viernes, 30 de marzo de 2018

El barrio martiano de Ybor City: renovación de su esplendor


Por Gabriel Cartaya

En los últimos meses, el centro histórico de Ybor City está asistiendo a un impetuoso momento de construcción, renovación y embellecimiento. Los habitantes del lugar, los que trabajan en él y los transeúntes, son testigos cotidianos de un incesante trasiego de materiales de construcción, ruido de herramientas, levantamiento de paredes, reposición de techos, nuevos colores y anuncios de proyectos que se materializan con celeridad y calidad impresionantes.
   Esta oportuna ocasión  de remozamiento y ampliación, recuerda el tiempo histórico de su nacimiento. Muy cerca de donde hoy el principal impulsor de esta obra, el constructor Ariel Quintela, se detiene cada mañana a imaginar y acometer su trabajo, hace más de 130 años se detuvo el ingeniero español Gabino Gutiérrez,    al  lado  de Vicente Martínez Ybor, a apuntar con el dedo el rumbo de la primera calle, las primeras casas y el sitio donde levantarían la fábrica de tabacos. Ellos, entonces, edificaron una ciudad nueva y los cargamentos de madera, ladrillos, hierros, lozas, cristales, fueron convirtiéndose en hermosos edificios donde una población, esencialmente compuesta por inmigrantes cubanos, españoles e italianos, conformó su primer asiento demográfico. Entonces, las fábricas, viviendas, escuelas, restaurantes, clínicas, iglesias, librerías, teatros, periódicos, dieron fe del enorme poder de una colectividad ejemplar donde la diversidad étnica y cultural no fue un motivo de distanciamiento perturbador, sino un ejemplo de fuerza comunitaria.
  Después de más de un siglo de su primer encumbramiento –perdido por una diversidad de factores donde matices de segregación, elitismo social y profesional, intereses económicos,  políticos, entre otros,  marcaron su decadencia–,  Ariel Quintela y su asociado Darryl Shaw encabezan el proyecto de renovación de Ybor City. Con gran sensibilidad, el constructor de origen cubano ha mirado hacia la historia del espacio al que se ha propuesto devolver su grandeza física y espiritual. Su propuesta ha sido identificar los edificios que está renovando (o levantando)  con el nombre de figuras históricas que dejaron una huella profunda a su paso por la ciudad.
Así, el nombre y la imagen de José Martí presidirá una de las mayores edificaciones del proyecto, detrás del pórtico que anuncia la entrada  a Ybor City. Pronto veremos allí un hermoso edificio de cuatro plantas, entre la 7.ª y 8.ª avenidas, donde 127 confortables apartamentos serán una inyección grande al repoblamiento del lugar. Es un sitio lleno de historia, muy cercano al espacio donde existió el Liceo Cubano, en el que  Martí pronunciara magistrales discursos. De una edificación abandonada y casi en ruinas, emergerá la Casa Socarrás, en homenaje al cubano Don Fernando Figueredo Socarrás, quien fue el principal representante del Gobierno de la República de Cuba en Armas en Tampa durante la Guerra de Independencia y también el primer alcalde que tuvo West Tampa al fundarse como ciudad en 1895.
Casa Socarrás
  Detrás de este edificio nacerá la Casa Pedroso, nombrada así en honor del matrimonio compuesto por   Ruperto Pedroso y Paulina Hernández, un matrimonio de raza negra que tuvo su casa alrededor de este espacio, donde hoy existe el Parque Amigos de José Martí. En ella, no sólo se hospedó el Apóstol cubano alguna vez, sino que también le sirvió de refugio en los días graves en que atentaron contra su vida. Como si tanto servicio patriótico no fuera suficiente, ambos estuvieron dispuestos a hipotecar su casa para, en el momento difícil en que fracasó en Fernandina la expedición con que empezaría la guerra de 1895, contribuir a juntar los recursos imprescindibles al alzamiento redentor en Cuba. 
Casa Pedroso
  A sólo unos pasos de la Casa Pedroso, tendremos en Ybor City un nuevo edificio cuyo apelativo también se inserta en la historia. Será la Casa Bomberos, en la 8.ª avenida, entre las calles 13 y 14, lugar donde se instaló el primer cuerpo para extinguir incendios de este barrio, en una época en que era frecuente el azote de las llamas a casas y fábricas construidas de madera. Otro edificio, la Casa Gómez, rendirá homenaje, con su apellido, al afrocubano Juan Gualberto, hijo de esclavos, en quien Martí confió para representar en la Isla al Partido Revolucionario Cubano y ser el guía del alzamiento el 24 de febrero de 1895. A él, desde Tampa, se le envió el tabaco en cuyo interior iba la Orden de Alzamiento.
  A sólo una cuadra, frente a donde estuvo la fábrica de tabacos de Vicente Martínez Ybor, ya ha sido renovado e inaugurado el primero de los edificios que Ariel Quintela y quienes le siguen y apoyan se han propuesto recuperar. Lleva el nombre del gran fundador, Don Vicente Martínez Ybor, su primer dueño. Allí estableció Ybor sus primeras oficinas y dio espacio a cuartos de hospedaje. Sospecho que en ese lugar pudo hospedarse José Martí en las dos noches de su primera visita (26 y 27 de noviembre de 1891), aunque la tradición sostiene que se alojó en El Pasaje, lugar en que tres años después se inauguró el Hotel Cherokee.
  He leído, en fuentes serias, que a este edificio le llamaban El Pasajero en sus primeros tiempos, porque en él se albergaban muchos recién llegados mientras se instalaban en la ciudad. También está consignado en las actas del Club Agramonte el debate sobre la escasez de fondos para el pasaje y hospedaje de Martí durante esa breve estancia. Se sabe, igualmente, que la primera visita que hizo Martí a Tampa, el 27 de noviembre de 1891, fue a la fábrica de Martínez Ybor, para lo que sólo tendría que abrir la puerta y pasar a la acera del frente.
  El momento en que estos edificios recuperan su ­esplendor y en los que, gracias a las comodidades de sus modernos apartamentos, cientos de nuevos habitantes enriquecerán el paisaje arquitectónico y humano del lugar, es atractivo también para profundizar en su historia. Imagino a los nuevos cientos de inquilinos en lujosos apartamentos o desde cómodas oficinas, explicando al visitante la razón para que el inmueble en que se encuentra se identifique con ese nombre. Me figuro a un grupo de comensales en un nuevo y exquisito restaurante del barrio martiano de Ybor City, comentando los acontecimientos gloriosos que envuelven a la figura elegida para la nombradía al lugar. Porque estos nuevos espacios, además de las nuevas comodidades para vivir, propiciarán un entorno de crecimiento demográfico y cultural.
     Cuando, a fines del siglo XIX, Don Vicente, Martí, Socarrás, Pedroso, Gómez, levantaban su obra, de edificios y pueblos, no imaginaban que, más de un siglo después, herederos de grandes sueños se inspirarían en sus nombres para que encabezaran, con la fuerza de su ejemplo, las nuevas edificaciones donde perdura su memoria. 
Publicado en La Gaceta, 3.30.18

viernes, 23 de marzo de 2018

El cumpleaños


Por Gabriel Cartaya

   El domingo pasado, mientras compartía unas copas de vino con unos amigos en el patio de mi casa, escuché a mi esposa invitando a los presentes –y a otros por teléfono–  a asistir el sábado siguiente al mismo lugar donde charlábamos. Aunque siempre aparece un pretexto para este tipo de encuentros, esta vez ella, con la espontaneidad alegre y sincera que le caracteriza, advirtió con la mirada: Es que es su cumpleaños. Levantamos las copas y sellamos el acuerdo.
   El lunes, cuando le doy vueltas al tema que debe aparecer en esta columna semanal, viene a la memoria la primera frase con que la reina de la casa justificó la invitación: Los cumpleaños hay que celebrarlos, a como de lugar.
Seguramente “a como de lugar”, además de inapelable, remite a la costumbre ancestral de celebrar cada año el aniversario de quienes corresponden a nuestro entorno familiar, extendido  al círculo de las amistades correspondientes al cuerpo social y cultural al que pertenecemos, según alcance la mesa.
   El valor de la festividad, en toda su connotación antropológica, entraña un comportamiento humano cuya riqueza es proporcional a la sinceridad de los sentimientos que expresa. Así, puede ser inútil el despliegue de lujos donde el brindis cumpla un rito formal, como legítimo donde el abrazo, aun con un grano de maíz y un vino casero, equivalga al amor y la amistad.
   Si la costumbre de festejar el cumpleaños no es tan vieja como el hombre, es  por la falta de registros de nacimientos en la alborada de la humanidad. Pero una vez concebida la familia, el calendario y el hábito de fechar, la anotación del acto de nacer fue uno de los primeros apuntes de la paternidad. Seguramente,  entre las primeras marcas en el almanaque se  dibujaron los nacimientos, para que no se olvidara el cumpleaños de cada quien, costumbre que fue extendida a los hechos y figuras históricas.
   Para los antiguos griegos, cada persona tenía un espíritu protector –daimon– que le guiaba desde el día de llegar al mundo y al que también se conmemoraba. De alguna manera, esta costumbre fue heredada por el mundo cristiano, aun cuando la Iglesia católica se negaba en sus primeros siglos a que sus fieles festejaran los natales, por considerarlos una costumbre pagana. Una contradicción, porque ­buscarle una fecha de nacimiento a Jesucristo fue crear un día especial para su adoración. Después se empezó a inscribir a los hijos con el nombre del santo celebrado el día del alumbramiento. Con ello, a algunos no les quedó otro ­remedio que llamarse Gereboldo, Escubículo o Burgundófora, con todos los contratiempos que el nombre pudiera provocar.
   En nuestros pueblos hispanoamericanos, heredamos de las culturas autóctonas y de España los principales componentes que hoy están vivos en nuestros cumpleaños. Entre ellos, los regalos, ­tarjetas, piñatas, picar el cake, la cantidad de velas anunciando  la edad, el canto de felicitación –con sus diversos tonos y letras–, prevalecen entre múltiples peculiaridades. Entre las costumbres, algunas provocan hilaridad y hasta un suave dolor. Los dominicanos gustan de echarle al festejado un jarro de agua encima, como señal de buena suerte;  hay lugares de Argentina donde prefieren darle al cumpleañero tantos tirones de orejas como años cumple; muchos chilenos se divierten mientras cuatro personas toman al agasajado por las extremidades y lo lanzan hacia arriba la cantidad de veces que corresponda a la edad cumplida, con el peligro de que caiga al suelo cuando hay copas de más.
   
Las maestras Patty y Mildred Hill
En Estados Unidos, tal vez lo más común en la celebración del cumpleaños es la imprescindible canción “Happy ­Birthday to You”, a la que sigue el apagado de las velas y el corte del cake, entre fotografías que van en aumento y calidad con  la tecnología. Los antecedentes de la canción de cumpleaños propia de este país se remontan a fines del siglo XIX, cuando Patty y Mildred J. Hill crearon la melodía “Good Morning to All”,  concebida para que los estudiantes la entonaran al iniciar las clases. La tonada tuvo suerte y pronto se extendió por todos los estados, hasta que, en 1924, Robert Coleman le hizo modificaciones a la letra original, convirtiéndola en el famoso “Happy Birthday to You”.
   Para muchos, el cumpleaños es también un día de estrenar, sea un traje, unos zapatos, una corbata. Un amigo muy querido acostumbraba regalarse una novia ese día especial, cuando una mirada alcanzaba para un romance.
   De todos modos, el cumpleaños es, en sí mismo, el regalo más grande. Con los tragos, comidas, música y amigos que tienen la ocasión de asistir, es un día de agradecer, a los padres que nos trajeron al mundo, a la familia que nos acompaña, a los amigos elegidos, a todos los que se reúnen a brindar y cantar, recordar y contar la vida que año tras año vamos y nos va enriqueciendo.
    Publicado en La Gaceta, el 23 de marzo, 2018



jueves, 15 de marzo de 2018

Apuntes sobre Benjamin Elijah Mays


“La tragedia en la vida no consiste en no alcanzar tus metas. La tragedia en la vida es no tener metas que alcanzar”.
                                                Benjamin E. Mays


   Parece haber sido breve el paso de Benjamin Elijah Mays por nuestra ciudad, pero el impacto dejado en ella, envuelto en su dimensión nacional, ha sido suficiente para la inclusión de su imagen entre las de un grupo de figuras que, esculpidas en bronce, escoltan el paseo de quienes disfrutan caminar por Tampa Riverwalk.
   Cuando asistí a la inauguración de los últimos seis bustos que serían colocados en ese lugar, me llamó la atención el entusiasmo con que un conjunto de afroamericanos rodeó el pedestal destinado a rendir homenaje a Mays. Confieso que entonces no conocía la estatura de la figura aclamada. Sin embargo, al adentrarme en su biografía, no sólo entiendo los aplausos destinados a su recuerdo cuando el alcalde descorrió la tela que cubría la escultura, sino también la necesidad de divulgar más el ejemplo de alguien que consagró su vida a que nuestro mundo fuera mejor.
   Cada 21 de enero, las calles se llenan con la imagen de Martin Luther King Jr., a quien se le ha dedicado ese día en Estados Unidos para celebrar su legado. Es justo que sea así, pero no lo es menos que un nombre como el de Benjamin Elijah Mays le acompañe,  en un homenaje que entraña tanto la gratitud a quienes más lucharon por las conquistas sociales que hoy disfrutamos, como el compromiso de seguir avanzando hacia una sociedad donde ningún ser humano sea segregado por el color de la piel, religión, género, ideología o patrón cultural.
   Dos conceptos adoptados por King para exhaltar la profunda relación que le unió a Mays son suficientes para entender la grandeza de éste: considerarle “padre intelectual” y a su vez reconocerse como “hijo espiritual” del hombre que es considerado, con justicia, como el gestor de los fundamentos intelectuales del movimiento afroamericano por los derechos civiles en Estados Unidos.
   Mays nació el primero de agosto de 1894 en Carolina del Sur, hijo de un matrimonio que había padecido la esclavitud. A pesar de la condición de hombre libre con que llegó al mundo, lo hizo en un tiempo marcado por profundas diferencias raciales, cuando la persecución a los miembros de su raza era tenaz. Siendo joven se reanima el Ku Klux Klan, una organización racista, xenófoba, anticatólica, animada por los sectores más recalcitrantes de la extrema derecha del país.
   Desde la niñez, Mays sufrió los efectos de la segregación. Tendría unos cuatro años cuando vio maltratar a su padre por supremacistas blancos de un grupo denominado Phoenix Riot. Más de una vez vio a integrantes del KKK maltratando a  miembros de su hogar.
   A pesar de las limitaciones de su raza, pudo ir a la escuela, demostrando desde los primeros grados poseer gran inteligencia y voluntad de superación. Un apunte de uno de sus maestros pronosticó que era un alumno “destinado a la grandeza”.
   Con una fuerte influencia de las lecturas de la Biblia, en 1911 matriculó en Brick House School, en Epworth, una escuela patrocinada por la Iglesia Bautista, en Carolina del Sur. Después se graduó en College  Orangeburg, con la distinción de mejor alumno, cuando había cumplido los 22 años.
   Posteriormente, asistió a una universidad bautista, en Richmond, Virginia, en un entorno donde palpó la crudeza del maltrato a los afroamericanos. Por sus excelentes notas, mereció ser aceptado en College Bates, en Maine, donde le aprobaron un paquete completo de ayuda financiera, aunque sus compañeros le habían advertido que aquel no era un lugar para “gente de color”. Ese desafío le inspiró más, imponiéndose mostrar el valor de su raza, que es la mejor manera de defenderla.
   En las aulas de Bates, se destacó en matemáticas y griego, pero especialmente sobresalió en oratoria, graduándose en 1920 con honores.
   Al año siguiente, después de casarse con Ellen Edith Harvin –de la que enviudaría dos años después– , ingresó en la Universidad de Chicago, donde obtuvo una Maestría en 1925, a pesar de haber sufrido allí políticas de segregación como sentarse en los comedores en áreas separadas y sólo acceder a determinadas áreas de lectura en las bibliotecas. Para esa época, se había unido a una fraternidad de hombres de color llamada  Omega Psi Phi y también se había ordenado como Ministro bautista.
   Es también durante ese tiempo cuando Mays se encuentra con John Hope, quien era el presidente de Morehouse College. Coincidieron en la necesidad de trabajar por aumentar la educación en los afroamericanos, lo que Mays comenzó a cumplir viajando a Atlanta como pastor de una Iglesia Bautista. Más tarde, pospuso un doctorado a fin de ejercer la docencia, impartiendo clases de inglés en South Carolina State College, lo que hizo entre 1925 y 1926.
   A partir de esa época, el ascenso de Mays es vertiginoso. Es secretario nacional de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA) entre 1928 y 1930 y al año siguiente el Instituto de Investigación Social y Religiosa de Nueva York lo nombra director de Estudio de Iglesias Negras en Estados Unidos. En 1933, decide regresar a la Universidad de Chicago a terminar el doctorado y ese mismo año escribe su primer libro, The Negro’s Church, con coautoría de  con Joseph Nicholson, obra que ha sido considerada como el primer estudio sociológico de la iglesia negra en Estados Unidos.
   Al terminar su doctorado y con la repercusión causada con el libro citado, Mays es llamado por varias universidades a dirigir su Departamento de Religión. Optó por el cargo  de decano de estudios religiosos en la Universidad de Howard, en Washington.
   A pesar de encontrarse en el momento más crítico de la Gran Depresión, Mays logró resultados sorprendentes para el desarrollo de ese departamento y de la propia universidad, entre ellos una notable ampliación de su biblioteca, lo que determinó que la Asociación Estadounidense de Escuelas Teológicas la acreditara como una nueva Escuela de Religión.
   En 1938, aparece el segundo libro de Mays: The Negro’s God: as reflected in his Literature. El autor, que ya es un defensor del movimiento Nuevo Negro,  se enfrenta a quienes sostienen que los hombres negros se comportan, intrínsicamente, con mayor violencia que los blancos. 

   Desde 1940, Mays se convierte en el presidente de Morehouse College, una institución académica de Atlanta  concebida originalmente para afroamericanos, dirigida especialmente a disciplinas liberales. Entonces el Ministro bautista se muda a Atlanta, pero ha dejado en la Universidad de Howard una nueva escuela de teología que le honraría con su nombre..
   En la obra de Mays, uno de los capítulos más trascendentes pertenece a  su liderazgo en Morehouse College, cuya presidencia ostentó entre 1940 y 1967, un tiempo convulso que se inaugura con el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial  y culmina, en Estados Unidos, con el poderoso movimiento por los derechos civiles que puso fin a la profunda segregación racial. En las grandes conquistas sociales de esta época, fue Mays una de las figuras más descollantes.
Morehouse, inaugurada en 1867 como una institución educacional privada –concebida inicialmente para afroamericanos, cuando las leyes segregacionistas impedían su entrada en las universidades de la nación–, alcanza durante el período en que Mays la dirige una enorme notoridad, especialmente por las grandes personalidades que se formaron en ella, entre quienes sobresalieron Martin Luther King Jr., Spike Lee, Samuel L. Jackson  y muchos más.
   Antes de asumir el cargo de Morehouse, Mays visitó la India y tuvo la oportunidad de dialogar intensamente con el líder Mahatma Gandhi, especialmente sobre el papel de la fuerza espiritual como eje de la lucha a través de la resistencia pacífica, método que defendía el guía hindú.  Aunque el ministro bautista le objetó al pensador oriental algunos de sus postulados, coincidió con él en la superioridad de la no violencia, aunque aplicando de manera crítica este método de lucha a las particularidades del enfrentamiento racial en Estados Unidos, donde a los hombres de su raza era más difícil  convencerlos sobre la posibilidad de conquistar sus derechos con las manos desarmadas. Por otro lado, mientras  en la India Gandhi representaba a una mayoría poblacional,  en Estados Unidos se trataba de una minoría racial cuyos cercanos antecesores habían sufrido la esclavitud.
   Con todo, cuando Mays  comienza a dirigir Morehouse, está convencido de la necesidad de disciplinar a las masas para que acudan a la lucha, aun enfrentando la cárcel y la muerte, sin recurrir a la violencia y el odio, bajo el convencimiento de que los ideales democráticos establecidos en la Constitución de Estados Unidos eran incompatibles con la dignidad prometida a todos los seres humanos.
   Luther King, un alumno sobresaliente de Morehouse entre 1944 y 1948,  haría de este lenguaje el centro de su acción política, encabezando el extraordinario movimiento que socavó los pilares de la explotación racial en la nación estadounidense.  Cuando ya King era respetado como el indiscutido líder nacional por los derechos civiles, reiteradamente se refirió  a Mays como su mentor espiritual e intelectual. A su vez, el Maestro  le acompañaría en las grandes movilizaciones que el brillante alumno encabezó. Cuando la   famosa Marcha sobre Washington, en 1963, donde Luther King pronunció el emotivo discurso “I Have a Dream”, Mays se acercó conmovido a darle la bendición a su brillante “hijo espiritual”.  Y cuando a su discípulo le llega la muerte, es al Maestro a quien le corresponde despedir el duelo, pronunciando un discurso que se conoce con el nombre “El hombre no está delante de su tiempo”.
   En ese panegírico, pronunciado en Morehouse el 9 de abril de 1868, frente a más de 150 mil personas, Mays expresó: “King fue más valiente que aquellos que defienden la violencia como una salida (…)Es una muerte redentora de la cual toda la humanidad se beneficiará”.
   No solamente se recuerda a Mays como el maestro y luchador por los derechos civiles en su país. Este hombre de piel negra, inteligente y culto, fue muy apreciado por las grandes figuras políticas de su tiempo, más allá de las fronteras de su país. El presidente Harry Truman lo invitó a la Casa Blanca; fue asesor privilegiado de tres presidentes de la nación –John K. Kennedy, Lyndon B. Jhonson y Jimmy Carter– ; representó a Estados Unidos en Roma, en 1963,  durante el funeral al papa Juan XXIII. Samuel Dubois, el principal biógrafo de Mays,    sostiene que el presidente Carter, que alguna vez lo visitó  en Atlanta, le escribía sistemáticamente para informarse sobre “los derechos humanos, los asuntos internacionales y la discriminación”. 
   Cuando Mays deja de presidir Morehouse (1967),  se sigue desempeñando como educador y ocupa cargos relacionados con la enseñanza, como el de asesor del presidente de la Universidad Estatal de Michigan. A su vez, sigue escribiendo. Publica una colección de sus homilías bajo el título Disturbed About Man, donde da testimonio de las tensiones raciales y sociales que conoció. En la década de 1970, Mays viaja incesantemente por diversas instituciones educacionales, donde pronuncia conferencias para difundir la gravedad de la intolerancia, sea racial, religiosa o cultural. 
   En 1978, el Ministerio de Educación de Estados Unidos  le honró con el Premio al ­Educador Distinguido. Cuando ya había cumplido 75 años, fue elegido en Atlanta para que ocupara el cargo de Presidente de la Junta de Educación de las Escuelas Públicas de ese estado. En esa responsabilidad, tuvo la satisfacción  de supervisar el cumplimento de una orden federal de 1970, destinada a impedir la segregación en las escuelas públicas. También insistió en la extensión del transporte escolar a los barrios afroamericanos y en impedir que el color de la piel influyera a la hora de subir al autobús.
   De hecho, la obra de Mays a favor de la igualdad racial influyó notablemente en que, bajo su propia firma, en  1974 se aprobara una orden declarando que el Sistema Escolar de Atlanta era unitario.
   Cuando la fuerza del tiempo obligó a Mays a jubilarse, alcanzó a percibir la admiración que había alcanzado en retribución a su obra pedagógica, social y humanitaria. Vio una calle de Atlanta marcada con su nombre;  entró a un plantel educacional para alumnos de todas las razas, en cuyo pórtico pudo leer “Benjamin Elijah Mays High School”. Y por donde quiera que pasaba, se le identificaba como uno de los hombres que más luchó por la desagregación racial.
   Cuando, el 28 de marzo de 1984,  con casi 90 años, dejó de latir su corazón en Atlanta, su cuerpo exánime fue trasladado hasta Morehouse, donde se le rindieron honores.
   Los continuos reconocimientos a Mays  alcanzan hasta hoy. El mismo año en que murió, fue incluido en el Salón de la Fama de Carolina del Sur y la casa donde vivió fue marcada como Sitio Histórico Estatal. La Sociedad Phi Beta Kappa, una sociedad académica de honor de la nación, incorporó su nombre. 
   The National School Boards Association creó el Premio Benjamin Elijah Mays Lifetime Achievement. La distinción más alta de Alumni de Bates College se nombra Medalla Benjamin E. Mays. No caben en este espacio las decenas de galardones y títulos honoríficos con que se ha rendido honor al gran mentor de Luther King.
   Hizo bien Tampa en incluir su rostro en bronce en un pedestal de honor, ante cuyo descubrimiento vi tanta admiración y gratitud en el momento de su inauguración. Ahora, cuando se camina por una de las más bellas avenidas de la ciudad, entre personas de todas las razas y culturas, podemos detener el paso respetuoso frente a su imagen y decirle: Gracias, Maestro.

jueves, 8 de marzo de 2018

Encuentro con Evelio Lecour



Evelio Lecour es un prestigioso escultor, ceramista, dibujante y profesor cubano, cuya obra emergió en la década de 1970 para situarse en la vanguardia de la escultura cubana de su generación. En los años siguientes, su obra ha participado en importantes exposiciones colectivas y personales, tanto en Cuba como en Europa y Estados Unidos. Además de su obra de creación artística, ha sido profesor de escultura en la Escuela de Artes Plásticas de San Alejandro, en La Habana. Al saber que en los próximos días visitará la ciudad de Tampa, le envié unas preguntas que afablemente respondió y,  al publicarlas en La Gaceta, le damos la bienvenida a una ciudad donde seguramente nacerá una obra suya.
La profesora y crítica María de los Ángeles Pereira, en “La escultura en Cuba: una historia cautivante”, incluye tu nombre entre los principales escultores que  surgen  después  de 1959, cuando afirma: “Los punteros de esta hornada fueron, a nuestro juicio, Angulo, Villa, Lecour”.  ¿Cómo evalúas a esa generación de escultores cubanos a la que correspondes?
Fue una generación de mucho valor artístico y creativo para la escultura cubana,  pero debo aclarar que el grupo de los escultores, mundialmente, siempre ha sido una minoría (si se compara a la gran cantidad de pintores que siempre han existido). Podemos imaginarnos que para hacer esculturas, en cualquier época –en la Grecia antigua, el renacimiento y hasta hoy en día– se necesitan más recursos para los escultores, y me refiero a los presupuestos, que siempre han tenido que ser mayores que el de otros proyectos artísticos. Es así, por los espacios que se necesitan, los materiales y  herramientas que se emplean para lograr sus trabajos, ya sean trabajos en piedras, mármoles, fundiciones en bronce y hasta cerámicas, que requieren una infraestructura paralela y tecnológica que nos permita tener los resultados deseados.
Nosotros, como cubanos, tanto Enrique Angulo, José Villa y un servidor, entre otros, nos lanzamos a experimentar con recursos propios, aunque limitados,  pero sí con el deseo de perfeccionar y mantener viva la tradición escultórica de nuestra época, siempre enfocados en la calidad  y dirigidos a romper cánones y estereotipos para establecernos en una realidad contemporánea.  
¿Qué influyó más en tu elección de las artes plásticas como profesión? ¿Herencia, entorno, orientación vocacional?
Siempre me gustó crear en barro, plastilina, incluso tallar madera, aunque fuese con instrumentos primitivos.  Cuando comencé la secundaria básica, entré en un círculo de interés de artes plásticas y ahí comencé a organizar mis pensamientos y a ver todos los libros de artes plásticas que caían en mi poder. Gracias a una profesora que impartía clases de arte, empecé a trabajar con acuarelas, pinturas, etc., pero siempre mi vocación se manifestaba en el arte en tercera dimensión, como es la escultura.
¿Qué presencia tiene en tu obra la escultura?
Siempre he tenido el deseo de que mi trabajo escultórico tenga su propio sello. Aunque haya recurrido a diversos estilos, conceptos  y formas, creo que siempre he tratado de que mi obra refleje algo muy singular y muy mío. Los trabajos de inspiración propia, me han permitido lograr series que sean distintivas de mi personalidad artística.
¿Cuáles son los momentos que consideras más significativos en tu trayectoria artística?
Al terminar mis estudios y comenzar a desarrollarme como profesional, me di a la tarea de buscar un material con el cual pudiera expresarme libremente y sortear todas las dificultades en cuanto a materiales y producción que existían.
Por tanto, establecí un taller propio y elegí la técnica de la cerámica, pero enfocado en creaciones en terracota. Logré esto, gracias a que mi postgrado lo hice en la provincia de Camagüey, muy prolífera en barro,  y que en ese entonces tenía una industria que utilizaba barro para hacer tubos para cañerías de desagües. No es menos cierto que me gustaba mucho el modelado directo utilizando el barro y luego podía quemarlo, gracias a esa industria. De ahí salieron mis primeros trabajos profesionales. Hoy día, uno de estos trabajos es parte de la colección  del Museo Nacional de Cuba –mi obra titulada “La despedida”–, que muestra logros de esa época.
Más tarde, experimenté con la cerámica y con dicha técnica hice mi primera serie, con el tema de los buhos, para desmitificarlos. Esto me concedió el orgullo de poder llevarlos a un simposium de cerámica en Italia y Francia. Luego, experimenté de nuevo con la terracota e hice otras series. Entre ellas está la serie de las Isadoras (enfocada en la bailarina Isadora Duncan). Con las Isadoras me pude expresar libremente en el modelado y en la técnica mixta de cerámica con terracota. Después, logré hacer grandes murales en diversos puntos de mi país, también modelados con la técnica de la cerámica, como los murales de Varadero, Santiago de Cuba y La Habana    
Eres habanero de nacimiento y formación y radicas en Miami hace ya algunos años. ¿Te visitan las musas de la Isla cuando estás en el proceso de creación?
Por supuesto. Mi país siempre ha sido la gran musa de mi inspiración.
Además de escultor y pintor, fuiste profesor de escultura en la Escuela de Artes Plásticas de San Alejandro. ¿Cómo valoras ese momento de tu vida profesional?
Fue un momento muy importante en mi vida poder ser profesor de escultura y dibujo. Allí pude transmitir a nuevas generaciones todo lo que aprendí con mis magníficos profesores. Mi orgullo de hoy, es que muchos de mis alumnos gozan de prestigio y fama internacional en el mundo del arte.
¿Cómo evalúas  la abundante persistencia de los motivos afrocubanos, especialmente en madera, que se presentan al turista con pretensión folklórica?
Yo respeto todo tipo de manifestación artística. No podemos caer en la trampa de calificar ciertos trabajos folklóricos de artesanía como arte. Precisamente la palabra lo define, artesanía. En Cuba siempre existió este tipo de trabajo que ahora llaman artesanía artística. Muchos lo hacen en madera o hierro forjado, en pieles pilograbadas y trabajos en carey, por dar unos ejemplos. Esos trabajos son dignos de una tradición que ha tomado auge otra vez, pero deben ser calificados como lo que son.