viernes, 29 de abril de 2022

El domingo, 28 de abril de 1895, para José Martí

 Tiene los pies cansados de caminar, pero las manos dispuestas para escribir decenas de cuartillas. El día antes llegaron al campamento de Vuelta Corta, ubicado en el barrio guantanamero llamado Filipinas, en lo que fue para él su primera jornada a caballo. En Arroyo Hondo, el jueves anterior, oyó de cerca los primeros disparos de la guerra y abrazó a José Maceo, quien enseguida le regaló un hermoso caballo moro-blanco, de buena alzada y mucho brío. Desde verlo lo llamó Caonao, nombre de tanto significado en la resistencia indígena al conquistador español y de la misma Quisqueya en que nació Hatuey. Entonces comenzó una nueva experiencia para él, derivada de la guerra en que participa: ver las carnes rotas por el plomo, oler la sangre, distinguir la muerte en el cuerpo de los hombres, como en el de Arcil Duverger, a quien “le entró la muerte por la frente”. Es el día en que sus manos se estrenan de enfermero en la piel abierta de los heridos, a los que aplica yodoformo con algodón fenicado, pero más que nada, con el cariño puro que encierra el secreto de la curación.

Para él fue útil el encuentro del 25 de abril, empañado sólo con la muerte de Duverger. Allí supo de las operaciones que muy cerca preparaba Antonio Maceo; apreció con sus ojos a jefes negros servidos con devoción por ayudantes blancos –¿quién dijo que era ésta una guerra de razas?–; encontró a Rafael Portuondo, dirigente de la nueva generación y representante del Partido Revolucionario Cubano en Santiago de Cuba. A Carmen Miyares, en carta del viernes, se lo cuenta: “Ahora escribo en la zona misma de Guantánamo, en la seguridad y alegría del campamento de los trescientos hombres de Maceo y Garzón (...) ¿Y quién creen que vino al escape de su caballo a abrazarme de los primeros, todavía oliendo al fuego de la pelea? Rafael Portuondo, que desde ayer no se aparta de mí”. Con la familia santiaguera de Portuondo Tamayo, él había compartido buenos momentos en Nueva York y ahora Carmen transmitiría a Rita –la madre de Rafael– esta buena noticia.

Obra del pintor cubano Alexis Pantoja

Fue un domingo de mucho escribir, culminando las páginas que llenaba desde los días anteriores. Entre las que corresponden a este día se destaca una importante circular titulada “Política de la guerra”. En ella, desde el primer párrafo reafirma las ideas que había expuesto en el Manifiesto de Montecristi  y en otras circulares precedentes: la guerra debe ser generosa y no ha de reflejar odio al español. Ello no significa debilidad, sino grandeza. Con el enemigo, español o cubano, ha de ser inflexible la revolución, pero “a los cubanos tímidos y a los que, más por cobardía que por maldad, protesten contra la revolución, se les responderá con energía a las ideas, pero no se les lastimará las personas, a fin de tenerles siempre abiertos el camino hacia la revolución”. Qué profundo sentido del cuidado a la unidad, a la diversidad de pensamiento, aun en medio de la guerra, cuando por lógica se es más severo frente a los que no comparten la política establecida. Asimismo, es alentador el tratamiento que propugna para las fuerzas revolucionarias: no es la imposición irrazonada la garantía de la disciplina, sino el respeto al decoro del hombre, que es lo que da “fuerza y razón al soldado de la libertad”. La generosidad no significa, en ningún caso, la contemplación suave frente a conductas que se identifiquen con la traición, delito que será castigado sumariamente “con la pena asignada a los traidores a la patria”.

Ese domingo escribe una carta al Sr. William Kilpatrick, dueño de una línea de vapores que realizaba viajes entre Guantánamo y Estados Unidos. Debió conocer algunas manifestaciones de simpatía hacia la causa cubana expresadas por este hombre para escribirle en los términos en que lo hace, incluso cuando desconoce la real disposición y posibilidades que pudiera tener para la empresa que pide de él: “¿Podría usted traer inmediatamente (...) una provisión de armas y municiones entregadas en los Estados Unidos?”. Antes de esta directa interrogante, le ha explicado la discreción requerida. En Nueva York, el único contacto será Gonzalo de Quesada o Benjamín Guerra, cuya dirección le da a conocer. En Cuba, Sebastián Oney, dueño en Arroyo Hondo de la hacienda “Magdalena”. Seguramente a Oney debió conocerlo personalmente a su paso por aquel lugar y, probablemente, es quien indicó esta posibilidad. No parece que se derivaran resultados de este propósito, pero hace evidente su incansable búsqueda de vías para la entrada de recursos de guerra del exterior, hecho que le obsesiona durante sus días en la contienda bélica.

Otro desvelo expresado este domingo se relaciona con la convocatoria a la Asamblea de Delegados para la formación del gobierno de la República en Armas. A Carmen Miyares, este 28 de abril le dice que dentro de dos días volverá al camino “a seguir ordenando, como aquí, (...) a recorrer el oriente entero, cubierto de nuestra gente, y deponer ante sus representantes nuestra autoridad, y que ellos den gobierno propio a la República”. Considero que para entonces Martí preveía la posibilidad de formar el gobierno, a más tardar a fines de mayo, mediante una Asamblea que se reuniría en la región de Manzanillo y representada por delegados procedentes de todas las regiones incorporadas a la guerra, sólo las orientales hasta esa fecha. Más adelante, al incorporarse Camagüey y las otras provincias del país, el gobierno se iría adecuando a las circunstancias nacidas de la extensión armada. Sólo así tienen sentido diversas expresiones martianas de esos días, sobre todo la carta a Félix Ruenes fechada el viernes 26: “Invitamos a Ud., pues, formalmente a cumplir este deber supremo, enviando desde ahí enseguida a Manzanillo, donde a la fecha se halle el general Bartolomé Masó, el representante que los cubanos revolucionarios de Baracoa envíen a la Asamblea de Delegados que allí se reunirá”.

Este domingo, animado por sus conversaciones con grandes jefes revolucionarios alzados en Oriente, cree en esa posibilidad. La comprensión con que lo escuchaban al hablar de las fórmulas político- organizativas de encabezar la Revolución, mucho ayudaba a la felicidad con que terminaba aquel día: “Son las nueve de la noche, toca al silencio la corneta del campamento, y yo reposo del alegre y recio trabajo del día escribiendo...”.

Nota: Tomado de Domingos de tanta luz, libro que puede adquirirse en Amazon.

viernes, 22 de abril de 2022

En el centenario de La Gaceta, un texto de Victoriano Manteiga (III)

 He venido revelando algunos escritos de gran valor histórico publicados por Victoriano Manteiga, como homenaje al centenario de La Gaceta, fundada por él en 1922. Esos textos, que corresponden a su columna “Chungas y no chungas”, forman parte de un libro en preparación, el que, además de rendir tributo al sagaz periodista, devela su visión sobre importantes acontecimientos de su tiempo.

El escrito que presentamos en el día de hoy corresponde al 28 de febrero de 1938. Se refiere a acontecimientos que ocurrieron hace más de 80 años y que las nuevas generaciones conocen por los libros e historias orales heredadas de sus padres y abuelos, con los diversos matices que la interpretación y la memoria siempre incorporan.

La figura de Fulgencio Batista, a la que alude Manteiga, es bien conocida por su protagonismo en la historia inmediatamente anterior a la Revolución Cubana, al convertirse en el Mandatario de la Isla a partir del golpe de estado que dirigió el 10 de marzo de 1952. Se sabe menos de cuando fue Presidente legítimo del país entre 1940 y 1944, una de las etapas más prósperas de la economía cubana durante la llamada República, si bien las ventajas que aprovechó, esencialmente con las ventas de azúcar, se relacionan con el alza de sus precios durante la Segunda Guerra Mundial.

Manteiga no se refiere en su “Chungas y no chungas” de ese día a ninguna de estas dos etapas, sino a la anterior a ellas, cuando emerge la figura de Batista a la vida política cubana y asciende, de la noche a la mañana, de un simple y desconocido sargento al General más encumbrado de la nación. Como el espacio es breve para detenerse en la complejidad de ese hecho, sólo voy a esbozar sus momentos principales.

El 4 de septiembre de 1933, se produjo un golpe militar contra el gobierno de Carlos Manuel de Céspedes de Quesada, quien había asumido la presidencia ante la caída de Gerardo Machado. El jefe del levantamiento militar era el sargento mayor Pablo Rodríguez, pero el más audaz fue el sargento taquígrafo Fulgencio Batista Zaldívar, quien se relacionó con los políticos que formaron el conocido como Gobierno de los Cien Días, dirigido por Grau San Martín. Entonces, el sargento se nombró a sí mismo Coronel y Jefe de las Fuerzas Armadas. A este tiempo alude Manteiga, cuando nos cuenta que lo conoció personalmente en el campamento de Columbia, algo que no sabíamos.

Desde entones hasta 1938 –fecha en que Manteiga escribe la nota que presentamos– Batista ejerce una gran influencia sobre los diferentes gobiernos que se sucedieron en Cuba, tanto que cuando el presidente Miguel Mariano Gómez se atrevió a contradecirlo, en 1936, fue sustituido por Federico Laredo Bru. Este gobernó hasta 1940, cuando fue sustituido por el propio Batista al ganar las elecciones de ese año. Pero es mucha historia para una página, así es que prefiero dejarles con la opinión de Victoriano Manteiga.

Fulgencio Batista (izq.), junto a Malin Craig –jefe del Estado Mayor  del Ejército 
de EE.UU.–, durante el vigésimo desfile  del Día del Armisticio, en 1938.

Chungas y no chungas, 28 de febrero de 1938 (fragmentos)

En Cuba no existe actualmente una verdadera democracia. Para que la democracia se establezca es necesario que el Coronel se retire a ser exclusivamente el jefe del ejército, a las órdenes del Presidente, no el Presidente a las órdenes del Coronel, no importa lo “bueno” que sea.

Y cuando el Presidente sea un verdadero Presidente, electo por la mayoría de los cubanos, no se llamará Miguel Mariano Gómez ni Laredo Bru.

La democracia pertenece al pueblo y el ejército tiene el deber de ampararla, no de mancillarla.

Batista, perdidos los estribos y endiosado por los adulones, diariamente repite: Yo soy el ESTADO.

Nosotros conocimos a Batista en el Círculo Militar de Columbia.  Fuimos a verlo en compañía del Dr. Ramiro Capablanca*, entonces secretario de la presidencia. Allí le encontramos con la camisa abierta, sin corbata, junto a un modesto escritorio. Nos dio la mano y se la estrechamos, aunque ya estábamos enterados de sus “contactos” con Jefferson Caffery.

Vimos en él, con el mayor respeto y con cierta emoción, al jefe del ejército popular, al ejército creado para respaldar las aspiraciones populares, no para imponer su voluntad al poder civil.

De aquel Batista de la camisa abierta, que no tenía tiempo para dormir, tenemos un grato recuerdo.

Para el Batista de ahora, el coronel de tono enfático, los uniformes vistosos, la veintena de medallas y condecoraciones, el que dicta órdenes a Laredo Bru, senadores, representantes, etc., no tenemos ni respeto ni estimación.

¡Cuba ama la democracia basada en la justicia y la libertad y aborrece la dictadura!

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*El doctor Ramiro Capablanca, hermano del ajedrecista José Raúl Capablanca, fue un político cubano. Fue amigo de Victoriano Manteiga, como consta en su correspondencia escrita, de la que se conserva una carta en La Gaceta.

sábado, 16 de abril de 2022

Sólo la luz es comparable a mi felicidad

 ¡Al fin llegó José Martí a su primer domingo mambí! Hace tres días que está en tierra cubana, desde el instante en que sus pies mojados salieron del mar tumultuoso, en Playitas de Cajobabo. Hasta allí llegaron casi al mediar la noche del Jueves Santo, más iluminados por el júbilo que por la luna llena, mientras  él disimulaba el ardor en las manos, ampolladas por la fuerza con que haló el remo de proa.

Las dos últimas noches durmieron algunas horas en una gruta de la montaña –la Cueva de Juan Ramírez le llaman–, ya en lo alto de unas lomas cubiertas por la floresta cubana. Se sentó a dormir en la tierra, haciendo un colchón con las hojas de los árboles. Sin embargo, a pesar de la fatiga, es tanto el embeleso con el canto de la sierra que demora en dormir, atento a la crecida del río Caratará, al sonido de las chicharas, al ladrido de algún perro cimarrón y al suave rumor de unas ramas que nunca antes vio tan cerca de las estrellas.

Casa de Salustiano Leyva en Playitas, primera a que
 llega José Martí en la madrugada del 11 de abril de 1895.

El domingo 14 de abril terminó la acampada en ese Templo –como le bautizó Máximo Gómez– que también sirvió para el envío de mensajes a varios patriotas alistados desde la guerra anterior. En respuesta, el primero en llegar fue el campesino lugareño Abraham Leyva, “cargado de carne de puerco, de cañas, de boniatos, del pollo que manda la Niña”, escribió él en su Diario de Campaña. Más tarde apareció José, de sólo catorce años, dispuesto a servir de práctico en la siguiente jornada. Antes que el sol, salieron ellos de la cueva y comenzaron a escalar la montaña, cruzando varias veces el mismo río, que en ocasiones llega hasta la cintura y empuja el cuerpo con la corriente. En el avance rápido, el poeta soldado no siente la carga –mochila repleta, cien cápsulas, rifle, revólver, un tubo de mapas– porque todo le parece mágico y va absorbiendo en cuerpo y alma la majestad de la naturaleza con una embriaguez que lo renueva y hechiza.

Entre la cueva “Juan Ramírez” y la casa de Tavera, en Vega Batea, hay una distancia de 29 kilómetros, y el pequeño grupo los vence en un solo día a pesar de las lomas empinadas, el cruce del río pedregoso y apartando matorrales abruptos, lo que hace muy difícil ese recorrido hasta para los hombres curtidos en esa práctica. Hay que imaginar, entonces, lo que esa ardua jornada dominical significó para Martí y, sin embargo, las impresiones que de esos días nos dejó en su Diario sólo reflejan una armonía suprema con la atmósfera natural y humana que le rodea. En las palabras “subir lomas hermana hombres” se respira únicamente ese contento, pletórico de un asombro casi infantil ante la yaya “de hoja fina”, la majagua, el cupey. Es tanta la belleza del mundo que le rodea que puede encontrar dulzor en la naranja agria, y hasta entender la muerte necesaria cuando, de un machetazo, Marcos del Rosario degüella a una jutía para el sustento. Con ese deslumbramiento llegó al nuevo campamento, en Sao del Nejesial, cuyo lugar le pareció un “lindo rincón, claro, en el monte”. También anota su honda satisfacción con los compañeros, como la gratitud a César Salas, que ese día ha cosido su tahalí, roto con la corriente del río; o cuando le alcanzan un fragmento de la jutía, asada en las brasas de leña seca.

La alegría se hizo general cuando vieron llegar a los primeros hombres de la tropa de Félix Ruenes, con él al frente, que vinieron desde Vega Batea a alcanzarles. En aquel lugar tienen su campamento, donde les espera la tropa. Todos saltaron a abrazarlos: “¡Ah, hermanos!”. Tan grande fue el alborozo en el naciente mambí, que le pareció ver sanar a los enfermos con su mirada amorosa. Inmediatmente se interrumpe el descanso, porque faltaba un buen trecho por andar, hasta el rancho de Tavera. Pero hasta los árboles del camino parecen engalanados y toda la floresta brinda una música triunfal. De pronto, aparecen los centinelas de la tropa acampada. Martí eterniza el instante en su cuaderno: “En filas nos aguardan. Vestidos desiguales, de camiseta algunos, camisa y pantalón otros,  otros chamarretas y calzón crudo: yareyes, de pico: negros, pardos, dos españoles”. En esa composición estaba el sentido de la unidad, español incluido. Enseguida, “Ruenes nos presenta. Habla erguido el General, Hablo. Desfile, alegría, cocina, grupos”.

La noticias son intercambiadas, una tras otra. Ellos conocen de la llegada de Antonio Maceo y Flor Crombet, que se le adelantaron sólo diez días. Entraron por Duaba –en las cercanías de Baracoa– y ya avanzan hacia el oeste oriental. También se informan sobre la campaña autonomista, desatada inútilmente para frenar la revolución, así como de otros  detalles del alzamiento en toda la región. Palpan el entusiasmo general en las palabras de Ruenes, Galano, Rubio, en todos. Comprenden que hay en pie hombres suficientes y son más los dispuestos a secundarlos, pero faltan armas, recursos de guerra. Entonces, él explica las potencialidades del exterior y la organización de sus redes para apoyar la contienda bélica. Pregunta por la posibilidad de comunicaciones con Nueva York. Ruenes ofrece seguridad por Baracoa y al instante el Delegado del Partido Revolucionario Cubano piensa en la carta que enseguida escribirá a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra, contándoles esta felicidad y, sobre todo, explicándoles la necesidad urgente de la guerra, con un optimismo desenfrenado: “Mil armas más, y parque para un año, y hemos vencido”.

Ya entrada la noche, mientras Gómez le ayudaba a colgar su hamaca en la entrada de la casa forrada con yaguas de palmas, lo miró como a un padre. En realidad, el General se mostraba muy complacido con su finalmente amigo, quien le ha sorprendido en esta dura jornada. Así lo anotó el jefe militar en su propio Diario: “Nos admiramos, los viejos guerreros acostumbrados a estas rudezas, de la resistencia de Martí, que nos acompaña sin flojeras de ninguna especie por estas escarpadísimas montañas”.

Antes de dormir, como si todos quisieran endulzarle más la culminación del domingo, se le acercó cariñoso el práctico José, con un catauro lleno de miel de abejas: “Rica miel, en panal”, apunta. Ya acostado en la hamaca, mientras sus compañeros duermen alrededor, la luna le regaló una imagen poética que nos legó en su Diario: “En lo alto de la cresta atrás, una paloma y una estrella”. Únicamente él era capaz de adivinarlas, al percibir: “¡qué luz, qué aire, qué lleno el pecho, qué ligero el cuerpo angustiado!”.

Nota. Tomado de mi libro Domingos de tanta luz, el que puede adquirirse en Amazon o dirigiéndose  a su autor  a través de cartayalopez@gmail.com.

 

viernes, 8 de abril de 2022

José García Granell, de Ybor City a la defensa de la República Española

 No he encontrado suficiente información sobre la vida de José García Granell, hijo de asturianos radicados en Ybor City a principios del siglo XX. Pero lo que sabemos sobre él es suficiente para considerarlo un hijo glorioso de este pueblo, por la pasión con que se incorporó a las Brigadas Internacionales para combatir a favor de la República Española, cuando fue agredida, en 1936, por fuerzas conservadoras apoyadas por el fascismo.

Buscando información sobre el papel desempeñado por Victoriano Manteiga y La Gaceta en defensa del pueblo español, encuentro que García Granell fue corresponsal de este periódico en aquella contienda antifascista europea y que se incorporó como soldado a combatir por los ideales democráticos.  Desde Tampa, como el propio Manteiga, estuvo entre los primeros en levantar la voz en defensa de la República española. Y en cuanto pudo enrolarse como soldado para ir al frente lo hizo,  junto a un grupo de tampeños que se incorporaron al Batallón Abraham Lincoln de las Brigadas Internacionales. Atravesó el Atlántico el 28 de enero de 1937 en el barco Aquitania y muy pronto participa en las batallas que se libran en Jarama y Brunete. Es herido y llevado a Madrid a recuperarse, momento en que el periódico Mundo Gráfico le entrevista y, en sus confesiones, prefiere extenderse en hablar de su pueblo, su Ybor City querido. El que escribe (sin firma) lo advierte:  “Apenas habla de él. Apenas habla de la campaña. El pensamiento se le va allí, hacia Ybor City, hacia los lugares que abandonó poniendo entre ellos y España una inmensa frontera de mar. Su palabra es el recuerdo emocionado de todo lo que –hombres, cosas– quedó lejos”.

Resultan tan significativas las palabras del soldado de Ybor City en España, que las cito íntegras:

“Yo creo –dice– que Ybor City es, quizá lo que mejor representa a España en los Estados Unidos. Fue ciudad, y si políticamente, admirativamente, dejó de serlo,  en lo espiritual continúa siéndolo.  Hoy es una zona importantísima de la ciudad de Tampa, que reúne la mitad de la población de esta y el ochenta por ciento de su fuerza viva, industrial y comercial. Otro barrio latino hay en Tampa: West Tampa. Pero no tiene la personalidad ni el profundo sabor español de Ybor City. Tres periódicos en castellano publicamos allí: La Traducción, La Prensa y La Gaceta. A través de ellos se sigue con anhelante emoción la lucha de España.

José García Granell, uno de los jóvenes de Ybor City
que fue a España a combatir en defensa de la República.

Tenemos la Casa del Pueblo. Ella es allí como el cuartel general de la causa popular. En su teatro habló un día Fernando de los Ríos, entre el entusiasmo de sus oyentes (…) Tenemos el Centro Asturiano, con un teatro capaz para tres mil personas, salones de baile, biblioteca, gimnasio, boleras, billares, bar, café, jardines bellísimos… Cuenta el Centro, además, con una gran Quinta-Sanatorio y con una Sociedad benéfica, familiar.  En Ybor City también hay otras sociedades de carácter humanitario. El Centro Español cuenta, por ejemplo,  con un gran edificio en West Tampa y con otro en Ybor City, con su correspondiente Quinta-Sanatorio. Todos allí somos trabajadores (la industria del tabaco es la principal fuente de riqueza de Tampa), y por eso seguimos apasionadamente la guerra de España. Se ayuda eficazmente a la causa, y esto lo saben bien el Socorro Rojo Internacional, cuantos han desfilado por la ciudad (…) Las noticias favorables o adversas de la guerra son comentadas con el interés de las cosas propias.

Pero no es sólo, por decir así, un interés platónico, a distancia. La ayuda es efectiva, tangible. Todos los días, un grupo de guapas muchachas recorre las calles de Tampa recogiendo fondos para la causa del gobierno. Semanalmente se  recoge también dinero a la puerta de las fábricas de tabaco. Recuerdo aquellos primeros días de la lucha. Muchos se apuntaron para un banderín de enganche. Se envió un telegrama a Madrid ofreciendo esos hombres.  ‘Disponemos de combatientes –se nos contestó desde Madrid–; agradecemos la ayuda financiera’. Se empezó a trabajar en este sentido, e inmediatamente se habían reunido miles de dólares.  Se amontonaban cantidades enormes de ropas y material sanitario. Crecía a diario la organización del Socorro Rojo Internacional. Se forma una Comisión de Propaganda. Surgen por todas partes carteles y fotografías. Los oradores inflan continuamente los auditorios.

Un periódico –La Gaceta– mantiene en continuo fervor ese espíritu de lucha. Y hasta un grupo de hombres de Ybor City viene a combatir a España, enrolados en el Batallón Lincoln, de las Brigadas Internacionales. Somos doce. Y todos han caído muertos o heridos. Estos son los camaradas muertos: Salsita, Pérez, Guijarro, Maldonado, Abelardo Valdés, Arturo Tamez… Supieron morir como buenos. Los demás del grupo hemos sido heridos. Ybor City puede sentir el orgullo de sus muchachos que aquí vinieron  a defender la causa de los trabajadores. El pobre Salsita, el pobre Guijarro, el pobre Valdés….

El cronista –después de insertar las declaraciones de Granell–  afirma: "El pensamiento de este combatiente de la Internacional va ahora hacia los compañeros caídos. Los que en Ybor City compartieron con él afanes y trabajo y los que ahora, sobre el suelo de España –amado desde Ybor City– han encontrado la muerte”. (Mundo Gráfico, 16 de junio de 1937).

Desde España, Granell escribió varias veces a Victoriano Manteiga, informándole del avance de la guerra, de las campañas que se libraban, de la pasión con que defendían desde España la democracia. Una de aquellas cartas se conserva y la publicaremos en otra oportunidad.

No existen datos claros sobre el destino final de aquel joven de Ybor City que se fue a la guerra española y tuvo un vínculo tan cercano con La Gaceta. Hay una nota en un archivo de Valencia que lo mencionan como prisionero. Otra información apunta que estaba en Orduña, Vizcaya, y lo indica como desaparecido desde abril de 1938.

No sabemos. Pero deberíamos investigar y aspirar a que en una tarja de Ybor City esté su nombre e imagen y la de aquellos hijos de la ciudad que cayeron en tierras españolas defendiendo la libertad del hombre.

 

viernes, 1 de abril de 2022

En el centenario de La Gaceta, un escrito de Victoriano Manteiga

 Victoriano Manteiga, quien se sintió cubano hasta el final de su vida, escribió cientos de páginas en La Gaceta sobre la realidad de su país de origen. Cuando fundó este periódico, en 1922, no había cumplido los 28 años, pero ya llevaba varios en la ciudad de Tampa, a la que llegó por primera vez en 1914.

Desde la aparición del primer número del diario que lo consagrara como periodista y editor, la permanente publicación de las noticias de la Isla demuestran el impacto que ejercían sobre él, no sólo por el servicio de información que representaban, sino, esencialmente, por la toma de posición ante los hechos que describe y juzga.

En los momentos más convulsos de las luchas cubanas a favor de restaurar o mantener las instituciones republicanas nacidas en  1902, la pluma de Manteiga estuvo al lado de quienes defendían la democracia frente a las imposiciones dictatoriales, continuamente alentadas o sostenidas por figuras que ambicionaban detentar un poder por encima de lo que había sancionado la Constitución.  El primero a quien enfrenta Manteiga es  Gerardo Machado. Leyendo su columna diaria “Chungas y no chungas”  encontramos en su autor a un combatiente que habría que incluir entre quienes lograron la caída de aquella tiranía, el 12 de agosto de 1933. Así lo reconocían entonces el joven Eduardo Chibás –quien llegaría a ser su amigo–,  Fernando Ortiz y otros destacados luchadores antimachadistas.

A la caída de Machado, le sucedió un período muy complejo en que se sucedieron varios gobiernos en apenas dos años. A uno de ellos, presidido por el Dr. Grau San Martín, se le conoce como el gobierno de los Cien Días (desde el 4 de septiembre de 1933 hasta el 15 de enero de 1934) y es derribado por el golpe militar del que emerge a la política nacional la figura de Fulgencio Batista. No pudo sostenerse el gobierno encabezado por Grau San Martín por las profundas divisiones que pugnaban entre los cubanos, lo que puede apreciarse en los comentarios que hace Victoriano en La Gaceta cuando aquel gobierno pugnaba por mantenerse sin recibir el reconocimiento de Estados Unidos. Entre esas consideraciones, están las del 20 de noviembre de 1933 en su  columna “Chungas y no chungas”, que reproducimos a continuación:

A los cubanos de Tampa:  El acto de esta noche en el Palacio de las Logias Unidas, organizado por el Comité Apolítico Pro-Grau San Martín, con la entusiasta cooperación de este periódico tiende a unir a los cubanos de buena voluntad, no a desunirlos.

Los iniciadores de esta obra de patriotismo y desinterés creen que el presidente provisional Sr. Grau San Martín puede establecer las bases de un gobierno democrático de veras, si los grupos cubanos, particularmente el ABC,  le brindan su cooperación, que bien lo merece.

Y apoyándose en esta creencia, que en los últimos días han elevado a criterio, desean solicitar del presidente Roosevelt conceda el reconocimiento al actual gobierno cubano, de modo que el orden pueda restablecerse y los grupos políticos cesen en sus actividades contrarrevolucionarias.

Los cubanos del Comité Apolítico y los que con ellos simpatizan, no odian a sus compatriotas que como ellos no piensan, pero estiman es un sagrado deber salir a la defensa del gobierno provisional de Cuba en el que reconocen el nobilísimo deseo de dar a la República un gobierno eficiente y justo, tal como el pueblo lo demanda.

Los menocalistas, mendietistas, marianistas, etc., exponentes del actual régimen, deben ser llevados a un plano secundario hasta que la renovación se efectúe y entonces el pueblo decida si quiere volver a las “candilejas” o seguir el rumbo de salvación que preconiza la juventud, con el estudiantado a la vanguardia.

La colonia cubana de Tampa quiere paz y orden en Cuba, pero no desea que el gobierno vuelva a las manos de los políticos, si no que se amolde a la declaración mal sustentada por algunos jefes “abecedarios”, de nuevos hombres y procedimientos.

Con nuevos hombres, inteligentes patriotas, no cazadores de empleos, la República vigorizará su posición internacional y los “prestamistas” de los Estados Unidos y de otras partes no encontrarán cómplices en los gobernantes para sus fines de especulación; con nuevos hombres, de honradez probada,  la nacionalidad lentamente llegará a la absoluta independencia económica, librándose de la Enmienda Platt y de las amenazas intervencionistas.

Con nuevos procedimientos se desterrarán para siempre las “trampas” electorales que Estrada Palma iniciara, siendo imitado por Gómez, Menocal y Machado, y los ciudadanos elegirán a  los hombres  de su gusto, los de mejor preparación; con nuevos procedimientos dejarán de existir los políticos ladrones, que durante muchos años saquearon el tesoro de Cuba, arrastrando a la República a su presente crisis; con nuevos procedimientos el obrero cubano verá protegido su hogar, sus derechos, y se disiparán los días de ínfimos salarios y jornadas de diez y doce horas, bajo impropias condiciones higiénicas; con nuevos procedimientos los mandones quedarán eliminados y el resurgimiento de la dictadura o la tiranía será imposible y la democracia descansará sobre cimientos de indudable solidez.

El patriotismo de la colonia cubana de Tampa tiene ahora los mismos kilates que tuviera durante los años de la “epopeya redentora”. Es patriotismo de sensatez, de amor a Cuba,  no de ambición, ni ansia de millones, ni altos puestos.

Y como el patriotismo es auténtico, indiscutible, el cubano migrado tiende la mano al que no piensa como él, pero actúa honradamente y le dice: Tú ya reconocerás tu error y apoyarás a Grau, que es pureza, integridad, discernimiento…lo que Cuba reclama.