viernes, 23 de octubre de 2015

La llegada de un nieto

Por Gabriel Cartaya

Cuando el jueves, 15 de octubre, tuve la noticia del feliz nacimiento de mi nieto Ernesto Manuel Cartaya Sánchez, compartí la alegría con quienes me acompañan en el trabajo de La Gaceta. Agradezco a todos la jovialidad con que me expresaron las felicitaciones, especialmente a Patrick Manteiga por las palabras instantáneas con que acompañó el gesto: ponlo en el periódico.
No se me hubiera ocurrido, por temor a que una brizna de nepotismo pudiera avistarse con la preferencia familiar, sobre todo conociendo que ese vocablo con que se juzga la acción de privilegiar a familiares en el desempeño de cargos públicos, tiene como raíz latina la palabra neptis, cuyo significado en su uso popular era nieto.
Entonces, he preferido compartir la alegría recibida por el advenimiento del primer sucesor de mi hijo Ernesto, con breves asomos que desborden el alcance familiar. 
En la tradición universal, la figura del abuelo alcanza una presencia e intensidad que no posee la del nieto y creo que ello se deriva de que sean esos ascendientes quienes cuentan la vida. Sin embargo, paradójicamente, las obras que han encumbrado la figura del abuelo en la literatura, han sido creadas por los recuerdos del nieto, a partir del impacto que en ellos tuvo la relación afectiva que experimentaron con él. Así lo vemos en el escritor Gabriel García Márquez, quien recibió la crianza y protección de los abuelos durante  sus  primeros años  y,  en un marco de protección y cariño, le contaron las historias, leyendas y fantasías que en la narrativa del escritor dieron origen a la expresión estilística del realismo mágico. Se sabe que el Coronel Nicolás Márquez, su abuelo,  es una prefiguración de Aureliano Buendía, el de Cien años de soledad.
La belleza y enseñanza de la relación abuelo-nieto está en muchas obras de la literatura universal, como ese precioso cuento de los Hermanos Grimm, “El abuelo y el nieto”,  donde un anciano es desatendido por una familia que lo ha apartado a comer solo en una vasija de madera, porque derramaba restos de alimentos en el mantel. Un día vieron al hijo de 9 años horadando un trozo de madera y el padre se acercó a preguntarle por lo que estaba construyendo. –Un plato, para dar de comer  a mamá y a papá cuando sean viejos– contestó. Al día siguiente, todos fueron juntos a la mesa. La enseñanza a aquellas personas mayores vino del nieto.
Hermoso y aleccionador es también el cuento “Pacto de sangre”, de Mario Benedetti. La relación de complicidad que se establece entre el nieto y el abuelo, introduce un clima de amor, calidez y confianza, en un ambiente que estaba marcado por la frialdad de las relaciones entre la familia.
Alguien dijo que uno ama a sus hijos, pero se enamora de sus nietos, no tanto porque esa segunda paternidad esté marcada por la experiencia, como por la serenidad que van alcanzando los sentimientos. Y tal vez porque  el abuelo ha llegado a una edad donde, jugando con el nieto, renueva el recuerdo de la infancia.
Finalmente, quiero compartir un cuento, que acaba de nacer con ese maravilloso ser que le da sentido.
Los dos abuelos
A Luis Manuel Sánchez   
Ernesto Manuel tenía 24 horas de nacido cuando llamaron por teléfono a su abuelo LuisMa, quien llevaba más de dos horas con el hermoso bebé cargado, como prolongando en el calor de sus brazos el ambiente tibio en que el líquido amniótico lo protegió en el vientre acabado de abandonar.
Pero con la emoción del arrullo no se percató de apagar el celular. Por esa razón imprevista, cuando el timbre anunció que estaba siendo requerido, su primer impulso fue tantear, por encima de la tela áspera del mezclilla, un botón donde acallarlo. Pero tuvo miedo de que un gesto abrupto pudiera importunar al recién nacido.
Luis Manuel y G. Cartaya con el nieto
Sin saber qué hacer, su mirada mezclada de alegría y angustia se encontró, de golpe, con los ojos ansiosos del otro abuelo, que se había precipitado desde 300 millas a la sala de postparto. En la primera reacción de asombro, LuisMa no pudo entender que el timbre de su celular tuviera la magia de producir tanto regocijo, aun cuando había seleccionado el fragmento más bello de un nocturno de Chopin para sensibilizar los oídos de quien le llamara.
Sólo al mirar los brazos abiertos y una mirada más feliz que traviesa en los ojos del otro abuelo, LuisMa entendió la dimensión del milagro, cumplido en la alquimia del apellido de ambos en un nuevo ser, como símbolo de prolongación de la familia y la vida. 
De todos modos, en el primer instante no alcanzó a discernir cómo el otro abuelo pudo evaluar el peso de la llamada, para reaccionar con unas palabras iluminadas y los brazos  listos para acunar:
–No te preocupes, LuisMa, tómate tu tiempo, habla con largueza–, de cuya frase insondable pasó a una especie de ru-ru-ru con el bebé, que sonrió levemente al abrir los ojos.


Publicado en La Gaceta, el 22 de octubre, 2015

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