jueves, 7 de mayo de 2015

El Día de las Madres

Por Gabriel Cartaya

La consagración de un día del año a rendir homenaje simbólico a un acontecimiento, deidad, afiliación, personaje u otro motivo, aparece desde los tiempos remotos en que se registra la historia de la humanidad.
Pero tal vez ninguno sea más extendido que el dedicado a expresar la veneración que despierta el ser que nos trajo al mundo. Por eso cada muestra de homenaje a la madre, desde la antigüedad hasta hoy, entraña el motivo de celebración más universal e inclusivo.
Sin embargo, no existe una fecha común para rendir reverencia al emblema materno y a través de los tiempos, en diferentes países o regiones, se ha ido afirmando una fecha propia. Asimismo, han sido diversas las imágenes para la revelación de este tributo. Los antiguos griegos lo expresaban en el culto a Rea, madre de Zeus, Poseidón y Hades, mientras los romanos eligieron a Cibeles, diosa de la madre tierra y símbolo de fertilidad.
Con la aparición del cristianismo y su expansión por occidente, se introdujo el culto a la Virgen María, fijada su celebración el 8 de diciembre, fecha que  algunos países, como Panamá,  han ­destinado al Día de las Madres.
Honrar la presencia de la madre fue también una costumbre enraizada en  las culturas que poblaron la Mesoamérica precolombina. Una de ellas, la azteca, rendía culto a la madre de su dios Huitzilopochtli, la diosa Coyolxauhqui o Maztli, representada por la luna. Los aborígenes rendían especial tributo a esta deidad, a la que consagraban hermosas esculturas en oro y plata, revelando con un esmerado nivel artístico su profunda veneración a la maternidad.
Actualmente sobreviven muchos elementos autóctonos y comunes en la celebración del Día de las Madres en Hispanoamérica, a la que sus diferentes países consagran una fecha específica del calendario anual, sin atender al día de la semana.  México, Guatemala y El Salvador  lo festejan cada 10 de mayo, mientras  Paraguay eligió el 15, Bolivia el 27 y Nicaragua el 30 de este quinto mes del año.
Otros países, sin embargo, no lo hacen en mayo. Para los argentinos el tercer domingo de octubre es su Día de las Madres, mientras los costarricenses decidieron celebrarlo el 5 de agosto.
A los Estados Unidos vino la tradición desde Inglaterra, donde se aprecia, desde el siglo XVII, la costumbre de llamar Día de la Madre al domingo libre concedido a los siervos o empleados, para que cada uno pudiera visitar la suya, en cuya figura se concentra el sentido de la familia.
Seguramente esa raigambre influyó en la iniciativa de la escritora británica Julia Ward Howe, principal impulsora de una manifestación pacífica en Boston, en 1872, para reunir a las madres que sufrían por la ausencia de los hijos que habían sido llamados a servir en el ejército. Aunque las celebraciones bostonianas no se afincaron en la tradición, resultaron un antecedente para que en 1907, en Virginia, naciera la propuesta de establecer un día del año para rendir homenaje a las madres. 

Pablo Picasso. Maternidad, 1905


A Ana Jarvis,  una ama de casa muy conmovida con la muerte de su mamá, le cupo el mérito de hacerse oír al desatar  una campaña nacional, dirigiéndose a maestros, religiosos, políticos, abogados y cuantos quisieran oír, con la propuesta de dedicar un día del año a rendir homenaje a las madres.  Le puso tanto corazón, que su mensaje fue aprehendido en poco tiempo por toda la nación.
La práctica se hizo tan generalizada, que el 8 de mayo de 1914, el presidente Woodrow Wilson firmó la proclamación del Día de las Madres como fiesta nacional, una celebración que a partir de entonces quedó establecida para el segundo domingo del mes de mayo.
Seguramente, el segundo domingo de mayo de 1915 fue la primera celebración aguardada del Día de las Madres, por lo que hoy asistimos al centenario de una de las costumbres más hermosas atesoradas por la humanidad.
La idea cruzó los mares y actualmente unos 40 países festejan el Día de las Madres en esta fecha.
España, por su parte, lo celebra el primer domingo de mayo e Inglaterra tiene su  “Mothering Sunday” el cuarto domingo del tiempo de Cuaresma. Pero si tomamos en cuenta los países que eligieron el segundo domingo de mayo para el Día de las Madres, donde se incluye a la vasta población china, es esta fecha la más universal para expresar a cada madre, física o espiritualmente presente, el eterno amor que merece.
En una frase de la sabiduría hindú encuentro la razón primigenia para tan justa devoción: Dios no podía estar en todas partes: por eso le dio a cada familia una madre


Paulina Pedroso, "muy señora en su alma"

Por Gabriel Cartaya

Es difícil detenerse en el “Parque Amigos de José Martí”, en Ybor City, sin pensar en un matrimonio de emigrados cubanos, de raza negra, que levantaron su casa en este lugar y dieron en ella amoroso hospedaje al Apóstol cubano. Ellos, Ruperto Pedroso y Paulina Hernández (más conocida con el apellido del esposo), legaron sus nombres a la posteridad. La razón es que ambos fueron muy activos en la comunidad cubana asentada en Ibor City a finales del siglo XIX y estuvieron muy vinculados al paso y obra de José Martí en esta ciudad.
      No se por qué elección caprichosa de la historia, Paulina ha absorbido casi toda la atención de los cronistas que se han asomado a este momento de la vida de Martí, disminuyendo la figura del esposo, quien sólo se menciona como complemento de la biografía de ella. Paulina ha merecido diversos artículos y un libro con un título privilegiado –La madre negra de José Martí–, con cuya lógica bien podría ser Ruperto  el padre negro del héroe, si se tiene en cuenta que ambos contribuyeron por igual con las atenciones que en su casa recibió el líder cubano.
      De todos modos, algunos cariños filiales encontró Martí en el camino de su vida, que le aliviaron la distancia de sus padres legítimos. Creo que acercar a Paulina al título de madre viene más del impulso fascinado en mostrar la postura antiracista del Maestro, que con la atención maternal directa que pudo expresarle una mujer que era 14 años mayor que él y lo vio sólo unos días.
      Claro que a la nominación contribuyó ella misma, al confesar que Martí le había obsequiado una fotografía, en cuya dedicatoria estaba escrito: “A mi madre negra”, afirmación que cobró fuerza en el registro de veneración martiana desde prenderse en la portada de un libro.
      Desde mi criterio, tanto Paulina como Ruperto merecen un mismo sitial en la historia y ser recordados cada vez que alguien se acerca al “Parque Amigos de Martí”. La primera razón nos la da el mismo Martí, al dejarnos dicho la confianza y afecto que tomó al matrimonio: “Ni a Paulina ni a Ruperto los recuerdo nunca sin que sienta una sonrisa en el corazón”.
      Hay otras referencias de Martí a Paulina y Ruperto, en notas que les escribe cuando alguien muy cercano a él viaja a Tampa en labores del Partido Revolucionario Cubano. Cuando va Fermín Valdés Domínguez, le pide a ella: “Prepárale la cama y quiérelo mucho. Él te lleva la música. Y dime que quiere a alguien más que a ti. Tu amigo, J. Martí”.
     Pero la más conmovedora es la carta que les hace después del fracaso de Fernandina, cuando la guerra está al comenzar y se requiere recuperar los recursos perdidos. Es una carta enviada con Gonzalo de Quesada, en la que se adivina toda su desesperación: “Yo, Uds. lo saben, estoy levantando la Patria a manos puras (…) Si es preciso, háganlo todo, den la casa. No me pregunten. Un hombre como yo, no habla sin razón este lenguaje”.
Ellos complacieron a Martí e hipotecaron la casa, un ejemplo de sacrificio extremo, sólo posible por la convicción que en ellos despertó la palabra de aquel hombre en quien miraron un Apóstol.
     Gracias a la historiadora cubana Josefina Toledo conocemos muchos datos de la procedencia y obra de Paulina Pedroso, pues dedicó años a la investigación para su libro La madre negra de José Martí. Por ella sabemos que nació de padres esclavos en Consolación del Sur, provincia de Pinar del Río. Hernández es el apellido recibido de los dueños esclavistas. A finales de la década de 1970 emigra a Cayo Hueso, donde se casa con Ruperto, negro como ella y también procedente de Cuba.
Cuando comienza el auge de las fábricas de tabaco en Ybor City, el matrimonio se traslada para Tampa y con ahorros que había hecho Ruperto en un restaurante que montó con mil sacrificios, construyó la casa de madera en la Séptima Avenida, entre las calles 13 y 14, con algunos cuartos para huéspedes.
La casa de los Pedroso en Ybor City
     Tanto Ruperto como Paulina se incorporan a las actividades patrióticas de los cubanos en Ybor City y al conocer al líder cubano, en noviembre de 1891, se entusiasman con su discurso, identificados con el ideal de patria que él promueve.
      Cuando Martí se hospeda en casa de los Pedroso, el 16 de diciembre de 1892, un matancero de la raza negra  llamado Valentín Castro Córdova, acompañado de un hombre blanco, le brinda una copa de vino Mariani. Ante el sabor  extraño y el deseo de vomitar, llamaron al médico Barbarrosa y comprendieron que fue un intento de asesinato por envenenamiento. En aquellas circunstancias, la atención y cuidados prodigados por Paulina y Ruperto a Martí, alcanzaron la magnitud del tratamiento a un hijo.
    En los años preparatorios de la guerra por la independencia de Cuba, Paulina y Ruperto estuvieron entre los más fervientes contribuyentes a esa causa y sufrieron, como tantos cubanos, con la tragedia de Dos Ríos. Se conservan unas palabras escritas por Paulina en el primer aniversario de la muerte de su mejor huésped: “Martí, / Te quise como madre, te reverencio como cubana, / Tú fuiste bueno: a ti deberá Cuba su Independencia”.
     Al terminar la guerra a la que tanto ayudaron, no corrieron a Cuba a pedir algo a cambio de su gran sacrificio. Continuaron su vida en Ybor City con toda humildad y recuperaron su hogar. El nombre de Ruperto aparece en la fundación de la Sociedad Martí-Maceo, cuando afloran posiciones raciales de agrupación que se alejaban de los postulados martianos por los que habían luchado.
     Después hay pocos datos sobre ellos. No se conoce con exactitud la fecha en que regresaron a su país raigal. He encontrado en las Actas de la Cámara de Representantes de Cuba, correspondientes a febrero de 1905, una referencia a Paulina Pedroso. Es una “Proposición de Ley para auxiliar a la amiga del gran José Martí, a la Señora Paulina Pedroso”.  En la discusión que se produce alrededor de la propuesta, un delegado pide “socorrer a esa infeliz señora” que está viviendo en la pobreza. Se decide pedir un informe al Cónsul de Cuba en Tampa para verificar su estado. En una sesión siguiente se da lectura al “Dictamen de la Comisión de Presupuesto al Proyecto de Ley, concediendo un crédito de 3.000 para la señora Paulina Pedroso”.  Es curioso que en esa sesión se negó una solicitud hecha a favor de la viuda del general Flor Crombet y otra hacia familiares de Martí.
     Después de esa fecha, las referencias que aparecen de Paulina son las de su muerte. Tal vez regresó a Cuba con su esposo antes de terminarse la primera década del siglo XX. Seguramente los enfrentamientos raciales de 1912, donde tal vez el propio Ruperto fue una víctima, debieron dañarle profundamente.
     La mujer que hipotecó su casa en Ybor City a favor de una patria “con todos y para el bien de todos”, vivió sus últimos días en la pobreza, casi ciega y enferma, en un pequeño apartamento de la calle Corrales, en La Habana. Cerró los ojos a los 74 años, el 21 de mayo de 1913, a dos días del aniversario de la muerte de Martí. El diario La Discusión dio la noticia, informando que se depositaba en la tumba con una banderita  cubana y el retrato de Martí,  regalados a ella en Tampa por el querido  Maestro.
     A más de un siglo de distancia, cuando nos acercamos al sitial histórico donde estuvo su casa, la sentimos flotar envuelta en la bandera cubana, “negra de color y muy señora en su alma”.