El pasado sábado fue presentada en Ybor City la novela El secreto de la andaluza, en la sala de la Unión Martí-Maceo. Como autor de esa obra, agradezco profundamente la presencia de alrededor de sesenta personas, muchas de las cuales expresaron su motivación a través de comentarios, preguntas y adquisición del libro. Asimismo, a Alberto Sicilia, presidente de Tampa Lector y editor, por la organización del evento y las cálidas palabras en su apertura.
La primera sorpresa
consistió en escuchar desde una pantalla el extenso dicurso-video que el
escritor Amir Valle hizo llegar desde Berlín, con una opinión positiva acerca
de la obra presentada. Su intervención, al enviar también su escrito, la
publicaremos en La Gaceta. Esta vez, damos a conocer algunos fragmentos
del análisis realizado por el Dr. James López, profesor de literatura en la
Universidad de Tampa.
Quienes han tenido
el privilegio de leer El secreto de la andaluza sabrán que su punto de
partida es tan intrigante como revelador: las páginas perdidas del Diario
de campaña de José Martí, aquellas páginas arrancadas por razones
misteriosas, aunque no del todo incomprensibles, y que algunos atribuyen al
general Máximo Gómez. Esta novela ofrece una versión alternativa de los hechos
y de las razones que llevaron a esa notoria omisión, que tanta repercusión ha
tenido en la historia cubana. A partir de ese vacío, Gabriel construye una
historia alternativa –una contra-historia– que le permite explorar el origen
mismo de la República cubana, y su posible evolución (accidentada, por cierto)
hacia una democracia moderna, representativa, y fiel al espíritu martiano,
antes de ser interrumpida por la Revolución del 59.
Esta estrategia literaria se inscribe en una larga tradición
de novelas históricas –pensemos en El general en su laberinto de García
Márquez, por ejemplo– en donde la literatura despliega su prodigiosa capacidad
especulativa para enriquecer y profundizar nuestro sentido histórico, liberando
a los grandes personajes históricos del mármol que los ha inmovilizado, y
devolviéndoles su humanidad, es decir, su fragilidad, su cotidianidad, sus
dolores y sus dudas. En el caso de El secreto de la andaluza, este
proceso ocurre casi al revés, y mediante una protagonista inesperada: una mujer
andaluza, sencilla en apariencia y ambición, y que, sin embargo, parece
encarnar toda la sabiduría popular cubana, articulando en su lenguaje directo y
sencillo una visión limpia de ideologías y ambiciones. Esa “linda andaluza” que
Martí eterniza en la breve descripción que de ella incluye en las páginas de su
Diario, adquiere en la novela de Gabriel dimensiones casi míticas, y a
través de su narración nos devuelve el espíritu de Martí, como hombre, como
amante, como pensador, y como cubano, como si su voz reemplazara, con ternura y
lucidez, las páginas desaparecidas del Maestro.
Si bien la novela se titula El secreto de la andaluza,
lo cierto es que esa andaluza no guarda un secreto, sino muchos secretos.
Secretos que le permiten ver lo que Unamuno llamó la infrahistoria, esa
historia que no se encuentra en los libros escolares, sino en las experiencias
de vida de quienes desde el anonimato sostienen una nación: los que luchan,
aman, sufren y mueren entre los vaivenes de la política doméstica e
internacional. Y así es que la andaluza de la novela se convierte en el
vehículo para que el autor efectúe una reevaluación de los logros y fracasos de
la nación cubana, ofreciéndonos una radiografía lúcida de la República y de
muchas de sus figuras conocidas, y muchas otras olvidadas, borradas por la
amnesia impuesta tras la Revolución.
Porque esta andaluza –que tanto ve, tanto sufre y tanto
goza– descubre en la naturaleza, en la forma de hablar de la gente
independiente de su procedencia social, en la cotidianeidad familiar, en el
contacto humano y lo erótico, la verdadera clave de la felicidad, y la medida
de lo esencial. Más que en el discurso político, lo que le da su profunda
sabiduría es su capacidad de observación y su sensibilidad.
Y es aquí donde quisiera destacar el talento de Gabriel como
escritor, porque si bien el contenido de la novela es importante y valioso, es,
después de todo, una novela, una obra de arte, y hay que reconocer su gran
valor literario.
Gabriel es un gran pintor; pinta con la palabra. Sus
descripciones de la naturaleza cubana, su reproducción del habla popular,
comparables a las del propio Diario de Martí, poseen una belleza serena
e inigualable. Recuerdo aquí a uno de mis maestros, Ivan Schulman, cuyo primer
libro se tituló Símbolo y color en la obra de José Martí. Ese libro me
enseñó que para Martí lo poético era inseparable de lo político y de lo ético,
y que en la contemplación de la naturaleza y su representación artística se
descubre el fundamento de su moral en cuanto modelo de la mesura, la belleza, y
lo ideal. Basta con leer los Versos sencillos o el ensayo dedicado a
Ralph Waldo Emerson para darse cuenta de ello. Gabriel, por ser un escritor de
exquisito gusto y un martiano hasta la médula, ha sabido interiorizar esa
sensibilidad poética y esa capacidad para reconocer y reproducir en una prosa
clara y deslumbrante el mundo natural de manera que no es solo fotografía
verbal sino guía espiritual.
Así pues, aunque El secreto de la andaluza es una
novela imprescindible para una consideración renovada de la historia de Cuba,
para recorrer algunos de los debates fundacionales de la nación, para reevaluar
algunas de sus figuras históricas más estudiadas y recordar otras olvidadas,
para entender mejor el largo conflicto entre el civilismo y el personalismo en
la Isla, un conflicto que sin duda fue el blanco de esas páginas perdidas del
Maestro, y también para contemplar la figura de Martí desde una perspectiva
novedosa mediante una fecunda especulación sobre sus últimos días… no he
querido dejar de lado este otro aspecto que, para mí, puesto que soy profesor
de literatura, es esencial.
Hay una imagen que reaparece una y otra vez en la novela, y
es aquella que Martí capta en su poema “Dos patrias”, que no se publicó hasta
mucho después de su muerte en Dos Ríos: “Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.
/ ¿O son una las dos?”. Esta imagen se repite a lo largo de la novela,
convirtiéndose en una profunda meditación sobre el abismo infranqueable que
existe entre lo real y lo ideal, entre lo posible y lo deseado. Ahí se halla el
nudo del secreto que guardará la andaluza durante su larga vida. Esa “linda
andaluza, subida a un poyo, pilando café” que Martí describe en su Diario
poco antes de morir se convierte no solo en la guardiana del último gran
secreto del Maestro, sino también en su intérprete. Porque ese secreto no es un
documento, ni una teoría, ni un programa político, sino, al fin y al cabo, es
un sueño, una visión, un anhelo, es tal vez esa segunda patria a la que alude
Martí en su poema. Así lo expresa él mismo cuando visita a la protagonista en
un sueño y le dice: “La perfección mata los sueños, porque los sueños son la
búsqueda eterna de la perfección”.
Muchas gracias.