El secreto de la andaluza, de mi autoría, es una recién nacida novela histórica –o una historia novelada, no lo sé bien– cuya primera presentación se hará en Ybor City este 12 de julio, a las 11 a. m., en la sala de Unión Martí-Maceo, ubicada en la 7.ª avenida y calle 13. A ella invitamos a todos los lectores de esta columna. Sea el azar concurrente lezamiano o un reflejo metafísico del subconsciente, el nombre de este lugar vino a coincidir con las dos figuras de mayor peso histórico en el desarrollo de una obra que, desde la ficción, intenta desbrozar el misterio más impenetrable que yace en el imaginario de la nación cubana.
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La andaluza de Dos Ríos, obra de Alexis Pantoja |
El enigma responde a una interrogante objetiva que la historiografía no ha logrado resolver –ni podrá hacerlo, seguramente–. ¿Qué ocurrió con las cuatro páginas que faltan al Diario de campaña de José Martí? La incertidumbre tiene ya 84 años de existencia. Cuando, en 1941, ese hermoso cuaderno que contiene sus apuntes entre el 11 de abril y el 17 de mayo de 1895 sale a la vista pública, los lectores tuvieron que saltar del 5 al 7 de mayo, pues, para sorpresa de todos, las dos hojas correspondientes al 6 habían sido arrancadas.
¿Por qué tardó tanto en aparecer el Diario? Entre 1895 y 1941
nadie, que sepamos, lo pudo ver, cuando desde la primera década del siglo XX
Gonzalo de Quesada venía publicando las letras del Apóstol que lograba reunir.
Al ser mostrado por primera vez, ya apenas quedaban testigos de la época en que
brotó esa escritura que tanto impresionó a Lezama Lima y a María Zambrano, como
nos dice la doctora Madeline Cámara en su precioso escrito “Glosas al Diario de
campaña de José Martí sugeridas por María Zambrano y José Lezama Lima”. Con todo, su aparición fue disimulada en el
interior del Diario de Campaña de Máximo Gómez, como un apéndice de este. Dos
años después, en 1943, Gerardo Castellanos lo publicó de forma independiente.
¿Qué ocurrió con las páginas del 6 de mayo? Ese día, en la soledad de la alta
noche, debió apuntar una honda reflexión sobre la difícil entrevista ocurrida
el día anterior en La Mejorana.
Desde conocerse el Diario, se ha atribuido a Gómez la inexplicable mutilación, tal vez aquejado por juicios sobre el despotismo militarista que debieron coincidir con aquella carta de 1884 donde se le advertía que un pueblo no se manda como se manda un campamento, conducta que afloró en Maceo cuando los tres se reunieron por única vez en el campo cubano. Si en la página del 5 de mayo Martí escribe que Maceo le hiere y le repugna con una inesperada actitud, ¿que habrá escrito el 6, cuando tuvo mayor serenidad para evaluar el peligro a su proyecto de gobierno para la etapa bélica de la revolución? Hay que recordar que cuando en 1884 se enfrentó a los dos mismos caudillos en Nueva York, esperó dos días para escribir a Gómez, para que su respuesta “no fuera resultado de una ofuscación pasajera”.
Se sabe que a la hora del combate de Dos Ríos el Diario de
Campaña de Martí estaba en las alforjas de la montura de Ramón Garriga,
entonces su ayudante. De esa suerte no fua a parar a manos del coronel José
Ximénez de Sandoval, jefe de la tropa española que dio muerte al líder político
aquel 19 de mayo. Desde ese día, Gómez se apropió del cuaderno. No hay
testimonios de que el Generalísimo lo mostrara a alguien. Cuando murió, en
1905, quedó en el fondo intocable de sus documentos. Vino a ser 36 años más tarde
que sus descendientes lo entregaron a la nación.
Con esa historia de fondo,
El secreto de la andaluza se construye desde la ficción, aunque esta
siempre se entrecruza con la realidad. La narración se sostiene en ese soplo
invisible, pero creíble, donde un pudo ser se hace tangible y mejora, orienta o restituye el servicio
inconcluso de una aspiración. En esta otra dimensión –que es la novela–, las
páginas que faltan al Diario fueron arrancadas por el propio Martí. Frente a la creciente del río, turbio como La
Mejorana, solo podría confiar en una mujer apartada de las pasiones de la
tropa. A ella entrega las páginas en un tiempo y espacio alucinantes y le pide
ocultarlas hasta el día en que Cuba
tenga una república verdaderamente democrática. ¿Es por ello que aún están
perdidas? A ello responderá la lucidez del lector, acompañado de la luz
martiana en la búsqueda del imaginario de patria que él puso en la mente de sus
compatriotas y desde ellos –todos los cubanos– hacia la humanidad.
De El secreto de la andaluza emerge la pregunta profunda:
¿Democracia o dictadura? Con esa interrogante en la sangre venimos desde el
arranque de la propuesta independentista, cuando en Guáimaro, aquel abril
glorioso de 1869, se enfrentaron los camagüeyanos a los orientales. En el hueco
de esa rivalidad perdimos a Céspedes, el iniciador. Perdimos la guerra de diez
años. Se metió el caudillismo en el 95 y desembocó en la república. En la
novela, una mujer –la andaluza de Dos Ríos que guarda la propuesta martiana–
espera una y otra vez, de gobierno en gobierno, de liderazgo en liderazgo. Con
todo, la república avanza y está al develarse el secreto con la Constitución de
1940. Se rompe otra vez, en un golpe de estado. ¿Qué pasará? Al final, ya en la
década de 1950 –centenario martiano– ni los sueños premonitorios ni los
espíritus vaticinan la democracia verdadera. Es una chispa que espera.
Entre realidad y ficción, hay mucho amor en la novela, para
que no le faltara al hombre iluminado que solo pudo vivir 42 años y que tuvo
tantas noches sin mujer. Hay mucho amor en estas páginas, amor pasional, amor a
una mujer, a la mujer, amor como el que pudo merecer. Y está Ybor City en la
raíz del secreto, como las palmas que esperan. Está El Liceo, el mensaje, está
la república que esperaba la andaluza para develar el secreto. Y figuras como
Ramón Rivero, Fernando Figueredo, Paulina Pedroso, y el ejemplo de Tampa, de la
gente que nos antecedió en los sueños de hoy, en esta misma atmósfera,
presencia, universo, en unas páginas que apuestan por el mejoramiento humano.
La andaluza, ¿quién es? Era necesario una confianza. Una
mujer. En la vida real ella existió. Era Emilia Sánchez Collé, la esposa del
capitán Rosalío Pacheco. Martí la pintó en el Diario, al llegar a su casa en
Dos Ríos. Él lo escribe: la linda andaluza, subida en un poyo, pilando café.
Ella (la real) no falta a Rosalío, a su estirpe, a su tiempo. Nada la
empequeñece. Desde el poyo imaginario, es la depositaria de un secreto que está
en el horno de la patria, en cada cubano perdido por el mundo, en cada esquina
donde se ejerce el encargo de humanidad. Por ello, el secreto de la andaluza es
el secreto de cada uno de nosotros.
Hay, todavía, un mensaje final: la república, con todas sus
insuficiencias, era perfectible y avanzaba, alcanzado su mayor acercamiento a
la aspiración martiana con su última Constitución. La advertencia no era
destruirla, sino llevarla al nivel en que el secreto de la andaluza pudiera
develarse.
Los lectores, como siempre, son los que saben. Al llegar a la
última página, podrían abrazar el conjuro, el secreto largo y angustioso de la
andaluza en su nueva identidad.
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