la preparación de la guerra necesaria  para crear la nueva patria. Pero no es esta una simple re–narración de materiales biográficos ya conocidos y relacionados con la invasión de la Isla. En forma reunida el autor orquesta todo lo que sabemos, todo lo que se ha publicado de y sobre los meses finales de la vida martiana. Llenando los espacios vacíos para crear así una  crónica larga de uno de los períodos más atareados y atribulados de su existencia. Y, como consecuencia,  lo que resulta es una biografía, una historia de la creación  de la nación cubana –de la república independiente y moral– pero, vista desde la actividad, las emociones, las preocupaciones, los temores y los pensamientos  –inclusive los más tiernos e íntimos– de Martí.  Pero, debido al hecho de que Cartaya construye un panorama vasto, su libro es más que un simple relato en torno a las peripecias de la vida martiana; abarca vidas convergentes, la de los individuos que lo ayudaban en su labor revolucionaria y los que estaban muy cerca del Apóstol –físicamente– o presentes en su memoria, mientras se dedicaba a la labor de recaudar fondos, hablar a los tabaqueros, a los generales, a los miembros de la emigración, o  a las autoridades norteamericanas en el instante de reorganizar la revolución después del fracaso de Fernandina, en fin, todo,  hasta que la voz martiana se extingue en el campo de Dos Ríos. 

Dijimos al iniciar este proemio que Domingos de tanta luz es una obra lírica. Su lirismo se evidencia en los apartados, organizados semana por semana desde el 6 de enero hasta el 19 de mayo, narraciones todas transidas de emoción poética. Cada entrada de los veinte domingos lleva su título apropiado, acertado, evocador: yo soy la yerba de mi tierra, estamos haciendo obra universal, voy con la justicia, o, el último, en peligro de dar mi vida. Cada pequeño capítulo rebosa esencias, las esencias que Martí buscaba y valoraba en el verso, en la prosa, en las obras plásticas, en la vida.  Y en cada capítulo el autor revela su conocimiento profundo de los textos martianos y de la crítica en torno a Martí. Es un libro emocionante, y además es una obra original porque en un solo volumen recoge y acopia lo que en otras crónicas y narraciones pertenecientes a la bibliografía pasiva habría que buscar en obras separadas. Es, en fin,  una obra útil escrita con amor, dedicación y sensibilidad.
                    Iván A. Schulman

jueves, 11 de abril de 2019

El Céspedes Hall: una página hermosa de West Tampa


Así como los cubanos de Ybor City hicieron del “Liceo Cubano” su principal espacio de reunión a fines del siglo XIX, los radicados en West Tampa tuvieron el “Céspedes Hall”, un hermoso edificio de madera construido en la Avenida Francis (hoy Albany), llegando a Main. Entonces era un sitio muy activo en ese tiempo, pues en sus cercanías se levantaron varias fábricas de tabaco y allí vivían figuras importantes de la comunidad, como Fernando Figueredo, primer alcalde del lugar, y Blas Fernández O’Halloran, dueño de la fábrica ubicada en Howard, actualmente una biblioteca.
   El edificio fue concebido para servir de teatro, sala de reuniones y escuela privada, a la que accederían los niños de West Tampa sin discriminación de raza o clase social, lo que la hacía muy adelantada para su época. Su construcción se inició a fines de 1894, como se desprende de un escrito publicado en el periódico Patria, el 15 de diciembre de ese año. El autor fue Fermín Valdés ­Domínguez, quien recientemente se había instalado en ese lugar. Según su testimonio, asistió al acto de colocación de la primera piedra de su construcción, realizado el 27 de noviembre de ese año en honor a los estudiantes de Medicina fusilados en La Habana en 1871 y de cuyo grupo él mismo era sobreviviente.
   “A las cuatro de la tarde –casi sin previa citación–, se reunieron en uno de los lugares más céntricos de la población cubana más de cien personas, entre las cuales había muchos norteamericanos: se trataba de colocar la primera piedra del Liceo de Céspedes, sociedad patriótica de instrucción y recreo, que será un edificio notable”– escribió Fermín, ofreciendo interesantes detalles acerca de las palabras pronunciadas por Fernando Figueredo, quien “explicó en correcto discurso cómo cubanos y norteamericanos se habían reunido para que los hijos de todos pudieran tener escuela en donde aprendieran a amar la dignidad, leyó una memoria en la que constaban los nombres de los iniciadores de la patriótica empresa y se expresaba en ella que se había elegido ese día para aquel acto a fin de tributar un recuerdo de dolor a mis hermanos”. Después –sigue Valdés Domínguez– “el señor Figueredo me fue entregando los objetos que debían depositarse en la urna que guarda la primera piedra: la bandera cubana y la norteamericana, como símbolo del abrazo de la gran República a los que luchan por levantarla en Cuba; los últimos números de los periódicos Patria, Daily Times, El Yara y Cuba; el primero de El combate, semanario de West Tampa, el acta y un ejemplar de mi libro El 27 de noviembre de 1871”.
  Para esta fecha, ya Martí había realizado su último viaje a Tampa, (octubre,1895), pero los líderes más importantes del Partido Revolucionario Cubano que le sucedieron tuvieron ocasión  de expresarse allí, rodeados de los simpatizantes y actores del independentismo cubano. Así lo hizo Gonzalo de Quesada, Tomás Estrada Palma, Emilio Núñez,  y muchos de los guías –domiciliados en Tampa o visitantes–, que entre 1895 y 1898 dirigieron las acciones  que culminaron con la dominación colonial de España en América.
  La construcción del inmueble comenzó en enero de 1895 y, aún inconclusa, se estrenó como el principal lugar de reuniones de la comunidad, convertida en sala de teatro, fiestas, veladas culturales y actos patrióticos relacionados con el curso de la Guerra de Independencia de Cuba. Justamente, este lugar fue sede de la concentración de cientos de voluntarios que marcharon como soldados a las filas mambisas.
  El Céspedes Hall  fue en su día el edificio más llamativo de West Tampa y señalado como referente de ubicación. Así lo describe Wenceslao Gálvez en su libro Tampa, impresiones de un emigrado: “Desde ­cualquiera de sus extremos se ve el Céspedes Hall, el cinco copas, como le dicen todos, por las torrecillas que lo coronan, El Céspedes hace el efecto de un faro. Todas las direcciones  se dan pensando en aquel edificio: Yo vivo a dos pasos; y a tantas manzanas del Céspedes”.  Según Gálvez,  –agudo escritor que estuvo allí muchas veces–, “todas las fiestas políticas de West Tampa se efectúan en el Céspedes, de mucha mayor amplitud que el Liceo de Ybor”.
  Un hecho significativo del Liceo de Céspedes fue su servicio como escuela, sin diferencias raciales para su ingreso. La historiadora Maura Barrios, en su ensayo “José Martí se topa con Jim Crow: cubanos en el Sur”, se refiere a ello cuando valora que la inclusividad racial establecida por este plantel contradecía las normas entonces extendidas en el estado. Cuando, ante el apremio de aumentar aulas con que responder al rápido crecimiento poblacional de West Tampa, esta escuela privada fue incorporada al sistema escolar público, tuvo que lidiar con el hecho de que en ella se negaba  la segregación racial, lo que sostuvo durante cuatro años. La Dra. Barrios apunta que “finalmente, en 1899, la Junta Escolar compró la Escuela Céspedes, y obligó a los estudiantes cubanos de color a matricularse, en diciembre de 1901, en la ‘Escuela Para Personas de Color No. 2’”.
  Pero entonces ya no era el Céspedes Hall, pues incluso el edificio fue demolido ese mismo año y su espacio dio lugar a uno nuevo, nominado “West Tampa City Hall”. De todos modos, cuando paso por la calle Albany, acercándome a Main –la primera vez lo hice al lado de Emiliano Salcines–, siento brotar la gloria de viejos tiempos, como si la tierra conservara fragmentos de aquellos documentos que un grupo de héroes depositaron en el fondo de su primera piedra, como símbolo de la libertad a que tienen derecho todos los seres humanos.