Pequeño introito
Los prólogos deben ser cortos para que la obra del creador luzca
mejor. Y, con más razón en el caso de las obras líricas –y útiles— como la de Gabriel Cartaya . Martí consideraba la pequeñez una
virtud, una fuente de belleza: la
antesala era linda y pequeña –escribió
en el primer capítulo de Lucía Jerez–, como que se tiene que ser pequeño
para ser lindo. Y, Gabriel Cartaya
en Domingos de tanta luz crea una
obra pequeña y linda al evocar los veinte últimos domingos de la vida del
Maestro.
Conversando con Schulman en la Universidad de Tampa, en el marco de un evento sobre José Martí, 2016 |
Se trata en este breve volumen de retextualizar en forma sintética,
uniendo datos, textos, cartas y voces, los momentos más dramáticos y álgidos de
la vida martiana, los momentos en que consagró todas sus fuerzas a la faena de
fundar una nación, y con inteligencia y astucia se dedicó a la preparación de
la guerra necesaria para crear la nueva
patria. Pero no es esta una simple re–narración de materiales biográficos ya
conocidos y relacionados con la invasión de la Isla. En forma reunida el autor
orquesta todo lo que sabemos, todo lo que se ha publicado de y sobre los meses
finales de la vida martiana. Llenando los espacios vacíos para crear así
una crónica larga de uno de los períodos
más atareados y atribulados de su existencia. Y, como consecuencia, lo que resulta es una biografía, una historia
de la creación de la nación cubana –de
la república independiente y moral– pero, vista desde la actividad, las
emociones, las preocupaciones, los temores y los pensamientos –inclusive los más tiernos e íntimos– de Martí. Pero, debido al hecho de que Cartaya
construye un panorama vasto, su libro es más que un simple relato en torno a
las peripecias de la vida martiana; abarca vidas convergentes, la de los
individuos que lo ayudaban en su labor revolucionaria y los que estaban muy
cerca del Apóstol –físicamente– o presentes en su memoria, mientras se dedicaba
a la labor de recaudar fondos, hablar a los tabaqueros, a los generales, a los
miembros de la emigración, o a las
autoridades norteamericanas en el instante de reorganizar la revolución después
del fracaso de Fernandina, en fin, todo,
hasta que la voz martiana se extingue en el campo de Dos Ríos.
Dijimos al iniciar este proemio que Domingos de tanta luz es
una obra lírica. Su lirismo se evidencia en los apartados, organizados semana
por semana desde el 6 de enero hasta el 19 de mayo, narraciones todas transidas
de emoción poética. Cada entrada de los veinte domingos lleva su título
apropiado, acertado, evocador: yo soy la yerba de mi tierra, estamos haciendo
obra universal, voy con la justicia, o, el último, en peligro de dar mi vida.
Cada pequeño capítulo rebosa esencias, las esencias que Martí buscaba y
valoraba en el verso, en la prosa, en las obras plásticas, en la vida. Y en cada capítulo el autor revela su conocimiento
profundo de los textos martianos y de la crítica en torno a Martí. Es un libro
emocionante, y además es una obra original porque en un solo volumen recoge y
acopia lo que en otras crónicas y narraciones pertenecientes a la bibliografía
pasiva habría que buscar en obras separadas. Es, en fin, una obra útil escrita con amor, dedicación y
sensibilidad.
Iván A. Schulman
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