viernes, 1 de julio de 2022

Adiós a la poeta cubana Fina García Marruz

 En el calor del verano caribeño de este 27 de junio, se apagó el corazón casi centenario de una de las poetas más sobresalientes del siglo XX, inscrita con su nombre esplendente –Fina García Marruz– en la hermosa historia de la literatura hispanoamericana, en cuyo sitial femenino la cubana estará siempre acompañada por la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, la chilena Gabriela Mistral y la uruguaya Juana de Ibarbourou, por sólo mencionar algunas.

Fina nació en La Habana el 28 de abril de 1923, por lo que sólo le faltaron diez meses para llegar al siglo de vida. Como estuvo publicando poesía 80 años –su primer libro, titulado Poemas, es de 1942– es probablemente una de las escritoras que durante más tiempo pudo asistir a la impresión de  su obra.   Desde aquel ¿De qué, silencio, eres tú silencio? –una antología publicada en 2011  en España–, van casi siete décadas de plena creación poética y ensayística. Entre estas dos fechas y textos, aparecieron  Transfiguración de Jesús en el Monte, Orígenes, La Habana, 1947; Las miradas perdidas 1944-1950, Ucar García, La Habana, 1951; Visitaciones, Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, La Habana, 1970; Poesías escogidas, Letras Cubanas, La Habana, 1984; Viaje a Nicaragua, con Cintio Vitier, Letras Cubanas, La Habana, 1987; Créditos de Charlot, Ediciones Vigía de la Casa del Escritor, Matanzas, 1990; Los ­Rembrandt de l’Hermitage, La Habana, 1992; Viejas melodías, Caracas, 1993; Nociones elementales y algunas elegías, Caracas, 1994; Habana del centro, La Habana, 1997; Antología poética, La Habana, 1997; Poesía escogida, con Cintio Vitier, Bogotá, 1999 y El instante raro, Pre-Textos, Valencia, 2010.


Tuve la ocasión de conversar con Fina más de una vez, la primera de ellas en Bayamo, en la Casa de la Nacionalidad Cubana, a principios de la década de 1990. Otras veces coincidimos en el Centro de Estudios Martianos, donde fue una permanente colaboradora hasta el final de su vida y, también, pude verla en su hogar un día que llegué a saludar a su esposo, Cintio Vitier. En esas oportunidades, sentí una honda satisfacción al intercambiar unas breves palabras con una de las grandes poetas de nuestro tiempo. Uso la voz poeta y no poetisa, en contra de su confesión de incluirse en la segunda acepción, al reservar la primera para quien “crea un idioma”, como indica la palabra poiesis. De eso habló Fina en una entrevista con la periodista cubana Rosa María Elizalde, incluyendo en la segunda significación a Gabriela Mistral por sus aportes a la lengua española.

Fina ya no está en su casa del Vedado, la que compartió con su Cintio Vitier, al igual que ella miembro de la luminosa cofradía origenista junto a Lezama Lima, Eliseo Diego y otros eminentes arquetipos de la cultura cubana. Fina les sobrevivió a todos y ahora se les reúne en la eternidad.

Leyendo la triste noticia de la desaparición física de Fina, galardonada en 2011 con los premios “Sofia” y el “Federico García Lorca”,  percibo el impacto causado por este acontecimiento en la prensa iberoamericana, consciente de que es un adiós a una de las grandes exponentes de sus letras. Pero, entre todas las palabras dedicadas a ella, me conmueven las de su hijo José María Vitier, que vuelan en el popular Facebook: “Si mi madre hubiera sabido (¿y quién sabrá si lo supo....?) como iba a ser este adiós de la patria a su persona física, de  este cúmulo de emociones y gestos multiplicadas en su honor, la puedo imaginar perfectamente:  estaría abrumada por tantos gestos de amor. Ella estaría, (cualquiera que la conociera bien, lo sabe) incluso “apenada” de recibir tanta atención y mimo, de ser el centro de todas las miradas. Ella que sólo reclamaba para sí la gloria del ‘instante raro’, la majestad del silencio y el color lila de un recuerdo, la plenitud de su pudor, su ligereza ingrávida de un verso que salta como el ‘ave que sin causa está volando’ y canta sin prisa su eternidad para marcharse y volver, ya para siempre,  ‘bramando con las albas”.

Dos poemas de Fina García Marruz

 Ama la superficie casta y triste...

     Sé el que eres.  Píndaro                                                                                                                            

Ama la superficie casta y triste.
Lo profundo es lo que se manifiesta.
La playa lila, el traje aquel, la fiesta
pobre y dichosa de lo que ahora existe

Sé el que eres, que es ser el que tú eras,
al ayer, no al mañana, el tiempo insiste,
sé sabiendo que cuando nada seas
de ti se ha de quedar lo que quisiste.

No mira Dios al que tú sabes que eres
–la luz es ilusión, también locura–
sino la imagen tuya que prefieres,

que lo que amas torna valedera,
y puesto que es así, sólo procura
que tu máscara sea verdadera.

Si mis poemas todos se perdieran


Si mis poemas todos se perdiesen
la pequeña verdad que en ellos brilla
permanecería igual en alguna piedra gris
junto al agua o en una verde yerba.
Si los poemas todos se perdiesen
el fuego seguiría nombrándolos sin fin
limpios de toda escoria y la eterna poesía
volvería bramando, otra vez, con las albas.
 

 

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