viernes, 12 de junio de 2015

Esperando en la calle Zapote, la primera novela de Betty Viamontes

Por Gabriel Cartaya

Al dar a conocer la novela Esperando en la calle Zapote, Betty Viamontes irrumpe en el mundo literario con una propuesta que llama la aten­ción favorablemente. Es una obra de casi 300 páginas y a pesar de la extensión para una obra inaugural, la autora ha conseguido dosificar el interés y emoción hacia la historia narrada, para que el lector no sólo llegue hasta el final, sino también quede a la espera de un incógnito después, iden­tificado con los personajes centrales del drama humano que plantea.
     Toda la obra se mantiene dentro en una línea argu­mental (la separación y re­unificación de una familia), aun cuando dentro del hilo narrativo trasciende el entorno político-social cerrado y auto­ritario que crea el ambiente donde se ven arrojados los personajes. La autora apenas requiere de tramas secunda­rias a la primera voz narrativa. Es la madre de tres hijos quien, al quedar en Cuba cuando el esposo sale del país, cuenta en primera persona un drama donde se entretejen esperanza, desilusión, pruebas morales y psíquicas, enfrentadas a una circunstancia que le deja pocos resquicios donde alimentar la ilusion del reencuentro.
     Fue una buena solución de Betty Viamontes construir una segunda voz narrativa dentro del mismo hilo argumental, para que el esposo pudiera contar no sólo peripecias de su vida, primero en España y después en Estados Unidos, sino delinear la segunda per­sonalidad que inserta al lector sentimentalmente a favor de los personajes.
     El título tiene una preci­sión y efecto que no necesita de un subtítulo que actúe como puente a la novela, pues la espera de tantos años se identifica cabalmente con la calle donde viven, y que cobra un simbolismo inusitado al nombrar una fruta en cuya tex­tura, color y pertenencia hay un reflejo de la nación raigal, por encima de la tesitura psi­cológica externa del narrador. Más bien, el subtítulo (Amor y pérdida en la Cuba de Castro), limita la novela al mundo pre establecido del tiempo y espa­cio de la obra, alejándola de la universalidad de un drama –el de la familia fragmentada por la emigración del padre o la madre– que es tan antiguo como la constitución de la fa­milia y hoy afecta a millones de personas en el mundo.
     El subtítulo tampoco con­tribuye desde una perspectiva estética a la portada, como no lo hace la indicación de que es “Una Novela”, ambas con mayúscula para mayor desacierto del diseño. Tampoco se relaciona el poder simbóli­co de los sellos de la portada con el contenido, a pesar de la significación personal que comporten para la autora. Más bien contradicen la obra, pues de los tres sellos que opacan a la bandera, dos están feste­jando acontecimientos ajenos al espíritu de la obra (uno a la Revolución de Octubre y otro a la ilusión de una zafra de diez millones). Tal vez, el sello que expresa la ternura maternal hubiera sido suficiente.


     Pero estos elementos exter­nos a la corporeidad literaria, no quitan fuerza y legitimidad a la novela. Betty Viamontes ha sabido captar una trama que tiene mucho de autobiográfica y a pesar de derramar lágrimas en el proceso de creación, supo moderar la voz de la narra­ción literaria para reconstruir una historia emocionalmente equilibrada, adornando la con­ducta real de sus entrañables personajes, con adaptaciones ficcionales requeridas por la temperatura dramática de la obra. Asimismo, aunque en la interiorización ideológica de la autora pesan los códigos de haber vivido una historia como la que escribe, supo mantener una prudente distancia para no aparecer como juez omnis­ciente de acontecimientos que le fueron contados o pertene­cen a sus propios recuerdos.
     Aunque la novela es escrita en idioma inglés, en el que la autora ha recibido toda su formación –vivió en Cuba sólo hasta los 15 años (edad de Ta­nia al término de la novela)–, la traducción al español por ella misma mantiene un lenguaje claro, sin artificios o excesos metafóricos, lo que facilita una comunicación cómoda con el lector. Es verdad que hay giros y frases del lenguaje que no se corresponden totalmente con determinadas circunstancias donde ocurren, pero en ningún caso perjudican la compren­sión y emoción que se logran con la lectura.
     Un logro de la novela está en la agudeza con que la autora se cuida de una narración lineal, estrictamente cronológica, que hubiera caído en el aburri­miento. Aunque hay distintos momentos donde la retros­pectiva la ayuda a reactivar el interés y entender a los perso­najes, el climax de este recurso lo refleja en el inicio y cierre de la novela. El “podía oler la sal del mar y escuchar las olas rompiendo contra el acero en aquella noche sin luna del mes de abril. Era 1980…”, engarza a la perfección con el desen­lace de Esperando en la calle Zapote, donde se hace realidad la simbiosis literaria de ilusión llevada a un enriquecido feliz final.
     Leer Esperando en la calle Zapote, es adentrarse en el des­tino de una pareja, una familia, seres humanos que defienden los valores y el derecho a amar y estar juntos, venciendo las circunstancias adversas que los empujan a la separación, a la resignación y el olvido. Es un paradigma re-creado con el poder de la palabra, en una obra literaria con la que se aprende disfrutando, o se dis­fruta aprendiendo. Por eso, al terminar la lectura, cerramos el libro con la sensación de un tiempo aprovechado.

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