lunes, 27 de febrero de 2023

Conversación con el poeta Javier Campos

 No siempre las ciudades se benefician con el aumento de sus políticos, pero siempre se enriquecen cuando se les suman poetas. Por ello, los aires de la bahía de Tampa se han favorecido con la mudanza a Spring Hill del poeta Javier Campos, nacido en Chile, único país de América que cuenta con dos premios Nobel de Literatura, gracias a la grandeza de su poesía. Si Gabriela Mistral y Pablo Neruda prestigiaron su país a partir de sus versos, ahora Campos reafirma con la excelsitud de los suyos el hondo legado lírico de sus orígenes.

Antes de conversar con él, ya sabía que el escritor es profesor universitario jubilado, ha publicado varios libros en los géneros de poesía, novela, cuentos y ensayo y ha merecido diversos premios por sus letras. Asimismo, ha sido un excelente traductor al español de la obra del prestigioso poeta ruso Yevgueni Yevtushenko, de quien fue un buen amigo. Pero este introito necesario se limita a solo algunos elementos de presentación, para que sea Javier quien, al responder brevemente a nuestras interrogantes, nos hable un poco de su obra. 

¿Qué motivos impulsaron al escritor, profesor y ensayista chileno Javier Campos a mudarse a un pequeño poblado floridano llamado Spring Hill?

Fue el jubilarme de la universidad en Connecticut donde enseñaba. Podría haber seguido enseñando más tiempo, pero la pandemia motivó querer cambiar de vida. Enseñar vía online fue también motivo del cambio. Además, quería un clima cálido y más sol cada día.

Confieso que aprendí sobre la historia del tango gracias a tu libro El tango en el Río de La Plata, publicado en Buenos Aires en 2019. ¿Cómo llegó el chileno a una historia profundamente argentina?

Es una historia que, en cierta manera, y ficticiamente, está narrada en mi novela El bailador de tango (Casasola, Washington, 2018). Hace mucho tiempo deseaba aprender a bailar tango (yo ya bailaba música caribeña antes) pero el tango es otra cosa. Debes tomar clases para poder bailarlo porque el tango es un cuerpo con cuatro piernas. Es un baile caminado de dos personas abrazadas al compás de una música generalmente nostálgica. Por allí empecé a entrar en su historia, en el mundo de baile de bailarines, cantores y orquestas de tango. Además, ser académico me estimuló el deseo de saber más y querer investigar esa manifestación cultural popular que solo nace en El Río de la Plata, especialmente en Buenos Aires, Rosario y Montevideo. Los orígenes están bien explicados en ese libro que mencionas El tango en el Río de la Plata. Conversaciones con Osvaldo Natucci.  Estando en Buenos Aires, tomando clases de tango, conocí a un erudito autodidacta que tenía una información impresionante sobre el tango. Fue Osvaldo Natucci. Le propuse que todo eso que él sabía lo hiciéramos un libro. Él estuvo de acuerdo porque antes le había ofrecido una periodista hacer aquello, pero no se pudo. Entonces tuvimos una conversación que grabamos por 12 horas durante varios días en su casa de Buenos Aires. Todo eso lo transcribí, pero tuve que pasar dos veranos investigando para justificar todo eso que decía Osvaldo. Fue un trabajo doble: transcribir y a su vez hacer una investigación académica en bibliotecas, también en librerías de libros usados en Buenos Aires. Finalmente, tuve la suerte que el manuscrito fuera aceptado por una de las conocidas editoriales de BA, Corregidor, que también se ha especializado en publicaciones sobre el tango. Esto es en forma muy sintética mi respuesta a tu pregunta. Y es cierto, soy el primer chileno que escribió una historia del tango y publicado el libro en el mismísimo Buenos Aires.

Recibo en mi casa, con una copa de vino, al poeta Javier Campos

¿Cómo viviste en tu país, siendo ya un joven con inquietudes literarias, el tránsito entre el gobierno izquierdista de Salvador Allende y la dictadura militar de Augusto Pinochet?

Es una respuesta que llevaría horas conversarla, como te pasaría a ti mismo si tuvieras que explicar tu viaje desde tu Cuba a vivir en este país. Pero aquí va en forma muy sintética mi experiencia.

Para empezar, a mí, como a miles de jóvenes en América Latina, me tocó vivir la década de los 60, 70, 80, que fueron décadas muy conflictivas en el plano histórico, político, social. Los que creímos que la Revolución cubana sería la respuesta a las desigualdades en el continente. Vivimos gobiernos de derecha, supimos la presencia norteamericana en las economías latinoamericanas, las propuestas populistas, la llegada de dictaduras militares en el Cono Sur, las guerrillas centroamericanas, la caída de casi todo el socialismo real, la llegada de la globalización y con ella el mundo digital. Todo eso lo viví como miles de jóvenes desde los 15 años más o menos. Todos esos cambios fueron en cierta medida experiencias que están de alguna manera en el escritor/a de nuestro continente. O sea, yo sigo pensando que fui un pasajero que cruzó todas esas experiencias. Y lo mío no es único, yo represento a miles de artistas que vivieron lo mismo. Pasar de un gobierno de tres años que quería hacer una revolución a la “chilena”, decía Allende, a una dictadura militar represiva que quería aplastar el comunismo. Era “una guerra fría” que estaba vigente, asunto que muchos de nosotros, jóvenes idealistas en ese entonces, no entendíamos muy bien. Existió mucho el voluntarismo juvenil, y yo me incluyo, de que los países de América Latina en ese entonces debían seguir el ejemplo de una sociedad ideal o utópica que se estaba construyendo en Cuba. Pero la historia dijo otra cosa.

¿Te sientes parte de la diáspora intelectual chilena que no regresó al país después de restablecerse la democracia?

Creo que sí, porque fui parte de escritores y escritoras que vivíamos fuera y estábamos en contra de la dictadura militar. Pero no me considero un exiliado sino uno que como miles salió de su país porque no había posibilidades de crecer profesionalmente, especialmente los que nos dedicamos a las humanidades. No fui un perseguido político en mi país ni estuve preso ni fui torturado como miles que sí pasaron por situaciones horribles sólo por ser dirigentes políticos o acusados de querer llevar el país “al comunismo”, como decía Pinochet. No regresé a Chile luego de la restauración de la democracia porque ya me había doctorado aquí en EE.UU. y había conseguido trabajo de profesor en universidades de este país y porque no había lugar inmediato en universidades chilenas para los que enseñábamos literatura.

¿Qué ha significado Estados Unidos para tu vida profesional?

Debo decir y lo he dicho públicamente que este país me dio la oportunidad de estudiar en una universidad (la Universidad de Minnesota) y lograr un título de doctor que habría sido imposible en mi país bajo la dictadura. Este país fue generoso conmigo. Me ofreció becas, me dio la oportunidad a través de sus universidades de poder investigar, viajar a conferencias en distintos países. Me ofreció computadoras para escribir mis poemas y trabajos académicos, papel para imprimir esos trabajos, ayuda para publicar algún libro. Llegué   a este  país  con 40  dólares  en el bolsillo y una maleta de plástico barata con pocas cosas y algunos libros. La Universidad de Minnesota me envió los boletos de avión a Chile porque no tenía dinero y luego yo pagué esos pasajes de a poco, mes a mes. Se puede decir mucho de EE. UU., pero que las oportunidades te las da este país sí son reales. Además, la libertad de opinión y escribir lo que quieras, y puedes criticar a este gobierno también. Eso lo experimenté en mis trabajos en la universidad, en los cursos que ofrecí. Jamás ninguna universidad me censuró ni lo que publicaba ni menos los contenidos y libros y ensayos que debían leer mis estudiantes en mis cursos. Hay académicos y escritores/as, artistas latinoamericanos a los que jamás han reconocido cuánto este país les ayudó a ser lo que son académica o artísticamente.

Aunque has publicado novelas como Los saltimbanquis, El bailador de tango y La isla del fin del mundo, libros de cuentos y varios ensayos, la mayor parte de tus volúmenes atesoran poemas, género en que has merecido diversos lauros, como Premio Internacional “Juan Rulfo” de Radio Francia Internacional. ¿Cómo te salva la poesía?

Eso pensaba hace unos días. Y concluía que ­escribir poesía me ayuda a vivir sin estrés ni hacerme la vida ­complicada. Creo que la poesía me mantiene en un estado por lo general de paz interna. Pero debo aclarar qué entiendo por poesía. Para mí es ver la “otra realidad” qué hay detrás de las cosas y situaciones humanas. Es estar siempre en ese estado contemplativo porque lo que observo me lleva a otras cosas a través de conexiones que hace mi imaginación. Una vez dijo Picasso que el pasaría buen tiempo mirando volar a unas moscas. Yo hago mía esa frase del pintor. Para alguien que vea a una persona pasarse el tiempo mirando a unos gatos dormir panza arriba puede ser una pérdida de tiempo realmente o que uno puede ser medio tonto. Ese estado de contemplación es la materia prima de lo que he escrito en poesía. Y también en narrativa, yo creo. Una vez dijo Neruda que a él le gustaba “pajarear”. Otra manera de expresar lo mismo que dijo Picasso. El artista en general es contemplativo y de allí se desarrolla su imaginario y saldrá algo que se llama poesía, novela, cuento, cuadro, escultura, por ejemplo. Aunque, como dijo Octavio Paz, no todo producto artístico es necesariamente una obra de arte.

Tu traducción de la obra de Yevgueni Yevtushenko, fue una gran contribución al conocimiento de la creación  del poeta, cineasta y profesor ruso en diversos países. Además de la amistad, que es el mayor beneficio, ¿qué te aportó trabajar con sus textos?

Yo a los 16 años leí a ­Yevtushenko en un diario del partido comunista chileno, El siglo. Publicaron varios poemas. Justo una vez llegó Neruda con un joven poeta ruso a mi pueblo en el sur de Chile. Y ese poeta era el gran ­Yevgeny Yevtushenko. Y desde entonces lo leía donde pudiera encontrarlo. 40 años después en un encuentro internacional de poesía en Guatemala me dicen que está invitado el poeta Yevtushenko. No podía creerlo. Y allí nos hicimos amigos en cosa de unas horas. Era porque yo era chileno y él había sido gran amigo de Neruda y Salvador Allende. Ese mismo día me dijo: Javier, ¿te atreves a traducir al español un poema que tengo en inglés que se publicó en un libro y que quiero leer aquí en este festival en Guatemala? Yo dije inmediatamente, puedo intentarlo. Y él dijo, vamos inmediatamente a trabajar la traducción en mi hotel. Allí partimos y luego de 2 horas quedó traducido el poema que se llama en español “Libros robados”. Un poema para mí muy hermoso que forma parte de las 6 ediciones en diferentes países que luego hicimos juntos de cerca de 48 poemas traducidos por mí desde el inglés al español. Traducción que hicimos juntos pues él leía muy bien español. Fuimos amigos por 10 años hasta su muerte en 2017. Creo que fue una de las grandes amistades que tuve, y nada menos que con ese inmenso poeta querido por toda Rusia. Conversamos mucho en 10 años, aprendí mucho de lo que fue la URSS, estuve en su casa en Rusia, me atendió allí como a un hermano. Viajamos juntos a Chile, España, Cuba, Colombia, Rusia, Nicaragua.  Es algo único traducir la obra de un gran poeta trabajando con él. Creo se puede captar más el imaginario del poeta. Porque cuando estábamos trabajando de repente me comenzaba a relatar una historia conectada al poema, de allí pasaba a hablarme de su madre que tocaba el piano. O a contar unos chistes que le contaba su tío sobre Stalin. Debo decir que conservaba una memoria impresionante para su edad. Sentí mucho su muerte como si fuera un padre que nunca tuve.

En tu último libro Las sombras del amor (2022) los poemas Vieja fotografía, Nosotros los de entonces, En medio del viaje de nuestra vida y otros, ¿la nostalgia oprime al poeta, o el poeta doma la nostalgia?

Yo creo y eso está en muchos artistas, escritores/as, pintores, etc. que, a cierta edad, cuando ya sabemos que nos queda poca llama de vida, el tema del paso del tiempo viene a ser un tema en muchas obras. Así que en eso sigo esa nostalgia milenaria porque es parte de nuestra condición humana. Quizás esa situación se dé más en el artista hombre que en la artista mujer. En el poema “Nosotros los de entonces” quizá el tema no sea original, pero creo el tratamiento puede ser diferente. Es el sueño de una generación que quiso la vida utópica pero no fue posible. Y que nuevas generaciones seguirán quizás insistiendo en buscar esa vida utópica. Es una condición humana que arranca desde los comienzos de la humanidad yo creo. Los versos finales dejan abierta la posibilidad que sigamos buscando la vida sin problemas. Me acuerdo y releo ese gran poema de “Coplas por la muerte de su padre” de Jorge Manrique. Y también la bella película “El artista y la modelo” del director español Fernando Trueba. El paso implacable del tiempo.

¿Con qué mundo sueña el poeta y profesor en los atardeceres de Spring Hill?

Solo te digo que después de vivir con tanta nieve en los inviernos de Minnesota, Ohio, West Virginia, Connecticut, Nueva York, los cielos azules por casi 12 meses del año, y mucha luz y sol, estar en el noroeste de la Florida es un paraíso que nunca pensé iba a vivir. Y al lado del inmenso Golfo de México, que tanta historia tiene del Nuevo Mundo y del mundo precolombino, no puedo pedir más. Es un lugar hermoso para leer y seguir imaginando. Es cierto que al final de nuestras vidas, muchos buscan algún lugar de la naturaleza para contemplar ese misterio que es el mar, los ríos, los bosques, las montañas. 


viernes, 3 de febrero de 2023

Recordar al padre de José Martí en el 136 aniversario de su muerte

 Este 2 de febrero se cumplen 136 años de la muerte de un hombre inscrito  con agradecimiento en la historia, por haber sido el padre de uno de los seres “más puros de la raza humana”, según palabras de la poeta chilena Gabriela Mistral. Sin embargo, aunque siempre se recuerda cada 28 de enero el natalicio del hijo –José Julián Martí Pérez– no se menciona la efemérides del progenitor. Se ha escrito más de la madre, Leonor Pérez Cabrera, que de aquel buen español nacido en Valencia el 31 de octubre de 1815.

Como curiosidad para los tampeños, puede observarse que el padre de Martí nació en el lugar donde casi tres años después llegó al mundo Vicente Martínez Ybor. De aquellos dos valencianos, a uno le correspondió ser fundador de Ybor City y al otro engendrar a quien, en esta ciudad,  inició la unificación de los cubanos en aras de un proyecto que hiciera libre a su patria.

Cuando Martí abrazó a Martínez Ybor en su fábrica de tabacos, mirando sus cabellos blancos, seguramente recordó  a su padre, fallecido lejos de él casi un lustro atrás y cuyo dolor expresara a su amigo Fermín Valdéz Domínguez con palabras conmovedoras: “Mi padre acaba de morir, y gran parte de mí con él. Tú no sabes cómo llegué a quererlo luego que conocí, bajo su humilde exterior, toda la entereza y hermosura de su alma”.

Mariano de los Santos Martí Navarro

Mariano de los Santos fue hijo de Vicente Martí  Guillot y  Manuela Navarro Beltrán, un matrimonio de españoles pobres, trabajadores y honrados. No se sabe mucho sobre sus primeros años, aunque algunos historiadores sostienen que aprendió el oficio de sastre y cordelero, como su padre. De joven ingresó en el Cuerpo de Artillería de Valencia y en 1850 lo destinaron a La Habana como sargento primero en La Cabaña.

En la capital cubana conoció a la joven canaria Leonor Pérez y, el 7 de febrero de 1852, contrajeron matrimonio. El 28 de enero de 1853 recibe a su primer hijo, nombrado José Julián y en los años siguientes nacen siete hembras. Mientras crece la prole, Mariano se desempeña como artillero, después policía celador de barrio, luego capitán de partido, aunque entre uno y otro empleo padeció de temporadas dsempleado y penurias en el hogar. En uno de esos momentos viajó a España (1857) con la esposa embarazada y tres hijos –en Valencia nace María del Carmen–, pero no encuentra acomodo y regresa a La Habana.

Hay al menos dos momentos en que viajan solos el padre y el hijo: los días que, en 1862, se acompañan en Hanábana (Matanzas) y cuando viajan a Belice en 1863.

Cuando Pepe venció los primeros grados escolares, Mariano lo inclinó a un trabajo de dependiente que permitiera un ingreso más a la familia pobre. Fue una suerte que Rafael María de Mendive, admirando las cualidades de su alumno, convenciera al padre para que le permitiera seguir a la segunda enseñanza, cuyos costos él cubriría. En ese colegio, el San Pablo, estaba Martí cuando estalló en el oriente cubano la Guerra de los Diez Años. El adolescente  saludó en un poema inflamado su simpatía con la rebeldía de la Isla, mientras su padre intentaba en vano frenar el entusiasmo evidente en el hijo.  Al año siguiente, se lo encarcelan por infidencia y lo ve partir, con 16 años, con entereza de hombre hacia su destino.

Hasta entonces, el hombre de carácter firme, hosco a veces, recio ante el hijo que quiso educar sin asomo de debilidades, había sido él. Temeroso a que la más mínima delicadeza dañara el temple de hombre en que quiso educarlo, se privó de las ternezas con que pudo mimarlo. Ahora, sin embargo, el hombre fuerte era el hijo, como probó en la cárcel donde fue a verlo. La escena, descrita por Martí en El Presidio político en Cuba, no puede ser más estremecedora: “Y ¡qué día tan amargo aquel en que logró verme, y yo procuraba ocultarle las grietas de mi cuerpo, y él colocarme unas almohadillas de mi madre para evitar el roce de los grillos, y vio, al fin, un día después de haberme visto paseando en los salones de la cárcel, aquellas aberturas purulentas, aquellos miembros estrujados, aquella mezcla de sangre y polvo, de materia y fango, sobre que me hacían apoyar el cuerpo, y correr, y correr! ¡Día amarguísimo aquel! Prendido a aquella masa informe me miraba con espanto, envolvía a hurtadillas el vendaje, me volvía a mirar, y al fin, estrechando febrilmente la pierna triturada, ¡rompió a llorar! Sus lágrimas caían sobre mis llagas; yo luchaba por secar su llanto; sollozos desgarradores anudaban su voz, y en esto sonó la hora del trabajo, y un brazo rudo me arrancó de allí, y él quedó de rodillas en la tierra mojada con mi sangre, y a mí me empujaba el palo hacia el montón de cajones que nos esperaba ya para seis horas. ¡Día amarguísimo aquel!”.

Hasta esa fecha, José no había descubierto la enorme ternura del padre y no la olvidaría nunca más. Por gestiones de él y de su madre, la condena de seis años fue rebajada a seis meses, aunque condicionada al destierro. Se va a España y cuando regresa a América en 1875, en México lo estaban esperando Mariano, Leonor y sus hermanas. Había tristeza en el hogar, porque acababa de fallecer su hermana Ana. Otras dos habían fallecido pequeñas (Dolores y María del Pilar). Es él quien presenta a Manuel Mercado al hijo que llega con dos títulos universitarios de España.

 El joven Martí se abre camino en el país azteca y los padres regresan a La Habana. Mariano vuelve a verlo en 1879, cuando el hijo regresa a la Isla, ya casado y con la mujer embarazada. Esto le hace creer que se dedicará a la familia. Se equivoca. Se mezcla enseguida en una conspiración que intenta reiniciar la guerra en Cuba, es detenido y deportado otra vez a España. En 1880, llega a EE.UU. y, exceptuando unos seis meses en Venezuela ese mismo año, vive en este país hasta enero de 1895.

Si el padre  llevaba al hijo de viaje cuando éste era un niño, de hombre es el hijo quien lleva al padre a que le acompañe. Así, vemos a Mariano llegar a Nueva York con 68 años, en junio de 1883. Estuvo al lado de su ­primogénito durante un año y debió ­admirar el valor con que ­seguía entregado a la causa de la ­independencia de su país, ocupando altas responsabilidades en ese empeño. También pudo estar en el cuarto cumpleaños de su nieto Pepito y apreciar el prestigio de su hijo como escritor.

No volvió a ver al hijo amado. Al regresar a Cuba, el 18 de junio de 1884, fue a vivir con su hija Amelia, porque las relaciones con Leonor no andaban bien. Hay una hermosa carta de Martí a su hermana, donde le dice: “Ese anciano es una magnífica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. Él nunca ha sido viejo para amar”. Cuando José García, el esposo de Amelia, dio al hijo ausente la noticia de la muerte del padre, éste le respondió desde Nueva York, como a un hermano:  

“¡No he podido pagar a mi padre mi deuda en la vida! Ya ¿dónde se la podré pagar? No es que haya muerto lo que me entristece, sino que haya muerto antes de que yo pudiera pregonar la hermosura silenciosa de su carácter, y darle pruebas públicas y grandes de mi veneración y de mi cariño. Pero ¿qué falta le hice, si lo tenía a Vd.? Juntos, José, Vd. y yo, iremos a visitarlo algún día”.

Pero el hijo no pudo cumplir la promesa que hiciera al cuñado de ir juntos un día a su tumba, pues la muerte lo alcanzó en Dos Ríos, sin poder volver a su Habana.