El Dr. Ibrahim Hidalgo Paz es uno de los estudiosos de la vida y obra de José Martí más respetados en todo el mundo, aun cuando su obra ha sido escrita y publicada mayormente en Cuba.
Su nombre aparece en las referencias bibliográficas de una
buena parte de los textos dedicados al mayor héroe cubano a nivel universal. Es
lógico, porque además de los enjundiosos libros que le ha dedicado, es autor de
su más completa cronología, la que cuenta con varias ediciones, cada una
aumentada con sus últimas investigaciones.
Por el respeto que siento por su obra, cuando publiqué El
secreto de la andaluza le hice llegar un ejemplar al estado de Texas, donde
radica en la actualidad. Antes de terminar su lectura, me adelantó la opinión
de que en algunos pasajes se le aguaron los ojos. Y al llegar a la última
página, me envió estas cuartillas que comparto en nuestras Líneas de la
memoria:
La andaluza nos
hace pensar
Por Ibrahim Hidalgo Paz
La ficción y la realidad, el pasado y el presente, se
entrelazan como bejucos en las ramas, pero lo tupido del follaje se despeja una
página tras otra, y no impide que la verdad aflore e ilumine el trillo que el
autor de El secreto de la andaluza
escoge para guardar el misterio que esta llevara consigo.
El novelista Gabriel no cede el paso al historiador Cartaya,
quien nos conduce de la mano en el desbroce de las equivocaciones, los errores,
las intenciones buenas o malas de los muchos personajes, reales o no, que
forman el trasfondo humano de la trama, elaborada con una prosa poética en la
que la belleza del lenguaje y la precisión conceptual nos hacen pensar en el
pasado, en las posibilidades de aquellos años postreros del siglo XIX, los del
XX, y la trascendencia de lo que pudo ser aprendido y serviría acaso para
nuestros años del XXI.
La conjunción del lenguaje culto y el coloquial hacen
posible la identificación con las ideas expresadas por los hombres y mujeres de
mayor o menor cultura, del entorno martiano, así como con los que continuaron
la lucha anticolonial después de la muerte del Apóstol, y creyeron durante un
tiempo haber alcanzado la república democrática tras la intervención
estadounidense en la Guerra de Independencia, para continuar en el intento de
lograr los sueños posibles, o hundirse en el oportunismo que posibilitaban los
nuevos dominadores, quienes hacían cada vez más lejanos los propósitos
iniciales.
El autor logra sus propósitos mediante la inclusión de refranes, cuartetas, fragmentos de poemas, así como la alusión, el parafraseo o la cita oportuna de textos del Apóstol, cuya obra conoce y domina a la perfección, lo que puede comprobarse no solo en sus anteriores obras de análisis historiográfico, que incluye desde una de sus incursiones iniciales, Con las últimas páginas de José Martí, hasta la profunda y abarcadora Tampa en la obra de José Martí, sino también en esta novela, que nos permite asistir a la evolución de la vida y las ideas de Emilia Sánchez, su esposo Rosalío Pacheco, sus cuatro hijos y toda su familia, fieles seguidores del patriota muerto en combate en Dos Ríos, en las cercanías de la casa en la que habían vivido desde años atrás.
Ese momento terrible es evocado en varias ocasiones por la andaluza, que vio pasar al héroe, acompañado por Ángel de la Guardia hacia el combate, al riesgo de la vida o la muerte, que en la guerra son opciones más casuales que calculadas por la experiencia anterior o la sabiduría en el manejo de las armas; los cascos de los caballos resuenan en su mente, y el sonido atronador de los fusiles le llega desde el pasado, presente en ocasiones hasta más allá del dolor.
También arriban la tristeza y la indignación de saber que el
jefe enemigo, el coronel Ximénez de Sandoval, luego de apropiarse de las más
valiosas reliquias del que sabía era un cubano de valía, permitió a la tropa
tomar el cuerpo sin vida y repartirse el resto de las pertenencias y la ropa,
para luego de este proceder indigno, enterrarlo casi desnudo en una fosa común,
debajo del cadáver de un militar español, sin formalidad alguna, solo cubierto
por la tierra.
Los peligros mayores no habían sido solo las tropas
colonialistas, las balas enemigas, los ríos desbordados, la falta de fogueo,
sino las pugnas intestinas. Estas matan, no solo a los seres humanos, sino a
los ideales, a la pureza de los propósitos, enturbiados, más que las aguas
revueltas, por las ansias de poder, de mando, de preservación de los intereses
personales. Ante los riesgos de ir a bañarse solo en la corriente brava, el
llamado de alerta de Ramón Garriga fue válido; y ante la amenaza del despotismo
que no quiere ningún cubano, era pertinente la afirmación de Bellito: “–La
dictadura es mala, del color que la pinten”. Lo fue en 1884 y en 1895, lo es en
2025.
Sea la voz del patriota mayor, o la de cualquier otro combatiente, se afirman las advertencias contra quienes querían, y quieren aún, perpetuar el autoritarismo de corte colonial, en lugar de la fundación de “un pueblo nuevo y de sincera democracia”, para la que era, y es, esencial el ejercicio pleno de “las capacidades legítimas del hombre”, palabras citadas por Cartaya. Eran visibles los peligros externos, pero con ser graves y entorpecedores, los internos eran riesgos aún más terribles, por venir encubiertos por palabras, gestos e individuos aparentemente entregados a la causa patriótica, y en realidad demagogos, arribistas que niegan no solo el pensamiento de Martí –al que invocan cuando les resulta conveniente– sino su modo de vida austero, apegado al pueblo creador, con quien compartía riesgos y pobrezas, frente a los encumbrados por riquezas de origen turbio, que se deleitan con cuanto gustan y gozan, aunque en sus discursos llenos de consignas los denominan enemigos.
Estos coinciden, más de lo que parece, con quienes pretenden
“humanizar a Martí”, y en lugar de estudiar al hombre y su obra, lo rebajan a
su propia altura, como uno de sus iguales en el disfrute de un supuesto
alcoholismo, la amoralidad de un donjuanismo que traiciona a amigos y colegas,
y hasta en su intento de presentarlo como homosexual, en un intento de excluir
el patriotismo de las preferencias sexuales no tradicionales. Esto no es
humanizar, sino vulgarizar. Muy lejos están Cartaya y su novela de tamaños
dislates, que pretenden desprestigiar a la persona ejemplar que fue el Maestro,
y con ello restarle validez a sus ideas y a su ejemplo. En El secreto de la
andaluza se halla el hombre, todo el hombre, con sus placeres cotidianos, y
cuyas manifestaciones más íntimas se presentan con el lenguaje poético que
requieren las escenas de amor entre parejas, porque de sentimientos se trata,
no de groserías.
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| Alexis Pantoja. La andaluza de Dos Ríos. |
También el respeto al pasado transita por el texto cuando, de la mano de Emilia Sánchez, nos muestra las anomalías de una república que surgió en 1902 lastrada por una proyección alejada de los propósitos martianos de fundarla con todos y para todos. Vemos y sentimos las ilusiones deshechas de los veteranos, de los maestros, de los intelectuales, de los campesinos y obreros, siempre defraudados por gobiernos carentes de las condiciones que harían posible a la andaluza revelar su secreto. No es irrespetuoso, sino irónico, referirse a algunos de aquellos políticos de oficio como Don, Egregio, Mayoral, Tiburón, Chino, Indio. No enjuicia Cartaya, a modo de legislador irrefutable, sino presenta, en la voz de sus personajes, a quienes pidieron la primera y la segunda intervenciones, cometieron los asesinatos de 1912, intentaron perpetuarse en el poder, utilizaron el golpe de estado para atropellar la democracia; y también muestra a quienes exaltaron y cultivaron la cultura nacional, publicaron las obras de Martí con grandes sacrificios personales, defendieron los intereses de los más necesitados, polemizaron en torno al socialismo, sufrieron la muerte de Guiteras, se propusieron erigir un mausoleo digno del Apóstol.
Entre otros muchos pasajes valiosos, se encuentra la
conversación de Emilia con Rafaela Tornés, quien sintetiza la realidad de su
época, y de todas las épocas:
–Yo creo que no se ha extirpado el tumor que él quiso
arrancar desde la raíz, eso del caudillismo, el personalismo, la ambición de
poder. Los más audaces lo aprovechan muy bien y seducen a tanta gente que les
aplaude. Son los que ven en un líder providencial la solución de sus problemas,
los que se fanatizan con una figura y se matan para acatar su voz. Es por ese
canal que se mete la dictadura.
Con pensamientos como este se evidencia que no fue en vano
el apostolado de José Martí. Sus ideas son más poderosas que la muerte.
Demostrarlo no solo en los textos académicos es, a mi entender, uno de los
valores imperecederos de la novela de Gabriel Cartaya.
Manvel, Texas, nov.
2025.


