Por Gabriel Cartaya
Para Manuela Ball
La lista de libertadores americanos es
extensa, repleta de fulgurantes rostros continentales que se alzaron contra la
dominación colonial en cada esquina donde los europeos implantaron la bandera
conquistadora. Pero cuando se dice El Libertador, la imagen que viene a los
ojos es la de Simón Bolívar, como si el extraordinario caraqueño condensara el
símbolo de todos los que consagraron sus vidas “para que América fuera del
hombre americano”, como nos dijo José Martí en “Tres Héroes”, el bello artículo
para La Edad de Oro dedicado al venezolano, al Padre Hidalgo, de México, y al
argentino José de San Martín.
Simón
José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios Blanco murió el
17 de diciembre de 1830, hace ahora 186 años.
Aunque solo vivió 47 años, la extensa biografía del héroe ha reclamado
millares de páginas, desde sus campañas militares admirables por la
independencia de Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia y Perú, hasta la
hondura de pensamiento político con que acompañó el corpus ideológico que
trasciende a nuestro tiempo hispanoamericano.
Pero esta vez quiero detenerme en una
página biográfica de Bolívar que ha sido menos recurrida, cuyo escenario floridano la acerca al lector habitual de La Gaceta. Cuando se
repasa la historia del estado número 27 de esta nación, se atiende a las
poblaciones aborígenes que le habitaron, a la larga presencia española en la
península, al traspaso de su propiedad a Estados Unidos, a su participación en
la evolución histórica del país y a la cultura multiracial que ha cimentado
durante siglos, pero pocas veces se le inserta dentro del proyecto independentista
continental de Simón Bolívar.
En medio de las campañas de El Libertador para
conseguir y mantener la independencia de los pueblos hispanoamericanos donde actuaba, concibió el proyecto que
devino en la fundación de la efímera República de Florida, cuya duración se
limitó a casi cinco meses, desde el 29 de junio hasta el 23 de diciembre del
año 1817.
En
ese tiempo Bolívar se encontraba en la Provincia de Guayana, esforzándose por
recuperar la libertad de Venezuela, territorio que había sido reconquistado
por las fuerzas españolas con la caída de su Segunda República. Entonces el
venezolano consideró la posibilidad de
tomar la isla española de Cuba,
como estrategia para impedir el paso de barcos que, desde los puertos de Boston
y La Habana, trasladaban armamentos y municiones a los realistas que él
enfrentaba en el sur del continente, y de paso, liberar a Cuba –y después a
Puerto Rico– de la dominación española.
Para este propósito, lo primero debía ser la
ocupación de la Florida. En esa dirección y desde Angostura, destinó a su
oficial Gregor MacGregor para que dirigiera una expedición a este lugar.
MacGregor cumple las orientaciones y recluta en Charleston y Savannah alrededor
de 150 hombres, casi todos veteranos de la guerra de independencia de Estados
Unidos. Entre ellos se destacaron Pedro Gual, Constante Ferrari y Lino de
Clemente, quien fue propuesto por Bolívar para atender las posibles relaciones entre la República a
crearse y el gobierno estadounidense.
El 25 de junio de 1817, McGregor toma por
sorpresa la isla de Amelia, donde izó la
bandera venezolana y la Cruz Verde de la Florida. La guarnición española –que
radicaba en el Fuerte San Carlos de
Fernandina, bajo el mando del brigadier
Francisco Morales–, fue sometida y se consideró a este sitio como sede para la fundación
de una nueva República.
Inmediatamente, se crearon las instituciones que debían regir al
nuevo gobierno y se fijaron plazos para que los inconformes abandonaran la
isla. El 1.º de julio de 1817 se proclamó oficialmente la República de
Florida, desde un poblado llamado Vacapilatca –ubicado en el actual
Jacksonville– y se nombró a Pedro Gual
para que redactara su Constitución.
Bolívar se sintió tan complacido con la
noticia del nacimiento de la República de Florida, que se animó a violar un
acuerdo que establecía no apresar barcos de bandera estadounidense, aun cuando sospechara
que podían contener material bélico que sirviera a fuerzas españolas.
Enseguida detuvo en el Orinoco a las goletas “Tiger” y “Liberty”, lo que
provocó una airada respuesta de Estados Unidos.
MacGregor se mantuvo en la isla de Amelia
hasta septiembre de 1817, cuando se trasladó con sus naves a las Bahamas. Al
abandonarla, encargó al corsario francés Louis Aury, que actuaba con patente
mexicana, para que se ocupara de la recién fundada República, aunque éste la
declarara una extensión del país que lo cobijaba. El filibustero, de gran
pericia militar, fue muy efectivo en cortar los sumistros de armas que salían de
La Habana para las campañas españolas que combatían a Bolívar.
Por supuesto que la denominada República de
Florida chocó con los intereses de Estados Unidos, que miraba cercano el día de
desplazar a España de ese territorio. Entonces, el presidente James Monroe consideró una afrenta a su país el atrevimiento
de llamar República de Florida a la ocupación de la isla de Amelia. Lo evaluó
como un acto de piratería, peligroso para los intereses nacionales, pues
favorecía a los indios seminolas que entonces “perturbaban” a los colonos de la
vecina Georgia.
El Presidente solicitó al Congreso la
autorización para aniquilar aquel proyecto bolivariano, avivando su
determinación con la explicación de que el buque venezolano “Tentativa” había invadido sus aguas. El 22
de diciembre de 1817, el comodoro J. D. Henley y el mayor J. Bankhead le
informaron a Aury la determinación estadounidense de tomar la isla de Amelia.
Un día después, tropas provenientes de Texas, bajo el mando de Andrew Jackson,
ocuparon la isla y expulsaron a las fuerzas concentradas en el Fuerte San Carlos de Fernandina, poniendo fin
a la brevísima República de marras.
Para reforzar la victoria estadounidense y
evitar acusaciones de ilegitimidad, se
designó al propio Jackson como Gobernador de la Florida, mientras se adelantaba
la adquisición del territorio que jurídicamente pertenecía a la Corona de
España. Poco tiempo después, el gobierno de Estados Unidos negoció con España
el Tratado Adams-Onís, firmado el 22 de
febrero de 1819, con el que incorporaron definitivamente este territorio a la
primera nación libre del continente americano.
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