Por Gabriel Cartaya
Yahima Hernández, con apenas 40
años, es una abogada reconocida en el área central de la Florida, consagrada a
la compleja especialidad de inmigración. Está atenta, cada día, a la última hendija de luz con que las leyes
estadounidenses cobijen al inmigrante que llega a esta nación. Es miembro de la Asociación de Abogados del
condado de Hillsborough y de la Asociación Americana de Abogados de
Inmigración, con licencia para ejercer en los cincuenta estados que conforman
los Estados Unidos.
La
joven abogada, después de horas de oficina, asistencia a la Corte de Justicia,
entrevistas, investigación y todo el cúmulo de trabajo propio de esta
profesión, encuentra tiempo para atender
de forma voluntaria diversos asuntos de la comunidad, mermando las horas de
descanso para asistir a eventos que muestran y enriquecen la fuerte presencia
de nuestra cultura en la bahía de Tampa, así como asistiendo a personas cuyos
ingresos le impiden acceder a un abogado. La presencia de su nombre entre
los elegidos como
Orgullo Hispano por la Herencia Hispana
de Tampa, en 2016, –en la modalidad de
desarrollo cívico–, es una muestra del reconocimiento que ha ganado en esta
ciudad.
Yahima Hernández (la niña a la derecha) junto a su familia, al llegar a EE.UU. |
Alcanzar un título de abogado en una Universidad de
Estados Unidos ha estado, generalmente, en manos de quienes han llegado a la
enseñanza superior amparados en el estatus económico heredado. Los hijos de
médicos, abogados, ingenieros, profesores, grandes empresarios y profesionales
de altos ingresos, acceden con frecuencia a esta ocupación. Sin embargo, el
mérito de quienes, como la abogada Hernández, matricularon en esta especialidad
sin contar con más recursos que la vocación, el talento, la firmeza de carácter
y una buena dosis de sueños, es infinitamente mayor. Llegó a este país en 1995,
con 20 años y 6 miembros de su familia que incluían cuatro generaciones de
cubanos: una bisabuela, dos abuelos, los padres y una hermana. Entre todos, al
desmontarse de un avión en el aeropuerto de Louisville, en Kentucky,
encontraron 12 dólares en los bolsillos, estrenando el país m más rico del mundo
con un respaldo económico de 1.70 por cada uno.
Veinte años más tarde, en una tarde de domingo, en
la comodidad de su hermosa casa de Riverview y tras descorchar una botella de
vino al lado de sus admirables padres, les pido que me cuenten acerca de los
primeros días en Estados Unidos. Las anécdotas se suceden, completando
detalles, en su voz, en la de Pedro y Rosa –los padres– y entre risas que se cortan con breves
comentarios que hacemos todos.
Recuerdan que nadie les estaba esperando en el
aeropuerto, pues llegaron 4 horas después de lo previsto a un lugar muy lejos
de su Remedios. En medio de la noche y sin asomos de desconsuelo, dos personas
se les acercan, preguntando si eran una familia cubana. –“Somos nosotros”–,
dijo la abuela, sin inquirir a quiénes buscaban ni quiénes eran. Montaron con
ellos en dos carros que fueron a detenerse en un campamento de refugiados. Allí permanecieron pocos días, entre cientos
de cubanos y miembros de otras nacionalidades, pues aunque nadie quería irse a
un barrio que consideraban conflictivo, ellos aceptaron el primer techo privado
que se le presentó a la familia.
–Teníamos 3 sillas, había que esperar que uno se
parara para otro sentarse– dice Yahima. –Pero como los tres más viejos tenían
prioridad, nosotros casi siempre estábamos de pie– aclara Rosa.
–Yo recuerdo que después encontramos un sofá en la
calle– recuerda Pedro. Entonces, entre
los tres, completan la historia surealista de lo que pudiéramos llamar “el sofá
de Louisville”, artefacto que, aunque sin cojines, era más cómodo que el piso.
A los pocos días,
invitaron a la casa a otro cubano que conocieron en el mercado. El
hombre se quedó asombrado con el sofá, y sólo con la confesión pudieron
entender su encanto: –¿Dónde lo encontaron?– preguntó, y agregó, sin esperar la
respuesta: –No me lo van a creer, yo tengo los cojines. Los recogí en la calle
y al regresar a los diez minutos por el sofá, no quedaba ni el rastro–. Todos
se quedaron con la boca abierta, hasta que el visitante dijo, casi con
desconsuelo: –No se preocupen, yo se los voy a traer, total, ustedes tienen lo
principal–. Ninguno entendió bien si ‘lo
principal’ a que se refería aquel buen hombre era al sofá, o a la familia unida
que emprendía una nueva vida con tanto entusiasmo.
Así empezó la familia Hernádez en Estados Unidos.
Enseguida empezaron a trabajar, con todo el empeño, la honradez y la alegría
que traen en la sangre desde sus antepasados. A los 8 meses de llegar compraron
su primera casa, para asombro de todos. Yahima entró a la universidad y las
horas que un estudiante requiere para la biblioteca las tuvo que emplear en
trabajar para una cafetería. Pero a los cuatro años se graduó con honores,
alcanzando una Licenciatura en Psicología en la Universidad de Louisville.
Yahima Hernádez (la tercera desde la derecha), entre sus padres, su hijo y otros familiares |
Sin embargo, la vocación la llamó a las Ciencias
Jurídicas y, trasladada con su familia a la Florida, las puertas del Colegio de Derecho de la
Universidad Stenson se abrieron a su inteligencia. En ella, no sólo completó
todos los créditos para graduarse de abogada, sino que fue galardonada con el
Premio William F. Blews por sus notables servicios a la comunidad.
Ya con la Licencia
para ejercer en la Corte Suprema de la Florida, se inclinó hacia las
leyes relacionadas con la inmigración, especialidad a la que ha dedicado sus
últimos años y en la que ha alcanzado prestigio profesional y consideración.
En 2011 creó su propia firma de abogados –Law
Offices of Hernandez & Smith, P.A.–, la
que comparte con su amiga Christine Smith, otra maravillosa abogada.
Conversar con ella, como con sus padres, es siempre un premio, porque entre el
exquisito humor se desgrana una agradable sonrisa, una palabra de aliento, una
enseñanza que alimenta la confianza en
los valores universales del ser humano.
Felicitaciones por la pequena, pero sustanciosa biografia de Yahima Hernandez, hermoso ser humano con quien tengo el honor de trabajar, haciendo evaluaciones psicosociales por asuntos migratorios. Yahima es un gran ejemplo a seguir! Dr. Ana Iosipan
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