domingo, 29 de junio de 2025

Con la palabra del escritor Amir Valle

El reconocido intelectual Amir Valle, de origen cubano y radicado en Berlín, nos visitará en Tampa el próximo 28 de junio. El escritor, cuya obra ha merecido elogios de Mario Vargas Llosa, Augusto Roa Bastos,  Carlos Alberto Montaner y otros prestigiosos narradores, llega a nuestra ciudad a presentar su novela Mi nombre es polvo, “memorias impúdicas de un tatuador enloquecido por sus delirios de grandeza, sus traumas familiares y sus sueños de alcanzar la posteridad”, como advierte la la nota de contraportada.

Cuando Vargas Llosa leyó una de las novelas de Amir le escribió para “agradecerle nuevamente Las palabras y los muertos que por fin he podido leer entre maletas, aviones y desplazamientos frenéticos. La novela es excelente y me siento honradísimo por tu generosa dedicatoria”.

Amir, quien también es ensayista, periodista y editor, tiene una vasta obra que ya cuenta con unos treinta libros, entre ellos varias novelas que han merecido premios y una atención muy favorable de la crítica. Previo a su visita, nos comunicamos con el escritor, quien dirige la editorial Ilíada en Alemania, con el pedido de que nos contestara algunas preguntas para La Gaceta, a lo que accedió con amabilidad.

Con tu última novela, Mi nombre es polvo, acompañada de un subtítulo aún más incitante –Memorias impúdicas de un tatuador enloquecido–, te esperamos en Tampa a finales de junio. ¿Con qué ilusiones anotas en tu itinerario nuestra ciudad?

Estados Unidos, país que nunca me ha gustado para vivir, tal vez porque mi espíritu es más mediterráneo que americano o caribeño, siempre despierta en mí dos niveles de ilusión. El primero, histórico, puesto que se trata de un sitio que está más conectado –más de lo que muchos imaginan– con la historia de nuestra sufrida isla, conexiones que en el caso de Tampa se profundizan en el intelectual que creo ser porque allí dejó muchas marcas el más universal de los cubanos, José Martí, figura que en muchos modos venero en lo humano/poético/periodístico, aunque esa veneración no sea tanta, lo confieso, en relación a ese accionar que lo convirtió también en una figura central de nuestra historia política.

 El segundo nivel de ilusión es más, digamos, carnal… allí hay amigos, colegas, lectores, fieles todos a toda prueba, y a muchos de esos amigos hace ya casi 30 años que no los veo, y la posibilidad de compartir un abrazo, conversaciones actualizadoras, confrontar visiones aprendidas en décadas de exilio, complicidades cerradas nuevamente cara a cara, es un generador de ilusiones inagotable.

¿En qué mundo fantástico y real se adentra Mi nombre es polvo?

Lo que pueda haber de fantástico en la novela es el pretexto que me tomé, el canal que construí para hablar de problemas humanos esenciales, todos relacionados con esa bestia cada vez más miserable y más alejada de Dios que es el ser humano. Lo fantástico, que muchos consideran “lo irreal posible”, se convierte en un espejo que pretende mostrarnos al míster Hyde que todos llevamos bajo la piel y que solemos esconder. Pero todo parte de una historia real y de un personaje real.

 En septiembre de 2009, en Berlín, la ciudad donde vivo, un amigo pintor me llevó a conocer a un conocido tatuador en el populoso y depauperado barrio de Kreuzberg. Un muy joven tatuador que tenía fama de loco, que poseía una cultura alucinante y hacía tatuajes realmente extraordinarios –y esto es lo que anunciaba a gritos la locura que todos le endilgaban– supuestamente gracias a un talento que, juraba él, le había sido concedido por Dios –un dios, por cierto, que podía ser cualquiera de los dioses existentes porque él jamás definió cuál era. Aseguraba además que en cada una de las obras de arte que tatuaba sobre la piel de las cientos de mujeres que él consideraba haber “embellecido”, lo acompañaba, aconsejándolo, una especie de ángel –cuya descripción tampoco tenía que ver con la imagen tradicional de lo que entendemos como ángel. Y en las paredes de su sucio estudio se veían las fotografías de muchos de sus tatuajes a mujeres, pues solo tatuaba a mujeres y, sin exageración alguna, tenían ese sello de genialidad de los grandes artistas universales, que parecen inspirados por una fuerza sobrenatural.

Meses después de conocerlo, el tatuador mató a una de sus clientes luego de estampar en su cuerpo otra de sus maravillas, huyó de la ciudad y se refugió durante un tiempo en un apartado pueblito en las montañas de la Selva Negra, en el sur de Alemania, para finalmente suicidarse.

La prensa roja alemana, pues la noticia jamás fue reflejada por la “prensa seria”, insistió en sus artículos sensacionalistas que existía la posibilidad de que esa muchacha asesinada no fuera la única víctima de aquel tatuador. De ahí, hurgando en los motivos humanos o bestiales, ocultos y públicos, míticos o reales, fascinantes o repulsivos, que pudieron crear el universo vital de este tatuador, nació la idea de esta novela.

En tus años de vida en Cuba hasta 2006 te diste a conocer como uno de los más significativos escritores de tu generación, con varios libros publicados y premios importantes. ¿Qué significó para ti iniciar la madurez literaria en un medio tan lejano (culturalmente hablando) del entorno de tus primeras creaciones?

Mi destierro fue desde el mismo inicio un reto. Cierto comisario cultural, cuyo único sello en la cultura cubana ha sido portar una melena y ascender en la política pese a ese rasgo afeminado en un mundo político machista, dijo cuando me desterraron: “ahora Amir, como muchos otros exiliados, conocerá la muerte literaria, se morirá como escritor, y perderá sus raíces culturales…”.

Ese, como sabemos, es el discurso que le hacen allá a los jóvenes intelectuales: si te vas del país, te mueres como creador, jamás serás nadie. Quienes me conocen, saben bien que soy muy tozudo, muy empecinado… Cuando me fui de Santiago de Cuba a La Habana, recuerdo que Aida Bahr me dijo: “¿para qué te vas? Acá eres cabeza de león, y allá serás solo cola de ratón” … y recuerdo que, sacando toda la autosuficiencia que entonces me caracterizaba (y que por suerte Dios ha ido arrancando a desgarrones de mí desde que le entregué mi vida a Cristo), le respondí a Aida: “me voy a ir, y te juro que voy a ser el mechón más visible de la melena del león”…

Mirando atrás, creo que logré ser uno de esos mechones visibles, eso que tú acabas de definir como “uno de los más significativos escritores de tu generación, con varios libros publicados y premios importantes…”. Y te confieso que no tardé en descubrir en mi destierro forzado (primero en Madrid y luego en Alemania, donde ya cumplo 20 años de vida) que en Cuba la política cultural obliga a los escritores a transitar los caminos que los políticos establecen y, encima, como si fueran caballos con orejeras, condenados a mirar solo ese camino predeterminado por la política y la ideología “revolucionaria”.

No tardé en descubrir en mi destierro que el verdadero reto de un escritor no es solo conquistar un sitio en la literatura de su país, es conquistar también ese amplísimo escenario que es el territorio de la lengua –la española o castellano en nuestro caso–, y después seguir la conquista hacia ese espacio más abierto y plural que es el de la literatura universal.

Y aunque uno nunca está satisfecho, ver mis libros publicados en las más grandes editoriales en lengua española, haber obtenido premios literarios internacionales de seriedad indiscutible, que mi obra literaria se incluya en los planes de estudio de las más importantes universidades en casi todo el mundo, y que mis libros se traduzcan a numerosos idiomas, me hace sentir que las malsanas intenciones del melenudo comisario cultural no se han cumplido. Y todavía me siento con fuerzas para seguir asumiendo el reto de no dejarme aplastar por las circunstancias casi siempre adversas que impone el destierro.

Dijiste en una entrevista que los cubanos no distinguimos bien entre los conceptos de ­exiliado y desterrado, condición con la que empezamos a vivir sin estar preparados para entenderlo. ¿Cómo se da, desde tu experiencia, la interpretación de esa afirmación?

Que yo insista en que tengamos bien claras la diferencia entre esos dos términos legales nace de mi experiencia con la política exterior europea, donde esa diferencia decide el tratamiento  que  se le ofrece a un emigrante. Por ejemplo, he escuchado a muchos cubanos decir que son desterrados, pero jamás se metieron en política en Cuba, en la Isla se vieron ahogados por la miseria económica y por ello un día huyeron del país por sus propios medios. Otros dicen “soy un desterrado porque me vi obligado a huir de Cuba”. En esos casos usted es un exiliado económico o político, no es un desterrado.

El destierro es otra cosa: un desterrado es alguien a quien un gobierno expulsa del territorio nacional, con sus medios y, además, establece una prohibición legal de regreso a ese territorio. Desterrados en su tiempo fueron Heredia o Martí; desterradas hoy han sido la periodista Karla Pérez o la activista Anamely Ramos, para poner solo algunos ejemplos. En mi caso, viajé a España en 2005 a presentar una de mis novelas, el gobierno había decidido no dejarme regresar al país y ni siquiera pude montarme en el avión hacia la Isla, y después, cuando tras mis gestiones personales exigiendo mi derecho a regresar y tras las peticiones del gobierno alemán de una definición oficial a mi caso, la dictadura dejó ver que no permitiría mi entrada a Cuba bajo ninguna circunstancia y que yo, como me dijo el funcionario alemán que llevaba mi expediente migratorio, había perdido “el derecho a ser considerado ciudadano cubano”… me vi obligado durante años a vivir con un pasaporte alemán acuñado por la Oficina de Refugiados de Naciones Unidas que determinaba mi condición de “apátrida” hasta que recibí la nacionalidad alemana en 2020.

Además de los traumas derivados de vivir separado de mis hijos unos años, hasta que mi esposa y yo logramos sacarlos del país, no pude estar al lado de mi madre en sus últimos años y me vi obligado a hablar por teléfono cada semana con un ser indefenso cuya demencia senil le permitía intuir que su único hijo estaba lejos (“mi único huevo”, me decía ella), sin identificar en mi voz la voz de ese hijo lejano.

Un día hablé con ella sin que me reconociera y, horas después, recibí la llamada de mi padre haciéndome saber que había muerto dormida el mismo día en que cumplía 80 años. La imagen que conservo de mi madre muerta es la foto de una urnita con sus cenizas que me envió mi padre desde La Habana. Aún así, mi destierro ha sido un duro aprendizaje de que nada de lo sucedido, ni de lo que pueda suceder, envenenará mi alma con la ponzoña del odio. Dios me ha dado la sabiduría para no odiar, ni siquiera a quienes tanto daño me han hecho. Mi alma está limpia de rencor, de deseos de venganza, de odios.

El universo de tu escritura es muy polifacético: cuento, novela, ensayo, periodismo. De esos géneros, seguramente es en la novela donde se cumple mejor tu confesión de que escribir “es un divertimento”. ¿Cómo te aíslas del mundo para tanto jugar?

Creo que la clave es que jamás me he aislado del mundo, vivo conectado al mundo.

Me precio de decir que he vivido intensamente cada instante de mi vida. Y, yendo a lo literario, al método de creación, nunca duerme el periodista que soy, siempre estoy mirando el mundo, analizando lo que sucede, leyendo todo lo que cae en mis manos en todos los ámbitos, buscando lo que de humano y divino y diabólico hay en todo ese desastre que vivimos en este mundo que, para colmo, estamos convirtiendo en un verdadero infierno. El diablo no necesita sus huestes demoníacas, nos tiene a nosotros, los seres humanos, para crear ese terrible infierno en la tierra de la que habla el Apocalipsis, en la Biblia. Y en tanto escritor me alimento de esa carroña, como aconsejaba Hemingway, porque un día ese inolvidable hermano que fue el escritor Guillermo Vidal, junto a ese otro hermano entrañable que es el escritor Alberto Garrido, me llevaron a los pies de Dios y allí, mi primer miedo fue: ¿si yo me entregaba a Dios, Dios aprobaría que yo siguiera escribiendo de putas, drogadictos, asesinos, violadores, bestias humanas en toda regla hundidas en ese estercolero sodómico y gomórrico que es el mundo en que habitamos?... Le dije, allí, de rodillas, “si no es eso lo que quieres, arráncame de raíz esta enfermedad de escribir y ciérrales las puertas a todos mis libros”, y sucedió lo contrario.

Desde entonces, dejé de ser solo conocido en mi país y comenzó el reconocimiento internacional del que hoy disfruto. Tiempo después, un respetado profeta norteamericano, de visita en Berlín, y sin conocerme de nada, se paró ante mí en uno de los cultos de mi iglesia y dijo: “Como dice Dios en Jeremías 30:2 Escríbete en un libro todas las palabras que te he hablado”. Supe que Dios respondía y me daba una misión: “seguir escribiendo de esos mundos perdidos, de esos infiernos humanos, para que el hombre se viera cara a cara con todas las miserias que ha generado negar a Dios, darle la espalda a su infinito amor”.

Son muchos tus libros (alrededor de 30), entre ellos varias novelas. Sé que los padres no excluyen hijos, pero, si tuvieras que elegir tres de ellos, ¿qué criterios te llevarían a hacerlo?

Justo el criterio anterior: esa materialización de los pocos talentos que Dios me dio para poner a nuestra especie, supuestamente superior, de cara a sus propios y más íntimos demonios. Mis preferidas en ese sentido, Las palabras y los muertos, Santuario de sombras y Mi nombre es polvo; tres variantes distintas en mi creación novelística: histórica, policiaca y fantástica; tres estilos que se unen en eso que los investigadores de mi obra han definido como “la obsesión de Amir Valle en las distintas esencias de los infiernos humanos”.

En todos los caminos por donde te ha llevado la vida, ¿cómo va Cuba?

Siempre recuerdo que mi editor alemán, Peter Faecke, se conmovía cuando yo repetía unas palabras que pueden leerse en la página inicial de mi sitio web personal, y que aquí parafraseo porque es lo que mejor responde a tu pregunta: Soy un escritor cubano: esa es mi cruz. Cada ser sobre la tierra carga su cruz personal e intransferible, con idéntica cuota de amor y agonía, desde que nos hizo Dios o el gran estallido. No habito Cuba: Cuba me habita. Y amo mi Isla con la misma rabia en que la padezco. Amo su diversidad y padezco sus cegueras. Amo a Benny Moré y a Celia Cruz, a Fernando Ortiz y Moreno Fraginals, a Lezama Lima y Eugenio Florit, a Carpentier y Cabrera Infante, a Enrique Arredondo y Guillermo Álvarez Guedes; a Wifredo Lam y Cundo Bermúdez, y padezco las razones absurdas que intentan negarles lo que son: patrimonio de todos los cubanos, por encima de credos, filiaciones, intolerancias y extremismos.

Desde esa Cuba escribo (y aquí debo indicar que no es la Cuba geográfica sino la espiritual). Buscando librar a mis palabras del encierro que impone esa “maldita circunstancia del agua por todas partes”, de la que habló Virgilio Piñera. Porque soy dueño de un país íntimo, intransferible, que ninguna coyuntura de poder puede arrebatarme: una Cuba que viaja conmigo a todas partes, libre, seductora, altiva y rebelde. Mis personajes gravitan sobre esa Cuba como fantasmas. Como Cuba, ellos también me habitan, seducen, esclavizan; dictan las historias que otros locos disfrutan o padecen en mis libros. En un mundo sin diálogo como el que nos toca vivir, creer en la libertad de la palabra es de locos. Me confieso empecinadamente loco.

Muchas gracias.

 

 

 










viernes, 13 de junio de 2025

Entrevista al pintor cubano René Francisco Rodríguez

   René Francisco es uno de los más importantes artistas cubanos contemporáneos.  Su nombre sobresale no solo por su propia obra pictórica, sino también por el ejercicio docente y la influencia que ha tenido sobre otros artistas de su tiempo. Asistió al Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, entre 1977-1982. Un lustro después se inició como profesor, aplicando métodos de enseñanza experimentales que impulsaron a una nueva generación de artistas del entre los que sobresalen Alexandre Arrechea, Wilfredo Prieto y Duvier del Dago Fernández.

Su  trabajo en el arte conceptual, abierto al desarrollo de la comunidad, contiene una implicación hacia la pedagogía, el arte y la vida, lo que alcanzó un momento cumbre en el proyecto Desde Una Pragmática Pedagógica (DUPP), una iniciativa educativa a la que dio cabida el Instituto Superior de Arte. Como fundador y director de la galería reconocida con esa sigla, ganó el Premio de las Artes de la UNESCO en la 7.ª Bienal de La Habana, en el 2000.

En 2001, René Francisco recibió un doctorado honorario en bellas artes de San Francisco Art Institute en San Francisco, California. Asimismo, ha sido artista residente en Barcelona,  Nueva York,  Alemania, Israel y  Suiza. Ha participado en numerosas exposiciones personales y colectivas en Estados Unidos, América Central y del Sur, China y Europa. Actualmente vive en Madrid y recientemente nos visitó en Tampa, participando en una exposición de pintura cubana en el Museo de Arte de la ciudad.

En esa ocasión le solicitamos la entrevista que ahora damos a conocer en La Gaceta.


En La Gaceta, durante una reciente visita de René  Francisco a Tampa.

Tu nombre y tu profesión como artista y pedagogo están vinculados a una experiencia creativa que se denomina Desde Una Pragmática Pedagógica (DUPP), una práctica surgida desde el Instituto Superior de Arte de Cuba. ¿Qué significó en tu vida profesional?


Significó intentar romper con organicidad el viejo esquema del sistema educativo, basado en presentar un programa, muy orientado desde arriba, en parámetros directrices muy verticales y proponer un proyecto donde los estudiantes de alguna manera, y como amos del deseo, pudieran interpelarme y prefigurar la dirección hacia donde querían ir. Me convertí en un detector de temas que les motivaban. Mas que establecer esa ruta programática, ideamos juntos, en equipo, un proyecto que fuera, por decirlo de alguna manera, un viaje sin lineamientos tradicionales, basado en la discusión, en la búsqueda de un camino común, marcado por  intereses y deseos palpitantes.

Significó cambiar las posiciones convencionales y establecer algunas nuevas, al menos intuitivas, en muchos casos empíricos: anulación del profesor, quien se convierte en un modelador audaz, trasmisión de conocimientos y debates horizontales, horarios más allá de lo establecido, convivencia, trabajo en equipo para resaltar las cualidades individuales, creando una comunidad de acciones fuera del aula tradicional y fuera de la universidad, a la intemperie, buscando satisfacer el deseo y recogiendo nuevos contenidos, en un plano vivencial, directo con la comunidad y barrios necesitados donde podríamos acopiar acervo cultural in situ, costumbres y necesidades populares de diversos niveles.

Eran oficios que la universidad o el sistema de enseñanza habían relegado a un intrascendente destino, y con los cuales, de regreso a la escuela, podrían verse como una caja de herramientas, un pañol de gran ganancia factual, material y una experiencia de trabajo enteramente robusta.

Teniendo en cuenta la estatización del arte en Cuba durante los años en que está activa la Galería DUPP, ¿prevalece en ella una orientación estética o ideológica?

La arrancada, desde luego, fue difícil, la rigidez ideológica y el control intentaron cuestionar este cambio, generando disgusto institucional y también familiar. Pero en el desarrollo el curso fue dando resultados tan sólidos, que fue ganando la aprobación del profesorado más avanzado, fue ganando prestigio, haciendo observar la ganancia, la riqueza, la calidad, demostrando que era una práctica que ponía a andar en la calle y convertirse en vitales muchas de las teorías que se impartían en ese alto registro y llevando al estudio a un nivel de exigencia orgánico. Ocurrieron momentos de gran carencia, pero se gestó una ampliación del campo especulativo del arte, de sus prácticas fuera del marco teórico y se encarnaron expresiones como el concepto ampliado de arte de Joseph Beuys, su escultura social, los ejercicios novedosos de otros profesores, y la teoría cerrada fue sustituida por una búsqueda de nuevos derroteros, ampliando no solo el campo semántico, sino las circunstancias, saltando por encima de la censura, creando nuevas metáforas y sorteando el devenir.

Portada de ‘La Experiencia DUPP. Desde una Pragmática 
Pedagógica’ (Arte Cubano Ediciones, 2019)

Desde la Galería DUPP, ganaste en 2000 el Premio de las Artes de la UNESCO en la 7.ª Bienal de La Habana. ¿Qué visibilidad internacional habías tenido hasta ese momento y cómo repercutió la premiación en expandirla?

Cuando ocurre este premio habían pasado 10 años de esa primera experiencia a la cual habíamos llamado Desde una Pragmática Pedagógica con aquel primer grupo de estudiantes del curso 1989-1990, donde se habían formado los integrantes del equipo “Los Carpinteros”. Y el premio fue otorgado a este grupo y a los  que en ese momento cursaban el año conmigo, dos grupos de mi misma clase en el Instituto. Los nuevos habían tomado las siglas de ese largo nombre para definir más una estética y para amplificar durante esos años esta práctica: con un sonido onomatopéyico: Galería DUPP. Fue un premio muy sólido, no solo por el jurado donde estaban, por ejemplo, Pierre Restany o Harold Seeman, sino porque se premiaba a dos generaciones de este proyecto. Mi trabajo como profesor y como artista ya era internacionalmente conocido, y “Los Carpinteros” eran un equipo de una notoriedad abrumadora, por lo que eso legitimó mucho todo este recorrido. Además, yo había impartido clases fuera de Cuba, y desde ese año 2000, se abrió un reconocimiento más notable con viajes y residencias, estancias fuera de Cuba, desarrollando talleres con ese mismo criterio docente. También, los integrantes de DUPP comenzaron a ser reconocidos y sus obras empezaron a ser parte de importantes colecciones internacionales. Comenzaron a salir muy tempranamente a la escena internacional. Este reconocimiento ha crecido aún más con el tiempo. Es un reconocimiento colectivo cada vez más amplificado por la celebridad y circulación de varios de esos estudiantes, que fueron sólidos en su desarrollo como artistas.

Cuando te das a conocer en el mundo de las artes plásticas, todavía vivían (en Cuba y fuera de ella) algunos de sus grandes exponentes formados antes de 1959. Es el caso de Wifredo Lam, Mariano Rodríguez, René Portocarrero. ¿Qué impacto tuvieron en tu generación?

Cuando yo era un estudiante aún vivían, y personalmente, conocí a Mariano Rodríguez, formando parte de un grupo de artistas y estudiantes que viajamos a un evento en Santiago de Cuba. Portocarrero nos visitó en la escuela alguna que otra vez, y a Lam lo vi un par de veces en alguna ceremonia cultural durante los últimos años de su vida, mientras estuvo viviendo en La Habana y permitió que le visitaran. Tanto la Escuela Nacional de Arte (ENA) como el Instituto Superior de Arte (ISA), fueron un hogar de recibimiento para estos maestros y nuestra curiosidad nos arrastraba a conocerlos y estrecharles la mano, mostrarles nuestras incipientes creaciones. Causaron el impacto del aura modernista, el imán creativo, el impacto de ver a alguien que había dedicado cada día de su existencia a crear y crear obras, a dejar una huella potente de invención y desenfado, al impacto de la transgresión y, al mismo tiempo, en el impacto a los seres humanos, llenos de mitos, pero también de realidades muy telúricas, muy concretas, de camaradería y participación.

  ¿Cómo recuerdas al artista holguinero Cosme Proenza, uno de los grandes pintores de tu ciudad natal?

Mi madre descubrió mi vocación y la cuidó. Me propiciaba el tiempo de pintar y concursar, dejándome en las manos virtuosas de Carlos del Pino, quien me mostró los primeros pasos del dibujo académico, y en las del acuarelista Orlando Carralero. En ese constante empuje de mi madre, empecé pintando en  revistas como Sputnik –no recuerdo cual otras–, las que tenía a mano, y donde se reproducían las pinturas impresionistas que fueron lo primero que yo atisbo de n mi adolescencia, un poquito de Picasso y de Da Vinci que también salían en las revistas, pero sobre todo Manet, Monet y Van Gogh. Todavía conservo algunas pinturas de cuando yo tenía 14, 15 años. Eso me valió para ser seleccionado en las pruebas de la Escuela Provincial de Arte de Holguín. Las copias y estudios que había hecho los llevaba con frecuencia a Cosme Proenza, quien tenía un taller nocturno en la Escuela de Arte de nivel elemental, un taller extra para aficionados. Entonces,  yo tenía un amigo, Daniel Santos, que también pintaba a diario y solíamos competir.

Cosme había regresado de sus estudios en la Academia de Bellas Artes de Kiev y había hecho una exposición en la galería de Holguín, que recuerdo se llamaba “Didáctica”, donde presentaba copias de obras de los siglos XVI y XVII, obras que me parecieron asombrosas. Había copias de obras de Franz Hals, de Holbein, Durero, Leonardo. Cosme pintaba como Dios, y para mí era un paradigma a alcanzar.

Nos asomábamos frecuentemente a ver las clases. Una noche, ya curioso él por nuestros asomos, nos interpeló, y luego de tratarnos con esa finura que le caracterizaba, le llevamos nuestras carpetas de copias, acuarelas y trabajos variopintos. Tanto Daniel como yo teníamos más trabajos realizados que los alumnos de este gran maestro, que habían cursado los tres años de nivel elemental, y eso se debía, en buena medida, a que nosotros nos encerrábamos a ver quién de los dos pintaba más, quién dominaba más la técnica, quién creaba más. Las escuelas de arte de provincia siempre viajaban a Cubanacán para hacer los “pases de nivel” y ese año no sé qué pasó en La Habana que los alumnos de provincia no podían ir, y se decidió que los profesores de Cubanacán fueran a las provincias.

Cosme consiguió oficialmente introducirnos en la prueba de “pase de nivel” a Daniel y a mí, y cuando dieron los resultados los dos obtuvimos la máxima calificación, y con otro compañero que conocimos, Aurelio Cobiellas, ingresamos a esta escuela mítica de Cubanacán, como le decían entonces. Por lo que le debo a la intrepidez y al buen ojo de Cosme, comenzando a mis 16 años, una carrera que me ha tenido en vilo hasta el día de hoy.

René Francisco en el Museo de Arte de Tampa

Aunque en las artes plásticas y en la docencia has tenido una reconocida realización, ¿cómo te explicas, un profesor que pinta o un pintor que enseña?

A estas alturas de mi carrera no veo ya el horizonte donde una empieza y la otra termina. Tenía yo 29 años cuando entendí que esto podría ser una sola cosa.

En Estados Unidos has tenido una destacada actividad como artista, como el Doctorado Honorario en Bellas Artes del San Francisco Art Institute, California, en 2021. ¿Qué representó para ti?

El año anterior ellos habían entregado a Bruce Nauman este reconocimiento; también habría de conocer a una rareza de artista de la escuela de California, a Tony Labat, un profesor fuera de lo común. Yo recibí ese honorario tras haber recibido el Premio Unesco, después de haber estado invitado por la American Society en New York de la mano de Malin Barth, había viajado por vez primera a una extraordinaria exposición de arte cubano de los noventa en el Phoneix Museum de Arizona, también con varios de mis exestudiantes, valió mucho el contacto de mis estudiantes Dupp con estudiantes de Tony, con estudiantes de otras universidades, y en Boston con Magdalena Campos, y en Chicago, Michigan con estudiantes y profesores que viajaban a La Habana a participar de todo ese intercambio. Fue un momento muy especial recibir este honorario con Alana Heis del PS1 de NY y con Michael Craig Martin de Golsmith School, conocer una escuela muy particular, de una tradición iconoclasta y conceptual prominente, y haber realizado obras a dúo con Felipe Dulzaides, un viejo compañero del instituto en La Habana, que en este momento se graduaba de este importante instituto, como parte de esa celebración.

A pesar de la enorme emigración de artistas plásticos de Cuba desde la década de 1980, tú te mantuviste en la Isla a pesar de los diversos viajes realizados al extranjero. ¿Cuándo, y por qué,  decides establecerte en España?

Yo viví en España entre octubre de 1990 hasta mayo de 1991. Esperaba no regresar a Cuba y unirme a mis hermanas y a mi padre en Estados Unidos, pero las circunstancias me hicieron regresar al lado de mi madre, quien decidió permanecer en la Isla a pesar de que nunca estuvo integrada a nada que no fuera la casa. Cuando volví, conservaban mi plaza de trabajo en el ISA, y no me lo pensé dos veces para volver a enseñar y a reunirme con mis primeros alumnos de la Pragmática, después de organizar nuevos grupos de estudiantes y una segunda edición de este consolidado proyecto, en un momento lleno de carencias y precariedad. Viajo a México y me reúno, junto a Eduardo Ponjuan, con el núcleo de colegas congeneracionales que vivían en su mayoría en una calle del centro del D.F. llamada República de Cuba. Y por primera vez comencé a trabajar con la galería Nina Menocal, quien nos representaba a casi todos. Luego volví a La Habana, siempre al lado de mi madre y de mis estudiantes.

Creo que ese regreso fue el que me hizo decidir definitivamente que quería vivir al lado de ella y seguir produciendo proyectos de inserción social, y entrenando jóvenes estudiantes, abriendo la escena a nuevos horizontes. Ya en el año 94, empecé a circular regularmente, y no de manera oficial, alrededor de Europa principalmente. Y desde entonces son muy remarcables mis trayectorias en el contexto alemán. Desde 1994 hasta el 2013 entraba y salía, con temporadas largas y residencias artísticas, hasta llegar a la puerta de ser profesor en la Escuela de Arte y Diseño de Halle. Puedo considerarme un nómada, pues, aunque volví a La Habana simplemente a fundar grupos DUPP, alternaba con otras largas temporadas entre París, Israel, y, sobre todo, una consistente estancia en São Paulo.

Las circunstancias de permanecer en España, primero accidentales, se consolidaron al obtener una ciudadanía y acompañar el crecimiento de mi hijo Matías, quien ahora cumple 6 preciosos años.

¿Cómo miras la realidad cubana actual, más allá del mundo del arte y la pedagogía en que te realizas?

De un nivel de orfandad alarmante, muy desamparada. En mi viaje reciente la ciudad se me apareció como un desierto ruinoso, lleno de elementales deseos y aguda esperanza, de rotos recuerdos, de olvidos y despedidas. Quiero pensar en el regreso porque tendremos que volver a sembrar semillas de tierra joven, montes de espumas, puños de flores, tendremos que volver a alimentar esa tierra que uno lleva en la sangre con agua de coral, versos de carmín encendido, ordenar el verde claro, con un aire nuevo para hacer crecer los montes de plumas. Porque, aunque andamos como pétalos vivos volando en otros soles, “el árbol que da mejor fruto es el que tiene debajo un muerto”.

René Francisco. La renuncia, 2004.

¿Hasta dónde en la plástica cubana ha cambiado el canon, el modelo, desde un paradigma histórico, épico, hacia una mirada más atenta a lo micro, hacia el interior?

La escuela cubana se ha multiplicado por el mundo, es cada vez más universal, no solo en sus tópicos y maneras sino en su fusión y en la apertura hacia todo tipo de sonidos y formas de expresión. Ya esa escuela cubana estaba abierta dentro de Cuba; desde los noventa las nuevas generaciones dejaron atrás algunas “mochilas pesadas” que ralentizaban la conversación en otros contextos. Y estas nuevas generaciones han dejado detrás el “souvenir de la patria” para incorporarse a otros lenguajes, creando propiedades lingüísticas, modos de hacer y actitudes a cambio en cualquier latitud del globo terráqueo. Porque los cubanos somos una raza desperdigada en todas partes y hacia todas partes.

Toda la cultura atraviesa estas direcciones en un zigzag de utopías y distopías que no dejan de crecer como un género único lleno de matices, de sonidos y timbres diversos.

 ¿Podría hablarse del arte cubano de la isla y del arte cubano de la diáspora, o del arte cubano en general?

Se habla más de arte en sí mismo que de arte cubano. Cuando a Borges le preguntaban cuánto tenía su literatura de Argentina, decía tácitamente que había nacido en Argentina. Creo que llevamos un poten robusto donde quiera que vamos, y no hay que decir más que somos artistas cubanos o hacemos un arte cubano, sino que hacemos arte, un territorio libre de ataduras ideológicas, de rocas pesadas y de banderas.

¿Cómo ves, desde Madrid, el arte cubano que se expone en Europa?

Siento y experimento un pedazo de La Habana en Madrid, una vibra, y eso lo hace más cotidiano, ameno, y es una forma de no sentirte solo.

Tampa es más que Martí, pero es el primer referente para todos los cubanos que pasan por este lugar. ¿Cómo te has sentido en nuestra ciudad?

De asombros y asombros, de culto y veneración, de cofradías y masones detenidos en el tiempo, y creencias progresando en las nuevas generaciones. Había perdido de vista a Martí, ver una excelente colección de arte cubano, constatar la pasión por la historia, el respeto por quienes tuvieron la dicha de cuidar y escuchar a este Dios cubano, el hombrecito gigante, que allí no es de yeso y cal. Esta visita a Tampa me ha hecho regresar a Martí, a un Martí que había perdido de vista, a sus versos que abundan en las fachadas y en las vidrieras.

Vuelvo a la experiencia DUPP, porque ahora es un libro. Háblame de esa obra de la que también eres conductor.

DUPP es un libro abierto, yo solo soy un amanuense, y como dijera Lezama Lima, un estudiante por delante.