jueves, 8 de septiembre de 2016

Conversar en Tampa con el cineasta cubano Juan Carlos Cremata

Por Gabriel Cartaya

Juan Carlos Cremata Mal­berti es un nombre impres­cindible en el cine cubano de nuestro tiempo. Aunque con el filme “Nada”, de 2001, alcanzó premios que lo llevaron a la notoriedad, vino a ser “Viva Cuba”, primer filme cubano en alcanzar un premio Cannes, quien lo anotó con tinta sólida en la pléyade privilegiada de los cineastas de la Isla.
      Con seis películas rodadas, decenas de premios en diversos continentes y en plena madurez creativa, Cremata ha elegido recientemente a la ciudad de Tampa para vivir. Desde cono­cerlo personalmente y hablar sobre cine, Cuba, Tampa y pro­yectos de trabajo, le propongo una entrevista a la que accede con agrado.
       Aunque ya habías dirigido otros filmes, es “Viva Cuba”, del 2005, la que te sitúa en la cús­pide del cine cubano, convirtién­dote en un director reconocido a nivel internacional. ¿Qué signifi­có –y significa– “Viva Cuba” en tu creación cinematográfica?
     “Viva Cuba” fue como una iluminación. Al seguir mis ins­tintos. No sé bien por qué siem­pre agradezco al cielo haberla concebido. Yo había estudiado mucho – incluso, antes de reali­zar mi primera película titulada  “Nada” - al cine cubano anterior a mi propuesta. Y descubrí que aunque se habían hecho muchos proyectos para niños, nunca hubo una película con ellos como protagonistas de un largometraje. Era un proyecto pionero en muchas vertientes. Un road-movie por toda la isla, con tecnología digital, que la alejaba del contexto cuasi habanero-centrista del resto de las películas cubanas. Y viaja a lo largo de todo el país.
       Yo había renunciado al Insti­tuto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC). Y en un enojo, me propuse hacer algo de lo que el ICAIC se arre­pintiera por no haber hecho. Y fue lo primero que logramos, con el excelente guión coescri­to con mi amigo de siempre, Manolito Rodríguez, porque “Viva Cuba” no es una película del ICAIC. Se hizo con el con­curso de la Casa Productora de Telenovelas de la Televisión Cubana en coproducción con QUAD Productions de Francia y DDC de Estados Unidos. Sin embargo, se convirtió en el primer filme cubano con niños como protagonistas.
Juan Carlos Cremata visita
La Gaceta. Fotografía de
Manuel Portales
      Luego la bendijo el premio “Grand Prix Ecrans Junior”, en el Festival Internacional de Cannes del 2006. Y la colocó como la primera película cuba­na que obtuvo un premio en el que es considerado el Festival más importante de cine del mundo. Yo había estado en Cannes dos años antes, con “Nada”, mi primer filme, en la “Quinzaine des Realisateurs”. ¡Pero si a eso sumas que luego se desató un aluvión de pre­mios e invitaciones a festivales! La lista de distinciones suman la cifra récord de 46 galardones entre nacionales e internacio­nales. “Viva Cuba” es aún la película más premiada en la historia de la cinematografía cubana.
      Pero, curiosamente, y más allá de su cubanía intrínseca, “Viva Cuba” es, en realidad, una producción francesa, fi­nanciada con fondos norteame­ricanos. Fue vendida en casi todo el mundo. Y representa al mismo tiempo una carta de presentación de nuestro país natal. Aunque te confieso que nada se equipara a la sonri­sa de los niños al verla. O de aquellos más creciditos que se resisten todavía a dejar de serlo. No imaginas la maravilla que es entrar a un cine y ver a muchos niños recitando los textos de tu película.
      “Viva Cuba” me dio a cono­cer más al mundo. Y me dio la posibilidad maravillosa de conocer mucho más mundo también. Es un “raro” filme fa­miliar. Los niños y los adultos disfrutan por igual. Y eso hace que más gente se aficione y el rango o espectro de público sea mayor. Fue emocionante mos­trarla en la India, ante casi mil personas en Calcuta. Además, fue un proyecto familiar en otro sentido, en tanto se realizó con el concurso de casi toda mi familia de sangre. Mi madre la codirigió. Un hermano actúa. Mi primo Guillermo Ramírez Malberti fue el director de arte. Y mi otro primo, Amaury, su hermano, compuso parte de la música. Tengo recuerdos muy lindos de las experiencias que aún hoy me ofrece esa tierna, dulce y linda película. Aquí en Estados Unidos se ha visto bas­tante, y hasta hay quién ha visto “Viva Cuba” y se ha motivado a visitar la isla.
       Antes de ese filme paradig­mático, que rompió con el esque­ma de que para hacer una gran película en Cuba había que con­tar con el ICAIC, habías rodado otras cintas y alcanzado premios en Cuba y en otros países. Há­blame de Juan Carlos Cremata antes de “Viva Cuba”.
      Bueno, a ver, desde que tengo uso de razón, sé que pro­vengo de una familia muy artís­tica. Mi madre es coreógrafa y directora de televisión. Mi padre era un actor innato. Mis tíos de infancia fueron actores muy fa­mosos y reconocidos. Imagínate que yo nací, prácticamente, en un estudio de televisión. Y luego trabajé un tiempo en ella. Es de­cir, desde muy chiquito, nada de lo artístico me es ajeno. Luego de haber transitado como actor en la televisión desde pequeño, recorrí el extenso camino del artista aficionado, hasta que me gradué en el Instituto Superior de Arte, en la especialidad de Teatrología-Dramaturgia, como crítico de ballet. En realidad nunca lo ejercí. Hice televisión como actor, guionista y direc­tor, ya de joven. Y además, en 1991, me gradué con la Primera Generación de la Escuela Inter­nacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, que es el proyecto más importante de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FLC) y que fuera comandada, hasta su fallecimiento, por el Premio Nobel de Literatura Ga­briel García Márquez.
       Bueno, pues yo al termi­nar esa, aún hoy, importante escuela, hice una tesis en 35 mm, dibujada a mano, cuadro a cuadro, por la cual me invitaron a más de una decena de festi­vales en Europa, que me llevó a enseñar Teoría de la Edición Cinematográfica, durante dos años en la Universidad Pública de Buenos Aires, Argentina. Además, ya había trabajado en algunas producciones en Chile, Ecuador y México. Y había ex­perimentado largas e intensas estancias de vida en varios países del mundo. Todo eso me hizo obtener una Beca Guggen­heim en Nueva York en el año 1996, donde, también, esa tesis de la escuela titulada “Oscuros rinocerontes enjaulados (muy a la moda)” pasó a integrar los fondos del Archivo del Museo de Arte Moderno (MOMA).
Luego de vivir un año en esa ciudad maravillosa que es Man­hattan, decidí regresar a Cuba. Y después de algunos tropiezos pero mucho empeño, logré hacer “Nada”, mi primera película. Y bueno… después vino todo lo demás. Junto con “Viva Cuba” nació mi proyecto “El Ingenio”, con el que quiero asumir todo lo que pueda hacer en teatro y en cine. Soy yo mismo. He hecho mucho cine. Y mucho teatro.
        En el 2006 empezamos una intensa carrera durante diez años consecutivos, con diferen­tes puestas en escena y éxitos de público y atención de la crítica. He podido hacer sueños reali­dad. Y es que yo no me canso de soñar. Por lo tanto, creo. Consi­dero que crear es la manera más linda de vivir.
       Sobre tu filme “El Premio Flaco”, estrenado en La Haba­na durante el Festival de Cine Latinoamericano de 2008, tú has confesado que expresa “la importancia de agarrarse a lo es­piritual en lugar de lo material”. ¿Se relaciona esta expresión con la voluntad de hacer cine a pesar de las carencias materiales que enfrenta la producción cinema­tográfica en Cuba o trasciende este contenido?
Juan Carlos Cremata en Tampa.
 Fotografía de Manuel Portales
      Bueno es que en “El Premio flaco”, que es para algunos cubanos “su película favorita”, ja, ja, eso incluso, se convir­tió en la propia filosofía de la realización del filme. No había recursos. Y se pudo hacer todo eso, con muy poco. De hecho no pude asumir movimientos de cámara. Porque no había pre­supuesto para su alquiler. Y se hizo en coproducción con Gua­temala, un país más pobre cine­matográficamente que Cuba . Lo que defiende esa película es que “se puede ser carente de bolsillo, pero no se debe ser miserable de alma”. Hay quien nada tiene y lo da todo. Hay quien tenien­do de todo, se ha quedado sin nada dentro. Muchos latinos se identifican con la película. Hacer cine es para cualquiera un lujo, pero para los cubanos es una necesidad, porque es la manera de mantener viva la memoria de estos tiempos nuestros para el futuro, aunque estemos ha­blando del pasado. ¿Cómo van a saber nuestros hijos o nietos cómo éramos? Por eso hay que crecerse. A veces las dificultades materiales te dictan el camino para ser ingenioso y creativo.
      “El Premio Flaco” fue el pro­yecto que durante más tiempo soñé. Incluso, hasta antes de soñar con ser cineasta. Por eso abandoné todo otro proyecto, ante el fallecimiento repentino de su autor (amigo) Héctor Quintero. Y decidí asumir la definitiva versión al cine de su obra más importante, “Contigo pan y cebolla”, que se estrenó en enero del año pasado, co­mercialmente, en los cines que aún quedan en el país. Luego de su estreno, para nuestro dolor, también falleció su protagonis­ta Alina Rodríguez, una de las actrices más queridas y respeta­das por el pueblo de Cuba. ¡Que ambos estén en la gloria!
     En la década de 1990, la más cruda del llamado período especial, estuviste algún tiempo viviendo fuera de Cuba, incluido Nueva York. Sin embargo, tras el enorme aprendizaje y disfrute que debió significar para ti ese periplo extranjero y seguramente para sorpresa de algunos, regresas a La Habana. ¿Qué razones determinaron esa decisión?
       En esa época pensaba que, salvo experiencias aisladas como las de León Ichaso y Orlando Jiménez Leal, o Néstor Almendros, el cine cubano sólo podía hacerse en Cuba. Y quería volver, precisamente, para entregar a mi pueblo todo lo que había aprendido en el camino o viviendo lejos de allá, donde tengo amigos, algo de familia y una hija a la que adoro con todo mi ser. Pero,  sobre todo, regresé con la intención, declaradamente artística, de abrir las mentes de mis coterráneos a concepciones y maneras, si no originales, al menos distintas de hacer, sentir y pensar. Mi vocación fue, es, y seguirá siendo: expandir horizontes mentales. Abrir puertas al conocimiento, al aprendizaje, a la comprensión, al respeto y a la tolerancia Tuve suerte. Y a golpe de “surfeo” con las dificultades, combinado con talento y talento y  empeño, realicé “Nada”, mi primera película. Luego vino “Viva Cuba”, a la que siguió “El premio flaco”.Después vino “Chamaco”, tres cortos de la serie “Crematorio” y por último “Contigo pan y cebolla”. Ah, y durante todo ese tiempo, acompañado de una decena de puestas teatrales con éxito permanente de público y bastante resonancia de la crítica.
    Ahora los tiempos han cambiado y el concepto de cine cubano ha evolucionado. Y tiene que seguir cambiando, pues ya no es sólo cine cubano el que hace el ICAIC, ni siquiera el que se realiza, gracias a la Virgen de la Caridad del Cobre y todos los santos o esfuerzos del mundo, fuera de la mal llamada hoy “industria cinematográfica cubana”, que se ha convertido en un triste edificio que concentra más burócratas que artistas.
    Cine cubano es también el que hace cualquier cubano que viva en cualquier rincón del mundo. Para colmo, puedo afirmarte que he visto cine cubano, en cineastas como Carlos Marcovich, de México, Laurent Cantet, de Francia, el mallorquín Agustí Villaronga o los catalanes Carles Bosh y Josep María Domenech con el documental “Balseros”, entre otros, que muy bien pueden ser también perfectamente catalogados como ejemplos de cine cubano. Yo soy de los que cree que cubano es más que un apego a una tierra en concreto, una atadura razonable y sentimental a una cultura común que nos identifica.
    En los últimos años, el ICAIC ha ido perdiendo el monopolio de la producción cinematográfica en Cuba, en la medida en que el cine independiente ha alcanzado más protagonismo. ¿Cómo evalúas esta tendencia?
    En este momento me interesa mucho más ser distribuido por el “paquete” –que es una alternativa popular al control sobre el Internet en Cuba– que estrenar en los pocos y lamentables cines que quedan en pie, o tambaleándose, en el país. Me interesa que mi obra se siga conociendo y darla a conocer a través de las redes sociales, encontrar vías alternativas de distribución que la tecnología parece ofrecer cada día más. En Cuba, como en todos lados, se está dando un fenómeno interesante y es que ahora todo el mundo puede filmar lo que sea, hasta con un celular. A veces vemos cosas que antes no veíamos y ni siquiera sabíamos que podían existir. Digamos que el protagonismo se ha esparcido, difuminado, derramado, pulverizado. Y, en fin, democratizado cada vez más, gracias a la tecnología. Por eso cada vez es más difícil controlar la explosión de visiones distintas sobre un mismo hecho, proyecto, proceso o supuesta verdad. Existen tantas lecturas como espectadores y cada espectador tiene una historia que puede contar. Eso producirá, sin lugar a dudas, un público diferente, por la expansión intelectual que supone. Aunque, por supuesto, no está ajena al riesgo que supone cierta banalización y la mediocridad acechante, las que parecen acechar con saña los tiempos que corren.
    Pienso que el componente económico, más que el nivel profesional, ha sido una razón esencial en que el cine cubano actual haya buscado el recurso de las coproducciones con otros países. ¿Crees que la mirada desde el extranjero a la realidad cubana, latente en la mayor parte de los filmes de y sobre Cuba, es fiel a la cultura que intenta transmitir?
    Chico, la palabra extranjero me saca de quicio. Es tan déspota, cruel, racista y limitada, que trato de eliminarla de mi vocabulario. Hoy insisto en que primero se es humano y luego, de cualquier nacionalidad que sea, la visión externa de un fenómeno, ayuda siempre a su comprensión por todo el mundo. Y este es un universo urgido de entendimientos, necesitado de tolerancias, carente de convivencia y pletórico de culturas. Lo diverso es lo que nos hace auténticos. Pero lo común es lo que nos distingue e identifica como seres humanos iguales, parecidos y/o diferentes. Así que agradezco, la mayor parte de las veces, sobre todo cuando lo adornan las buenas intenciones, la visión de cineastas no nacidos en Cuba. Lo más triste es que en nuestra propia isla se promueva la filmación de mega filmes, usando a la realidad como pura escenografía. Y no se apoye más, contradictoriamente, al cine independiente cubano, que ofrece sin dudas una versión más cercana a lo que realmente sucede allá. 
    Hoy, las coproducciones casi siempre traen intereses comerciales y a veces ha primado en ellas una mirada ajena, fría y distante. Pero cuando se mira con el corazón y la razón más plena, el resultado siempre se agradece. Ver, por ejemplo, la última película de Rolando Díaz me ha expandido aún más el concepto de la universalidad de lo cubano. Rolando es un cineasta cubanísimo, que aborda en su última entrega un tema no cubano. Y lo hace con esa carga de cubanidad suya tan honda, intrínseca y tremenda, al tiempo que desde una universalidad sin límites, sin fronteras y sencillamente liberada. Es como una bomba, una explosión de sentimientos, ritmo, cadencia y manera de ver las cosas. Pienso que todo es un proceso donde se impondrá esa mirada única que ofrece el alma y la mente de nuestra nación. Esa es su cultura, y a la vez, el acervo del mundo.
    ¿Cuál es, en tu opinión, la mejor película cubana de todos los tiempos y si ella coincide con el mejor director?
    Mira, sería demasiado injusto con todos mis gustos decirte el nombre de una única película o de un sólo director. Porque todas las películas y todos los directores han dejado una huella, más grande o más pequeña, en mí. Me es imposible ponerme a escoger una película entre tantas, muchas. Y no sólo cubanas, sino en la historia entera de la cinematografía mundial. Lo mismo me sucede con los directores. Disfruto tanto del cine silente (que en verdad era solamente mudo) como de todas las escuelas documentales, las películas de todas partes del mundo, los estrenos comerciales, los musicales, el cine experimental, los cortometrajes, las series de televisión, los video-clips, los espectáculos filmados, etc. Casi nada de lo visual me es ajeno y, por el contrario, se me torna vital, esencial, casi como respirar. Así que te dejo en esa. Todo el cine y el arte me interesan. En el arte, en mi opinión, son injustas, banales, irracionales y hasta absurdas las competencias. Nada es igual a otra cosa. Y me considero un defensor acérrimo de la diferencia.
     ¿Estás de acuerdo conmigo en que después de “Fresa y Chocolate”, las dos películas de mayor impacto del cine cubano son “Conducta”, de Ernesto Daranas y “Viva Cuba”?
    Bueno, eso lo dices tú y  yo no tengo porque estar en desacuerdo. Ni te voy a llevar la contraria. Pero hay muchas películas y directores cubanos que han marcado pauta también. Cada una a su manera y en su tiempo, todas han sido importantes, hasta las que están por venir. Y han conformado puntos de vista distintos, pero auténticos, en nuestra manera de ser. Otras películas y directores que tú no mencionas han tenido impacto en otros lugares y en otros momentos. Y todas han tocado a decenas, cientos y miles de espectadores. He estado tentado de mencionarte títulos, más clásicos o más recientes, pero no quiero correr el riesgo de ser injusto al olvidar tantos artistas y obras importantes en nuestra cultura. Estoy seguro que están aún por arribar otros ejemplos de películas memorables. Creo en la gente joven que está haciendo cine en Cuba y fuera de ella también.
        ¿Quieres hablarme de los logros alcanzados con tu grupo de teatro “El Ingenio” y de los avatares de la obra “El Rey ha muerto”?
   “El Ingenio” surgió con “Viva Cuba” como productora independiente. Por ese entonces comencé mis dos primeros tanteos con el teatro profesional: “Las viejas putas” y “Frigidaire de Copi”, que fueron amparados, para mi honra y muy amablemente, por el teatro “El Público”, que aún dirige el Premio Nacional de Teatro Carlos Díaz Alfonso.
    Pero ya al tercer año, y con la tercera puesta en escena de “El malentendido”, de Albert Camus, nos independizamos para consolidarnos como una referencia artística concreta. Así es que surge “El Ingenio”, como grupo de teatro. Pero era, más bien, un grupo de artistas que se reunían en torno a mí, para distintos proyectos en cine o teatro. Porque, en esencia, “El Ingenio” soy yo, con mis ideas y la manera que persigo de ingeniarme la posibilidad de convertir ciertos sueños en realidad.
   Transitamos por una decena de puestas, estilos y funciones que nos consolidaron como un referente importante dentro del ámbito escénico en La Habana. Fue un proyecto irreverente, iconoclasta, experimental, anárquico, contestatario, muy divertido, a veces duro, pero la mayoría memorable y, en mi opinión, demasiado conflictivo para las autoridades culturales de la isla.
  Por ende, muy atractivo para un público que fue creciendo cada vez más y repletando cada una de las funciones de cada temporada en los espectáculos que hicimos. Fue todo un suceso y estuvo  a punto de cumplir 10 años, cuando sucedió la desafortunada censura de la puesta en escena de “El Rey se muere”, de Eugene Ionesco, del que sólo nos dejaron hacer dos funciones. Me acusaron de estarme burlando de Fidel Castro, a lo que siempre respondí que cada uno lee lo que quiere leer en el arte, con lo que se puso en evidencia la lectura oculta de los propios censores.
El autor, conversando con Juan Carlos Cremata.
Fotografía de Manuel Portales
   Siempre he pensado que la censura hace más daño al censor que al censurado, porque trasluce el miedo a que se digan ciertas cosas y la inseguridad de un sistema, arbitrado anacrónicamente por una “seguridad” del estado. Y la arbitrariedad de una injusticia arcaica, fascista y anacrónica por medieval, no detuvo ni acalló mi denuncia pública. Creo que tuve el derecho de gritar y decir a los cuatro vientos lo que pienso. Cualquier censura es aborrecible. Y sobre todo es intrínsecamente opuesta a la expresión artística, que es por naturaleza y por esencia libre. Me prohibieron hacer teatro y decidieron desintegrar “El Ingenio”.
    Los cineastas, por otro lado, se pronunciaron en contra de tamaño atropello. Entonces quedó claro, para mí, que se me había decretado ya la muerte en vida.
  Pude, de todas formas, probar fuerzas antes de salir de Cuba y filmé un cortometraje (una cuarta historia de la serie “Crematorio”). Además, con la ayuda financiera de la Real Embajada de Noruega en Cuba, y en sólo 8 días, con un presupuesto de únicamente 5 mil dólares, filmar un largometraje titulado “Semen”, basado en la obra de Yunior García, un joven dramaturgo cubano. Filmar una película es sólo el 20% de todo proceso cinematográfico. Luego queda un 80% de trabajo con la postproducción. Cargo conmigo todo lo filmado, debidamente sincronizado. Y espero tener la ocasión de editar y post-producir esos filmes, para darlas a conocer al mundo, y a Cuba, por supuesto. Anhelo lograrlo lo antes posible.
    Has decidido recientemente radicarte en Tampa. ¿Por qué la elección de esta ciudad y qué sueños inmediatos tienes desde ella?
   Tampa nunca estuvo en mis planes, te lo confieso. Es una elección que me regaló la vida. Aquí vive mi excuñada, Yoha, que es casi como mi hermana. Y viven mis sobrinas, que me ofrecieron alojamiento en su casa, donde inicio esta nueva etapa de vida norteamericana. Y como yo hace mucho tiempo aprendí a vivir con intensidad lo que me quede, trato siempre de aprender y de avanzar. En el camino, he descubierto que aquí vivieron dos grandes intelectuales cubanos: el esencial José Martí y el gran compositor y pianista Ernesto Lecuona.
    Es una ciudad bellísima, en la que ojalá pueda encontrar un espacio, pues me siento orgulloso de vivir hoy en ella. La recorro todo lo que puedo, en bicicleta, y la aprendo a vivir un poco más cada día. Pero, sobre todo, la siento, porque la vivo a diario. Ojalá pueda sentar base aquí. Aunque yo, como artista, nunca me cortaría las alas, porque lo que amo es el vuelo. Tampa, sin embargo, es un buen nido. Por lo menos, hasta ahora, ha sido refugio, amparo, cuidado, amistades y muchas esperanzas. Ya veremos donde puedo colocar y hacer valer mis sueños. Y yo soy un soñador al que le gusta mucho insertarse en el “sueño americano”, sobre el soporte y la base de mis raíces, claro.
     Hace años, ideo una película sobre la etapa que Martí estuvo por aquí. Un proyecto que titulé: “La leyenda de las niñas de Tampa”. Es alrededor de un grupo de niñas y sus distintas historias, en la empresa de obtener financiamiento para entregarle, a través del Apóstol de Cuba, a la causa de la lucha independista. Pero una película de época requiere de mucho financiamiento. Y yo apenas estoy empezando a vivir en este sitio, acostumbrándome a él y buscando la forma de hacer realidad mis proyectos y delirios.
    Tampoco me gustaría abandonar mi carrera teatral. Creo que Tampa necesita y merece, además de su belleza, una mejor apuesta por todo lo cultural. Eso engrandece a todas las ciudades importantes. Por ello, podría aún venir mucha más gente a visitarla. Yo le ofrezco a esta ciudad tan hermosa todo mi saber y acervo cultural. Y el universo infinito de todo mi talento en pos de hacerla aún más bella, vivible y memorable. Aquí he sido muy feliz. Y espero seguirlo siendo en cualquier lado. Primero, sintiéndome ser humano. Y luego, entonces, orgulloso de ser cubano.

Entrevista publicada en La Gaceta, Tampa, en 26 de agosto, 
2 y 9 de septiembre, 2016



2 comentarios:

  1. Interesantísima entrevista, inteligente y mesurada por parte del entrevistador, valiente y apasionada por parte del entrevistado.No juega al amarillismo y nos da una visión de cuán libre siempre a sido Juan Carlos... gracias y ojalá podamos contribuir a hacer de Tampa una ciudad mas interesante, me apunto como actor a cualquier proyecto.

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  2. Hola Juan Carlos, me gustaría saber, si tienes un familiar llamado Alfonso Cremata, se que se dedica al teatros en Tampa; vivía en la calle Conill, íbanos juntos al Colegio HH.Maristas de la Plaza Cívica. si me puedes informar algo sobre ésto por favor, mi correo es: aguilucho1914@gmail.com
    Un saludo, desde España. Jose M. García Vila

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