martes, 31 de diciembre de 2019

¡Feliz 2020 a todos!


     Probablemente el vocablo más reiterado durante la Navidad y advenimiento de un nuevo año sea el sustantivo abstracto felicidad, sea en singular, plural u otra de sus variantes gramaticales (feliz, felicitar, felices, felicitación).
     Para la academia de la Lengua Española esa voz indica el “estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien”, sin especificar si el mismo es de índole material o espiritual, seguramente porque el nivel de satisfacción adquirido a que remite el “mataburros” corresponde a la naturaleza de cada quien. La Academia agrega otras acepciones como experimentar gusto, contento, satisfacción, suerte, gozo, identificadas con la sensación de felicidad, aunque tampoco define su temporalidad.
     Es evidente que el alcance de una meta deseada produce en el ser humano una especie de regocijo que se identifica con la felicidad, especialmente cuando el objetivo cumplido tiene un relieve personal y mejor si conlleva un alcance colectivo.
Jan Havicksz. La familia feliz
     A pesar de estas digresiones generales, en la conceptualización de una palabra que en su origen latín se pronunciaba felicitās-ātis,  según la asunción de cada quien hay tantas variantes como personas. Para algunos la felicidad no existe, sino solamente momentos felices. Otros tocan el extremo de no reconocer siquiera la posibilidad de esos instantes.
     De la multiplicidad de opiniones, han surgido refranes para avalarlas. “La felicidad es como un eco, contesta pero no viene a nosotros”, dicen algunos, incapaces de aprehenderla. Otros, más cuidadosos, han comparado a la felicidad con los relojes, al creer que “los menos complicados, son los que menos se estropean”.
     Aunque no hay sabios con poder suficiente para determinar si existe o no la felicidad, es oportuno oír la voz de figuras relevantes del pensamiento universal, al pronunciarse sobre esta condición. La sagacidad de Aristóteles fue grande al afirmar, hace más de 23 siglos,  que “sólo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego”. Benjamin Franklin entró al siglo XIX entendiendo que  “La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días”.
     Filósofo al fin, Jean Paul Sartre sintetizó esta cualidad con un inteligente juego de palabras: “Felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace”. Parece que Voltaire no tenía claro dónde encontrarla, pero sabía que existía, por lo que la comparó con aquellos borrachos que no encuentran su casa, “sabiendo que tienen una”. Albert Camus fue más perspicaz, al hacerla depender de uno mismo: “Puede que lo que hacemos no traiga siempre la felicidad, pero si no hacemos nada, no habrá felicidad”.
     Con todo, me quedo con la profundidad insustituible de los poetas y grandes escritores. “Ayudar al que lo necesita no sólo es parte del deber, sino de la felicidad”, nos advirtió José Martí, quien también identificó el ser feliz con la apropiación cultural y el ejercicio de la libertad del individuo. Gabriel García Márquez, con la belleza poética de su prosa y buceo insondable del ser humano, comprendió que “no hay medicina que cure lo que no cura la felicidad”.
     No existen recomendaciones para ser feliz, pero si  me fuera dable sugerir algún atajo que nos acercara a ella, no dudaría en afirmar que en las relaciones interpersonales positivas descansa su fuente de mejor caudal. Sé que algunos han alcanzado el capital monetario que se propusieron, sin conseguir la armonía dentro del hogar; que otros han subido al carro del poder político sin la sinceridad de un amigo, que aquel llegó al estrellato farandulero sin un verdadero amor y, al final, dinero, poder y fama se desvanecieron, sin legar algo trascendente siquiera a la familia y la amistad.
   Sé, y agregaría a la sugerencia, que en la lectura de un poema, en la arena y el sol, en la noche profunda y el silencio, en la bulla del gentío, en la espuma de una cerveza, en la risa y la meditación, en la mano extendida y el abrazo, abunda la felicidad.
   Felicidades a todos en el veinte veinte que ya está con nosotros y en el que, obrando bien, se hace espacio a la dicha.




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