viernes, 2 de septiembre de 2022

Eduardo Márceles ­Daconte: de Aracataca al mundo (entrevista)

 Conversar con alguien de Aracataca nos lleva a recordar a Gabriel García Márquez, pues el famoso narrador colombiano inscribió en el universo al mítico lugar donde nació. Máxime, si el aludido es también escritor, fue amigo del Gabo y tiene familiares cuyos nombres aparecen entre los protagonistas eternizados en las novelas del Premio Nobel, por lo que es difícil que no aflore en el diálogo esa conexión enriquecedora. Nos referimos a Eduardo Márceles Daconte, quien ha recorrido el mundo como investigador, escritor, profesor, periodista, crítico de arte..., y ha preferido conocer antes de narrar, investigar antes de escribir, vivir antes de contar. Márceles ha residido en diversos lugares de Asia, Europa y América, dejando testimonio escrito de tan asombroso peregrinaje.

Sus libros como crítico de arte han hecho aportes sustanciales al conocimiento de las artes plásticas en el Caribe y una biografía suya sobre la cantante cubana Celia Cruz contiene todo el azúcar que la Reina de la salsa le imprimió. Ahora, viene a Tampa con otro libro que llama la atención: 16 danzas emblemáticas en el Carnaval de Barranquilla, un nuevo aporte suyo a la cultura hispanoamericana. Le pedimos una entrevista y en su respuesta generosa agrega la amistad.

Próximamente presentarás en Tampa tu libro 16 danzas emblemáticas en el Carnaval de Barranquilla, uno de los estudios pioneros sobre las manifestaciones del patrimonio oral e inmaterial del folclor caribeño. ¿Cómo nació esta obra que está despertando tanto interés en el público y la crítica?

La idea se originó en la invitación que recibí de una institución académica de República Dominicana para participar en el simposio denominado Música, identidad y cultura con el subtítulo de Folklore musical y danzario en el Caribe que tuvo lugar en Santiago de los Caballeros (Cibao), en abril de 2013. Entonces escribí una ponencia basada en las danzas tradicionales que conocía desde niño en el Carnaval de Barranquilla. Una vez terminé de leer y explicar cada una de esas danzas, algunas personas se acercaron a conversar y me dijeron que hubiera sido más ilustrativa si hubiera llevado más imágenes y, mejor aún, un documental para conocer mejor la coreografía, el vestuario y la música de esas danzas. Ahí comencé a entretener la idea del libro y de la película documental que está ya editada, sólo falta agregar algunos detalles y corregir unos pasajes para estrenarla ahora que vaya a Miami y Tampa.

A mi regreso a Puerto Colombia, decidí solicitar una credencial de investigador a la Casa del Carnaval para ingresar a los desfiles y presentaciones escénicas de las danzas, así pude durante 4 años tomar más de 4 mil fotografías mientras investigaba en la historia, la coreografía y la música de cada danza. Fue un trabajo agotador pero divertido, entrevisté a los músicos, directores e integrantes de las danzas, viajé a los pueblos y barrios de Barranquilla donde se originan y ensayan, leí una docena de libros sobre sus características generales para escribir sobre esta fiesta popular, fue una experiencia reveladora porque, así como yo, la mayoría de los colombianos, incluso barranquilleros, desconocen el rico contenido folclórico que caracteriza cada danza. 

Por eso el libro ha tenido una acogida fenomenal tanto en Colombia como en otros países, en Alemania, por ejemplo, han adquirido, sólo en Stuttgart, más de 200 ejemplares y en Nueva York me han encargado alrededor de 120. Debo agregar aquí que no obstante la cantidad de información bibliográfica y cinematográfica sobre el carnaval, no había un libro o documental específico que enfocara de manera individual y detallada, tanto en textos como en imágenes (el libro tiene 377 fotografías a color), la trayectoria y características de estas danzas patrimoniales del Caribe colombiano.

Cuando terminé de escribir el primer borrador, escribí el guion para el documental. Recuerda que mientras tomaba las fotografías, de manera simultánea, también filmaba, pero me di cuenta a tiempo que era imposible hacer las dos cosas a la vez, entonces contraté a camarógrafos y después a un editor que hizo un magnífico trabajo. En todo este trabajó me acompañó mi esposa, la artista visual Nubia Medina, sin cuyo apoyo logístico y moral, hubiera sido imposible llevar a feliz término esta iniciativa. Por último, como quiera que he vivido largos trechos de mi vida en EE.UU. y Europa, decidí traducirlo al inglés, un trabajo dispendioso que me llevó a hacerlo más accesible y didáctico para cualquier público de aquí o allende nuestras fronteras.

El escritor colombiano, profesor, crítico de arte, ensayista, editor y otros quehaceres, que ahora recibimos en Tampa por primera vez, ha sido llamado “un trotamundos de la cultura”, ¿a qué debemos tan sugerente nombramiento?

Pues bien, te cuento que he sido un andariego toda mi vida. Salí de Barranquilla con una beca para New York University, donde me gradué en 1970 con un B.A. en humanidades y concentración en economía y ciencia política. Luego ingresé a la Universidad de California en Berkeley para una maestría en Estudios de América Latina con énfasis en historia cultural de la región. Para mi tesis atravesé en una vieja camioneta Volkswagen, durante 6 meses, todo México y Centro América hasta llegar a Colombia donde vendí el vehículo, regresé a Berkeley donde tenía unos amigos asiáticos que me introdujeron en el estudio de religiones orientales tales como el hinduismo, el islamismo, el budismo y otras más, entonces me entusiasmé por el budismo, esa religión que se nutre de las enseñanzas de Buda que no es un dios, sino un ser humano que enseña el camino a la perfección espiritual. Con este bagaje inicial me fui en un largo recorrido por Japón, Hong Kong, Tailandia y Malasia hasta tomar un barco en Singapur que me llevó a Madrás en el sur de India y de ahí pasé a un monasterio en Sri Lanka como monje budista por 6 meses.

Luego viajé por India visitando ashrams y comunidades hinduistas, viví un tiempo en Goa, Benares y Cachemira, atravesé toda Asia Central en tren, bus, camello y elefante hasta llegar a Estambul, de ahí pasé a Grecia donde quería repasar el conocimiento heredado de los clásicos, en especial la mitología griega, por un tiempo viví en el sur de Creta a donde fui tras los pasos del laberinto del Minotauro, Ariadna, Perseo, Dédalo y su hijo Ícaro, también de mi admirado escritor griego Nikos Kazantzakis, viví en una comuna de jipis que habitaban unas cuevas arriba de una playa del mar Mediterráneo. Después de visitar la tierra de mis antepasados, inmigrantes italianos procedentes de Scalea, en la región calabresa, que se radicaron en Aracataca, un pueblo bananero en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, me fui a España.

En Barcelona me desempeñé como traductor de inglés-español para algunas editoriales, regresé a Colombia en 1975 para dedicarme a la literatura, el periodismo cultural y la docencia académica en la Universidad Javeriana de Bogotá, hasta que un estudiante llegado de China a hacer una especialización en la obra de García Márquez me entrevistó para sus tesis de grado y terminó invitándome a enseñar historia cultural de América Latina y asesor del diccionario chino-español. Nos fuimos a la Universidad de Estudios Internacionales de Shanghai en febrero de 1986 con mi esposa y nuestra primera hija Anneli, de sólo 3 años. En vacaciones recorrimos el país desde Beijing hasta Lhasa, capital de Tibet.

Cuando estaba a punto de cumplirse el contrato, me llegó una invitación de la decana de humanidades de Miami-Dade College como Distinguished Visiting Professor para dar conferencias sobre aspectos diversos de la cultura artística de América Latina, incluyendo algunas inquietudes sobre China y su polémica política acerca de las modernizaciones de Deng Xioping, el hijo único y sus consecuencias sociales, la herencia de Mao, el arte tradicional y la literatura contemporánea china.

Cuando estábamos listos para regresar a Colombia, fuimos a pasar la Navidad en NY, 1989, allí conocí un grupo de amigos que querían abrir una galería de arte en Soho y me ofrecieron dirigirla. A pesar de no tener experiencia en ese campo acepté el reto, nos vinimos a NY y durante un año dirigí la galería que se especializaba en artistas de América Latina con énfasis en el Caribe. Cuando la galería cerró, trabajé primero como intérprete en las cortes del seguro social de NY, después como curador de artes visuales en el Queens Museum of Art, hasta que abrieron HOY, un diario en español respaldado por uno de esos grandes conglomerados editoriales del país. Allí me desempeñé como periodista cultural y director de la revista cultural VIDA-HOY, que circulaba como un inserto todos los viernes.

Toda esa experiencia de mis viajes e investigaciones los he puesto al servicio de divulgar y promover las artes visuales, el teatro, la literatura y la cinematografía de América Latina y el Caribe en cada uno de los sitios donde he vivido, de ahí ese título que mencionas de “trotamundos de la cultura” que llevo con mucho orgullo porque me ha costado, además del inmenso kilometraje, el trabajo de investigar, reflexionar, escribir y enseñar sobre esos fascinantes temas. 

Eres oriundo de Aracataca, ese pequeño pueblo del Magdalena colombiano universalizado por Gabriel García Márquez. ¿Qué relaciones tuviste con el Nobel de Literatura de tu país?

Gabriel García Márquez y Eduardo Márceles
Daconte. La Habana, 1981.
Sí, nací en Aracataca, hijo de Imperia Daconte y Carlos Márceles Orellano. Mi mamá era hija de inmigrantes italianos y mi papá desciende de indígenas Mokaná, a orillas del mar Caribe. Mis padres me trajeron a Barranquilla aún niño para estudiar, crecí con mis abuelos paternos porque además era el único nieto. A pesar de que conocía a Gabo por su literatura, había leído primero su novela La mala hora y luego sus cuentos en Barranquilla, pero nunca había experimentado la emoción que sentí cuando leí Cien años de soledad cuando era estudiante en NYU, porque de inmediato reconocí el área geográfica donde se desarrolla la novela.

Lo conocí en persona en el lobby del Hotel Havana Riviera en 1981, cuando Casa de las Américas me invitó a participar en el Encuentro de intelectuales y artistas de América Latina como miembro de una numerosa comitiva. Al día siguiente de llegar, bajé temprano a caminar por el malecón cuando lo vi conversando con el recepcionista, me aproximé, lo saludé, pero cuando escuchó mi nombre, me preguntó si era de la familia Daconte de Aracataca, asentí y él lanzó un grito que asustó a los que estaban por ahí cerca: “Ahora sí se jodió esta vaina, dos cataqueros en La Habana”. Entonces, me señaló un sofá y estuvimos conversando un tiempo largo. Allí fue cuando me reveló que el admiraba y quería mucho a mi abuelo Antonio Daconte porque siempre fue amable y generoso con él y su familia.

Mi abuelo era dueño de una tienda bien surtida con todo tipo de mercancía, incluso importada de Italia, pero más aún del cine del pueblo. Me dijo que mi abuelo lo dejaba entrar gratis a él y a su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez, porque nunca tenían para pagar las entradas, eran pobres de solemnidad como sucede con el protagonista de su novela El coronel no tiene quien le escriba. En señal de gratitud, me dijo que se le ocurrió hacerle un homenaje con el nombre del italiano que llega a Macondo pero el personaje se le fue “volviendo marica”, después corrigió, era un tanto afeminado, entonces lo cambió por Pietro Crespi, un afinador de pianos que él conoció en Barranquilla, pensaba él que mi familia se sentiría ofendida de ver el nombre del patriarca familiar en esas condiciones. A partir de esa fecha nos hicimos amigos.

Son muchas las anécdotas con Gabo, cuando le pregunté por qué había utilizado el nombre de mi tía Elena “Nena” Daconte para la protagonista de “El rastro de tu sangre en la nieve”, me contestó que él había estado enamorado de ella cuando estudiaba en la Escuela Montessori de Aracataca. “Era una niña hermosa con una cabellera rubia que reía y jugaba mucho con todos”, me comentó, recordando que después el padre se lo llevó a estudiar a Barranquilla, pero nunca la olvidó, por eso cuando escribía ese cuento en Barcelona en 1974, le vino su nombre como un relámpago. 

También, una vez que me invitó a almorzar a su casa de Cartagena, cuando escribía El amor en los tiempos del cólera, me preguntó por la familia, le dije que por esos días había muerto mi tío Galileo Daconte. Se puso triste, dijo que había sido su mejor amigo de infancia; luego, cuando leí la novela, encontré que le hizo un homenaje como dueño de un cine de Cartagena ubicado en las ruinas de un antiguo convento de las clarisas. También, como asesor de la Editorial La Oveja Negra, recomendó publicar mi libro Los perros de Benares y otros retablos peregrinos (Colección de Literatura Colombiana), la mayoría de cuyos relatos suceden en India, Afganistán y El Líbano, durante una de las guerras en el Medio Oriente. Tiempo después me pidió prestado el nombre de peregrinos para su próximo libro de cuentos, y así fue, cuando salió su libro Doce cuentos peregrinos (1992) encontré que había cumplido su solicitud. Hace algún tiempo publiqué en el diario El Espectador, de Bogotá, una crónica donde cuento todas estas historias titulado “La familia Daconte en la obra de García Márquez” que se puede leer en Internet en la página del diario bogotano.

Tu obra ¡Azúcar!: La biografía de Celia Cruz, es tal vez uno de tus libros más vendidos. ¿Has seguido escribiendo sobre la cubana conocida como La Reina de la Salsa?

Para mí, ha sido uno de los proyectos editoriales que más he querido, para empezar desde muy joven mis padres eran fanáticos de la Sonora Matancera que escuchaban en onda corta de Radio Progreso en La Habana, yo me sé casi todas las canciones de Celia, me encantan, así que cuando ella murió en julio de 2003, estuve por casualidad en una fiesta de cumpleaños en ­Manhattan donde me encontré con una agente literaria chilena de nombre Leyla Ahuile. Lloramos y lamentamos su ausencia, le dije que me gustaría algún día escribir la biografía de la Reina de la Salsa, el lunes siguiente me llamó por teléfono para decirme –¡vaya sorpresa!- que una importante editorial de NY estaba buscando un autor para escribir su biografía y me la estaba ofreciendo.

Yo me asusté, me corrió una gota de sudor frío por la columna vertebral, le pedí un tiempo, era demasiada responsabilidad, me dijo claro que sí, te doy 10 minutos porque es urgente. Lo pensé un momento, la volví a llamar y le dije que sí. Entonces comenzó un periplo que me llevó a Miami, México, Barranquilla, La Habana hasta que completé la investigación básica. Terminé de escribir la versión final seis meses después, me dieron un tiempo más y se lanzó en el auditorio de NYU, donde asistieron muchos de los músicos y cantantes que la habían acompañado durante su trayectoria musical.

En Miami organizaron una protesta contra el libro cuando se organizó la presentación en el Instituto Cervantes porque menciono la canción que ella dedicó a la Revolución Cubana en 1959/1960 titulada “Guajiro ya llegó tu día”, grabada en Radio Progreso, canción que encontré por azar durante mi investigación, escuchando viejas interpretaciones en emisoras habaneras. Decían que era una calumnia e injuria, un invento intolerable, hasta Pedro Knight y Omer Pardillo me amenazaron con una demanda millonaria, pero envié la grabación en casetes a algunas emisoras y cuando la escucharon, cesaron las amenazas porque era evidente la voz de Celia y la música de la Sonora Matancera. Era, además, el inicio de la transformación revolucionaria y todo el mundo en Cuba estaba optimista, contento, con los cambios que se veían, de manera especial la familia de Celia que era pobre y pasando dificultades sin cuento. Según la editorial Reed Press, del libro se vendieron en español 100 mil y en inglés también 100 mil ejemplares. Estuvo varias semanas entre los libros más vendidos en EE.UU. en las listas del diario The NY Times.

Desde hace como siete años firmé un contrato con una empresa cinematográfica para hacer una película basada en esa biografía, pero se demoró, llegó la pandemia del Covid y sólo ahora parece que están resucitando el proyecto pero es lento y complicado, ya van como tres versiones del guion; yo escribí uno, pero todos han sufrido por diferentes razones, ahora contrataron a Celia María Cody, sobrina de Celia, para que revise su fase final.

Has realizado significativos aportes al conocimiento de las artes plásticas en el Caribe, especialmente con tus libros Recursos de la imaginación, Las Artes visuales del Caribe colombiano, ¿sigues enriqueciendo esas obras para futuras reediciones?

Sí, yo siempre estoy escribiendo reseñas y ensayos sobre la plástica, no sólo de Colombia, a veces me solicitan ensayos artistas de otros países de América Latina y de Estados Unidos. Como curador he organizado exposiciones en EE.UU., ciudades de Colombia, Caracas, Abu Dhabi en Emiratos Árabes Unidos y una vez llevé una exposición de artistas colombianos a Arco, la feria de arte de Madrid (España). Esos libros que mencionas reúnen mi trabajo de investigador de la plástica nacional durante décadas con muchas reproducciones fotográficas de las obras de los artistas mencionados. Se han hecho dos ediciones ya agotadas y aquí siguen preguntando por esos libros.

Como narrador, tu novela El umbral de fuego se asoma al tema del inmigrante colombiano en Estados Unidos. ¿Qué lectura pueden hacer hoy de ella todos los inmigrantes?

Es una novela de la diáspora colombiana que recoge las experiencias de personas que conocí en Miami y NY y la mía personal, aunque no es una novela autobiográfica. Son más bien las aventuras y vicisitudes de un inmigrante ilegal que después de un largo peregrinaje llega a Miami y por casualidad se encuentra con amigos que viven del narcotráfico, sin papeles ni trabajo, se enreda en ese negocio, viaja a NY y allí se dedica al tráfico local como jíbaro o sea la persona más abajo de la estructura narcotraficante, pero es más que nada la vida íntima, social, erótica de un personaje en circunstancias extraordinarias.

La novela ha corrido con suerte porque la edición se agotó, aunque me quedan algunos ejemplares que llevaré a Florida ahora que vamos. El personaje se llama Lorenzo Centeno, un bogotano que huye de las necesidades económicas, comienza en Bogotá durante el gobierno de César Turbay Ayala (1978-1982), es una obra que se puede leer de una sola sentada. Hay un director de cine colombiano que me ha solicitado sentarnos a conversar sobre la posibilidad de llevarla al cine, pero aún no nos hemos puesto de acuerdo.

Volviendo al libro que presentarás en Tampa a principios de septiembre. ¿Hasta dónde esta obra puede ser un modelo para el estudio de otros carnavales caribeños en cuyos pueblos el elemento afroamericano es un componente importante de su sincretismo? 

Sí, es cierto, el libro abre las puertas a proyectos similares en el área del Caribe y otras regiones de América Latina y de manera especial en el Caribe donde se celebran los carnavales, como República Dominicana o la celebración de Vejigantes en Ponce (Puerto Rico), también en Brasil o Bolivia y, en general, las islas del Caribe. No sé si Cuba porque allí el carnaval ha perdido mucho brillo, yo estuve en uno de ellos como jurado de literatura testimonial del premio Casa de las Américas, pero extrañé el esplendor que me han dicho tenía décadas atrás.

Por supuesto, el elemento africano es fundamental en estas danzas, por ejemplo, la Danza de Congos, como indica su nombre, ubica su génesis en la época colonial en Cartagena de Indias entre esclavos que celebraban sus fiestas dedicadas a las deidades africanas; la Danza Son de Negro es la respuesta festiva de los esclavos en los palenques contra sus amos, es una danza de burla que ridiculizaba con muecas y gestos, alguna veces grotescos, la opresión española, aunque también las hay ecológicas como la Danza de Coyongos que nació un 11 de noviembre de 1811, cuando se celebraba la independencia de Cartagena, en la ciudad de Mompox y es una mímica de las aves zancudas que habitan en las márgenes de los ríos caribeños, así sucesivamente, aunque el elemento indígena también está presente en algunas danzas, así como el ingenio y creatividad de artistas populares del mestizaje rural y urbano en barrios periféricos de Barranquilla. Ya las conocerán todas durante la presentación en la Universidad de Tampa.

Mil gracias, Gabriel, tus preguntas me han hecho recordar muchas cosas que tenía extraviadas en el archivo de mi memoria.

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