jueves, 2 de junio de 2016

Miguel ­Barbarrosa, el médico de José ­Martí en Tampa

Por Gabriel Cartaya

No se sabe mucho sobre el Dr. Miguel Barbarrosa y Márquez, médico cubano que vivió en Ybor City a finales del siglo XIX, durante los años gloriosos en que, en medio del propio crecimiento de este barrio y el de West Tampa, se estuvieron realizando los más grandes esfuerzos por la independencia de Cuba. Decenas de nombres afloran al pensar en aquella época heroica. Cuando se mira en el tiempo hacia este espacio poblado de cubanos, españoles, italianos, estadounidenses,  entregados al completamiento de la independencia americana, el respeto se vuelve admiración.
Y si en alguna conversación ocasional emerge el nombre de José Martí y se recuerdan sus pasos fecundos por las calles de Tampa, inevitablemente se menciona a Carbonell, a Rivero, a Figueredo, a Ruperto y Paulina Pedroso. Muchas veces, el diálogo se enriquece con anécdotas que pasaron de generación en generación y hoy están cuidadas en la escritura. Una de las más repetidas relata el momento en que alguien atentó contra la vida de Martí. Entonces, casi siempre se habla de Paulina, por el desvelo con que ella y su esposo Ruperto  Pedroso le cuidaron en su casa, donde le dieron hospedaje seguro. En medio de esta anécdota, a veces aparece el nombre del médico que le atendió. Así es cuando asiste Emiliano Salcines a la conversación, o alguien que, como él, se apasiona con las huellas de la historia. Allí se recuerda a Barbarrosa, el galeno que atendió a Martí en Ybor City cuando le brindaron una copa de vino que contenía veneno.  
Su nombre era Miguel y, al igual que Martí, nació en La Habana, hacia 1849. En su ciudad natal se graduó de Bachiller en el Instituto de Segunda Enseñanza, donde debió coincidir con alguno de los estudiantes de medicina asesinados en 1871. Al terminar este nivel de estudios se trasladó a Estados Unidos, donde se graduó de doctor en Medicina y Cirugía. Después se mudó a Francia, residiendo un tiempo en París, lugar en que ejerció su profesión.
De París regresó a La Habana, pero volvió a tomar el camino de la emigración, eligiendo a Tampa como destino. Debió ser hacia 1890 que el Dr. Barbarrosa se instala en Ybor City, donde viven algunos miles de cubanos y ya hay decenas de profesionales prestando sus servicios en una comunidad que crece con rapidez. 
Es por la pluma atenta de Martí que conocemos algunos detalles sobre Barbarrosa, por quien llegó a sentir una sincera amistad.
 Considero que Barbarrosa debió conocer a Martí desde la primera visita de éste a la ciudad, en noviembre de 1891. Unos días antes de sufrir el intento de envenenamiento –incidente ocurrido el 16 de diciembre de 1892– le ha escrito desde Cayo Hueso. La carta está fechada el 12 de noviembre de 1892 y le expresa:
“Acaso mi amigo Barbarrosa, y el alma exquisita y ferviente de su compañera, hayan sido injustos, por falta de cartas de agradecimiento, con el viajero cuyas ansias y soledades ha alegrado más de una vez, y muchas veces,  el recuerdo del entusiasmo, de la ternura, de la lealtad, y del amor que he visto en su casa. Se habrán engañado, y allá voy a decírselo, con el cuerpo a medio deshacer, pero con más patria, con un beso en la frente pa. el niño y en la frente pa. la compañera, y con el corazón agradecido y hermano de,  su J. Martí”.
Hay cuatro cartas de Martí a Barbarrosa, que no aparecieron en las diversas ediciones de sus Obras Completas, pero fueron incluidas en el Epistolario que durante años de paciente búsqueda y estudio preparó Luis  García Pascual  y la Editorial de Ciencias Sociales publicó en La Habana, en 1993.  En esas cartas conocemos el hogar de Barbarrosa, a su esposa y pequeño hijo –René–, así como el cariño con que recibían al sensible amigo cuando llegaba de Nueva York o  regresaba de Cayo Hueso.
La segunda carta a Barbarrosa Martí la envía desde Nueva York. Su médico en la gran urbe es el Dr. Miranda, a quien le dio a conocer lo ocurrido en Tampa y le mostró el tratamiento médico prescripto. En esta carta le cuenta con orgullo a Barbarrosa que Miranda “aprobó absolutamente y con gran elogio, toda la medicación de Ud., que continúa él aquí; por cierto que no quiso irse sin su dirección”.
Con suma delicadeza, le cuenta que, aunque sigue convaleciente, ha mejorado. “Yo, ya al trabajo, entre el sofá y la silla: la mente se me ha vuelto a enflorar, de toda la virtud que he visto por ese mar azul, y en lo que toca a Ud. parte mayor: estoy,  por lo que hace a mente, echando chispas, pero le prometo no salir al frío hasta que tenga cuerpo”.
Delicadeza de amigo y de paciente, porque en la virtud encontrada por “ese mar azul”, Barbarrosa tiene “parte mayor”, y debió aconsejarle con mucha fuerza el cuidado de sus pulmones maltrechos, para despertarle la promesa de no salir al frío.
Casa de Ruperto y Paulina Pedroso -Ybor City, Tampa-,
donde el Dr. Barbarrosa atendió a José Martí
La tercera carta es del 18 de febrero de 1893 y la escribe desde Fernandina, de donde seguirá hacia Tampa. “Yo me callaba la sorpresa, pero quiero darme el gusto de saber que los he hecho pensar en mí desde hoy, antes de que me vean, camino del Cayo…”. Se queja porque no lleva consigo un carrito de juego a René,  una siempreviva a la madre y un libro al amigo, y con fino humor se disculpa: “Recíbame mal, si lo merezco, y crea que no tiene amigo más tierno, ni cliente más inútil, que su,                                                                                                                                José Martí”.
La última carta conocida de Martí a Barbarrosa la escribe en Nueva York, el 9 de mayo de 1894, en medio de su incesante ajetreo. En ella le confiesa que lo considera parte de su “íntima familia, de aquella en que sólo entran las almas de absoluta limpieza y desinterés”.
Es una lástima que el epistolario martiano no se haya completado con las cartas que él recibía. Cuánto nos servirían esas epístolas que le fueron escritas para entender la estimación que le rodeó. Las de Barbarrosa deberían estar entre ellas, porque mucho debieron significar a Martí para que le confesara: “De sus cartas sí le he de decir que me fueron un premio muy dulce, en días en que,   con todo el poder de mi humildad y mi moderación echaba acaso las bases de esa cara república de Cuba”.
Si sólo supiéramos del Dr. Miguel Barbarrosa por haber sido destinatario de unas cartas sinceras y hermosas del Apóstol, sería  suficiente para recordarle. Pero cuando apreciamos que contribuyó a su cuidado físico y espiritual y mereció ser visto por Martí como de su familia, comprendemos que esas cualidades debieron corresponderse con una atencióm exquisita, como médico y ciudadano, a la comunidad de Ybor City a fines del siglo XIX. Entonces, en la lista de médicos distinguidos que pasaron por esta ciudad, debe inscribirse también el del Dr. Miguel Barbarrosa. 




 







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