viernes, 13 de abril de 2018

Entrevista al Dr. Carlos Cano, profesor de la Universidad del Sur de la Florida (USF)


Por Gabriel Cartaya

     Al conocer que recientemente el Dr. Carlos Cano alcanzó su merecido retiro, después de desempañarse durante casi medio siglo como Profesor en la Universidad del Sur de la Florida, le comuniqué el deseo de hacerle una entrevista, a la que accedió con su acostumbrada afabilidad.
Profesor Cano, aunque usted nació en Cuba, casi toda la vida ha radicado en Estados Unidos. ¿Qué recuerdos le quedan de la Isla y cómo la percibe desde un ángulo cultural?
     En mis memorias más tempranas veo trozos mezclados de China, Cuba, España y Estados Unidos. Así era mi comunidad en el barrio habanero de Puentes Grandes. Allí coexistían cubanos de todos los colores, culturas y lenguas, incluyendo mis compinches en múltiples aventuras mataperreras, tales como Eduardo (familia cubana), Pupy (familia cubano-española), José (familia china-gallega) y Félix (familia de origen jamaiquino). En la relación diaria con Félix, me di cuenta de que esa lengua que él se guardaba de usar solamente dentro del seno de su familia tenía vigencia en nuestra vida diaria; por ejemplo, cuando pasé por la transición de “mirar” tiras cómicas a leerlas, me sorprendí que no podía entender algunas porque estaban escritas en inglés; o cuando descubrí la diferencia lingüística entre el billete de un peso de color azul (Cuba) y el de color verde (EE.UU). De aquella época también tengo vago recuerdo de las amigas cubano-tampeñas de mi hermana, con las que Elsa siguió carteándose y después culminó en su migración a Tampa (y eventualmente la de toda nuestra familia). Andando el tiempo, tuve buenos maestros en la escuela primaria y la superior (entiéndase por ésta middle school) que me orientaron positivamente sobre la luchas por la independencia de España y de EE.UU., y me pusieron en camino hacia el desarrollo de una identidad multicultural y multinacional. 

¿Cómo ha sido su paso por  la escuela estadounidense, desde estudiante a Profesor universitario?
Llegué a Tampa de 14 años y gracias a tener algún conocimiento del inglés, no perdí el año académico. Obtuve mi título de high school (Jefferson H. S.) y fui muy afortunado porque la Universidad del Sur de la Florida recién abría sus puertas y aceptaron mi solicitud de ingreso. Me recibí con un Bachelor en lenguas con concentración en español en diciembre de 1964; no era exactamente el mejor momento para continuar mis estudios sin tener que esperar hasta el otoño siguiente, pero de nuevo la suerte me sonrió e ingresé en febrero en el programa de posgrado de  Indiana University. Allí me hicieron docente, con lo que tuve para sostenerme hasta que me ofrecieron la prestigiosa beca National Defense Scholarship. En Indiana me recibí con un Máster (1966) y un Doctorado (1973) en la lengua de Cervantes, con subespecialidades en Literatura Comparada y en Estudios Latinoamericanos. Desde 1970 desempeñé diferentes cargos administrativos y docentes en mi antigua alma mater, la University of South Florida, de la cual me jubilé en agosto de 2017. Los muchos años en USF me facilitaron participar en innumerables conferencias y congresos académicos dentro y fuera de EE.UU., llevar a más de  mil estudiantes a Andorra, Costa Rica, Francia, Gibraltar, México, Portugal, Reino Unido y muy especialmente a España. Sin embargo, lo más atractivo para mí siempre ha sido entrar en el salón de clase y entablar el diálogo académico con estudiantes ansiosos a cuestionarlo todo; o sea, seguir el camino indicado por Sócrates hacia el verdadero aprendizaje.
En la elección de estudios, profesión y desempeño docente e investigativo, el idioma español ha tenido una preponderancia visible. ¿Cuánto ha influido en ello la procedencia hispana?
Llevar por dentro el sentido de una cultura y su lengua es una ventaja que me ha servido mucho en el campo docente, pero eso no quiere decir que aquellos que no hayan nacido dentro de una familia hispana no podrían alcanzar, disfrutar de los mismo logros que yo; al contrario, no sólo conozco a muchos exalumnos que son excelentes profesores de español y de la cultura y literaturas hispanas, sino que pueden ser vistos con mayor legitimidad como modelo que aquel que aprendió en la niñez.
 Además de profesor durante muchos años en la Universidad del Sur de la Florida, usted ha enseñado en la Universidad de Indiana, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y ha tenido un fuerte lazo académico con instituciones universitarias españolas. ¿Podría resumirme los momentos y alcances fundamentales de esta obra?
En los seis años que pasé en Bloomington, Indiana, adquirí gran respeto por ese estado de la Unión Americana. Respondiendo a factores económicos propios del estado crearon dos sistemas universitarios paralelos: Purdue University, con su sistema de recintos técnicos para apoyar los sectores industriales y agrícolas, e Indiana University con sus recintos para el apoyo de ciencias sociales, medicina, derecho, filosofía, bellas artes y humanidades. Nunca se me olvidará la recepción anual televisada a causa de la visita del Canciller de Indiana University a la legislatura del estado. José Martí decía que “honrar, honra” y el honor con que se recibía al Dr. Welles decía mucho de la importancia que el estado de Indiana daba a la enseñanza universitaria.
Por otra parte, como ya dije, la apertura de la University of South Florida me sirvió a mí y a muchos en la comunidad de la bahía de Tampa con la gran oportunidad de cursar una carrera universitaria que antes resultaba muy limitada. Tiempo después, como maestro en este plantel académico, presencié el positivo impacto que ha tenido a lo largo de más de medio siglo en la comunidad latina. Mi relación con USF también me abrió la puerta a colaborar con otras instituciones universitarias tanto a nivel nacional como internacional, incluyendo un puesto de profesor visitante en la Universidad Nacional Autónoma de México, justo en esa gran metrópolis que es la ciudad de México. El tiempo pasado en una universidad y una ciudad que bien podrían ser las más grandes del mundo, me ha dado una perspectiva global que me ha servido mucho en mi labor docente.
Entre las diversas responsabilidades que usted ha desempeñado en la enseñanza universitaria, ¿hay algunas en que se ha sentido más a gusto?
Esta pregunta es fácil de contestar. Desde 1988, cuando comencé a dirigir el programa de estudios de verano en España, hasta mi jubilación en el 2017, no ha habido nada tan deleitoso para mí como llevar estudiantes a estudiar en Málaga y, principalmente, en Madrid. No hay nada más agradable que el ver a jóvenes, que recién dan sus primeros pasos por la vida adulta, cómo reaccionan ante condiciones de vida y normas culturales que son diferentes a lo que están acostumbrados. No es ninguna exageración decir que, para estos jóvenes, viajar es la mejor forma de aprender. Es más, muchos de ellos terminan regresando o encontrando empleo en España o en algún país latinoamericano. Este es uno de los más transcendentales impactos de la educación universitaria y me alegro mucho de haber tenido un papel significativo en esta labor.
Como estudioso de la literatura hispanoamericana, ¿qué autores han llamado más su atención? ¿Cómo evalúa, en síntesis, la obra del escritor cubano Alejo Carpentier, a quien usted ha dedicado una fructífera atención?
De niño siempre me atrajo Bernal Díaz del Castillo por su narrativa sobre la campaña de Cortés en México. De adulto me interesé por una de las pocas novelas latinoamericanas decimonónicas de calidad, la Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde. Es una novela que capta la sociedad esclavista cubana con todos sus errores económicos y sus correspondientes horrores sociales; es decir, un drama donde unos familiares esclavizan a otros familiares. Si Latinoamérica careció por mucho tiempo de una tradición novelística autóctona, fue porque la Inquisición había  prohibido todo lo que fuera narrativa de ficción. Lo sorprendente es que hacia mediados del siglo XX surgiera una vasta producción novelística en Latinoamérica, la que el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal denominó el Boom.
Uno de los más conocidos miembros de la generación del Boom, Carlos Fuentes, escribió una novela corta, Aura (1962), que se ha mantenido a través de todos estos años como una de mis lecturas favoritas. Aura relata la vida de Consuelo, anciana centenaria que no se consuela de estar abandonada en su casona colonial cerca del Zócalo del D.F. capitalino. Obsesionada entre recuerdos juveniles, horrorizada por su deterioro físico, ella lucha por medios naturales y sobrenaturales por rescatar su belleza y a su difunto esposo. Para Fuentes, Consuelo tiene muchos significados, pero lo más trascendental es el poder de su imaginación, con lo que ella recobra su belleza y revive a su esposo, aunque estos logros sólo perduren unos días. Con este personaje, Fuentes evidencia uno de los principios teóricos del Boom, el realismo mágico.
Carlos Fuentes acredita a una generación formada por los escritores Alejo Carpentier (Cuba), Agustín Yáñez  (México), Jorge Luis Borges y Julio Cortázar (ambos de Argentina) como la generación progenitora del Boom. Entre ellos, Carpentier me ha gustado mucho debido al esfuerzo por dotar su narrativa de un detallado trasfondo histórico, al mismo tiempo que mezcla novedosas técnicas narrativas con un lenguaje barroco de pura cepa. O sea, le  pone corsé histórico a la fantasía y se manifiesta como moderno en la técnica y antiguo en el lenguaje. También, en sus textos de crítica literaria, Tientos y diferencias y el prólogo de El reino de este mundo, se atreve a hacerle crítica al realismo mágico, como “producto derivado de la pintura expresionista” e insuficiente para captar las manifestaciones de la fe triunfante de los primitivos grupos marginados de América Latina sobre la realidad brutal en que estos viven. Carpentier propone otra denominación: “lo real maravilloso”. Nota para el lector que desee ejemplos: los sucesos relacionados con la ejecución de Mackandal en El reino de este mundo y el tiempo corriendo al revés en Viaje a la semilla son ejemplos del  valor de la fe y la experimentación técnica, respectivamente.
También se respeta al Dr. Carlos Cano como profesor de cine, autor de series para la televisión y estudios sobre grandes cineastas, entre ellos Tomás Gutiérrez Alea. ¿Pudiéramos incluir al  director cubano entre los grandes del llamado séptimo arte?. ¿Por qué?
Creo firmemente que para que la lectura produzca retención de información valiosa, necesita ser una lectura reflexiva y no simplemente pasiva. Las palabras escritas en la página de un libro a veces requieren más de una lectura para comprender a fondo su significado. Por otra parte, las palabras en pantalla se resisten a la segunda lectura y no hablo simplemente de las palabras que aparecen en los subtítulos de una película doblada, sino incluso en una presentación de PowerPoint nos sentimos apremiados por seguir adelante. La palabra en pantalla pertenece a ese tipo de experiencia que llamamos performance, sin tiempo para reflexionar sobre su sentido profundo. Ahora bien, estoy consciente que vivimos en una cultura global basada en la imagen en pantalla y desde hace buen rato el cine y la televisión se usan como nuevos medios para la enseñanza desde la primaria hasta la universidad. Cuando comencé a dar clases en USF, me propusieron ofrecer clases de español por el canal de la universidad, WUSF-16. El programa se llamaba TeleEspañol Uno. Se transmitió por varios años e incluso se distribuyó nacionalmente. Lo extraordinario, en vista de mis palabras anteriores, es que llevamos a cabo un estudio para determinar la eficacia de este medio para aprender español fuera del salón de clase, comparando resultados con clases tradicionales sin apoyo televisivo. Los resultados fueron decididamente en favor de la clase por televisión. El ser humano es adaptable y es posible que las ideas que he expuesto sobre el valor de reflexión en la palabra escrita no sean nada más que la opinión de un dinosaurio.
Hablar sobre la obra de Tomás Gutiérrez Alea va a presentarnos un gran problema en esta entrevista. Para hacerle justicia, tendríamos que mirar trozos de sus películas para poder hablar del lenguaje fílmico, que no es el lenguaje en el que aparecen estas palabras. Ejemplo: en Guantanamera observamos a dos personajes, Mariano y Adolfo. El primero se nos presenta –por su puesto de camionero y según las palabras de otros– como un machista empedernido, mientras que el segundo –por su puesto burocrático y la forma tan dulce con que trata a su esposa– no parece serlo. Sin embargo, a través del transcurso del filme, el espectador comienza a dudar de ambas clasificaciones y al final termina rechazándolas porque los dos personajes son lo contrario de lo que parecían al principio. Resulta que Gutiérrez Alea veía el cine como método para explorar temas de importancia social/política en Cuba y como estos temas conllevaban fuertes críticas a la retórica oficial del gobierno, tenía que usar una técnica desfamiliarizante para hacer sacar al espectador de la interpretación fácil, hacerle pensar que había un mensaje oculto detrás de la primera capa de información. Y aquí volvemos al principio de esta pregunta. Gutiérrez Alea parece tener una estrategia para hacer reflexionar a sus espectadores.
¿Cómo se ha vinculado su labor como profesor universitario con la comunidad?
Aunque hace algún tiempo no he podido realizar muchos esfuerzos en la comunidad, me siento satisfecho de aquellos que pude desempeñar en el pasado; entre ellos, voy a listar los más importantes: 1. Participé en el programa radial “Impresiones”, transmitido en WSOL en colaboración con el destacado periodista Mario Quevedo y el influyente líder comunitario Raimundo Leal. Este programa ofrecía comentarios sobre actualidad política a nivel local y estatal para beneficio de la comunidad hispana de Tampa.
2. Contribuí, junto al desaparecido colega, Dr. Cleon Capsas, en la redacción de ensayos sobre historia y cultura española para el periódico La Voz Hispana con el título genérico de “Crónica Ibérica”. 3. Participé, durante la crisis del Éxodo del Mariel, en diversas labores comunitarias para ayudar con la integración de los refugiados recién llegados a la bahía de Tampa. 4. Serví, como Presidente del Hillsborough Hispanic Caucus, organización que apoyó a políticos locales y estatales con el fin de mejorar las condiciones económicas y culturales de la comunidad hispana local.
Al retirarse de la docencia permanente, ¿qué sentimientos le asaltan al profesor que ha estado durante tantos años frente al aula?
¿Cómo me las arreglo para continuar en esta labor tan digna como es la de orientar a los jóvenes hacia el logro de nuevas metas académicas y personales?
Creo que después de un breve descanso, volveré a integrarme en algún aspecto docente o relacionado con la enseñanza. Después de ser maestro por tanto tiempo, es prácticamente imposible dejar de serlo… ¡está en la sangre!