jueves, 12 de mayo de 2016

Hugo Suárez, Maestro de su pueblo

Por Gabriel Cartaya

 El pasado 4 de mayo, en un pequeño pueblo situado en el oriente cubano, se apagó la vida física de un verdadero Maestro. Con más de noventa años, Hugo Suárez se mantenía erguido, sonriente, con un libro en la mano, tan atento a la última noticia editorial como a la voz solícita de cada hijo de Niquero.
 Saludarle al verlo asomar en la puerta de su casa, ha sido común en todo niquereño. Adiós, Maestro; Maestro, ¿cómo está?  brotaron como voces del pueblo, en labios de profesores, pescadores, bodegueros, poetas, camioneros, amas de casa, oficinistas, zapateros. A diario, muchos se detenían un momento, a preguntar la opinión suya sobre la última noticia, o para aclarar un dato, una fecha, una curiosidad de la historia, una anécdota, un nombre olvidado, el origen de un apellido, muchas veces para dirimir una polémica con un vecino, al que se podía regresar con la carta de triunfo: lo ha confirmado Hugo Suárez.
   Otras veces, la visita se extendía a horas de rica conversación, al amparo de su vasta cultura, ya sentados en la pequeña sala, ya de pie al lado de los libreros repletos, hasta salir a la acera a retardar la despedida. Porque a la casa de Hugo Suárez ha llegado  cuanto escritor, historiador, maestro, investigador y, esencialmente, cuanto apasionado lector ha tenido Niquero,  aun de visita, en las últimas cuatro generaciones.
  En este cálido núcleo urbano, ningún preceptor ha tenido un reconocimiento popular tan legítimo como Hugo Suárez. Sin embargo, por esas paradojas que se pierden en el zoon politikón aristotélico, el maestro fue apartado del aula. Ocurrió en la década de 1960, cuando a la dirigencia política municipal  llegaron las primeras ventiscas de una tormenta que azotaría  a las prácticas religiosas de la isla. Suárez ejercía entonces como profesor de Matemáticas en la Secundaria Básica “Arturo Pacheco”, la única del pueblo. Era, y fue siempre, miembro de la Logia Masónica, como lo fueron en su tiempo Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo y José Martí, de quienes tanto heredó.
  En aquellos días, cuando ocultarse a rezar fue para muchos creyentes una artimaña protectora del empleo, Suárez no escondió a su Dios. Lo despidieron de la docencia.  Después encontró trabajo en el central azucarero, en el departamento de transporte. Anotar los números de las placas de los camiones que entraban y salían, con pesos y volúmenes de carga, vino a sustituir a los logaritmos, raíces cuadradas y geometrías que el profesor enseñaba, enriquecidas sus lecciones con la reflexión, ética y cultura general que los jóvenes requerían para su formación.
Hoy nadie recuerda el nombre de quienes firmaron aquel despido injusto y dañino, hace ya cinco décadas. Quién sabe el número de firmas similares, repetidas en decenas de municipios del país, que apartaron de las aulas a maestros ejemplares, porque el horario dominical de la iglesia no lo dedicaron al trabajo voluntario, ni desmontaron la imagen de Jesús en las paredes de su hogar. Pero no es necesario hurgar en los archivos, ni prestaría algún servicio saber a quién correspondió informarle al profesor Hugo Suárez que no podía seguir ejerciendo la profesión que tanto amaba.
 Lo que importa saber, lo que sabemos, es que Hugo Suárez siguió siendo Maestro, ahora con mayúscula. Los que entonces fueron sus discípulos –muchos ya jubilados- han contado una y otra vez  a los amigos, a los hijos, a los ­nietos, el orgullo de haber sido discípulos suyos. Los que no asistieron a sus clases, porque crecieron después o llegaron a Niquero cuando ya él no estaba en el aula, fueron en búsqueda de lecciones a su hogar, de donde era común salir con un libro prestado. En esa lista me encuentro, porque llegué a Niquero en 1971, nombrado, con 20 años, profesor de la Secundaria Básica donde Hugo había ya dejado de educar.
 La primera alusión que tuve de Suárez –como cientos de referencias después–  se relaciona con los libros. Todo niquereño al que le recomendaban leer un libro, si no lo encontraba en ninguna parte, se dirigía a la casa del Maestro, como todos le empezaron a llamar. Mi primera tentativa fue con La Tournée de Dios. Mi amigo Valentín Gutiérrez me contó que era para partirse de la risa el finísimo humor con que Enrique Jardiel Poncela  había novelado la llegada final de Dios a la tierra. -¿Pero dónde encuentro ese libro?, le pregunté. Entonces me habló de Hugo, quien había sido su profesor, y me acompañó hasta su casa. Hablamos de Jardiel Poncela, de quien tenía –y me prestó–  La Tournée...,  pero también Amor se escribe sin hache, Espérame en Siberia, vida mía y otros, que después fui buscando y devolviendo, hasta quién sabe cuántas decenas de visitas, libros y autores.
   Más fecundo que entrar a una biblioteca, fue siempre  llegar a casa de Hugo a buscar, devolver un libro, o simplemente a conversar. Porque, en todos los casos, la visita se enriquecía con su comentario agudo sobre el último libro llegado a sus manos, con la vivacidad de su mirada inquisidora y con la sonrisa ampliada de compartir –como verdadero Maestro– el conocimiento sobre los más disímiles campos de la historia, la literatura, la filosofía, la ciencia, y los temas eternos de la indagación humana.
Seguramente en todos los lugares sobresale un educador, cuya certificación y trascendencia desborda los diplomas y nombramientos, al superar los cánones temporales de la norma impuesta.  En Niquero se distingue a Hugo Suárez como Maestro y ganar esa consideración en el lugar donde al hombre le toca vivir –por pequeño que sea– alcanza significado universal.
Que descanse en paz, y llegue a su alma pura el sentimiento de todos los hijos del pueblo que le llamó Maestro.

3 comentarios:

  1. He disfrutado la lectura de este texto. Me transporto al lugar y me acerco al sentir de lo narrado.

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  2. Este artículo me ha hecho revivir tantas cosas de mi natal niquero, yo venia ennla generacio subsiguiente a la que El Maestro le daria clases, cuando llegué a la secundaria ya lo habian despedido, era amigo de mi padre, como de todos los niquerwños, luego lo vi en la Base de transporte como casetero, pe ro siempre con la misma sonrisa y loa chóferes lo trataban con tanto respeto que era de admirar, yo lo visité varias veces ene se trabajo porque mi padre trabajaba ahi como chofer. Era un verdadero ejemplo de humildad y sabiduría,que dios lo tenga en la gloria y esperemos que algun dia laa autoridades dw Niquero le rindan el homenaje que en vida le negaron porque wl respeto y la consideracion de los niquereños lo tiene por los siglos de los siglos.

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  3. Maestro de Maestros. Un ejemplo para muchas generaciones de niquereños. Lo recuerdo con un cariño extraordinario. Muchos y muy buenos consejos recibí de él. Creo debe ser reconocido entre las personalidades más significativas del terruño.

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