viernes, 15 de julio de 2022

Luis Muñoz Rivera, en el 163 aniversario de su natalicio

 Cuando se menciona al puertorriqueño Luis Muñoz, es común que el nombre se complete con el segundo apellido, por el impacto que tuvo en la historia de ese país la figura de Luis Muñoz Marín,  quien fuera gobernador del Estado Libre Asociado de Puerto Rico entre el 2 de enero de 1949 y el 2 de enero de 1965. Su legado se relaciona con profundos cambios económicos sociales, políticos y culturales en la Isla del Encanto, si bien la relación de dependencia de Estados Unidos adoptara la ambivalencia del “libremente asociado” con que sigue hasta la actualidad.

Pero no es de Muñoz Marín, sino de su padre Luis Muñoz Rivera, de quien tratamos en estas líneas, para rendir homenaje a través de ellas al poeta antillano en el 163 aniversario de su nacimiento, felizmente acaecido en Barranquitas, el 17 de julio de 1859. Como el cubano José Martí, fue hijo de españoles y como su contemporáneo se dio a conocer como poeta, orador, periodista y político. En este campo, se destacó en las luchas autonomistas, especialmente con sus publicaciones en el periódico La Democracia, fundado por él en 1890.

En 1893, Muñoz Rivera se casó con Amalia Marín y fue a vivir temporalmente a España, donde siguió vinculado a la labor periodística y poética, pero también atento al destino de su país. Al regresar a su tierra, se enfocó en lograr la obtención de un estado autonómico para la Isla, influyendo en que en 1897 España incluyera a Puerto Rico junto Cuba –tardíamente, claro y como respuesta a la guerra en la mayor de las Antillas– en la concesión de este tipo de gobierno. En el nuevo ordenamiento político, Muñoz Rivera fue designado ministro de Justicia y Gobernación, cargo que desempeñó hasta que en 1898 se produjo la ocupación de la Isla por los Estados Unidos.

Bajo el dominio colonial estadounidense, Muñoz fundó, en 1899, el Partido Federal de Puerto Rico. En ese tiempo, creó el Diario de Puerto Rico, publicación desde la que denunció los errores del gobierno impuesto, especialmente la Ley Foraker, norma judicial aprobada por el Congreso de Estados Unidos para organizar el gobierno civil de la Isla.

En 1901, se mudó a Nueva York, donde comenzó a publicar el periódico bilingüe The Puerto Rico Herald, desde el que defendió un cambio de régimen de gobierno en su patria. En 1904, de regreso a San Juan, fundó con otros líderes autonomistas el Partido Unión de Puerto Rico, por el que fue elegido delegado a la Cámara en 1906 y reelecto dos años después. En 1911, lo nombraron Comisionado Residente en Washington, cargo que ocupó hasta 1916. En ese tiempo se esforzó en pedir a los políticos estadounidenses que eliminaran la llamada Ley Foraker, lo que se consiguió pocos meses después de su muerte, ocurrida en 1916.

Pero más que al político y periodista constante, cuyo legado mayor se realizó a través de su hijo, nos llamó la atención su poesía y específicamente algunos poemas donde él expresa sus sentimientos hacia la isla hermana de Cuba. En general, su obra poética está entretejida en sus preocupaciones sociales y políticas y se ubica en los límites de un realismo de mayor fuerza descriptiva que lírica, más a tono con el Romanticismo heredado que con el Modernismo que entonces afloraba en Hispanoamérica.

Así como se piensa en Muñoz Marín cuando se dice su nombre, también se recuerda más a Lola Rodríguez Tió cuando se acude a la poesía para afirmar la cercanía cubano-puertorriqueña, por los emblemáticos versos  “Cuba y Puerto Rico son/ de un pájaro las dos alas”. Sin embargo, en varias composiciones poéticas de Muñoz Rivera, cuya obra está publicada en varios volúmenes, emerge la patria de Martí, como muestra este poema, correspondiente al 22 de junio de 1907. 

Cuba rebelde

Cuba, el país de las cañas,    
de las selvas seculares,        
de las profundas marismas       
y de las vegas feraces,        
supo arrojar en sus campos      
ardientes lluvias de sangre,    
para afirmar sus derechos      
y salvar sus libertades.        
                                
Cuba, la sílfide indiana        
envuelta en níveos celajes,    
triste como el sol que muere,  
bella como el sol que nace,    
se yergue fiera y altiva        
al sentir en el semblante,      
más que la traza del golpe,    
la ignominia del ultraje.      
                                
Cuba, la tierra bendita        
de los poetas brillantes,      
de las mujeres heroicas        
y de los dulces cantares,      
                                
graba con buril de fuego        
en páginas de diamante          
las fechas de sus victorias    
y los nombres de sus mártires.  
                                
Cuba, la esclava orgullosa,    
alzándose formidable            
con empuje soberano,            
romperá un día su cárcel;      
porque hay plomo en sus
montañas;
porque hay acero en sus
valles,
porque en sus campos hay
pueblo,
porque en sus venas hay
sangre.
 
 

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