jueves, 21 de noviembre de 2019

Despedida a David A. Straz Jr.


El pasado lunes, 18 de noviembre, la población de Tampa recibió una triste noticia, cuando diferentes medios de comunicación anunciaron la muerte de un relevante hijo adoptivo de la ciudad, el conocido filántropo David A. Straz Jr.
Su apellido, grabado en la alta fachada del edificio que ocupa el centro de artes escénicas más grande de la localidad, lo hace permanentemente visible a los miles de tampeños y visitantes que pasan por el imponente lugar.
En los meses pasados, también el nombre de David Straz estuvo en cientos de carteles distribuidos por Tampa, porque el ejemplar ciudadano fue aspirante al cargo de Alcalde de la ciudad y resultó ser el segundo candidato más apoyado por la población electoral. Straz habría sido un eficaz conductor político de nuestra ciudad.
En todas las noticias que han registrado el inesperado óbito de Straz, a los 77 años de fecunda existencia, la palabra filántropo acompaña los titulares, como indicando un rasgo de su personalidad muy distintivo. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española se sintetiza la filantropía como “amor al género humano”, reconociendo en quienes lo practican su servicio a la comunidad. Es lo que se corresponde con la vida y la obra del hombre que ahora culmina su trayectoria física en la tierra y la sensibilidad del pueblo lo ha captado con el merecido calificativo.
Aunque no nació en Tampa, David Straz Jr. la sintió su ciudad y en las últimas cuatro décadas contribuyó extraordinariamente a su florecimiento material, cultural y espiritual. Por ello su nombre queda, no sólo en el centro de artes escénicas que lleva su nombre en gratitud a la elevada donación financiera que hizo a su favor, sino también en el Straz Hall, una residencia de la Universidad de Tampa, en el Centro de cuidado de manatíes David A. Straz Jr., situado en el  Lowry Park, así como toda contribución, incluyendo la de una sonrisa, que hizo en vida para la felicidad de los demás.
Conocí personalmente a David Straz Jr. en las afueras de la sala Morsani del Straz Center, cuando me lo presentó Albert Fox. En ese instante, terminábamos de disfrutar una obra presentada magistralmente por la Compañía del Ballet Nacional de Cuba y acudíamos al brindis dedicado al flamante elenco artístico. Todos sabíamos, entonces, que la presencia de esa alta muestra del arte cubano fue disfrutada porque David Straz Jr. lo hizo posible. Unos meses atrás había estado en La Habana, animado con el avance de las relaciones entre los dos países que estaba impulsando el entonces presidente Barack Obama. Straz invitó a  Alicia Alonso y, aunque la mejor encarnación de Giselle no pudo asistir porque, a su avanzada edad, la salud ya no la acompañaba, tuvimos en Tampa su compañía danzaria. Cuando le di la mano, sentí en la suya el calor de un hombre bueno, no la de un millonario.
El hombre que a los 25 años de edad compró un banco en Wisconsin para iniciar su carrera en los negocios, fue el mismo que en 2009 donó varios millones para el  Centro de Artes Escénicas de la bahía de Tampa. El mismo hombre que a los 75 años quiso ser Alcalde de la ciudad, no para vivir de ella sino para servirla, acaba de morir. Pero Straz vivirá eternamente entre los hijos agradecidos de esta ciudad que hizo suya y en las múltiples huellas, materiales y espirituales, que nos ha legado.  ¡Gloria eterna al benemérito David Straz Jr.!





viernes, 15 de noviembre de 2019

La Habana cumple 500 años


Esta semana se está celebrando el 500 aniversario de la fundación de La Habana, una de las más míticas y hermosas ciudades que surgieron en América con la conquista española del Nuevo Mundo.
A los festejos asisten los Reyes de España, como un símbolo de lo mejor que incorporó la nación europea a la capital de la mayor de las Antillas, que se expresa en la cultura, el idioma y la idiosincracia como uno de los elementos principales de la cubanía. Ello, y no los conflictos que enfrentaron a los dos países a fines del siglo XIX, ni los que pudieran existir entre modelos políticos distintos, es lo trascendente.
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Desde esta columna, nos sumamos a la celebración publicando algunos poemas dedicados a La Habana, porque nada como la poesía expresa la sensibilidad con que la ciudad queda en quienes la conocen, la sienten, la viven.
Muchos opinan que el primer poema conocido que se dedicó a la capital cubana fue escrito por José Martín Félix de Arrate y Acosta (1701-1765). Arrate, quien nació en esa ciudad, está considerado uno de los primeros historiadores de la Isla, por su obra Llave del Nuevo Mundo. Antemural de las Indias Occidentales, escrito a mediados del siglo XVIII, cuando era Regidor perpetuo del Ayuntamiento de La Habana. Su poema es el siguiente:
Aquí suelto la pluma ¡oh patria amada
noble Habana, ciudad esclarecida!
pues si harto bien volaba presumida,
ya es justo se retire avergonzada.
Si a delinearte, patria venerada,
se alentó de mi pulso mal regida,
poco hace en retirarse ya corrida,
cuando es tanto dejarte mal copiada.
Más si aun así ha logrado desairarte,
pues si tanto hijo tuyo sabio y fuerte
en las palestras de Minerva y Marte
te acreditan y exaltan, bien se advierte
que donde han sido tantos a ilustrarte,
no he de bastar yo solo a oscurecerte.
Gabriel de la Concepción Valdés "Plácido" (1809-1844), uno de los poetas más importantes del Romanticismo en Cuba, enamorado de su ciudad natal, le dedicó el bello poema al que llamó “La Habana”:
    Mirad La Habana allí color de nieve,
gentil indiana de estructura fina,
Dominando una fuente cristalina,
Sentada en trono de alabastro breve.
Jamás murmura de su suerte aleve,
Ni se lamenta al sol que la fascina,
Ni la cruda intemperie la extermina,
Ni la furiosa tempestad la mueve.
¡Oh, beldad!, es mayor tu sufrimiento
Que este tenaz y dilatado muro
Que circunda tu hermoso pavimento;
Empero tú eres toda mármol puro,
Sin alma, sin calor, sin sentimiento,
Hecha a los golpes con el hierro duro.
Claro que cientos de poetas han dedicado conmovidos versos a La Habana. Hemos visto una muestra del siglo XVIII y otra del XIX. En el siglo XX, uno de los más grandes poetas nacidos en esa bella ciudad,  José Lezama Lima,  dedicó muchas páginas a ella. El poema que elegimos para sumarlo a esta celebración, él lo nombró “Bahía de La Habana”:
Al pie de las murallas
el aire tartamudo
desliza sus sirenas,
plata mansa sin hoy
mana sus lunares
entre lunas cansadas
sin balcones. ¿Qué será,
qué será? bajo el arco
y pestañas, la tarde,
-codorniz de ceilán-
rompe en flechas sus co
lores.
Descuidas las islas
pie ligero y concha reciente,
de sonrisas y flautas,
sobre faldas tan lindas
pasajeros con cintas
y mañanas redondas!
verdinegros incógnitos
los celos de la noche
¿qué será, qué será?
el alfiler del rocío
redobles del aire tierno,
se extingue en ay, ay, ay, ay.
La sorpresa de la rosa en el
agua,
vida entre vidas,
la rechazan las olas
con heridas sin gritos.
Las estrellas se mecen
al compás que no existe
del agua amanecida,
y así puede mecer
a los niños de Arabia,
con heridas y gritos.
Y loca entre balcones
la tarde recurvando,
empina entre algodones
su voz que ni se escucha
perdida entre latidos:
¿qué será, qué será?




viernes, 1 de noviembre de 2019

Daína Chaviano, el encanto de sus enigmas


  Aunque durante estos días la escritora Daína Chaviano ha estado inmersa en múltiples actividades –entrevistas, presentación de libros, coloquios–, accedió con mucha gentileza a responder unas preguntas para La Gaceta, que se publican cuando su última novela, Los hijos de la Diosa Huracán, está llamando la atención de los lectores y la crítica especializada en todo el mundo hispanohablante.
     Es imposible, en la brevedad de este espacio, extenderse en la presentación de una autora que está  considerada entre las más altas exponentes de la literatura de ficción de nuestro tiempo. A ese peldaño la ha llevado su exquisita escritura. Su novela La isla de los amores infinitos (2006), publicada en 26 idiomas, es hasta hoy la novela cubana más traducida de todos los tiempos; El hombre, la hembra y el hambre recibió en España el pretigioso premio Azorín de novela en 1998; esa misma obra es parte de la trilogía –con Gata encerrada (2001) y La isla de los amores infinitos– que, según la crítica literaria, refleja mejor el comportamiento psíquico y espiritual de los cubanos.   
  Bendecida por distinguidos premios en diversos lugares del mundo, Daína es la única escritora cubana que aparece con una entrada individual en la prestigiosa Enciclopedia Británica de ciencia ficción,  preparada por John Clute y Peter Nicholls.
  Ahora, con Los hijos de la Diosa Huracán (Grijalbo, 2019) la escritora está dando a conocer su obra más ambiciosa, novelando en 736 páginas cinco siglos de imaginería, realidad, mitos, sueños y esperanzas que laten desde el ser taíno hasta las dos orillas de la cubanidad actual. Pero, sepamos más de Daína por ella misma.

  Mientras la mayoría de los escritores cubanos de nuestro tiempo buscan en el entorno social e histórico las fuentes de su creación literaria, tu obra nace de profundos buceos mágicos y mitológicos. ¿Hasta dónde hay en esta elección una conciencia de universalización que se desmarca de lo fronterizo nacional que la modernidad impuso?

  No creo que se trate de una búsqueda consciente de lo universal. Es parte de mi personalidad. Cuando escribo, soy simplemente un ser humano que no se limita a una época, a un lugar o a un país. Siempre fui un espíritu muy independiente, muy libre. Fue así como me criaron y educaron mis padres. Nunca me dejé arrastrar por fanatismos o espejismos nacionalistas. Soy deudora de muchas culturas. La espiritualidad y la naturaleza humana son más importantes para mí que cualquier frontera geográfica.
  Dicho lo anterior, quien haya leído mis novelas sabe que Cuba siempre ha estado presente en ellas. Lo que ocurre es que abordo cada historia de modo muy diferente a la mirada puramente realista de otros coterráneos. La situación social o política del país nunca es el meollo de mis tramas. Más bien me interesa lo que provoca esa realidad circundante en la psiquis de los personajes. Quiero mostrar cómo sobreviven, cómo burlan las prohibiciones, cómo sortean los obstáculos, cómo se oponen a las restricciones; y todo eso, sin usar la violencia física, acudiendo a la astucia, a la intuición, e incluso a la percepción extrasensorial, porque son las mismas herramientas que usé en la isla para sobrevivir emocional y espiritualmente. Incluso hoy reflejan cómo siento y percibo la vida.

  En todos los escritores –que naturalmente empiezan siendo lectores– hay influencias, más o menos marcadas, de quienes le precedieron. ¿A quiénes crees deberle más en la aparición y construcción de lo que hoy es tu propio estilo y ­personalidad literaria?

  En primer lugar, a Ray ­Bradbury. Y aunque parezca raro para alguien que nació en Cuba: Shakespeare. Fueron las dos figuras literarias que me llevaron a cursar Licenciatura en Lengua Inglesa en la Universidad de La Habana. Los había leído cientos de veces en español, copié páginas enteras de sus textos que podía recitar de memoria, y luego quise leerlos en su idioma original. Cuando pude hacerlo, estudié sus estilos, sus puntos de vista, el modo en que lograban determinados efectos en mí como lectora. Fueron mis maestros literarios.
  Otro autor, aunque no de ficción, que me marcó fue Sigmund Freud. Leí sus Obras Completas cuando tenía 15 años. Sus análisis sobre figuras como Moisés o Leonardo da Vinci, y sus estudios sobre las neurosis y la histeria, me llevaron a explorar las causas psicológicas de lo que somos, como individuos. Sus teorías cambiaron para siempre mi percepción sobre la psicología humana y, en especial, sobre la relación entre conciencia e inconsciente.
  También me marcaron autores como Milán Kundera, Margaret Atwood, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Iván Efrémov, Anaïs Nin, Edgar A. Poe, Mika Waltari, y obras de la antigüedad clásica como La Epopeya de Gilgamesh, la literatura y los mitos grecorromanos, y las leyendas del ciclo artúrico.

  Entre Los mundos que amo (1979) y Los hijos de la Diosa Huracán (2019) hay cuarenta años pródigos de escritura, donde poemas, cuentos, novelas, publicados en diferentes idiomas y regiones del mundo, han dado a conocer a la notable escritora que eres. ¿Cuánto trabajo, voluntad, renuncias y pasión hay en la mujer que ha elaborado una obra de esta envergadura?

  Escribir un solo libro requiere una gran dosis de trabajo y voluntad. Imagínate hacerlo una y otra vez. Y si se trata de novelas relacionadas con la historia, la mitología y la arqueología, que requieren de mucha investigación, es una labor de hormiga. Todo eso me ha llevado a renunciar a muchas cosas: fiestas, cenas, viajes… No es que no tenga vida social, pero cuando me encuentro trabajando en un proyecto complicado, siempre priorizo el libro. 
  
¿Cuánto hay de ti en las novelas que escribes?

Cada escritor posee una filosofía personal y unos valores que refleja en sus obras. Hasta los personajes que manifiestan conceptos contrarios a esas creencias revelan mucho de un autor. Pero no acostumbro a usar mi propia biografía, ni la ajena, para hacer ficción. Prefiero trabajar con personajes inventados. Desarrollo historias y caracteres ficticios que me permiten decir lo que pienso. Y cuando he usado ­vivencias autobiográficas, casi siempre pertenecen al terreno de lo paranormal.

  Con Los hijos de la Diosa Huracán vuelves a Cuba, a cinco siglos de su historia, desde la cultura taína a nuestro tiempo, donde el hechizo, la magia, el mito, la música, el asombro, el misterio, los sueños, se adentran en el ser que somos. ¿Hasta dónde regresas a la isla profunda en la recreación de su historia?

  La idea de escribir esa novela partió del deseo de explorar la prehistoria cubana y de ahondar en ciertos episodios escamoteados o deformados, porque creo que si queremos aprender quiénes somos, necesitamos conocer a fondo nuestra historia real.
  La imagen de Guabancex, la diosa taína del caos y de los huracanes, es símbolo de los ramalazos sociales que han azotado la isla desde sus orígenes. Pero ese símbolo tiene su contrapartida en su hermana Iguanaboína, la diosa del buen tiempo. Ambas encuentran su equilibro en Atabey, la madre universal de los taínos, sincretizada más tarde en la Virgen de la Caridad del Cobre, la santa patrona de Cuba. Las coincidencias entre Atabey y la actual Virgen son demasiadas para ser casuales. En la novela toda esa simbología enmarca los misterios de la trama. En otras palabras, los elementos geográficos y climáticos –representados por esa trinidad de diosas taínas– encarnan las pautas de una tragedia socio-política recurrente que pudiera revertirse si escucháramos la voz equilibrada de Atabey.
  La novela se mueve entre dos extremos temporales que cubren cinco siglos, desde el pasado indígena hasta un futuro cercano, para imaginar uno de los posibles caminos que pudiera tomar Cuba. Fue un ejercicio de optimismo, de “wishful thinking”, porque traté de concebir una vía democrática y pacífica a un conflicto que ya dura más de 60 años. ¿Es poco probable que ocurra de ese modo? Quizás. Pero creo que los escritores estamos en la obligación de mostrar la posibilidad de la utopía. No podemos construir algo si primero no lo visualizamos. Si sólo imaginamos futuros oscuros y distópicos, nunca podremos abrir la viabilidad de otro mejor.

  ¿Te sientes identificada cuando te dicen escritora cubana?

  Es un asunto complejo para mí. No siempre me reconozco como una autora netamente cubana. Cargo con demasiadas influencias de otras culturas. Además, he vivido tanto tiempo en EE.UU. como en Cuba. Sin embargo, siempre llevaré conmigo esos recuerdos de infancia, adolescencia y juventud en la isla. Y aunque mis novelas carguen con fantasmas, duendes o dioses de muchas latitudes, tengo días en los que me identifico como escritora cubana… aunque eso sí, una escritora cubana bastante rara.

  Los hijos de la Diosa Huracán se presenta en la Feria del Libro de Miami, el sábado 23 de noviembre, a las 4:15 p.m. (Edificio 8, Piso 5, Salón 8503).
Publicado en La Gaceta, Tampa, el 1.° de novoembre, 20019.