jueves, 8 de julio de 2021

La visita de Panchito Gómez Toro a Tampa

 Cuando leemos sobre la vida de Francisco Gómez Toro, admiramos a aquel joven que durante la batalla de Punta Brava se lanzó sobre las tropas enemigas cuando vio caer al General Antonio Maceo, que era su padrino. Ese día, 7 de diciembre de 1896, tenía sólo 20 años y hacía algo más de dos meses se había incorporado a la Guerra de Independencia de Cuba.

   Nació en medio de la Guerra de los Diez Años en el centro de la isla de Cuba, hijo del general Máximo Gómez con la jiguanicera Bernarda Toro, la “Manana” del valiente dominicano. Pero no es el propósito de estas líneas describir la meteórica vida de aquel muchacho cuya muerte temprana destrozó el corazón de ­­­el corazón de su padre, quien escribió en líneas conmovidas el mejor perfil de su existencia bajo el título Francisco Gómez Toro. Asimismo, ante la noticia de su muerte, al conocer la brutalidad con que su cadáver había sido profanado junto al de Maceo, anotó en su Diario las ­f­rases más terribles contra los victimarios.

Fermín Valdés Domínguez, Panchito  Gómez 
Toro y José Martí, Nueva York, 1894.
   Lo que quiero destacar es la presencia de aquel joven en la ciudad de Tampa, ciudad que pudo visitar acompañando a José Martí en uno de sus viajes a este lugar. Hace unos días, al comentar la fotografía que acompaña a esta nota, la historiadora Maura Barrios me preguntó por la identidad del jovencito que aparece en el centro. Al responderle, le dije que había estado en Tampa, hecho que ahora quiero compartir con los lectores de esta columna, porque enriquece la fuerte conexión que existe entre la historia tampeña y cubana.

   José Martí lo conoció en septiembre de 1892, cuando viajó a República Dominicana a entrevistarse con Máximo Gómez y proponerle la dirección militar del Partido Revolucionario Cubano. A su arribo a Montecristi, antes de llegar a la casa del General, detuvo su caballo en la tienda comercial de Jiménez Grullón, donde Panchito era dependiente. El joven reconoció al visitante y le llevó a su casa, contándole que su padre no estaba en el pueblo, pues la finca de trabajo estaba en La Reforma, ya que la bautizó con el mismo nombre del lugar en que él nació en 1876.

A Martí le impresionó la madurez de aquel jovencito a quien el padre ya le confiaba secretos sobre los planes independentistas. Cuando en abril del 1894 Gómez viajó a Nueva York, a revisar con el Delegado del Partido Revolucionario Cubano el plan independentista, llegó acompañado de su hijo. Al regresar a Santo Domingo, Martí le pidió que dejara a Panchito unos días a su lado, sabiendo que su palabra en los próximos mítines tendría la capacidad de representar la voz del líder más respetado entre los viejos militares cubanos.

   El entusiasmo del joven con esa idea complació a Martí y el 14 de mayo de 1894 llegaron a Tampa. Es de imaginar cuánto conversarían en el largo viaje en tren. Cuántas veces el poeta del Ismaelillo, mirándolo, pensaría en su hijo ausente, solamente dos años menor que el adolescente que le acompañaba. Apenas se detuvieron en nuestra ciudad, pues continuaron en barco hasta Cayo Hueso, donde permanecieron el resto de la semana. El domingo, 20 de mayo, están de regreso y esta vez disfrutaron las calles de Ybor City y West Tampa por una semana.

   Aquí, Panchito, que el 11 de marzo anterior había cumplido 18 años, sintió el aplauso de los tabaqueros en diversas fábricas que visitó, la simpatía de cientos de cubanos y cubanas, jóvenes y viejos que extendían a él la admiración que sentían por su glorioso padre. Regresan a Nueva York y enseguida vuelven a salir juntos hacia Centroamérica y el Caribe, deteniéndose varios días en Costa Rica, al lado de Antonio Maceo. Después siguen a Panamá y Jamaica, a donde llegan el 24 de junio para desde allí volver a Nueva York. Durante algo más de dos meses estuvo Panchito al lado de Martí, tiempo suficiente para que éste llegara a sentirlo como un hijo. Así se lo escribió al padre desde Nueva Orleans cuando iba para México, en carta del 15 de julio de 1894, cuando ha tenido que dejar a Panchito en Nueva York preparándose para retornar a Santo Domingo. “Una sola pena llevo, y es la de haber tenido que decir adiós a ese hombrecito que con tanta ternura y sensatez me ha acompañado (…) Ha estado como cosido a mí estos dos meses, siempre viril y alto (…) Ha hecho usted bien en darme ese hijo…”.

   Donde se ponga el nombre de los héroes que pasaron por el Liceo Cubano, por las calles de Ybor City y West Tampa en el siglo XIX, no debe olvidarse mencionar a Francisco Gómez Toro. Y en el lugar más alto, porque a los dos años de haber aclamado por una patria libre en sus breves discursos en este lugar, derramó su sangre defendiendo ese ideal.

   Aquel 7 de diciembre de 1896, cuando cabalgaba hacia el centro de la Isla para encontrarse con su padre, tropezaron con la tropa enemiga. Le pidieron que no avanzara, pues tenía un brazo en cabestrillo por una herida de bala en el combate anterior. Pero se abalanzó hacia Antonio Maceo, al verlo caer de su caballo, y entró a su lado a la gloria.

Publicado en La Gaceta, 2 de julio, 2021.

 

 

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