viernes, 23 de septiembre de 2022

Tony Pizzo en la memoria de Tampa

 Tampa, que es una ciudad de gente agradecida, no olvida a quienes han contribuido a su crecimiento y hermosura. Entre ellos, están sus constructores, en el amplio sentido de un término que incluye tanto el aporte material como espiritual. Por ello, recordamos a Anthony P. Pizzo, que el 22 de septiembre cumplió el 110.° aniversario de su natalicio.

Cuando el 2 de enero de 1994, a los 81 años, Tampa le despidió en el cementerio italiano de la ciudad, había culminado una extensa obra como historiador que prevalece en la rica documentación que fue donada a la Universidad del Sur de la Florida y se conserva en la sala especial de colección de su amplia biblioteca. Hoy, estudiantes, profesores e investigadores que entran a ese recinto, solamente pronuncian su nombre y acceden a figuras y acontecimientos ocurridos en este espacio de Florida, especialmente relacionados con  la cultura italiana y cubano-española tan presentes en la historia de la ciudad.

Tony Pizzo contribuyó como historiador a que la
 ciudad de Tampa se conociera a sí misma
Hijo de los italianos Paul y Rosalia Pizzo, nació y creció en  Ybor City, en una década trágicamente marcada por la Primera Guerra Mundial, pero aún de esplendor por la impronta de la industria del tabaco en su barrio natal. En su niñez, fue de gran importancia para su fomación la influencia de sus padres, al transmitirle  su sensibilidad hacia los orígenes italianos, sino también a la comunidad. De aquellos días, el dejó escrita unas notas insuperables:

“Me gusta pensar en los días de mi juventud en la ciudad de Ybor... recordar las imágenes, los sonidos y los olores que enriquecieron mi infancia. La vida era agradable y despreocupada, a menudo emocionante. Todavía puedo escuchar la charla en español e italiano mientras los trabajadores desfilaban por los largos días de fumar cigarros en las fábricas; el estruendo de los carros y el grupo de cascos de caballos en las calles de ladrillos que entregaban botellas de leche y hogazas de pan cubano antes del amanecer... El melodioso latín parloteaba por las aceras por las noches era un encanto. Todavía puedo escuchar la música de los salones de baile flotando en el aire nocturno durante las ocasiones festivas. Al recordar el inquietante gemido del silbido del tren a lo largo de la Sexta Avenida en medio de la noche, despierta una triste sensación de nostalgia. Las viejas guaridas y los amigos fallecidos capturan mis recuerdos. Era una forma de vida que no volverá. Llenaba los veranos de mi infancia*”.

Pizzo terminó su educación preuniversitaria en Hillsborough High School  y después asistió a la Universidad de Florida. Egresado de ese centro, matriculó Derecho en la Universidad Stetson, pero luego prefirió dedicarse a los negocios. Durante la Segunda Guerra Mundial, se alistó en el ejército y prestó servicios dentro de las tropas estadounidenses. Después, ya como empresario,  fundó la companía de licores  International Brands. Más tarde, ya en la década de 1950, trabajó para la companía de licores House of Midulla, de la que llegó a ser vicepresidente. Entre 1965 y 1971, fue presidente de Rey Del Mundo Cigar Co., afiliada a esta empresa y también con ella fue  gerente general  de Fruit Wines of Florida Inc., la primera bodega que se construyó en Tampa.

Durante este tiempo,  Pizzo viajó muchas veces a  España e Italia, ocasiones en que recopiló una copiosa información relacionada con la emigración desde esos países a la ciudad de Tampa. Con ello, comenzó a desarrollar la vocación de historiador que llevaba dentro, a la que comenzó a dedicar cada vez más tiempo. Pronto alcanzó prestigio en este campo, especialmente por los aportes que incorpora al conocimiento de los orígenes españoles, cubanos e italianos de Ybor City. En 1982, lo nombraron historiador oficial del condado de Hillsborough, cargo desde el que presidió  la Comisión Histórica del Condado para la supervisión de los marcadores históricos en Tampa.

A su vez, el  agudo investigador se desempeñó también como profesor, impartiendo conferencias sobre  los origenes e historia de Tampa en la Universidad del Sur de la Florida, donde fue miembro del Consejo de Presidentes de esa institución. Es cuando, en 1979, la televisión creó la serie “Tony Pizzo’s Tampa”, en diez capítulos,  que obtuvo dos premios de la  Asociación Nacional de Televisión de la Universidad.

Durante la segunda mitad del siglo XX, creo que no hubo un historiador en Tampa que se ocupara con tanta fuerza y profundidad de los orígenes y evolución de la ciudad, preferentemente la de composición latina. Asimismo, estuvo integrado a diversas asociaciones, comités, proyectos e instituciones de la comunidad, por lo que vemos su nombre en la historia de la Cámara de Comercio, en el Centro Asturiano, el Español, el Italiano, en la fundación del Parque José Martí, en la Universidad de Tampa, en el Club Rotario, por sólo mencionar  algunos lugares en que dejó su huella.

Pizzo pudo asistir a muchos de los reconocimientos que mereció. En 1952, el gobierno de Cuba le confirió la Orden Nacional al Mérito Carlos Manuel de Céspedes,  en atención a sus grandes aportes al conocimiento de la historia de Cuba en Tampa. El país de sus ancestros lo nombró en 1974 Caballero Oficial de la Orden del Mérito de la República Italiana. En 1956, fue reconocido como Ciudadano Destacado con el Tampa Civitan Award, el más alto honor que otorga la ciudad.  El Colegio de Abogados del condado de Hillsborough le otorgó el Premio Liberty Bell el Día de la Ley correspondiente a 1990.

He mencionado sólo algunos de los premios que recibió en vida y después de su muerte en la ciudad que ha sido fiel a su legado. En 1998, una escuela primaria de Tampa recibió su nombre, se  ha instaurado el premio Tony Pizzo para investigadores que hacen grandes aportes a la historia y el patrimonio de la ciudad, una estatua perpetúa su imagen en la 9.ª Avenida y la calle 17 de Ybor City, la ciudad que le vio nacer aquel 22 de septiembre de 1912 y que le sigue recordando y agradeciendo.

*Otto, Steve (12.1.1997). “Tribute to historian almost right”. The Tampa Tribune.

Publicado en La Gaceta, 9.23.22

 

 

 

lunes, 19 de septiembre de 2022

Adiós al pintor cubano Cosme Proenza

    Acaba de morir en Cuba, atacado por el coronavirus a sus 74 años, el gran pintor holguinero Cosme Proenza, uno de los artistas plásticos cubanos más sobresalientes de nuestro tiempo. Al preferir vivir en el espacio provinciano en que nació, restringió la publicidad que hubiera podido alcanzar su prodigiosa obra en La Habana, París o Nueva York, pero no disminuyó la riqueza del arte con que expresó su sensible cosmovisión.


   Leí la noticia en la red social que la regó en el mundo, el popular Facebook, donde es posible percibir, a la vez, el impacto causado entre sus polifacéticos navegantes. Tomo, al instante, las primeras opiniones que saltan a la vista:

   -Rufino Pavón: “Ha muerto Cosme Proenza y no es justo darle el fin a su vida. El, como todos los que cumplen con la vida, pasan a ser inmortales. Junto a Carlín, Alejandro Fonseca, Delfín Prat y muchos más de nuestra generación, ha hecho una casa en la eternidad para los que apostamos al amor y la paz creando obras imperecederas que trascienden la vida temporal que se nos ha regalado.  En verdad queríamos tenerlo más tiempo con nosotros. Pero con el tiempo consumido bastó para dejar huellas profundas en nuestras vidas. Hasta luego, Cosme.

   -Alexis Pantoja: Falleció el maestro Cosme Proenza. Mi maestro y padre, al que debo toda mi formación como artista plástico. Falleció el maestro de toda una generación. Descanse en paz. Está en la gloria junto a los grandes del arte cubano y universal. ¡Buen viaje, maestro!

   -Ana Natacha González Garcia: Holguín llora. Ha muerto el maestro. ¡Luz eterna a tu bella alma!

   -Anette Rodríguez: La cultura cubana ha perdido a un pionero del posmodernismo en la Isla, y al más virtuoso y prolífero as del pincel que ha tenido. De la talla de Lam… y más allá, hasta de Goya… y Picasso… ya lo dirá el tiempo, como sucede en la historia de los grandes maestros incomprendidos en su época, yo he perdido más… he perdido a un gran amigo.

   Después encontré la noticia regada por todos los medios de difusión cubanos, oficialistas e independientes. En todos los casos, sobresale el respeto hacia el artista, el aprecio a su obra, una actitud que expresa el valor del arte por encima de las ideologías y los oportunismos políticos, agrandando la figura de quien prefirió embellecer la percepción del mundo desde un compromiso estético coherente y elevado.

San Cristóbal, óleo sobre tela, creado por Cosme Prohenza en 1898 y regalado
al Papa Juan Pablo II en ocasión de su visita a La Habana

   Cosme llegó a la vida en la campiña de Tacajó, cerca de Holguín, en el año 1948. Con vocación hacia las artes plásticas, se alejó del terruño natal sólo para alcanzar la formación académica que requería, la que encontró en la Escuela Nacional de Arte, en La Habana, y, después, en el Instituto de Bellas Artes, en Kiev. Se formó –o, más bien, se perfeccionó– como pintor, dibujante, ilustrador, grabador y muralista. Entonces regresó a su Holguín, pero no sólo a un taller personal de creación, sino a desarrollar, con la misma pasión, una amplia labor como docente e investigador.

   La obra del artista holguinero es conocida en todos los continentes. En más de 60 exposiciones personales y colectivas y diversos murales, sintetizó muchos códigos de la herencia del arte universal, incorporando elementos de su imaginación para recrear ambientes mitológicos, naturales y humanos desde una nueva dimensión de lo bello y lo eterno. Así lo apreciamos en sus series Manipulaciones, Boscomanías, Los dioses escuchan, Mujer con sombrero,  Variaciones sobre temas de Matisse y otras, donde lo simbólico y lo mítico se conjugan con la realidad (re)creada por el artista.

   Pero esta esquela no pretenden acercarse a la crítica que atiende a la obra del pintor que brilló tanto en el arte figurativo como abstracto, sino sólo expresar desde Tampa la pena por la pérdida física del artista cubano.

   Desde La Gaceta, decimos adiós al artista Cosme Proenza, deseando que la  hermosa luz que derramó en sus cuadros le acompañe infinitamente y que goce de paz  su espíritu que sigue acompañando a quienes aman el arte, que es una hermosa manera de amar la vida.

viernes, 9 de septiembre de 2022

El poeta cubano José Ángel Buesa, en su 112 aniversario

 Seguramente todavía viven en Tampa muchas personas que recuerdan el nombre del poeta cubano José Ángel Buesa y no dudo que muchos puedan recitar algunos de sus versos leídos u oídos hace más de seis décadas. Y es que poemas como el del “renunciamiento” y el de la “despedida”, estuvieron entre los más leídos en Hispanoamérica a mediados del siglo XX. Tal vez, sólo Pablo Neruda con los 20 poemas de amor y una canción desesperada logró superarlos en popularidad en aquellos años. Sin embargo, el poeta chileno alcanzó el premio Nobel de Literatura y el cubano, desconocido por la crítica literaria y alejado de su país después del triunfo de la Revolución Cubana, fue quedando en el olvido.

Es verdad que el declarado sentimentalismo en los poemas de amor de Buesa y la aparente sencillez de su construcción le ganaron el calificativo de cursi a los ojos de la crítica literaria marcada de academicismo, pero ello no puede ocultar que fue el poeta romántico más leído de su tiempo en Cuba y que sus versos acompañaron a miles de enamorados cuyos verdaderos sentimientos de amor se expresaron a través de su lírica. Ello es suficiente para que ahora recordemos al poeta nacido en Cruces, Las Villas, el 2 de septiembre de 1912 y quien viviera hasta el 12 de agosto de 1982, cuando murió en República Dominicana, a los 70 años.

José Ángel Buesa (1910-1982)

Se fue de Cuba el mismo año en que fue declarado el carácter socialista de la Revolución, en 1961, y aunque siguió escribiendo poesía, se dedicó fundamentalmente a la enseñanza, especialmente en su tiempo dominicano, pues allí fue catedrático de Literatura en la Universidad Nacional Pedro Enríquez Ureña.

Pero fue en su país natal donde alcanzó la mayor fama a que un poeta pueda aspirar, que es saber que sus poemas se recitan día a día, se aprenden de memoria y se convierten en declaraciones permanentes de amor de toda una generación. Con ello y gracias a las ediciones y reediciones permanentes de sus poemarios –señaladamente Oasis, libro publicado por primera vez en La Habana, en 1943 y reeditado más de veinte veces– el poeta villaclareño consiguió lo que pocos consiguen en este oficio: vivir de sus libros. También ejerció el periodismo, escribió obras de teatro y novelas radiales, pero sus cerca de 20 libros de poesía fueron su principal fuente de ingresos.

A partir de 1961, a nivel oficial fue prácticamente borrado de Cuba, aunque sus poemas siguieron en las voces del pueblo. No fue hasta la primera década del siglo XXI que volvió a publicarse a Buesa en Cuba, gracias a la gestión de Carilda Oliver Labra que hizo una selección de sus poemas y gestionó su publicación. Después, el crítico cubano Virgilio López Lemus preparó una selección de sus versos que tituló Nadie sabe por qué, publicada por la Editorial Letras Cubanas en 2011. En el prólogo, Lemus sostuvo que “cuando se le acusó de cursi y se llegó a decir que no pasaba de versificador fácil, se cometían, más que errores, injusticias, porque Buesa representaba en su poesía la sensibilidad de un sector de la población cubana, sus modos de aprehender y expresar el amor, de ser sentimental, de manifestar elementos emotivos de su identidad”.

Asimismo, el poeta y profesor de origen cubano Gustavo Perez-Firmat, reconoció que en la poesía de Buesa “se oculta una práctica de escritura mucho más complicada de lo que se ha pensado (…) Su logro, su hallazgo, es haber sabido crear una amplia comunidad de lectores mediante la expresión de lo que él llamó ‘emociones compartibles’, en un lenguaje llano que no está exento de artificios, de arte” (Cuban Studies, Universidad de Pittsburgh, Volumen 38, 2007).

¿Como no reconocer en José Ángel Buesa a un poeta para todos los tiempos, si el amor al que cantó es un sentimiento universal y eterno? Si la poesía, más allá de conocimiento es comunicación, ¿qué poeta cubano la ha alcanzado a mayor nivel en el tema amoroso? Bien dijo otro gran poeta cubano, Eliseo Diego, cuando recordó que la poesía, realmente lo es, cuando termina por ser de todos.

Poema de la despedida

Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.

Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.

No sé si me quisiste... No sé si te quería...

O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

 

Este cariño triste, y apasionado, y loco,

me lo sembré en el alma para quererte a ti.

No sé si te amé mucho... no sé si te amé poco;

pero sí sé que nunca volveré a amar así.

 

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,

y el corazón me dice que no te olvidaré;

pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,

tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

 

Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,

mi más hermoso sueño muere dentro de mí...

Pero te digo adiós, para toda la vida,

aunque toda la vida siga pensando en ti.

 

 

 

 

viernes, 2 de septiembre de 2022

Eduardo Márceles ­Daconte: de Aracataca al mundo (entrevista)

 Conversar con alguien de Aracataca nos lleva a recordar a Gabriel García Márquez, pues el famoso narrador colombiano inscribió en el universo al mítico lugar donde nació. Máxime, si el aludido es también escritor, fue amigo del Gabo y tiene familiares cuyos nombres aparecen entre los protagonistas eternizados en las novelas del Premio Nobel, por lo que es difícil que no aflore en el diálogo esa conexión enriquecedora. Nos referimos a Eduardo Márceles Daconte, quien ha recorrido el mundo como investigador, escritor, profesor, periodista, crítico de arte..., y ha preferido conocer antes de narrar, investigar antes de escribir, vivir antes de contar. Márceles ha residido en diversos lugares de Asia, Europa y América, dejando testimonio escrito de tan asombroso peregrinaje.

Sus libros como crítico de arte han hecho aportes sustanciales al conocimiento de las artes plásticas en el Caribe y una biografía suya sobre la cantante cubana Celia Cruz contiene todo el azúcar que la Reina de la salsa le imprimió. Ahora, viene a Tampa con otro libro que llama la atención: 16 danzas emblemáticas en el Carnaval de Barranquilla, un nuevo aporte suyo a la cultura hispanoamericana. Le pedimos una entrevista y en su respuesta generosa agrega la amistad.

Próximamente presentarás en Tampa tu libro 16 danzas emblemáticas en el Carnaval de Barranquilla, uno de los estudios pioneros sobre las manifestaciones del patrimonio oral e inmaterial del folclor caribeño. ¿Cómo nació esta obra que está despertando tanto interés en el público y la crítica?

La idea se originó en la invitación que recibí de una institución académica de República Dominicana para participar en el simposio denominado Música, identidad y cultura con el subtítulo de Folklore musical y danzario en el Caribe que tuvo lugar en Santiago de los Caballeros (Cibao), en abril de 2013. Entonces escribí una ponencia basada en las danzas tradicionales que conocía desde niño en el Carnaval de Barranquilla. Una vez terminé de leer y explicar cada una de esas danzas, algunas personas se acercaron a conversar y me dijeron que hubiera sido más ilustrativa si hubiera llevado más imágenes y, mejor aún, un documental para conocer mejor la coreografía, el vestuario y la música de esas danzas. Ahí comencé a entretener la idea del libro y de la película documental que está ya editada, sólo falta agregar algunos detalles y corregir unos pasajes para estrenarla ahora que vaya a Miami y Tampa.

A mi regreso a Puerto Colombia, decidí solicitar una credencial de investigador a la Casa del Carnaval para ingresar a los desfiles y presentaciones escénicas de las danzas, así pude durante 4 años tomar más de 4 mil fotografías mientras investigaba en la historia, la coreografía y la música de cada danza. Fue un trabajo agotador pero divertido, entrevisté a los músicos, directores e integrantes de las danzas, viajé a los pueblos y barrios de Barranquilla donde se originan y ensayan, leí una docena de libros sobre sus características generales para escribir sobre esta fiesta popular, fue una experiencia reveladora porque, así como yo, la mayoría de los colombianos, incluso barranquilleros, desconocen el rico contenido folclórico que caracteriza cada danza. 

Por eso el libro ha tenido una acogida fenomenal tanto en Colombia como en otros países, en Alemania, por ejemplo, han adquirido, sólo en Stuttgart, más de 200 ejemplares y en Nueva York me han encargado alrededor de 120. Debo agregar aquí que no obstante la cantidad de información bibliográfica y cinematográfica sobre el carnaval, no había un libro o documental específico que enfocara de manera individual y detallada, tanto en textos como en imágenes (el libro tiene 377 fotografías a color), la trayectoria y características de estas danzas patrimoniales del Caribe colombiano.

Cuando terminé de escribir el primer borrador, escribí el guion para el documental. Recuerda que mientras tomaba las fotografías, de manera simultánea, también filmaba, pero me di cuenta a tiempo que era imposible hacer las dos cosas a la vez, entonces contraté a camarógrafos y después a un editor que hizo un magnífico trabajo. En todo este trabajó me acompañó mi esposa, la artista visual Nubia Medina, sin cuyo apoyo logístico y moral, hubiera sido imposible llevar a feliz término esta iniciativa. Por último, como quiera que he vivido largos trechos de mi vida en EE.UU. y Europa, decidí traducirlo al inglés, un trabajo dispendioso que me llevó a hacerlo más accesible y didáctico para cualquier público de aquí o allende nuestras fronteras.

El escritor colombiano, profesor, crítico de arte, ensayista, editor y otros quehaceres, que ahora recibimos en Tampa por primera vez, ha sido llamado “un trotamundos de la cultura”, ¿a qué debemos tan sugerente nombramiento?

Pues bien, te cuento que he sido un andariego toda mi vida. Salí de Barranquilla con una beca para New York University, donde me gradué en 1970 con un B.A. en humanidades y concentración en economía y ciencia política. Luego ingresé a la Universidad de California en Berkeley para una maestría en Estudios de América Latina con énfasis en historia cultural de la región. Para mi tesis atravesé en una vieja camioneta Volkswagen, durante 6 meses, todo México y Centro América hasta llegar a Colombia donde vendí el vehículo, regresé a Berkeley donde tenía unos amigos asiáticos que me introdujeron en el estudio de religiones orientales tales como el hinduismo, el islamismo, el budismo y otras más, entonces me entusiasmé por el budismo, esa religión que se nutre de las enseñanzas de Buda que no es un dios, sino un ser humano que enseña el camino a la perfección espiritual. Con este bagaje inicial me fui en un largo recorrido por Japón, Hong Kong, Tailandia y Malasia hasta tomar un barco en Singapur que me llevó a Madrás en el sur de India y de ahí pasé a un monasterio en Sri Lanka como monje budista por 6 meses.

Luego viajé por India visitando ashrams y comunidades hinduistas, viví un tiempo en Goa, Benares y Cachemira, atravesé toda Asia Central en tren, bus, camello y elefante hasta llegar a Estambul, de ahí pasé a Grecia donde quería repasar el conocimiento heredado de los clásicos, en especial la mitología griega, por un tiempo viví en el sur de Creta a donde fui tras los pasos del laberinto del Minotauro, Ariadna, Perseo, Dédalo y su hijo Ícaro, también de mi admirado escritor griego Nikos Kazantzakis, viví en una comuna de jipis que habitaban unas cuevas arriba de una playa del mar Mediterráneo. Después de visitar la tierra de mis antepasados, inmigrantes italianos procedentes de Scalea, en la región calabresa, que se radicaron en Aracataca, un pueblo bananero en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, me fui a España.

En Barcelona me desempeñé como traductor de inglés-español para algunas editoriales, regresé a Colombia en 1975 para dedicarme a la literatura, el periodismo cultural y la docencia académica en la Universidad Javeriana de Bogotá, hasta que un estudiante llegado de China a hacer una especialización en la obra de García Márquez me entrevistó para sus tesis de grado y terminó invitándome a enseñar historia cultural de América Latina y asesor del diccionario chino-español. Nos fuimos a la Universidad de Estudios Internacionales de Shanghai en febrero de 1986 con mi esposa y nuestra primera hija Anneli, de sólo 3 años. En vacaciones recorrimos el país desde Beijing hasta Lhasa, capital de Tibet.

Cuando estaba a punto de cumplirse el contrato, me llegó una invitación de la decana de humanidades de Miami-Dade College como Distinguished Visiting Professor para dar conferencias sobre aspectos diversos de la cultura artística de América Latina, incluyendo algunas inquietudes sobre China y su polémica política acerca de las modernizaciones de Deng Xioping, el hijo único y sus consecuencias sociales, la herencia de Mao, el arte tradicional y la literatura contemporánea china.

Cuando estábamos listos para regresar a Colombia, fuimos a pasar la Navidad en NY, 1989, allí conocí un grupo de amigos que querían abrir una galería de arte en Soho y me ofrecieron dirigirla. A pesar de no tener experiencia en ese campo acepté el reto, nos vinimos a NY y durante un año dirigí la galería que se especializaba en artistas de América Latina con énfasis en el Caribe. Cuando la galería cerró, trabajé primero como intérprete en las cortes del seguro social de NY, después como curador de artes visuales en el Queens Museum of Art, hasta que abrieron HOY, un diario en español respaldado por uno de esos grandes conglomerados editoriales del país. Allí me desempeñé como periodista cultural y director de la revista cultural VIDA-HOY, que circulaba como un inserto todos los viernes.

Toda esa experiencia de mis viajes e investigaciones los he puesto al servicio de divulgar y promover las artes visuales, el teatro, la literatura y la cinematografía de América Latina y el Caribe en cada uno de los sitios donde he vivido, de ahí ese título que mencionas de “trotamundos de la cultura” que llevo con mucho orgullo porque me ha costado, además del inmenso kilometraje, el trabajo de investigar, reflexionar, escribir y enseñar sobre esos fascinantes temas. 

Eres oriundo de Aracataca, ese pequeño pueblo del Magdalena colombiano universalizado por Gabriel García Márquez. ¿Qué relaciones tuviste con el Nobel de Literatura de tu país?

Gabriel García Márquez y Eduardo Márceles
Daconte. La Habana, 1981.
Sí, nací en Aracataca, hijo de Imperia Daconte y Carlos Márceles Orellano. Mi mamá era hija de inmigrantes italianos y mi papá desciende de indígenas Mokaná, a orillas del mar Caribe. Mis padres me trajeron a Barranquilla aún niño para estudiar, crecí con mis abuelos paternos porque además era el único nieto. A pesar de que conocía a Gabo por su literatura, había leído primero su novela La mala hora y luego sus cuentos en Barranquilla, pero nunca había experimentado la emoción que sentí cuando leí Cien años de soledad cuando era estudiante en NYU, porque de inmediato reconocí el área geográfica donde se desarrolla la novela.

Lo conocí en persona en el lobby del Hotel Havana Riviera en 1981, cuando Casa de las Américas me invitó a participar en el Encuentro de intelectuales y artistas de América Latina como miembro de una numerosa comitiva. Al día siguiente de llegar, bajé temprano a caminar por el malecón cuando lo vi conversando con el recepcionista, me aproximé, lo saludé, pero cuando escuchó mi nombre, me preguntó si era de la familia Daconte de Aracataca, asentí y él lanzó un grito que asustó a los que estaban por ahí cerca: “Ahora sí se jodió esta vaina, dos cataqueros en La Habana”. Entonces, me señaló un sofá y estuvimos conversando un tiempo largo. Allí fue cuando me reveló que el admiraba y quería mucho a mi abuelo Antonio Daconte porque siempre fue amable y generoso con él y su familia.

Mi abuelo era dueño de una tienda bien surtida con todo tipo de mercancía, incluso importada de Italia, pero más aún del cine del pueblo. Me dijo que mi abuelo lo dejaba entrar gratis a él y a su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez, porque nunca tenían para pagar las entradas, eran pobres de solemnidad como sucede con el protagonista de su novela El coronel no tiene quien le escriba. En señal de gratitud, me dijo que se le ocurrió hacerle un homenaje con el nombre del italiano que llega a Macondo pero el personaje se le fue “volviendo marica”, después corrigió, era un tanto afeminado, entonces lo cambió por Pietro Crespi, un afinador de pianos que él conoció en Barranquilla, pensaba él que mi familia se sentiría ofendida de ver el nombre del patriarca familiar en esas condiciones. A partir de esa fecha nos hicimos amigos.

Son muchas las anécdotas con Gabo, cuando le pregunté por qué había utilizado el nombre de mi tía Elena “Nena” Daconte para la protagonista de “El rastro de tu sangre en la nieve”, me contestó que él había estado enamorado de ella cuando estudiaba en la Escuela Montessori de Aracataca. “Era una niña hermosa con una cabellera rubia que reía y jugaba mucho con todos”, me comentó, recordando que después el padre se lo llevó a estudiar a Barranquilla, pero nunca la olvidó, por eso cuando escribía ese cuento en Barcelona en 1974, le vino su nombre como un relámpago. 

También, una vez que me invitó a almorzar a su casa de Cartagena, cuando escribía El amor en los tiempos del cólera, me preguntó por la familia, le dije que por esos días había muerto mi tío Galileo Daconte. Se puso triste, dijo que había sido su mejor amigo de infancia; luego, cuando leí la novela, encontré que le hizo un homenaje como dueño de un cine de Cartagena ubicado en las ruinas de un antiguo convento de las clarisas. También, como asesor de la Editorial La Oveja Negra, recomendó publicar mi libro Los perros de Benares y otros retablos peregrinos (Colección de Literatura Colombiana), la mayoría de cuyos relatos suceden en India, Afganistán y El Líbano, durante una de las guerras en el Medio Oriente. Tiempo después me pidió prestado el nombre de peregrinos para su próximo libro de cuentos, y así fue, cuando salió su libro Doce cuentos peregrinos (1992) encontré que había cumplido su solicitud. Hace algún tiempo publiqué en el diario El Espectador, de Bogotá, una crónica donde cuento todas estas historias titulado “La familia Daconte en la obra de García Márquez” que se puede leer en Internet en la página del diario bogotano.

Tu obra ¡Azúcar!: La biografía de Celia Cruz, es tal vez uno de tus libros más vendidos. ¿Has seguido escribiendo sobre la cubana conocida como La Reina de la Salsa?

Para mí, ha sido uno de los proyectos editoriales que más he querido, para empezar desde muy joven mis padres eran fanáticos de la Sonora Matancera que escuchaban en onda corta de Radio Progreso en La Habana, yo me sé casi todas las canciones de Celia, me encantan, así que cuando ella murió en julio de 2003, estuve por casualidad en una fiesta de cumpleaños en ­Manhattan donde me encontré con una agente literaria chilena de nombre Leyla Ahuile. Lloramos y lamentamos su ausencia, le dije que me gustaría algún día escribir la biografía de la Reina de la Salsa, el lunes siguiente me llamó por teléfono para decirme –¡vaya sorpresa!- que una importante editorial de NY estaba buscando un autor para escribir su biografía y me la estaba ofreciendo.

Yo me asusté, me corrió una gota de sudor frío por la columna vertebral, le pedí un tiempo, era demasiada responsabilidad, me dijo claro que sí, te doy 10 minutos porque es urgente. Lo pensé un momento, la volví a llamar y le dije que sí. Entonces comenzó un periplo que me llevó a Miami, México, Barranquilla, La Habana hasta que completé la investigación básica. Terminé de escribir la versión final seis meses después, me dieron un tiempo más y se lanzó en el auditorio de NYU, donde asistieron muchos de los músicos y cantantes que la habían acompañado durante su trayectoria musical.

En Miami organizaron una protesta contra el libro cuando se organizó la presentación en el Instituto Cervantes porque menciono la canción que ella dedicó a la Revolución Cubana en 1959/1960 titulada “Guajiro ya llegó tu día”, grabada en Radio Progreso, canción que encontré por azar durante mi investigación, escuchando viejas interpretaciones en emisoras habaneras. Decían que era una calumnia e injuria, un invento intolerable, hasta Pedro Knight y Omer Pardillo me amenazaron con una demanda millonaria, pero envié la grabación en casetes a algunas emisoras y cuando la escucharon, cesaron las amenazas porque era evidente la voz de Celia y la música de la Sonora Matancera. Era, además, el inicio de la transformación revolucionaria y todo el mundo en Cuba estaba optimista, contento, con los cambios que se veían, de manera especial la familia de Celia que era pobre y pasando dificultades sin cuento. Según la editorial Reed Press, del libro se vendieron en español 100 mil y en inglés también 100 mil ejemplares. Estuvo varias semanas entre los libros más vendidos en EE.UU. en las listas del diario The NY Times.

Desde hace como siete años firmé un contrato con una empresa cinematográfica para hacer una película basada en esa biografía, pero se demoró, llegó la pandemia del Covid y sólo ahora parece que están resucitando el proyecto pero es lento y complicado, ya van como tres versiones del guion; yo escribí uno, pero todos han sufrido por diferentes razones, ahora contrataron a Celia María Cody, sobrina de Celia, para que revise su fase final.

Has realizado significativos aportes al conocimiento de las artes plásticas en el Caribe, especialmente con tus libros Recursos de la imaginación, Las Artes visuales del Caribe colombiano, ¿sigues enriqueciendo esas obras para futuras reediciones?

Sí, yo siempre estoy escribiendo reseñas y ensayos sobre la plástica, no sólo de Colombia, a veces me solicitan ensayos artistas de otros países de América Latina y de Estados Unidos. Como curador he organizado exposiciones en EE.UU., ciudades de Colombia, Caracas, Abu Dhabi en Emiratos Árabes Unidos y una vez llevé una exposición de artistas colombianos a Arco, la feria de arte de Madrid (España). Esos libros que mencionas reúnen mi trabajo de investigador de la plástica nacional durante décadas con muchas reproducciones fotográficas de las obras de los artistas mencionados. Se han hecho dos ediciones ya agotadas y aquí siguen preguntando por esos libros.

Como narrador, tu novela El umbral de fuego se asoma al tema del inmigrante colombiano en Estados Unidos. ¿Qué lectura pueden hacer hoy de ella todos los inmigrantes?

Es una novela de la diáspora colombiana que recoge las experiencias de personas que conocí en Miami y NY y la mía personal, aunque no es una novela autobiográfica. Son más bien las aventuras y vicisitudes de un inmigrante ilegal que después de un largo peregrinaje llega a Miami y por casualidad se encuentra con amigos que viven del narcotráfico, sin papeles ni trabajo, se enreda en ese negocio, viaja a NY y allí se dedica al tráfico local como jíbaro o sea la persona más abajo de la estructura narcotraficante, pero es más que nada la vida íntima, social, erótica de un personaje en circunstancias extraordinarias.

La novela ha corrido con suerte porque la edición se agotó, aunque me quedan algunos ejemplares que llevaré a Florida ahora que vamos. El personaje se llama Lorenzo Centeno, un bogotano que huye de las necesidades económicas, comienza en Bogotá durante el gobierno de César Turbay Ayala (1978-1982), es una obra que se puede leer de una sola sentada. Hay un director de cine colombiano que me ha solicitado sentarnos a conversar sobre la posibilidad de llevarla al cine, pero aún no nos hemos puesto de acuerdo.

Volviendo al libro que presentarás en Tampa a principios de septiembre. ¿Hasta dónde esta obra puede ser un modelo para el estudio de otros carnavales caribeños en cuyos pueblos el elemento afroamericano es un componente importante de su sincretismo? 

Sí, es cierto, el libro abre las puertas a proyectos similares en el área del Caribe y otras regiones de América Latina y de manera especial en el Caribe donde se celebran los carnavales, como República Dominicana o la celebración de Vejigantes en Ponce (Puerto Rico), también en Brasil o Bolivia y, en general, las islas del Caribe. No sé si Cuba porque allí el carnaval ha perdido mucho brillo, yo estuve en uno de ellos como jurado de literatura testimonial del premio Casa de las Américas, pero extrañé el esplendor que me han dicho tenía décadas atrás.

Por supuesto, el elemento africano es fundamental en estas danzas, por ejemplo, la Danza de Congos, como indica su nombre, ubica su génesis en la época colonial en Cartagena de Indias entre esclavos que celebraban sus fiestas dedicadas a las deidades africanas; la Danza Son de Negro es la respuesta festiva de los esclavos en los palenques contra sus amos, es una danza de burla que ridiculizaba con muecas y gestos, alguna veces grotescos, la opresión española, aunque también las hay ecológicas como la Danza de Coyongos que nació un 11 de noviembre de 1811, cuando se celebraba la independencia de Cartagena, en la ciudad de Mompox y es una mímica de las aves zancudas que habitan en las márgenes de los ríos caribeños, así sucesivamente, aunque el elemento indígena también está presente en algunas danzas, así como el ingenio y creatividad de artistas populares del mestizaje rural y urbano en barrios periféricos de Barranquilla. Ya las conocerán todas durante la presentación en la Universidad de Tampa.

Mil gracias, Gabriel, tus preguntas me han hecho recordar muchas cosas que tenía extraviadas en el archivo de mi memoria.