martes, 29 de junio de 2021

Cuando los músicos de Cuba venían a Tampa


En los últimos años, sólo algunos músicos cubanos han sido disfrutados por el público de Tampa, pues no muchos han podido venir a tocar y cantar en escenarios  donde han sido invitados. Entre ellos, recuerdo a Albita Rodríguez, Aymée Nuviola, Cándido Fabré, Adalberto Álvarez, Pedro Luis Ferrer y muy pocos más, quienes han ofrecido, a lo sumo, tres o cuatro horas de actuación. Sin embargo, en las primeras cinco décadas del siglo XX Tampa era una de las plazas visitadas por los más grandes músicos cubanos, como ocurría también con las artes escénicas y otras manifestaciones culturales.

Todavía muchas personas de la llamada tercera edad –ya se  está hablando de la cuarta por la prolongación del promedio  de  vida– recuerdan  a Benny Moré, Celia Cruz, la Orquesta Aragón, La Sonora Matancera,  y otros grandes exponentes de la música cubana que disfrutaba con entusiasmo el público tampeño.  Y muchos no venían a dar una o dos funciones, como ocurre hoy con los pocos que llegan, pues a veces eran contratados para largas temporadas que podían extenderse a varios meses. Es el caso del popular Ñico Saquito, como me contó recientemente  Billy Delgado, un notable músico de origen cubano que con 93 años conserva en su memoria aquellos tiempos en que él acompañaba a muchos intérpretes llegados de la Perla de las Antillas.

De izq. a der.: El Galleguito, Ñico Saquito, William González,
Lázaro Salqueiro, Billy Delgado y René Fuentes,
en el Centro Español de West Tampa
En la conversación con Billy, me enseñó fotografías y me habló de aquellos artistas que venían a Tampa,  como Orlando Vallejo, Ñico Membiela, Lino Borges, Roberto Faz, Ñico Saquito, Rosendo Rosell (músico y actor), Félix Escobar (El Galleguito), María Luisa Llorens, Blanca Rosa Gil y otros muhos.

Quiero destacar a uno de ellos en las líneas de hoy, porque algunas de sus canciones se siguen cantando y bailando en nuestro tiempo, interpretadas por distintos cantantes, y la mayoría de quienes las disfrutan no se acuerdan, o no conocen, a su destacado creador. Su nombre original –Benito Antonio Fernández Ortiz– lo conocen muy  pocos, pero el artístico, Ñico Saquito, se hizo muy popular, especialmente con sus guarachas “Cuidadito, compay gallo, cuidadito”, o “María Cristina me quiere gobernar”, interpretaciones con letras picarescas y gracejo popular que han disfrutado varias generaciones.

Es muy curioso el origen de la segunda de estas canciones, popularizada en la década de 1930 en Cuba y hoy interpretada por diferentes grupos, casi nunca sin señalar a su compositor. Atento a los dicharachos populares, Ñico tomó algunas coplas heredadas de los españoles radicados en la Isla, en las que se burlaban de María Cristina de Borbón, la que fue esposa del rey Fernando VII en la primera mitad del siglo XIX.

El  gran guitarrista, compositor y cantante Ñico Saquito nació en Santiago de Cuba el 13 de febrero de 1901, ciudad en la que murió en 1982. De su extensa obra como músico y trovador –insertada en el tiempo y lugar donde sobresalen Joseíto Fernández, Sindo Garay, Miguel Matamoros– se destaca la creación del grupo “Los guaracheros de Oriente”, con quien tuvo sus más grandes éxitos en la década de 1950. Fue justamente con este grupo que estuvo actuando en Tampa en 1948, contratado por varios meses en aquella ocasión.

Había visto fotografías suyas de los últimos años, pero en esta que me enseña Billy Delgado –donde también ­aparece él– muestra a un Ñico Saquito todavía joven, en una tarima tampeña a la que tal vez asistió alguno de los abuelos que aún nos acompañan en esta localidad.

Muchos de aquellos grandes músicos que venían de la Isla y tocaban en el Círculo Cubano –como lo hizo Benny Moré en 1958–, en el Centro Asturiano u otro lugar, fueron acompañados en sus espectáculos por Billy Delgado, un tampeño de origen cubano. Hoy, ya nonagenario, conserva los recuerdos de aquel tiempo luminoso de las relaciones musicales entre Tampa y Cuba. Asimismo, guarda con celo eficaz muchas fotografías y discos de un enorme valor para la preservación de la memoria hispana de la ciudad.

  

viernes, 18 de junio de 2021

PADRE

 Cuando celebramos el Día de los Padres, hacemos un homenaje a todos los que ostentan la dicha de serlo y miramos detenidamente, en su presencia o memoria, hacia el rostro que identifica a quien nos dio la vida. Por ello me permito recordar a mi padre, con la natural devoción con que cada hijo rememora al suyo.

Ya mi padre no está físicamente entre nosotros, pero nos acompañó casi hasta sus cien años (le faltaron 5 meses y tres días para cumplirlos), como si de tanta dicha familiar hubiera querido prolongar su tiempo de vivir. Hasta unos días antes de su despedida, caminó hasta la playa a bañarse con hijos, nietos y biznietos, que le mirábamos  en el agua o la arena con el encanto de sentirlo nuestro rey. Allí, como en la sobremesa, en las siestas del portal, barriendo el amplio patio, friendo unos chicharrones o ante un programa de televisión, quienes le rodeamos estuvimos siempre atentos a la brotación espontánea de una frase suya, un verso, una anécdota o un aforismo que, para captarlo íntegro, impulsaba a todos a hacer silencio, bajar el volumen al televisor, apagar la radio o, simplemente, aguzar el oído y escuchar con respeto y cariño, aun cuando fuera una expresión recurrente.

El autor de estas líneas en primer plano, con el padre (izquierda),
un hermano  y un tío. En Providencia, Sierra Maestra, 1956.

Fue padre y primer maestro, pues de su mano trazamos –yo y mis hermanos– las primeras palabras en un bohío de la Sierra Maestra. Allí, bajo la luz del sol o de un quinqué, abrimos los libros iniciales y escuchamos las primeras historias, poesías, cuentos, y todo ese universo que se va encumbrando desde las letras. Después fuimos a la escuela, pero fue en la casa donde despertamos al fascinante mundo de la literatura y la historia universal.

Tal vez porque había leído mucho a José Martí, él quiso que aprendiéramos primero la historia propia, antes de ir a “la de los arcontes de Grecia”, como dijo el Apóstol en el luminoso ensayo “Nuestra América”. Por eso prefirió que comenzáramos con La Edad de Oro, que íbamos leyendo mientras él nos hablaba de su autor, contándonos acerca de su vida mientras nos recitaba sus Versos Sencillos. Después nos habló de Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo, Félix Varela, de los poetas José María Heredia, Juan Clemente Zenea, Julián del Casal.

Lo asombroso es que, ya al final de su larga vida, volvió a decirnos aquellos versos que disfrutamos en la infancia, quizás mirándonos otra vez como a aquellos niños que, entre cafetales, palmas, algarrobos, cantos de sinsontes y rumor del río, él fue adentrando en la magia inagotable de los libros.

Cuando ya teníamos estudios más avanzados, él siguió siendo el maestro mejor. Siendo yo profesor de historia en secundaria básica y después en una universidad, iba con él a ampliar mis conocimientos, no sólo relacionados con la materia que impartía, sino también sobre literatura universal. Por él leí muy temprano a los franceses Victor Hugo, Balzac, Zola; a los rusos Tolstoi, Dostoievski, Chejov; a los españoles Blasco Ibáñez, Pio Baroja, Juan Ramón Jiménez; a los estadounidenses Edgar Allan Poe, Mark Twain, ­Hemingway; a los latinoamericanos Rómulo Gallegos, Juan Rulfo, José Eustasio Rivera, por sólo mencionar algunos nombres de diversos orígenes.

No sé cómo mi padre se las ingeniaba para llevar a la Sierra Maestra tantos libros, donde no había librerías, bibliotecas o tiendas donde adquirirlos. No recuerdo otra casa en aquella zona rural donde los hubiera, aunque sus dueños tenían cosechas y crianzas más abundantes.

Claro, otros del barrio recordarán a su padre por otras razones, siempre legítimas. Y del barrio al país, al mundo, todos tendremos infinitos motivos para hacerlo. Y si, además de la vida, nos dio la crianza, los primeros cuentos, el ejemplo, el cariño protector hasta vernos ya padres y repetir con nuestros hijos, en el papel de abuelo, las viejas historias, entonces la figura agigantada del Padre se prolonga hacia la eternidad.

 

viernes, 4 de junio de 2021

Diálogo fecundo con la Dra. Kenya Dworkin y Méndez

 

La Dra. Kenya C. Dworkin y Méndez es profesora de Estudios Hispanos en la Universidad Carnegie Mellon, en Pensilvania. Como investigadora, ha realizado aportes significativos en estudios literarios y culturales cubanos, latinos, estadounidenses, judíos y sefardíes. Entre ellos, se destacan sus trabajos sobre los emigrados cubanos y su impacto transnacional en Tampa, especialmente lo relacionado con el teatro cubano en la década de 1920.

Actualmente, entre sus diversas ocupaciones como docente, traductora, investigadora y promotora cultural, también forma parte de un equipo dirigido por la Universidad de Tampa que investiga la obra de José Martí y la emigración en el independentismo cubano. Aprovechando su presencia en nuestra ciudad en estos días, le pedimos una entrevista a la que accedió con su proverbial gentileza.

Aunque no vives en Tampa, ni tus orígenes y desarrollo se relacionan con esta ciudad, cuando vienes aquí te sientes –y te sentimos– como parte de ella. ¿Cómo se inició tu relación con Tampa?

Conversando con Kenya en La Gaceta

Vine a Tampa por primera vez en 1992, a consultar los archivos de la Universidad del Sur de la Florida (USF) cuando escribía mi tesis doctoral sobre la época de la guerra de independencia cubana y cómo se reflejaba el tema de la identidad en la novela de la Isla. Pero la relación íntima con la ciudad y su gente surgió a partir de una visita en 1994, cuando fui invitada a participar en un pequeño simposio organizado en USF sobre los hispanos en los Estados Unidos. Como parte de la actividad, se nos llevó al grupo de investigadores a Ybor City en una gira guiada por dos especialistas en la historia y cultura de la zona, el Dr. Gary Mormino y el entonces Juez Emiliano J. Salcines. Fue durante esa gira y después de escuchar las palabras de Salcines sobre los pasos de José Martí, la contribución de los tabaqueros a la gesta independentista y el teatro popular y musical de la comunidad cubana y española que me di cuenta de que me había topado con algo extraordinario.

 A partir de ese momento, al regresar a Pensilvania donde vivo y trabajo hace casi 28 años, me dediqué a aprender todo lo posible sobre esta comunidad, proyecto que comencé en 1994 y que aún me mantiene ocupada. Pero, mucho más allá de lo académico, al adentrarme en este proyecto me di cuenta que me estaba empezando a sentir tan cómoda con la identidad tampeña, que poco a poco comencé a identificarme más y más, como si fuera nativa del lugar.

La visita de ahora estuvo relacionada con el acto de homenaje que hicimos el pasado 19 de mayo en recordación del 126 aniversario de la muerte de José Martí. El evento lo hicimos coincidir con la inauguración del edificio donde estuvo el Liceo Cubano de Ybor City, donde Martí pronunció importantes discursos.  Asimismo, es el lugar donde los cubanos fundaron su primer teatro. Cómo eres una de las investigadoras que más ha estudiado el teatro hispano en Estados Unidos, ¿podrías hablarnos de obras presentadas en este lugar?

Fue en el Liceo Cubano de Ybor City donde se presentó la primera obra teatral en todo Tampa, en 1887. Fue “Amor de madre,” traducción por Don Ventura de la Vega de un texto francés decimonónico. Varios miembros del elenco que la presentó fueron contratados en Cayo Hueso y después vinieron a Ybor City empleados por el mismo Martínez Ybor a trabajar en su primera fábrica tabaquera. Pero ése fue sólo el comienzo de una larga trayectoria de teatro cubano y español en la ciudad, actividad cultural que siguió vigente hasta la década de los ochenta y noventa del siglo pasado. Existió una estrecha relación entre Cuba y Tampa con respecto al teatro y de Cuba visitaban con mucha frecuencia las más conocidas compañías teatrales, muchas veces completando sus elencos con profesionales y aficionados del arte acá en Ybor City y West Tampa. Estoy pensando en compañías como las de Arquímedes Pous, Blanquita Becerra, Baby-Colina, Roberto “Bolito” Gutiérrez, y Arango-Moreno,   por ejemplo; y en tampeños como Salvador Toledo, Carmen Ramírez, Pilar Ramírez, Ramón Bermúdez, Manuel Aparicio, Alicia Rico y muchos más. Sin embargo, los dos factores más destacados del teatro cubano español aquí en Tampa fueron la existencia de un nutrido número de obras, bufas en su mayoría, escritas por tampeños, obras que muchas veces reflejaban no el escenario habanero, sino el tampeño, con sus correspondientes personajes y situaciones salidas de la realidad tampeña –italianos, ‘cracas’ (angloamericanos sureños de habla inglesa) y afroamericanos–, así como hechos de la Segunda Guerra Mundial, la lucha antifascista, problemas laborales, la guerra en Corea y las relaciones raciales. A eso hay que añadirle que el único proyecto teatral en español patrocinado por el gobierno federal de Estados Unidos durante la depresión económica que arrasó con el país durante la década de los treinta se estableció en Tampa, y no en otras ciudades importantes como Nueva York, San Antonio o Los Ángeles, gracias a la iniciativa de dos individuos tampeños latinos que le escribieron a Washington para describirle a la directora del Proyecto Federal de Teatro la importancia de la actividad teatral de los latinos en Tampa. Para resumir, la historia teatral de los cubanos y españoles en Tampa es un episodio único en la historia de este país, así como un capítulo importantísimo de la rica historia de la emigración de ambos pueblos a las Américas.

Uno de tus trabajos relevantes que he leído es el ensayo “La patria que nace de lejos”.  A qué debemos tan significativo título?

El título se debe a varios componentes, todos relacionados con la gesta independentista cubana y el lugar primordial de Tampa en ella. Sin duda, hay que reconocer que fue aquí y en Cayo Hueso que José Martí terminó de radicalizarse gracias a su contacto con los tabaqueros. Claro que es cierto que ya en Nueva York había empezado a idear sobre cómo debía ser la futura Cuba independiente y soberana. Pero lo que encontró cuando llegó a Tampa por primera vez, y luego a Cayo Hueso, él mismo reconoció como una comunidad de emigrados sumamente organizada y comprometida con una Cuba no sólo libre sino también democrática y racialmente equitativa. También, fue aquí donde estableció las bases para el Partido Revolucionario Cubano y de donde se envió el mensaje –dentro de un tabaco– para que iniciara esa última contienda. En fin, la guerra habría de liberarse en Cuba, pero la idea martiana sobre esa futura república se nutrió de forma única aquí, por lo cual digo que la patria nació de lejos, y no sólo en el suelo cubano.

Tus orígenes polaco- judío- cubanos, junto al hecho de haberte desarrollado en una ciudad cosmopolita como Nueva York,  ¿cómo han contribuido a una visión transnacional sobre el emigrado?

Los versos de Martí “Yo vengo de todas partes/ y hacia todas partes voy” me han servido muy bien para ayudarme a acoger mis múltiples orígenes y diversas experiencias. Me siento muy dichosa por haber nacido en Cuba, pero también por haberme criado en una ciudad como Nueva York, una enorme metrópoli que le permite a uno aferrarse a sus raíces y a la vez experimentar tantas otras culturas. A la misma vez, como judía, como hija de un pueblo milenario y diaspórico, he llegado a entender que no es necesariamente el terruño lo que define un pueblo. Más bien, es el pueblo en sí quien define el terruño. Y cuando un pueblo tiene que emigrar, lleva consigo todo lo necesario para reestablecer un sentido de tierra, de patria, de todo lo que lo define, dondequiera que esté.

Estás insertada en el programa de la Universidad de Tampa relacionado con José Martí y el papel de la emigración cubana en Estados Unidos en el independentismo cubano. ¿Qué aportes se están realizando a través de este proyecto?

En estos momentos, los dos directores de la Cátedra de Estudios Martianos en la Universidad de Tampa están a punto de partir para España a consultar materiales periodísticos archivados allá sobre el período del independentismo cubano.

Por otra parte, muy pronto un pequeño equipo de acá, entre los cuales me cuento yo, va a recibir acceso a un conjunto de materiales digitalizados, entre ellos el periódico Patria, para estudiarlos según los distintos enfoques de los integrantes del grupo. También estamos a la espera de recibir noticias sobre una subvención gubernamental que se ha pedido al National Endowment for the Humanities para poder viajar a otros archivos en Nueva York, Houston, Nueva Orleans y otros lugares para consultar y también digitalizar materiales relacionados al proyecto, que culminará en un libro sobre el periodismo cubano en Estados Unidos y otros lugares de la época independentista.

Además del libro, otro producto muy importante de este proyecto será la creación de una página web en que otros podrán consultar todo el material encontrado y diversos proyectos digitales que cuenten y muestren visualmente la rica historia del área y sus más importantes figuras históricas.

Publicado en La Gaceta, Tampa, el 4 de junio de 2021.