viernes, 4 de marzo de 2022

En defensa de Ucrania

       Parecía increíble que en la tercera década del siglo XXI se desatara en Europa una guerra sanguinaria que remeda al estallido de la primera y segunda guerras mundiales, sufridas por la humanidad en el siglo XX. Todavía viven personas que padecieron el horror de las hordas fascistas extendidas por el viejo continente y, seguramente, al contar sus dramáticos recuerdos incluyen la frase tranquilizante: son cosas del pasado.

Aunque se venía advirtiendo que era real la amenaza rusa de invadir a Ucrania para derribar su legítimo gobierno e imponer el que satisfaga a sus intereses, muchos políticos en el mundo la subvaloraron y otros, por intereses propios, la atribuyeron a alarmismos ­occidentales mal intencionados. Sin embargo, con todo su poder, la maquinaria militar, ciega a las órdenes de Vladimir Putin, se lanzó sobre el país vecino el pasado 24 de febrero. Por mucho que el líder ruso afirmara que su interés se limitaba a las regiones ucranianas de Donetsk y Lugansk, donde un movimiento separatista llevaba años enfrentado al gobierno central ucraniano, no sólo se limitó a reconocerles la independencia, sino que movió a su ejército hasta esos lugares y desde ellos avanzó hacia Kiev, la capital, donde creyó triunfaría en pocas horas dada su superioridad militar.

Pero los ucranianos han reaccionado con el mismo valor que lo hicieron frente a las hordas fascistas, a las que se enfrentaron hermanados a los rusos cuando convivían bajo la bandera soviética. Los rusos, que fueron los hermanos de ayer, los agreden hoy como enemigos cumpliendo órdenes que no proceden de sus sentimientos y que, como militares, se sienten compulsados a cumplir. Los sentimientos del pueblo de Tolstoi, el alma rusa a que aludía Dostoievski, no acompaña a quienes empuñan un arma contra sus vecinos, a los que lanzan un misil contra una edificación civil, a los culpables de que hayan muerto numerosos inocentes, entre ellos niños, mujeres, ancianos, incluso enfermos cercanos a curarse en un hospital.

Mas de dos mil civiles muertos y  destrucción  de edificaciones 
en Ucrania por la guerra desatada por Rusia.

La historia política de Ucrania es larga y compleja. Su primera organización política, conocida como la Rus de Kiev, compuesta por diversas tribus de eslavos orientales, llegó a ser el estado más fuerte de Europa entre los siglos IX y XIII y Kiev la ciudad más poblada. En el último siglo citado fue invadida por los mogoles y casi destruida.   Centurias más tarde fue dominada por el imperio ruso, causando grandes daños a su cultura al prohibirse la lengua ucraniana y su literatura.  

En medio de la Primera Guerra Mundial y la Revolución de febrero de 1917 en Rusia, se produjeron grandes cambios territoriales en Ucrania, que desde ocupar parte de lo que hoy es Bielorrusia y la Federación Rusa, quedó reducida a la que en 1921 se nombra República Socialista Soviética de Ucrania. En la época soviética sufrió limpiezas étnicas, al igual que otras repúblicas de la URSS. Se considera que  en la década de 1930 murieron más de 4 millones de ucranianos. Ello provocó un fuerte movimiento nacionalista, especialmente entre 1942 y 1956, cuando el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA), intentó, sin éxito, independizarse de la URSS. 

En 1991, con la desaparición de la Unión Soviética, Ucrania se convirtió en un Estado independiente y se orientó hacia una economía de mercado y un gobierno democrático. En el siglo XXI su economía ha crecido. En la actualidad es una república gobernada bajo un sistema mixto semipresidencial y semiparlamentario, con separación de poderes en ejecutivo, legislativo y judicial. El presidente es elegido por voto popular para un mandato de cinco años y es el jefe de estado.  

Con la desintegración de la Unión Soviética en 1991, muchas de las repúblicas que antes la componían se fueron acercando a Occidente y algunas de ellas han ingresado a la OTAN, lo que podría también hacer Ucrania. Ello, naturalmente, preocupa al liderazgo ruso, que ve con recelo un poderío militar que pudiera contener la vocación autocrática e imperial de su férreo Mandatario.

A pesar del lenguaje político, diplomático incluso, con que se viene advirtiendo la escalada de los intereses rusos en el este de Europa, no se esperaba que Putin lanzara una maquinaria de guerra tan poderosa sobre un país que militarmente no alcanza ni una décima parte de su fuerza. Tampoco era previsible el lenguaje con que acompaña la agresión, declarando su intención de remover a un presidente electo por su pueblo, llamando a las fuerzas armadas de un país ajeno a levantarse contra su gobierno y, finalmente, ante una resistencia inesperada, llegar a amenazar con su poderío atómico al universo, si se planta frente a él.

Casi todos los líderes mundiales, artistas, intelectuales, deportistas, se han pronunciado contra el agresor. Por primera vez, Europa se ha unido para sancionar al país que salvajemente ha atacado a su vecino. En estos días, he leído muchas noticias y comentarios sobre la guerra que ha desencadenado Putin. Entre ellos, hay un artículo titulado “La guerra de Putin contra mí y contra ti”,  escrito por  Mircea Cărtărescu y publicado por ABC, del que tomo dos breves afirmaciones: “Ante la estúpida y sangrienta agresión a Ucrania por parte de la Rusia de Putin, Europa se parece hoy a la multitud de ciudades griegas del mundo antiguo que sólo la invasión del colosal ejército persa unió y dotó de la conciencia de su unidad en valores e ideales, de la idea de formar un único mundo”.

 Ante la amenaza del autócrata ruso de activar el poderío nuclear, comenta el escritor rumano: “Un solo hombre, perdido en sus alucinaciones, puede destruir hoy definitivamente el amor, la creatividad, la compasión, la solidaridad, la felicidad, la contemplación, la sonrisa, la maternidad, la curiosidad, la inteligencia y muchos otros aspectos de la maravillosa criatura humana. La guerra de Putin no es ahora contra Ucrania, sino contra cada uno de nosotros”.



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