viernes, 22 de julio de 2022

Edward Hopper, un pintor de la vida estadounidense

 Las efemérides nos prestan el permanente servicio de despertarnos la memoria para que cumplamos el deber de rendir homenaje a quienes realizaron una obra que trascendió su época. Generalmente, los medios de comunicación acuden a los sitios donde con sólo escribir el nombre efemérides se abre una lista de acontecimientos ocurridos “un día como hoy”, como tantos han bautizado el espacio en el que destacan un hecho histórico e, invariablemente, la fecha en que nació o murió una figura relevante.

Aunque la voz latina procede del griego ephemeros (que sólo dura un día), de la que se deriva ‘efímero’, el significado con que acudimos a ella es opuesto, en tanto el suceso ocurrido “un día como hoy” pierde su condición de pasajero al hacerse trascendente. En este camino, busco en el complaciente Google la efemérides del 22 de julio y, entre otros hechos, indica que ese día, en el año 1882, nació en Upper Nyack, Nueva York, el pintor Edward Hopper, a quien debemos recordar como al artista que a través del realismo y expresionismo reflejó ejemplarmente la vida estadounidense posterior a la Primera Guerra Mundial.

Aunque su formación se inició en Nueva York al lado de grandes artistas plásticos –el pintor, grabador y profesor Kenneth Hayes Miller, entre ellos–, su estancia en París en la primera década del sigo XX ejerció una gran influencia en él, especialmente en la experimentación de un lenguaje formal próximo a los impresionistas, si bien se va decantando por propuestas expresivas cuya precisión le va forjando su propio estilo. La visita a España también ejerció un poderoso influjo en él, ­sintiéndose atraído más por Goya –un pintor anterior– que por el cubismo y el arte abstracto que le son contemporáneos, aunque le impactan los europeos Manet, Pissarro, Courbet, Toulouse-Lautrec y otros. Desde entonces, sus cuadros reflejan una preferencia por el tema de la soledad y la combinación de interiores y exteriores, como se ve en Niño y Luna, de 1907.

Al regresar a Estados Unidos, se establece en Nueva York para siempre, y es la ciudad donde desarrolla toda su obra, convirtiéndose en patrimonio de la cultura de su país. Entonces confesó: “Extrañaba la luz de Nueva York, sus espacios destartalados, usados, destruidos por la carcoma. La belleza de París puede asombrar, pero en mi caso, no pudo inspirarme”.

Hacia fines de la Primera Guerra Mundial, ya Hopper era uno de los pintores consagrados en la Gran Manzana, convirtiéndose en un agudo exponente de su vida cotidiana, reflejada en imágenes de un poderoso realismo impactado por la soledad, como observamos en Room en Brooklyn (1933) o en Verano en la ciudad (1950).

Para muchos, es el pintor de la vida estadounidense, al llevar a su obra sus emblemáticos sitios públicos –restaurantes, oficinas, estaciones de medios de transporte, edificios, naturaleza–,  pero descubriendo en ellos la paradógica soledad que puede padecer el ser humano entre la multitud. Cuando miramos Nighthawks, tal vez la más famosa de sus obras, sentimos la impresión de soledad que acompaña a cada una de las cuatro personas que aparecen en la pintura. El cuadro es de 1942, cuando ya Estados Unidos había entrado en la Segunda Guerra Mundial, lo que da más misterio a las tantas banquetas vacías, silenciosas. El pintor confesó después que “inconscientemente, probablemente, estaba pintando la soledad de una gran ciudad”.

No era común que Hooper explicara sus creaciones artísticas. Generalmente, cuando se le preguntaba, respondía: “Toda la respuesta está en el lienzo”. Al pintor y crítico Guy Pène du Bois le dijo que “las pinturas son como venas de algo vivo que nace a partir de que puedes descubrir su presencia”. Pero el historiador de arte Lloyd Goodrich, uno de los que más le ha estudiado, pudo desentrañar que sus obras eran descripciones cuidadosas de un espacio interior difícil de definir, por lo que había dicho: “Pinto lo que no puedo decir”.

Hopper murió en su querida ciudad natal, el 15 de mayo de 1967. Su esposa donó más de tres mil obras suyas al Museo Whitney de Arte Estadounidense. Otras pueden verse en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en el Museo de Arte Des Moines, en Iowa, en el Instituto de Arte de Chicago y en otros lugares. Quienes se acercan a ellas, encuentran la grandeza del arte y la vida estadounidense. Por ello, cuando escribimos Efemérides del 22 de julio en Google, podemos leer: “En el estado de Nueva York, EE.UU., nace uno de los más avanzados exponentes del arte del realismo americano, el pintor Edgar Hopper, cuyas obras se caracterizarán por captar verazmente el aislamiento, la soledad y la melancolía del siglo XX en Norteamérica”.

Hay otras efemérides en este día, como el nacimiento de un rey de Castilla, en 1478.  Se llamó Felipe I, pero, aunque le llamaron El Hermoso, preferimos en las líneas de hoy rendir homenaje al gran pintor neoyorquino que se hizo universal.

viernes, 15 de julio de 2022

Luis Muñoz Rivera, en el 163 aniversario de su natalicio

 Cuando se menciona al puertorriqueño Luis Muñoz, es común que el nombre se complete con el segundo apellido, por el impacto que tuvo en la historia de ese país la figura de Luis Muñoz Marín,  quien fuera gobernador del Estado Libre Asociado de Puerto Rico entre el 2 de enero de 1949 y el 2 de enero de 1965. Su legado se relaciona con profundos cambios económicos sociales, políticos y culturales en la Isla del Encanto, si bien la relación de dependencia de Estados Unidos adoptara la ambivalencia del “libremente asociado” con que sigue hasta la actualidad.

Pero no es de Muñoz Marín, sino de su padre Luis Muñoz Rivera, de quien tratamos en estas líneas, para rendir homenaje a través de ellas al poeta antillano en el 163 aniversario de su nacimiento, felizmente acaecido en Barranquitas, el 17 de julio de 1859. Como el cubano José Martí, fue hijo de españoles y como su contemporáneo se dio a conocer como poeta, orador, periodista y político. En este campo, se destacó en las luchas autonomistas, especialmente con sus publicaciones en el periódico La Democracia, fundado por él en 1890.

En 1893, Muñoz Rivera se casó con Amalia Marín y fue a vivir temporalmente a España, donde siguió vinculado a la labor periodística y poética, pero también atento al destino de su país. Al regresar a su tierra, se enfocó en lograr la obtención de un estado autonómico para la Isla, influyendo en que en 1897 España incluyera a Puerto Rico junto Cuba –tardíamente, claro y como respuesta a la guerra en la mayor de las Antillas– en la concesión de este tipo de gobierno. En el nuevo ordenamiento político, Muñoz Rivera fue designado ministro de Justicia y Gobernación, cargo que desempeñó hasta que en 1898 se produjo la ocupación de la Isla por los Estados Unidos.

Bajo el dominio colonial estadounidense, Muñoz fundó, en 1899, el Partido Federal de Puerto Rico. En ese tiempo, creó el Diario de Puerto Rico, publicación desde la que denunció los errores del gobierno impuesto, especialmente la Ley Foraker, norma judicial aprobada por el Congreso de Estados Unidos para organizar el gobierno civil de la Isla.

En 1901, se mudó a Nueva York, donde comenzó a publicar el periódico bilingüe The Puerto Rico Herald, desde el que defendió un cambio de régimen de gobierno en su patria. En 1904, de regreso a San Juan, fundó con otros líderes autonomistas el Partido Unión de Puerto Rico, por el que fue elegido delegado a la Cámara en 1906 y reelecto dos años después. En 1911, lo nombraron Comisionado Residente en Washington, cargo que ocupó hasta 1916. En ese tiempo se esforzó en pedir a los políticos estadounidenses que eliminaran la llamada Ley Foraker, lo que se consiguió pocos meses después de su muerte, ocurrida en 1916.

Pero más que al político y periodista constante, cuyo legado mayor se realizó a través de su hijo, nos llamó la atención su poesía y específicamente algunos poemas donde él expresa sus sentimientos hacia la isla hermana de Cuba. En general, su obra poética está entretejida en sus preocupaciones sociales y políticas y se ubica en los límites de un realismo de mayor fuerza descriptiva que lírica, más a tono con el Romanticismo heredado que con el Modernismo que entonces afloraba en Hispanoamérica.

Así como se piensa en Muñoz Marín cuando se dice su nombre, también se recuerda más a Lola Rodríguez Tió cuando se acude a la poesía para afirmar la cercanía cubano-puertorriqueña, por los emblemáticos versos  “Cuba y Puerto Rico son/ de un pájaro las dos alas”. Sin embargo, en varias composiciones poéticas de Muñoz Rivera, cuya obra está publicada en varios volúmenes, emerge la patria de Martí, como muestra este poema, correspondiente al 22 de junio de 1907. 

Cuba rebelde

Cuba, el país de las cañas,    
de las selvas seculares,        
de las profundas marismas       
y de las vegas feraces,        
supo arrojar en sus campos      
ardientes lluvias de sangre,    
para afirmar sus derechos      
y salvar sus libertades.        
                                
Cuba, la sílfide indiana        
envuelta en níveos celajes,    
triste como el sol que muere,  
bella como el sol que nace,    
se yergue fiera y altiva        
al sentir en el semblante,      
más que la traza del golpe,    
la ignominia del ultraje.      
                                
Cuba, la tierra bendita        
de los poetas brillantes,      
de las mujeres heroicas        
y de los dulces cantares,      
                                
graba con buril de fuego        
en páginas de diamante          
las fechas de sus victorias    
y los nombres de sus mártires.  
                                
Cuba, la esclava orgullosa,    
alzándose formidable            
con empuje soberano,            
romperá un día su cárcel;      
porque hay plomo en sus
montañas;
porque hay acero en sus
valles,
porque en sus campos hay
pueblo,
porque en sus venas hay
sangre.
 
 

viernes, 1 de julio de 2022

Adiós a la poeta cubana Fina García Marruz

 En el calor del verano caribeño de este 27 de junio, se apagó el corazón casi centenario de una de las poetas más sobresalientes del siglo XX, inscrita con su nombre esplendente –Fina García Marruz– en la hermosa historia de la literatura hispanoamericana, en cuyo sitial femenino la cubana estará siempre acompañada por la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, la chilena Gabriela Mistral y la uruguaya Juana de Ibarbourou, por sólo mencionar algunas.

Fina nació en La Habana el 28 de abril de 1923, por lo que sólo le faltaron diez meses para llegar al siglo de vida. Como estuvo publicando poesía 80 años –su primer libro, titulado Poemas, es de 1942– es probablemente una de las escritoras que durante más tiempo pudo asistir a la impresión de  su obra.   Desde aquel ¿De qué, silencio, eres tú silencio? –una antología publicada en 2011  en España–, van casi siete décadas de plena creación poética y ensayística. Entre estas dos fechas y textos, aparecieron  Transfiguración de Jesús en el Monte, Orígenes, La Habana, 1947; Las miradas perdidas 1944-1950, Ucar García, La Habana, 1951; Visitaciones, Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, La Habana, 1970; Poesías escogidas, Letras Cubanas, La Habana, 1984; Viaje a Nicaragua, con Cintio Vitier, Letras Cubanas, La Habana, 1987; Créditos de Charlot, Ediciones Vigía de la Casa del Escritor, Matanzas, 1990; Los ­Rembrandt de l’Hermitage, La Habana, 1992; Viejas melodías, Caracas, 1993; Nociones elementales y algunas elegías, Caracas, 1994; Habana del centro, La Habana, 1997; Antología poética, La Habana, 1997; Poesía escogida, con Cintio Vitier, Bogotá, 1999 y El instante raro, Pre-Textos, Valencia, 2010.


Tuve la ocasión de conversar con Fina más de una vez, la primera de ellas en Bayamo, en la Casa de la Nacionalidad Cubana, a principios de la década de 1990. Otras veces coincidimos en el Centro de Estudios Martianos, donde fue una permanente colaboradora hasta el final de su vida y, también, pude verla en su hogar un día que llegué a saludar a su esposo, Cintio Vitier. En esas oportunidades, sentí una honda satisfacción al intercambiar unas breves palabras con una de las grandes poetas de nuestro tiempo. Uso la voz poeta y no poetisa, en contra de su confesión de incluirse en la segunda acepción, al reservar la primera para quien “crea un idioma”, como indica la palabra poiesis. De eso habló Fina en una entrevista con la periodista cubana Rosa María Elizalde, incluyendo en la segunda significación a Gabriela Mistral por sus aportes a la lengua española.

Fina ya no está en su casa del Vedado, la que compartió con su Cintio Vitier, al igual que ella miembro de la luminosa cofradía origenista junto a Lezama Lima, Eliseo Diego y otros eminentes arquetipos de la cultura cubana. Fina les sobrevivió a todos y ahora se les reúne en la eternidad.

Leyendo la triste noticia de la desaparición física de Fina, galardonada en 2011 con los premios “Sofia” y el “Federico García Lorca”,  percibo el impacto causado por este acontecimiento en la prensa iberoamericana, consciente de que es un adiós a una de las grandes exponentes de sus letras. Pero, entre todas las palabras dedicadas a ella, me conmueven las de su hijo José María Vitier, que vuelan en el popular Facebook: “Si mi madre hubiera sabido (¿y quién sabrá si lo supo....?) como iba a ser este adiós de la patria a su persona física, de  este cúmulo de emociones y gestos multiplicadas en su honor, la puedo imaginar perfectamente:  estaría abrumada por tantos gestos de amor. Ella estaría, (cualquiera que la conociera bien, lo sabe) incluso “apenada” de recibir tanta atención y mimo, de ser el centro de todas las miradas. Ella que sólo reclamaba para sí la gloria del ‘instante raro’, la majestad del silencio y el color lila de un recuerdo, la plenitud de su pudor, su ligereza ingrávida de un verso que salta como el ‘ave que sin causa está volando’ y canta sin prisa su eternidad para marcharse y volver, ya para siempre,  ‘bramando con las albas”.

Dos poemas de Fina García Marruz

 Ama la superficie casta y triste...

     Sé el que eres.  Píndaro                                                                                                                            

Ama la superficie casta y triste.
Lo profundo es lo que se manifiesta.
La playa lila, el traje aquel, la fiesta
pobre y dichosa de lo que ahora existe

Sé el que eres, que es ser el que tú eras,
al ayer, no al mañana, el tiempo insiste,
sé sabiendo que cuando nada seas
de ti se ha de quedar lo que quisiste.

No mira Dios al que tú sabes que eres
–la luz es ilusión, también locura–
sino la imagen tuya que prefieres,

que lo que amas torna valedera,
y puesto que es así, sólo procura
que tu máscara sea verdadera.

Si mis poemas todos se perdieran


Si mis poemas todos se perdiesen
la pequeña verdad que en ellos brilla
permanecería igual en alguna piedra gris
junto al agua o en una verde yerba.
Si los poemas todos se perdiesen
el fuego seguiría nombrándolos sin fin
limpios de toda escoria y la eterna poesía
volvería bramando, otra vez, con las albas.