viernes, 3 de abril de 2020

La solidaridad en tiempos del coronavirus


     Durante los últimos días, la humanidad ha estado pendiente de la extensión del coronavirus, el cual provoca el Covid-19 y ya está presente en casi todos los países del mundo. Nunca una pandemia fue más global ni tan rápida en cubrir cada uno de los continentes que habitamos. Cuando las primeras noticias sobre este virus alertaron que en una región apartada de China habían comenzado a morir decenas  de personas a consecuencia de este azote, no imaginamos que  tres meses después millones de ellas estarían aisladas en sus hogares, en Asia, Europa, América, Australia, África, modificando de un día para otro las costumbres más ancestrales de convivencia social.
 Quién nos iba a decir, en medio de las  fiestas con que nos deseamos un Feliz Año Nuevo, que miles de seres humanos –hasta hoy más de trece mil italianos, más de diez mil españoles, más de tres mil chinos, más de cinco mil en EE.UU.– no rebasarían el primer tercio del 2020, mientras decenas de miles están hoy ingresados en un hospital con la esperanza de sobrevivir.
Cada día, miles de personas salen a los balcones a aplaudir
a los trabajadores de la salud que luchan por salvar vidas
 En este tiempo, hemos asistido a diversas reacciones por parte de gobiernos y organismos mundiales, que intentan entender la magnitud del problema sanitario que atravesamos y emitir políticas para controlar esta  pandemia.
 En medio de la tristeza que genera la pérdida de un ser querido, el sobrecogimiento que desata la posibilidad de morir, el hastío que pueda derivarse del aislamiento social, o la ansiedad de un abrazo, hemos asistido en estas últimas semanas a actitudes de profundo humanismo, que encarnan lo mejor de nuestra especie en cualquier esquina del planeta. Entre ellas, merecen ser resaltadas, en primer lugar, las continuas muestras de devoción y entrega de miles y miles de médicos, enfermeros, técnicos de la salud y trabajadores en general de hospitales, ambulancias, servicios, que atienden a los enfermos aun a costa de contraer la enfermedad. Una de las noticias más dramáticas que he leído sobre una víctima del coronavirus, es la de una enfermera italiana –Daniela Trezzi, 34 años– que se suicidó al ser contagiada y temió infectar a otros. En El Clarín, se sintetizó el hecho: “Daniela, elevada a símbolo del sacrificio y la solidaridad porque vivía obsesivamente para salvar a los pacientes, eleva al martirio la muerte o el contagio de casi 5700 médicos y personal sanitario en los hospitales donde se combate en primera línea el coronavirus”. A ella y a todos los trabajadores de la salud, es el homenaje que se ha ido extendiendo por el mundo, a través de un aplauso que sale de los balcones y las puertas  de miles de hogares, diciendo gracias a esas generosas personas que luchan por preservar la vida de sus semejantes.
 Asimismo, cada día, como para aliviar el impacto que nos causa conocer el incremento del número de contagios y fallecidos, escuchamos  de conmovedores actos de solidaridad a través de los medios de prensa y las redes sociales. Una señora de más de 80 años, en San José de las Lajas, Cuba, oyó decir que las máscaras servían para evitar el contagio  e inmediatamente  se sentó frente a una vieja máquina de coser. A las pocas horas salió por el barrio, para que no quedara un vecino sin esa protección. Eso mismo estuvieron haciendo, tal vez a la misma hora, un grupo de voluntarios en el Chaco argentino, según dijo a la BBC  Carlos Leonelli, un ciudadano de allí: “Desde que se decretó la emergencia, se comenzaron a armar grupos de voluntarios en toda la provincia y hoy se están confeccionando barbijos en las casas”.
 En el barrio llamado Catuche, en Caracas, hay un grupo de “Madres promotoras de la Paz” que ayudan a los de la tercera edad para que no salgan de la casa. Ellas se ocupan de buscarle los alimentos y medicinas que necesitan, muchas veces compartiendo sus mismas reservas.
 En la India, ante el brote de coronavirus,  a través de Facebook se creó un grupo de voluntarios que brinda apoyo a los miembros más vulnerables de su comunidad. En una semana alcanzó el número de 5800 miembros.
 En España, José Ramón Andrés Puerta ha convertido sus restaurantes en cocinas comunitarias para ofrecer almuerzo a familias de bajos ingresos, a personas sin hogar y de la tercera edad. Es la misma conducta que en China tuvo Li Bo, quien acababa de comprar un restaurante en Wujam cuando se desató el coronavirus y no lo cerró cuando la gente dejó de salir a la calle, porque prefirió  llevar comida a los médicos y enfermeras que luchaban en los hospitales contra el temible virus.
 El Festival de Cine de Cannes, previsto para mayo, fue postergado por el coronavirus. Pero sus organizadores abrieron las puertas del Palais des Festivals, para que las personas sin hogar de la ciudad tuvieran donde refugiarse en los días que no debían estar en las calles.
De estos ejemplos pueden citarse miles y contienen más fuerza de contagio que el propio coronavirus. Esto nos salva. Cuando estamos más aislados unos de otros, en estos días en que nos vemos obligados a estar casi todo el tiempo en nuestras casas, nos damos cuenta con mayor claridad de cuanto nos necesitamos unos a los otros.  Si hemos descuidado por momentos la comunicación con el vecino, esta pandemia viene a recordarnos la magnitud de su presencia, cuando un saludo suyo desde la ventana o un balcón se convierte en el mensaje entrañable de la humanidad.

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