viernes, 3 de febrero de 2023

Recordar al padre de José Martí en el 136 aniversario de su muerte

 Este 2 de febrero se cumplen 136 años de la muerte de un hombre inscrito  con agradecimiento en la historia, por haber sido el padre de uno de los seres “más puros de la raza humana”, según palabras de la poeta chilena Gabriela Mistral. Sin embargo, aunque siempre se recuerda cada 28 de enero el natalicio del hijo –José Julián Martí Pérez– no se menciona la efemérides del progenitor. Se ha escrito más de la madre, Leonor Pérez Cabrera, que de aquel buen español nacido en Valencia el 31 de octubre de 1815.

Como curiosidad para los tampeños, puede observarse que el padre de Martí nació en el lugar donde casi tres años después llegó al mundo Vicente Martínez Ybor. De aquellos dos valencianos, a uno le correspondió ser fundador de Ybor City y al otro engendrar a quien, en esta ciudad,  inició la unificación de los cubanos en aras de un proyecto que hiciera libre a su patria.

Cuando Martí abrazó a Martínez Ybor en su fábrica de tabacos, mirando sus cabellos blancos, seguramente recordó  a su padre, fallecido lejos de él casi un lustro atrás y cuyo dolor expresara a su amigo Fermín Valdéz Domínguez con palabras conmovedoras: “Mi padre acaba de morir, y gran parte de mí con él. Tú no sabes cómo llegué a quererlo luego que conocí, bajo su humilde exterior, toda la entereza y hermosura de su alma”.

Mariano de los Santos Martí Navarro

Mariano de los Santos fue hijo de Vicente Martí  Guillot y  Manuela Navarro Beltrán, un matrimonio de españoles pobres, trabajadores y honrados. No se sabe mucho sobre sus primeros años, aunque algunos historiadores sostienen que aprendió el oficio de sastre y cordelero, como su padre. De joven ingresó en el Cuerpo de Artillería de Valencia y en 1850 lo destinaron a La Habana como sargento primero en La Cabaña.

En la capital cubana conoció a la joven canaria Leonor Pérez y, el 7 de febrero de 1852, contrajeron matrimonio. El 28 de enero de 1853 recibe a su primer hijo, nombrado José Julián y en los años siguientes nacen siete hembras. Mientras crece la prole, Mariano se desempeña como artillero, después policía celador de barrio, luego capitán de partido, aunque entre uno y otro empleo padeció de temporadas dsempleado y penurias en el hogar. En uno de esos momentos viajó a España (1857) con la esposa embarazada y tres hijos –en Valencia nace María del Carmen–, pero no encuentra acomodo y regresa a La Habana.

Hay al menos dos momentos en que viajan solos el padre y el hijo: los días que, en 1862, se acompañan en Hanábana (Matanzas) y cuando viajan a Belice en 1863.

Cuando Pepe venció los primeros grados escolares, Mariano lo inclinó a un trabajo de dependiente que permitiera un ingreso más a la familia pobre. Fue una suerte que Rafael María de Mendive, admirando las cualidades de su alumno, convenciera al padre para que le permitiera seguir a la segunda enseñanza, cuyos costos él cubriría. En ese colegio, el San Pablo, estaba Martí cuando estalló en el oriente cubano la Guerra de los Diez Años. El adolescente  saludó en un poema inflamado su simpatía con la rebeldía de la Isla, mientras su padre intentaba en vano frenar el entusiasmo evidente en el hijo.  Al año siguiente, se lo encarcelan por infidencia y lo ve partir, con 16 años, con entereza de hombre hacia su destino.

Hasta entonces, el hombre de carácter firme, hosco a veces, recio ante el hijo que quiso educar sin asomo de debilidades, había sido él. Temeroso a que la más mínima delicadeza dañara el temple de hombre en que quiso educarlo, se privó de las ternezas con que pudo mimarlo. Ahora, sin embargo, el hombre fuerte era el hijo, como probó en la cárcel donde fue a verlo. La escena, descrita por Martí en El Presidio político en Cuba, no puede ser más estremecedora: “Y ¡qué día tan amargo aquel en que logró verme, y yo procuraba ocultarle las grietas de mi cuerpo, y él colocarme unas almohadillas de mi madre para evitar el roce de los grillos, y vio, al fin, un día después de haberme visto paseando en los salones de la cárcel, aquellas aberturas purulentas, aquellos miembros estrujados, aquella mezcla de sangre y polvo, de materia y fango, sobre que me hacían apoyar el cuerpo, y correr, y correr! ¡Día amarguísimo aquel! Prendido a aquella masa informe me miraba con espanto, envolvía a hurtadillas el vendaje, me volvía a mirar, y al fin, estrechando febrilmente la pierna triturada, ¡rompió a llorar! Sus lágrimas caían sobre mis llagas; yo luchaba por secar su llanto; sollozos desgarradores anudaban su voz, y en esto sonó la hora del trabajo, y un brazo rudo me arrancó de allí, y él quedó de rodillas en la tierra mojada con mi sangre, y a mí me empujaba el palo hacia el montón de cajones que nos esperaba ya para seis horas. ¡Día amarguísimo aquel!”.

Hasta esa fecha, José no había descubierto la enorme ternura del padre y no la olvidaría nunca más. Por gestiones de él y de su madre, la condena de seis años fue rebajada a seis meses, aunque condicionada al destierro. Se va a España y cuando regresa a América en 1875, en México lo estaban esperando Mariano, Leonor y sus hermanas. Había tristeza en el hogar, porque acababa de fallecer su hermana Ana. Otras dos habían fallecido pequeñas (Dolores y María del Pilar). Es él quien presenta a Manuel Mercado al hijo que llega con dos títulos universitarios de España.

 El joven Martí se abre camino en el país azteca y los padres regresan a La Habana. Mariano vuelve a verlo en 1879, cuando el hijo regresa a la Isla, ya casado y con la mujer embarazada. Esto le hace creer que se dedicará a la familia. Se equivoca. Se mezcla enseguida en una conspiración que intenta reiniciar la guerra en Cuba, es detenido y deportado otra vez a España. En 1880, llega a EE.UU. y, exceptuando unos seis meses en Venezuela ese mismo año, vive en este país hasta enero de 1895.

Si el padre  llevaba al hijo de viaje cuando éste era un niño, de hombre es el hijo quien lleva al padre a que le acompañe. Así, vemos a Mariano llegar a Nueva York con 68 años, en junio de 1883. Estuvo al lado de su ­primogénito durante un año y debió ­admirar el valor con que ­seguía entregado a la causa de la ­independencia de su país, ocupando altas responsabilidades en ese empeño. También pudo estar en el cuarto cumpleaños de su nieto Pepito y apreciar el prestigio de su hijo como escritor.

No volvió a ver al hijo amado. Al regresar a Cuba, el 18 de junio de 1884, fue a vivir con su hija Amelia, porque las relaciones con Leonor no andaban bien. Hay una hermosa carta de Martí a su hermana, donde le dice: “Ese anciano es una magnífica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. Él nunca ha sido viejo para amar”. Cuando José García, el esposo de Amelia, dio al hijo ausente la noticia de la muerte del padre, éste le respondió desde Nueva York, como a un hermano:  

“¡No he podido pagar a mi padre mi deuda en la vida! Ya ¿dónde se la podré pagar? No es que haya muerto lo que me entristece, sino que haya muerto antes de que yo pudiera pregonar la hermosura silenciosa de su carácter, y darle pruebas públicas y grandes de mi veneración y de mi cariño. Pero ¿qué falta le hice, si lo tenía a Vd.? Juntos, José, Vd. y yo, iremos a visitarlo algún día”.

Pero el hijo no pudo cumplir la promesa que hiciera al cuñado de ir juntos un día a su tumba, pues la muerte lo alcanzó en Dos Ríos, sin poder volver a su Habana.

 

 

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