viernes, 26 de enero de 2024

Diálogo con Larissa Ruiz Baía, presidenta de HCC Ybor City

 Larissa Ruiz Baía preside el campus que tiene en Ybor City el Hillsborough Community College, espacio universitario que refleja el crecimiento cultural de este pequeño pueblo fundado por tabaqueros a fines del siglo XIX y en cuya historia apasionante aparecen nombres como el de José Martí.

Antes de conversar con ella,  sabía que al aceptar la responsabilidad de dirigir este campus, ya había sido presidenta de Lakes Region Community College (LRCC) en Laconia, Nuevo Hampshire. Allí, también fue  Vicepresidenta de Servicios Estudiantiles y Gestión de Inscripciones y trabajó en la administración de educación superior en instituciones públicas y privadas.

Con un doctorado en Ciencias Políticas, una maestría en Estudios Latinoamericanos, otros estudios y varias publicaciones,  Larissa eligió a Tampa para vivir y desde llegar a la ciudad se unió a la directiva de la Cámara de Comercio de Ybor City y a la Coalición de Aprendizaje Temprano del condado de Hillsborough.

Apasionada con la comunidad, el ambiente estudiantil y la población inmigrante, encabeza el entorno cultural más avanzado de Ybor City y, desde este, ahora está apoyando la realización de la primera Feria Internacional del Libro que esperamos celebrar entre el próximo 7 y 10 de marzo y, gracias a su entusiasmo,  en espacios de la institución que ella dirige.

En nuestro encuentro, hablamos de la Feria del Libro. Y como el  Día Internacional de la Mujer coincide con la fecha de ese evento, creí oportuno exponer, a través de una entrevista, el ejemplo de una ejemplar mujer.

Dra. Larissa Ruiz Baía en su oficina de trabajo. Foto/Gabriel Cartaya

¿Cree que sus orígenes dominicanos han influido en su actitud de apoyo a los inmigrantes y refugiados? Cuénteme sobre su mirada hacia este creciente grupo poblacional en Tampa.

Estoy segura de que mis orígenes caribeños han tenido influencia en lo ideológico, pero también prácticamente en mi trabajo. Yo nací y me crié en St. Croix, US Virgin Islands. St. Croix es una de tres pequeñas islas que pertenecen a los Estados Unidos al oeste de Puerto Rico. Mis padres son dominicanos, pero emigraron y vivieron en Puerto Rico antes de mudarse a St. Croix. Mi abuela materna era puertorriqueña y mi abuelo paterno era cubano. El Caribe, aun antes de ser colonizado por los europeos, era un lugar donde había movimiento e intercambio entre las tribus indígenas que habitaban la zona.

Mi familia refleja ese movimiento entre islas. Por eso siempre he visto la migración como un patrón normal. Claro, entiendo que hay circunstancias/eventos políticos, económicos, sociológicos que influyen en los movimientos migratorios involuntarios. Pero, independientemente de la razón que nos lleva a dejar nuestro hogar, pienso que debemos tratar a todo ser humano con dignidad y respeto. Las circunstancias que resultan en una migración forzada no deben justificar el maltrato o la denigración de los inmigrantes por el país recibidor. A través de mis experiencias personales y profesionales he tenido la suerte de conocer a un sinnúmero de inmigrantes y dos de las características que los une son el deseo de superación y el agradecimiento que sienten por el país que los recibe. Siempre trato de tener esas experiencias en mente.

Veo que tiene una Maestría en Estudios latinoamericanos, ¿qué le atrae más de ese campo de estudio?

Comencé a tomar clases de política latinoamericana en Brandeis University y eso abrió mi interés por la política e historia latinoamericanas. Por eso decidí hacer la Maestría. Mi curiosidad en parte era por mis vínculos personales a la región, pero también por el deseo de aprender sobre cómo se desarrollan diferentes sistemas políticos en diferentes ambientes.

El programa de la Universidad de la Florida aconsejaba a todos los estudiantes a hacer investigación de campo. Esa oportunidad fue fundamental para mí.


En su vida profesional, la educación aparece en un lugar primordial y antes de dirigir HCC lo hizo en un college de Nuevo Hampshire. ¿Cómo aprecia la participación hispana en este nivel de enseñanza?

A nivel nacional solo un 33% de los presidentes de instituciones de alta enseñanza son mujeres. De ese porcentaje, la mayoría son mujeres blancas. Solo aproximadamente un 8% se identifican como hispanas o latinas. Los números mejoran cuando nos enfocamos solo en “community colleges” (colegios comunitarios que otorgan grados asociados primordialmente). Los datos nos indican que desgraciadamente todavía hay mucho camino por delante para llegar a un nivel de paridad donde el liderazgo de nuestras instituciones de alta enseñanza refleje a nuestros estudiantes.

En su labor como presidenta de HCC, ¿qué es lo más difícil y lo más agradable para usted?

Primero, aclaro que soy la presidenta del recinto de Ybor City de HCC. El presidente de HCC es el Dr. Ken Atwater. Lo más agradable es ser testigo del desarrollo (personal y profesional) de nuestros estudiantes y el impacto positivo que ese desarrollo tiene no solamente para ellos individualmente sino también para sus familias. Una de las cosas difíciles es conocer los obstáculos que algunos de nuestros estudiantes traen con ellos: el hambre, el no tener hogar, el ser víctima de abuso o sufrir de una enfermedad mental, entre otras cosas. Nosotros intentamos proveer apoyo para facilitarles el camino académico, pero muchas veces no tenemos los recursos necesarios.

¿Qué significa para usted dirigir un centro educacional en un lugar como Ybor City, de tan hermosa historia?

Yo estoy muy agradecida de las oportunidades que tuve en el estado de New Hampshire. Lakes Region Community College me permitió servir como presidenta por primera vez y trabajar con un gran equipo de trabajo, al cual extraño. Sin embargo, yo sabía que quería servir a una población más diversa y específicamente trabajar más de cerca con poblaciones minoritarias. Yo escogí a HCC Ybor City Campus porque llenaba esos criterios, incluyendo su designación federal como Hispanic Serving Institution (HSI). ¡La historia de Ybor City fue como se diría en inglés “the icing on the cake” o la cereza del postre! Yo había visitado Ybor City anteriormente, pero no tenía mucho conocimiento sobre el comienzo de este lugar y la importancia que tuvo en el desarrollo de la ciudad de Tampa y el estado de Florida. Ha sido gratificante el conocer esa historia tan de cerca y aún más a las personas e instituciones (incluyendo, por supuesto, al periódico La Gaceta) que la mantienen viva.

Sé que está prestando un valioso apoyo a la organización de la Primera Feria Internacional del Libro en Tampa, que situará a HCC en el centro de ella. En su opinión, ¿qué representa esta fiesta del libro para la ciudad?

Espero que la feria llegue a ser un espécimen central de los muchos eventos culturales que hoy son reconocidos como parte de la cuidad de Tampa. Como institución académica para mí es lógico que HCC Ybor City Campus sea sede de este evento. Aún más, como HSI, nos toca apoyar a los estudiantes hispanos o latinos que son casi el 40% de nuestra población estudiantil.

Para mí, no hay mejor lugar para la feria que el recinto de HCC en Ybor City, donde primero llegaron los inmigrantes cubanos, españoles, italianos, etc, quienes establecieron y levantaron las fábricas de tabacos que dieron a conocer a Tampa internacionalmente. ¡Estoy orgullosa de ser parte de esta feria inaugural y confío en que será todo un éxito!

 

viernes, 19 de enero de 2024

Luis Mosquera, un ejemplo de inmigración positiva

 En el crecimiento económico y cultural de Estados Unidos, la inmigración ha jugado un papel relevante desde antes de crearse la nación. La primera gran oleada de europeos hacia territorio norteamericano se produjo en el marco de la colonización española, inglesa y francesa, desarrollada a fines del siglo XVI y principios del XVII. Tres siglos después, al empezar el XX, se considera que más de 30 millones de europeos se establecieron en este lugar.

A la inmigración de aquellos siglos,  hay que agregar el traslado brutal de casi 400 mil africanos a servir como esclavos en lo que hoy es EE.UU. A fines del siglo XIX, durante todo el XX y en lo que va del XXI, la inmigración  en Estados Unidos está vinculada al desarrollo económico, social y cultural de la nación. Sin embargo, nunca antes hubo una mirada tan polarizada hacia este fenómeno como en nuestro tiempo, incrementada con el uso político de su comportamiento en los discursos electorales, más que con la aprehensión de la naturaleza intrínseca del comportamiento de los patrones migratorios. 

Naturalmente, en las complejidades del mundo contemporáneo, frente a la abrumadora desigualdad entre los países desarrollados y los pobres, así como el incremento de los flujos migratorios hacia los primeros, deben existir políticas regulatorias hacia el movimiento de personas y defenderse la inmigración legal y segura.

Sin embargo, el debate actual en torno a este fenómeno está permeado por dos opiniones excluyentes: los que  se pronuncian por un muro que impida la entrada de inmigrantes, relacionándolos con el incremento de drogas y violencia, y los que se fijan en el aporte de ellos a este país junto a los ingredientes humanos que se le suman (reunificación familiar, huida de la represión y la miseria, ansia de superación).

Desde esta segunda perspectiva, llamo la atención con un ejemplo recientemente conocido. El cubano Luís Mosquera llegó a este país hace solo siete años. Hoy es codueño de la compañía  LMWI, junto a William Ibern. La empresa, dedicada a la construcción de gabinetes (www.Designer-Cabinetry.com), da empleo a más de diez trabajadores y cuenta con una carpintería cuyas modernas herramientas de trabajo facilitan y hacen muy productiva la jornada laboral, además de contar con varias camionetas cerradas para el traslado e instalación de los muebles a solicitud de una clientela en crecimiento.

Luis Mosquera (primero a la izq.), junto a algunos de sus trabajadores

Cuando visito los talleres de trabajo de LMWI –ubicados en 5555 W Linebaaugh Ave., Tampa, Fl 33624– me llama la atención, en medio de la entrega de los trabajadores a su labor, el rostro de satisfacción que muestran. Son todos hispanos y la mayoría cubanos que no llevan mucho tiempo en este país. Pero han encontrado en los talleres de Luís un ambiente que tal vez contradice la imagen que se habían creado sobre el trabajo en las factorías capitalistas estadounidenses. Se exige respeto a la puntualidad y calidad en el trabajo, como debe ser, pero se atiende el componente humano en su rica diversidad.

De la puntualidad, el contenido de trabajo, de los servicios que presta la compañía (gabinetes, puertas, mesetas, construidas e instaladas) me habla Luís, pero del trato que reciben me hablan los trabajadores, sin que los oiga él: que siendo una compañía pequeña y reciente, les paga vacaciones, así como días feriados; que cuando alguien ha tenido un problema familiar no ha disminuido su ingreso semanal por faltar unas horas; que cuando   alguno ha concluido más temprano su desempeño se incorpora a otra labor, con lo que diversifica la capacitación y completa la jornada laboral.

Pero, de todos los ejemplos, uno me conmovió. Un trabajador que apenas lleva dos meses en la compañía, sirviendo como carpintero, tiene la madre muy grave en Cuba. Debía ir a acompañarla en el final inminente de su vida. Hacía solo unos días le habían entregado el uniforme al operario, con la sigla en el pecho: LMWI. Cuando entró a la oficina de Luís, ya este sabía la pena que le aquejaba, pero no que se iría por tiempo indefinido.

El empleado, incapaz de pedir que le reservaran su puesto,  puso el uniforme encima de la mesa, cuando exclamó: Me tengo que ir. Luís se puso de pie, lo abrazó como a un hermano, le devolvió el uniforme y le dijo: Cuando regreses, al día siguiente vienes para acá, este es tu trabajo.

Luís es un inmigrante afirmativo, que coadyuva al crecimiento de este país, como habría contribuido al suyo de haber tenido las condiciones que en este le han hecho progresar. Y como en el mundo donde habitamos señalar el bien es un modo de alimentarlo,  exaltar el caso de él es situarse al lado de quienes, al entender el provecho de la inmigración positiva, encomian lo mejor de la conducta humana. 

 

 


viernes, 12 de enero de 2024

Dulce María Borrero, en el 79 aniversario de su muerte

 El 15 de enero de 1945 murió en La Habana Dulce María Borrero, a los 61 años de edad. Aunque es una figura imprescindible en la historia de la literatura y  pedagogía cubanas, apenas aparece su nombre –y mucho menos sus propuestas pedagógicas– en el ámbito escolar de las últimas décadas, cuando su utilidad formativa debería no solo aprovecharse en su país, sino desbordar sus fronteras.

Probablemente, hacia las décadas de 1970-80 los maestros cubanos escucharon más el nombre de Nadezhda Krúpskaya –ajena a la tradición pedagógica de la Isla– que el de Dulce María Borrero,  cuando ella ocupó un lugar muy visible en el ámbito pedagógico de la primera mitad del siglo XX de su país. La también poetisa y bibliógrafa nació en La Habana el 10 de septiembre de 1883, en una familia de reconocidos intelectuales, como lo fue su padre Esteban Borrero (médico, pedagogo, poeta, narrador) y su hermana Juana Borrero (poetisa modernista y pintora).

Dulce María, al nacer en un ambiente en que sus padres simpatizaban con la independencia de la Isla, tuvo que salir al exilio muy temprano y a los 12 años   está viviendo en Cayo Hueso, donde se integra a la efervescencia patriótica  que caracterizó a sus compatriotas emigrados. Allí, en revistas cubanas  dio a conocer sus primeros versos. Más tarde se trasladó con la familia a Costa Rica, donde vivió hasta el regreso a La Habana en 1899, recién concluida la  Guerra de Independencia.


Durante las primeras décadas de la República nacida en  1902, Dulce María tuvo un ascendente papel en la cultura de su país. En 1908, recibió el primer premio de los Juegos Florales del Ateneo de La Habana y en 1910, al crearse la Academia Nacional de Artes y Letras de Cuba, la hicieron miembro de número. Después fue codirectora, junto a Miguel Ángel Carbonell, de los Anales de esa institución. En 1935 ocupó la dirección de Cultura del Ministerio de Educación y en 1937 fundó la Asociación Bibliográfica de Cuba. En medio de estas responsabilidades, escribió una extensa obra poética y en prosa, destacándose sus escritos relacionados con la educación, aunque también de gran valor y muy adelantadas  para su época sus consideraciones cívicas, sociales y, llamativamente, su defensa de los derechos femeninos, lo que se aprecia en artículos suyos como  “La fiesta intelectual de la mujer: su actual significado; su misión ulterior” (1935) y “La mujer como factor de paz” (1938).

Asimismo, fue reconocida como una genial  bibliógrafa, tanto por sus aportes a la ciencia del estudio general del libro,  como en sus recomendaciones para el ordenamiento y dirección de una biblioteca.

Aunque sobre cada una de las vertientes en que se destacó Dulce María Borrero pudiera escribirse un extenso ensayo,  nos detenemos en el ámbito pedagógico por la trascendencia de su ideario. En el proceso de creación  de un sistema de enseñanza en Cuba a inicios de la República, el nombre de Dulce María fue sobresaliente.  Cuando, en 1916, los miembros de la Sociedad Cubana de Estudios Pedagógicos estudiaron cómo adaptar las corrientes educativas internacionales a la realidad cubana, ella tuvo un papel destacado. Entre  ellos, se tomó el ejemplo de la llamada Escuela Nueva, con el concepto del pedagogo estadounidense John  Dewey sobre la autonomía del escolar, enfatizando que solo se podría alcanzar una plena democracia  a través de la educación y la sociedad civil. Bajo esta influencia, Borrero propuso que el niño fuera tratado como sujeto del aprendizaje y de la educación al servicio de la vida. En una conferencia dictada en 1938, titulada “Nuevo sentido de la misión del maestro en la escuela renovada”, consideró a la Escuela Nueva como una reacción positiva contra el atraso de la metodología pedagógica tradicional, y se pronunció por la reforma de las Escuelas Normales cubanas, nacidas en 1916.

Como expresó Dimas Castellanos en su escrito “La pedagogía de Dulce María Borrero: el único remedio a nuestros males”, ella “manifestó la admiración por las ideas de Pestalozzi acerca de que los niños deben aprender a través de la actividad, ser libres de perseguir sus propios intereses y deducir sus propias conclusiones. En la Revista de Instrucción Pública, de la cual fue redactora entre 1926 y 1928, publicó textos como: ‘Misión suprema y supremo deber del maestro’, ‘Las Escuelas Normales de verano’, ‘La vida del niño campesino de Cuba’, ‘Viajes de instrucción a los maestros’, ‘La ornamentación de la escuela’, ‘Instrucción complementaria del maestro’, ‘La cooperación de los maestros y los padres de familia’ y ‘La vocación y la escuela’. Todos conforman un compendio de observaciones, criterios y propuestas para elevar el nivel de la pedagogía cubana”.

La labor de ella en defensa de la escuela pública, del papel del maestro en la sociedad y sobre el carácter formador de la escuela, resultan una fiel continuidad y adaptación a su tiempo de los grandes pedagogos cubanos del siglo XIX como fueron el padre Félix Varela y José de la Luz y Caballero. Deberían, por tanto, ser un antecedente legítimo a la pedagogía de nuestro tiempo.

Mucho hay que agradecerle a aquella exquisita poetisa, a quien debemos también la iniciativa de celebrar en Cuba el Día de los Padres, hecho realidad el 19 de junio de 1938. Con ello los padres, como los educandos, bibliófilos, mujeres, amantes de la poesía y de la cultura en general, podemos agradecer a aquella inteligente y sensible mujer, en este 79 aniversario de su ausencia física, toda la luz que trajo al mundo.

viernes, 5 de enero de 2024

Los Reyes Magos del 6 de enero

 En estos días se recuerda a los Reyes Magos, de los que siempre se hablará porque están afincados en lo más profundo de la cultura cristiana. Sin embargo, la percepción que hoy los niños pueden tener sobre ellos es diferente a la que correspondió a generaciones anteriores. Décadas atrás, aún persistía el encanto infantil de que el buen comportamiento sería premiado en el amanecer de cada 6 de enero, cuando aparecerían los reyes Melchor, Gaspar y Baltazar a introducir subrepticiamente, en alguna esquina de la casa (preferentemente debajo de la almohada) el ansiado juguete que deseábamos.  No siempre coincidía el regalo recibido con el anhelado, muchas veces indicado en una cartica cariñosa a los mejores reyes de los niños, cuando los menores del hogar no relacionábamos la humildad del premio con la pobreza de nuestros padres.

Adoración de los Magos. Leonardo da Vinci, 1491.

En cambio, más allá del valor consustancial al objeto físico en que se representa el quehacer de los adultos y con el que los niños comienzan a ejercer en juego sus oficios, la alegría infantil se desbordaba cada 6 de enero porque, en general, era el único día del año en que se recibían los juguetes. Hoy, cuando las tiendas están repletas de ellos los 365 días del año –excesivamente mostrados en los países más desarrollados desde una motivación comercial– y cuando es frecuente que se complazca al hijo cada vez que levanta la mano hacia uno de los anaqueles donde se exhiben, es difícil sostener el atractivo misterio de que tres hombres barbados atraviesan en camellos llanuras, desiertos, nieve, montañas,  para  hacer realidad el sueño de pilotear aviones de juguetes o abrazar a una princesa en la hermosa muñeca recibida.

Tanto se ha perdido aquella fascinación del 6 de enero, que ahora nos resulta difícil seleccionar el juguete adecuado para regalar. A la hora de elegir, ya no nos preguntamos qué juguete le gustará, sino, qué juguete no tendrá. Tanto se ha abusado de atiborrar a muchos niños con ellos, que la habitación en que viven semeja más una juguetería que un dormitorio. Por momentos, parece que existe una especie de competencia no anunciada entre parientes y amistades, para ver cómo se sobrepasa al hijo del prójimo en el alcance de ese tesoro infantil que, por su exceso, pierde esa condición.

Es verdad que la vida cambia y siglos de civilización han impuesto continuas transformaciones que modifican las costumbres. No podía ser diferente en la asunción de la festividad bíblica del 6 de enero, originada en el mito que cuenta de aquellos tres magos que, guiándose por una estrella milagrosa, arribaron a Belén a bendecir al niño Jesús ­cuando fueron avisados de que en él se cumplía la profecía de la llegada del hijo de Dios. Entonces, los Magos le regalaron oro, incienso y mirra –según el Evangelio de San Mateo–, pero con el tiempo y ya nombrados Melchor, Gaspar y Baltasar, ese día se convirtió en la fecha ideal de regalar juguetes a los niños de la cristiandad.

Que se haya perdido la magia de la existencia de los Reyes Magos no entraña un peligro cognoscitivo, porque, simplemente, se trata de una aprehensión del mito.   En realidad, en la Biblia no aparecen como reyes, ni sus nombres, ni que eran tres, pues solo se les menciona como magos (magós, que en griego significa hombre sabio). Fue posteriormente cuando se fue construyendo el mito y vino a ser hacia el siglo III de nuestra era que se les llama reyes.  El nombre de cada uno se cuenta después, identificándolos como Bithisarea, Melichior y Gathaspa, como se les presenta en una crónica del siglo VIII conocida como Excerpta latina barbari. Ellos serían nuestros Baltasar, Melchor y Gaspar, supuestamente reyes de Arabia o Etiopía, Persia y la India, en ese orden, por lo que siempre se dijo que venían del Oriente.

Seguramente el número de reyes –afirmado por el papa León I en el siglo V– fue determinado por el número de regalos, pues uno llegaría con el oro, otro con el incienso y el tercero con la mirra. Hay una leyenda que alude a un cuarto Rey Mago, un tal Artabán, pero éste llegó tarde a Judea y quedó excluido de la leyenda, lo que da fuerza al refrán que acuñó William Shakespeare: “Mejor tres horas demasiado pronto que un minuto demasiado tarde”.

Lo triste del presente 6 de enero es saber que este año los niños de Belén no están esperando a los Reyes Magos, porque el miedo a los bombardeos cercanos apenas les impulsa a invocar un solo regalo: que termine la guerra para poder jugar en paz.