viernes, 18 de julio de 2025

El Dr. James López en la presentación de El secreto de la andaluza

 El pasado sábado fue presentada en Ybor City la novela El secreto de la andaluza, en la sala de la Unión Martí-Maceo. Como autor de esa obra, agradezco profundamente la presencia de alrededor de sesenta personas, muchas de las cuales expresaron su motivación a través de comentarios, preguntas y adquisición del libro. Asimismo, a Alberto Sicilia, presidente de Tampa Lector y editor, por la organización del evento y las cálidas palabras en su apertura.

La primera sorpresa consistió en escuchar desde una pantalla el extenso dicurso-video que el escritor Amir Valle hizo llegar desde Berlín, con una opinión positiva acerca de la obra presentada. Su intervención, al enviar también su escrito, la publicaremos en La Gaceta. Esta vez, damos a conocer algunos fragmentos del análisis realizado por el Dr. James López, profesor de literatura en la Universidad de Tampa.


Fragmentos del discurso del Dr. James López

Quienes han tenido el privilegio de leer El secreto de la andaluza sabrán que su punto de partida es tan intrigante como revelador: las páginas perdidas del Diario de campaña de José Martí, aquellas páginas arrancadas por razones misteriosas, aunque no del todo incomprensibles, y que algunos atribuyen al general Máximo Gómez. Esta novela ofrece una versión alternativa de los hechos y de las razones que llevaron a esa notoria omisión, que tanta repercusión ha tenido en la historia cubana. A partir de ese vacío, Gabriel construye una historia alternativa –una contra-historia– que le permite explorar el origen mismo de la República cubana, y su posible evolución (accidentada, por cierto) hacia una democracia moderna, representativa, y fiel al espíritu martiano, antes de ser interrumpida por la Revolución del 59.

Esta estrategia literaria se inscribe en una larga tradición de novelas históricas ­–pensemos en El general en su laberinto de García Márquez, por ejemplo– en donde la literatura despliega su prodigiosa capacidad especulativa para enriquecer y profundizar nuestro sentido histórico, liberando a los grandes personajes históricos del mármol que los ha inmovilizado, y devolviéndoles su humanidad, es decir, su fragilidad, su cotidianidad, sus dolores y sus dudas. En el caso de El secreto de la andaluza, este proceso ocurre casi al revés, y mediante una protagonista inesperada: una mujer andaluza, sencilla en apariencia y ambición, y que, sin embargo, parece encarnar toda la sabiduría popular cubana, articulando en su lenguaje directo y sencillo una visión limpia de ideologías y ambiciones. Esa “linda andaluza” que Martí eterniza en la breve descripción que de ella incluye en las páginas de su Diario, adquiere en la novela de Gabriel dimensiones casi míticas, y a través de su narración nos devuelve el espíritu de Martí, como hombre, como amante, como pensador, y como cubano, como si su voz reemplazara, con ternura y lucidez, las páginas desaparecidas del Maestro.

Si bien la novela se titula El secreto de la andaluza, lo cierto es que esa andaluza no guarda un secreto, sino muchos secretos. Secretos que le permiten ver lo que Unamuno llamó la infrahistoria, esa historia que no se encuentra en los libros escolares, sino en las experiencias de vida de quienes desde el anonimato sostienen una nación: los que luchan, aman, sufren y mueren entre los vaivenes de la política doméstica e internacional. Y así es que la andaluza de la novela se convierte en el vehículo para que el autor efectúe una reevaluación de los logros y fracasos de la nación cubana, ofreciéndonos una radiografía lúcida de la República y de muchas de sus figuras conocidas, y muchas otras olvidadas, borradas por la amnesia impuesta tras la Revolución.

Ahora bien, es importante decir que no se trata de una novela solo para iniciados en la historiografía cubana. Es cierto que El secreto de la andaluza es una novela profundamente cubana –conociendo a su autor no pudiera ser de otra manera– y también es verdad que requiere de cierto conocimiento histórico para aprovechar toda su riqueza referencial. Pero también es –como soñaba Martí– una obra “con todos y para el bien de todos”. Por eso no quisiera dejarles con la impresión de que se trata solo de una novela de tesis, o una novela de ideas. Lo es, sin duda, pero también es mucho más que eso.

Porque esta andaluza –que tanto ve, tanto sufre y tanto goza– descubre en la naturaleza, en la forma de hablar de la gente independiente de su procedencia social, en la cotidianeidad familiar, en el contacto humano y lo erótico, la verdadera clave de la felicidad, y la medida de lo esencial. Más que en el discurso político, lo que le da su profunda sabiduría es su capacidad de observación y su sensibilidad.

Y es aquí donde quisiera destacar el talento de Gabriel como escritor, porque si bien el contenido de la novela es importante y valioso, es, después de todo, una novela, una obra de arte, y hay que reconocer su gran valor literario.

Gabriel es un gran pintor; pinta con la palabra. Sus descripciones de la naturaleza cubana, su reproducción del habla popular, comparables a las del propio Diario de Martí, poseen una belleza serena e inigualable. Recuerdo aquí a uno de mis maestros, Ivan Schulman, cuyo primer libro se tituló Símbolo y color en la obra de José Martí. Ese libro me enseñó que para Martí lo poético era inseparable de lo político y de lo ético, y que en la contemplación de la naturaleza y su representación artística se descubre el fundamento de su moral en cuanto modelo de la mesura, la belleza, y lo ideal. Basta con leer los Versos sencillos o el ensayo dedicado a Ralph Waldo Emerson para darse cuenta de ello. Gabriel, por ser un escritor de exquisito gusto y un martiano hasta la médula, ha sabido interiorizar esa sensibilidad poética y esa capacidad para reconocer y reproducir en una prosa clara y deslumbrante el mundo natural de manera que no es solo fotografía verbal sino guía espiritual.

Así pues, aunque El secreto de la andaluza es una novela imprescindible para una consideración renovada de la historia de Cuba, para recorrer algunos de los debates fundacionales de la nación, para reevaluar algunas de sus figuras históricas más estudiadas y recordar otras olvidadas, para entender mejor el largo conflicto entre el civilismo y el personalismo en la Isla, un conflicto que sin duda fue el blanco de esas páginas perdidas del Maestro, y también para contemplar la figura de Martí desde una perspectiva novedosa mediante una fecunda especulación sobre sus últimos días… no he querido dejar de lado este otro aspecto que, para mí, puesto que soy profesor de literatura, es esencial.

Hay una imagen que reaparece una y otra vez en la novela, y es aquella que Martí capta en su poema “Dos patrias”, que no se publicó hasta mucho después de su muerte en Dos Ríos: “Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche. / ¿O son una las dos?”. Esta imagen se repite a lo largo de la novela, convirtiéndose en una profunda meditación sobre el abismo infranqueable que existe entre lo real y lo ideal, entre lo posible y lo deseado. Ahí se halla el nudo del secreto que guardará la andaluza durante su larga vida. Esa “linda andaluza, subida a un poyo, pilando café” que Martí describe en su Diario poco antes de morir se convierte no solo en la guardiana del último gran secreto del Maestro, sino también en su intérprete. Porque ese secreto no es un documento, ni una teoría, ni un programa político, sino, al fin y al cabo, es un sueño, una visión, un anhelo, es tal vez esa segunda patria a la que alude Martí en su poema. Así lo expresa él mismo cuando visita a la protagonista en un sueño y le dice: “La perfección mata los sueños, porque los sueños son la búsqueda eterna de la perfección”.

Muchas gracias.

 

 

domingo, 13 de julio de 2025

Historia y ficción en El secreto de la andaluza

 El secreto de la andaluza, de mi autoría,  es una recién nacida novela histórica –o una historia novelada, no lo sé bien– cuya primera presentación se hará en Ybor City este 12 de julio, a las 11 a. m., en la sala de Unión Martí-Maceo,  ubicada en la 7.ª avenida y calle 13. A ella invitamos a todos los lectores de esta columna. Sea el azar concurrente lezamiano o un reflejo metafísico del subconsciente, el nombre de este lugar vino a coincidir  con las dos figuras de mayor peso histórico en el desarrollo de una obra que, desde la ficción, intenta desbrozar el misterio más impenetrable que yace en el imaginario de la nación cubana.

La andaluza de Dos Ríos, obra de Alexis Pantoja

El enigma responde a una interrogante objetiva que la historiografía no ha logrado resolver –ni podrá hacerlo, seguramente–. ¿Qué ocurrió con las cuatro páginas que faltan al Diario de campaña de José Martí? La incertidumbre tiene ya 84 años de existencia. Cuando, en 1941, ese hermoso cuaderno que  contiene sus apuntes entre el 11 de abril y el 17 de mayo de 1895 sale a la vista pública, los lectores tuvieron que saltar del 5 al 7 de mayo, pues, para sorpresa de todos,  las dos hojas correspondientes al 6 habían sido arrancadas.

¿Por qué tardó tanto en aparecer el Diario? Entre 1895 y 1941 nadie, que sepamos, lo pudo ver, cuando desde la primera década del siglo XX Gonzalo de Quesada venía publicando las letras del Apóstol que lograba reunir. Al ser mostrado por primera vez, ya apenas quedaban testigos de la época en que brotó esa escritura que tanto impresionó a Lezama Lima y a María Zambrano, como nos dice la doctora Madeline Cámara en su precioso escrito “Glosas al Diario de campaña de José Martí sugeridas por María Zambrano y José Lezama Lima”.  Con todo, su aparición fue disimulada en el interior del Diario de Campaña de Máximo Gómez, como un apéndice de este. Dos años después, en 1943, Gerardo Castellanos lo publicó de forma independiente. ¿Qué ocurrió con las páginas del 6 de mayo? Ese día, en la soledad de la alta noche, debió apuntar una honda reflexión sobre la difícil entrevista ocurrida el día anterior en La Mejorana.  

Desde conocerse el Diario, se ha atribuido a Gómez la inexplicable mutilación, tal vez aquejado por juicios sobre el despotismo militarista que debieron coincidir con aquella carta de 1884 donde se le advertía que un pueblo no se manda como se manda un campamento, conducta que afloró en Maceo cuando los tres se reunieron por única vez  en el campo cubano. Si en la página del 5 de mayo Martí escribe que Maceo le hiere y le repugna con una inesperada actitud, ¿que habrá escrito el 6, cuando tuvo mayor serenidad para evaluar el peligro a su proyecto de gobierno para la etapa bélica de la revolución? Hay que recordar que cuando en 1884 se enfrentó a los dos mismos caudillos en Nueva York, esperó dos días para escribir a Gómez, para que su respuesta “no fuera resultado de una ofuscación pasajera”.

Se sabe que a la hora del combate de Dos Ríos el Diario de Campaña de Martí estaba en las alforjas de la montura de Ramón Garriga, entonces su ayudante. De esa suerte no fua a parar a manos del coronel José Ximénez de Sandoval, jefe de la tropa española que dio muerte al líder político aquel 19 de mayo. Desde ese día, Gómez se apropió del cuaderno. No hay testimonios de que el Generalísimo lo mostrara a alguien. Cuando murió, en 1905, quedó en el fondo intocable de sus documentos. Vino a ser 36 años más tarde que sus descendientes lo entregaron a la nación.

Con esa historia de fondo,  El secreto de la andaluza se construye desde la ficción, aunque esta siempre se entrecruza con la realidad. La narración se sostiene en ese soplo invisible, pero creíble, donde un pudo ser se hace tangible y  mejora, orienta o restituye el servicio inconcluso de una aspiración. En esta otra dimensión –que es la novela–, las páginas que faltan al Diario fueron arrancadas por el propio Martí.  Frente a la creciente del río, turbio como La Mejorana, solo podría confiar en una mujer apartada de las pasiones de la tropa. A ella entrega las páginas en un tiempo y espacio alucinantes y le pide ocultarlas hasta el día en que  Cuba tenga una república verdaderamente democrática. ¿Es por ello que aún están perdidas? A ello responderá la lucidez del lector, acompañado de la luz martiana en la búsqueda del imaginario de patria que él puso en la mente de sus compatriotas y desde ellos –todos los cubanos– hacia la humanidad.

De El secreto de la andaluza emerge la pregunta profunda: ¿Democracia o dictadura? Con esa interrogante en la sangre venimos desde el arranque de la propuesta independentista, cuando en Guáimaro, aquel abril glorioso de 1869, se enfrentaron los camagüeyanos a los orientales. En el hueco de esa rivalidad perdimos a Céspedes, el iniciador. Perdimos la guerra de diez años. Se metió el caudillismo en el 95 y desembocó en la república. En la novela, una mujer –la andaluza de Dos Ríos que guarda la propuesta martiana– espera una y otra vez, de gobierno en gobierno, de liderazgo en liderazgo. Con todo, la república avanza y está al develarse el secreto con la Constitución de 1940. Se rompe otra vez, en un golpe de estado. ¿Qué pasará? Al final, ya en la década de 1950 –centenario martiano– ni los sueños premonitorios ni los espíritus vaticinan la democracia verdadera. Es una chispa que espera.

Entre realidad y ficción, hay mucho amor en la novela, para que no le faltara al hombre iluminado que solo pudo vivir 42 años y que tuvo tantas noches sin mujer. Hay mucho amor en estas páginas, amor pasional, amor a una mujer, a la mujer, amor como el que pudo merecer. Y está Ybor City en la raíz del secreto, como las palmas que esperan. Está El Liceo, el mensaje, está la república que esperaba la andaluza para develar el secreto. Y figuras como Ramón Rivero, Fernando Figueredo, Paulina Pedroso, y el ejemplo de Tampa, de la gente que nos antecedió en los sueños de hoy, en esta misma atmósfera, presencia, universo, en unas páginas que apuestan por el mejoramiento humano.

La andaluza, ¿quién es? Era necesario una confianza. Una mujer. En la vida real ella existió. Era Emilia Sánchez Collé, la esposa del capitán Rosalío Pacheco. Martí la pintó en el Diario, al llegar a su casa en Dos Ríos. Él lo escribe: la linda andaluza, subida en un poyo, pilando café. Ella (la real) no falta a Rosalío, a su estirpe, a su tiempo. Nada la empequeñece. Desde el poyo imaginario, es la depositaria de un secreto que está en el horno de la patria, en cada cubano perdido por el mundo, en cada esquina donde se ejerce el encargo de humanidad. Por ello, el secreto de la andaluza es el secreto de cada uno de nosotros.

Hay, todavía, un mensaje final: la república, con todas sus insuficiencias, era perfectible y avanzaba, alcanzado su mayor acercamiento a la aspiración martiana con su última Constitución. La advertencia no era destruirla, sino llevarla al nivel en que el secreto de la andaluza pudiera develarse.

Los lectores, como siempre, son los que saben. Al llegar a la última página, podrían abrazar el conjuro, el secreto largo y angustioso de la andaluza en su nueva identidad.