viernes, 4 de noviembre de 2022

Cien años de La Gaceta en el documental Tres lenguas, tres generaciones

 El viernes pasado asistimos al Círculo Cubano, en Ybor City, para ver el estreno del documental de Lynn Marvin Dingfelder titulado Tres lenguas, tres generaciones, dedicado a los cien años de La Gaceta. Siempre que entramos en ese hermoso edificio construido en 1917, uno siente la profunda presencia cubana en la historia de la ciudad, pero, esta vez, se agranda esa impresión porque la razón de la visita es disfrutar de una obra visual que promete asomarnos a la centuria de una publicación que, en 1922, fundara el cubano Victoriano Manteiga de los Ríos.

Si con el nombre del fundador se afirma la raíz cubana de La Gaceta, que en sus primeras tres décadas fue publicada únicamente en español, con la incorporación del inglés y de una página en italiano en la década de 1950 se expandió a las tres culturas básicas del origen y desarrollo de Ybor City y West Tampa, dos barrios céntricos y emblemáticos alrededor de esta bahía. Desde entonces y hasta hoy, la familia Manteiga –desde el abuelo al nieto– han expresado en su publicación cien años de historia de la ciudad con la diversidad de matices propios de una población que la ha hecho parte de su identidad.

De der. a izq.: Haydée, Gabriel, Patrick, Manuela, Alberto y Aileen

Al entrar al Círculo Cubano, veo a cientos de personas conversando animadamente en diferentes salones, saludando y brindando por la ocasión de reencontrarse para una feliz celebración. Quién sabe desde cuando no se veían muchos de los más viejos asistentes al lugar, quienes hace algunas décadas leyeron en La Gaceta las noticias que entonces les preocuparon, alegraron, alertaron o, simplemente, les hicieron reír. Ahora estaban aquí, alegres de saberse parte de la historia que prometía el documental. Muchos, que ahora son amigos de Patrick Manteiga, lo fueron también de su padre,  Roland, y algunos también de Victoriano, como  Emiliano Salcines o Richard Muga, cuyas imágenes desfilarían más de una vez por la pantalla con entusiastas testimonios que perdurarán en el emotivo documental.

Con todas las sillas del teatro ocupadas y algunas personas de pie –como ocurría en el Liceo Cubano cuando se anunciaba un discurso de José Martí–, se apagaron las bombillas para dar paso a la luz del documental. Las imágenes de Victoriano Manteiga– desde el apuesto joven que llegó de Cuba en 1914 con 19 años, se empleó como lector de tabaquería y fundó La Gaceta, hasta el hombre, ya viejo, que en  1962 cedió la dirección del periódico a su hijo–, desfilan en múltiples retrospectivas acompañadas de momentos familiares y palabras de personas que le conocieron, le leyeron, fueron amigos suyos y le recuerdan con cariño y nostalgia de una época ya lejana, así como de periodistas y testigos actuales de la historia resumida en el documental.

La segunda parte de la cinta privilegia la época de Roland Manteiga. Remembranzas de familiares y amigos, imágenes rápidas de su niñez, de su participación como soldado en la Segunda Guerra Mundial y, más detenidas, sobre su labor como editor y columnista de La Gaceta o como visitante asiduo del restaurante Tropicana, donde tuvo una mesa privada, una especie de trono desde el que guiaba sus comentarios políticos, recibía distinguidas personalidades, entrevistaba a los más altos estadistas de la nación y saludaba con esmerada atención a elegantes mujeres que frecuentaban las páginas de su publicación. Los declarantes que le recuerdan con cariño en la filmación hablan de su personalidad atrayente y deslizan, con fino humor que desata hilaridad cómplice en los oyentes, alguna frase asociada a la predilección del editor por las mujeres hermosas.

Después, aunque reiterado en varios momentos del documental, emerge la figura de Patrick Manteiga, editor de La Gaceta desde la muerte de su padre, en 1998. Patrick, emocionado junto a su esposa e hijos en la primera fila, vuelve a oír las palabras del padre y el abuelo, mira los gestos de aquellos dos hombres que fueron en su tiempo protagonistas significativos de la historia de la ciudad; mira desfilar por la pantalla el rostro joven de su madre, el de su magnífica esposa, el de sus hijos desde la feliz niñez hasta hoy y, seguramente, piensa en el legado que recibió y en la responsabilidad de continuarlo.

Finalmente, es de destacar la corrección del lenguaje documental, la síntesis a pesar de la densidad informativa, el ajuste temporal, la coherencia de los diferentes expositores y la consistencia entre la imagen y el discurso hablado. Evidentemente, la experiencia, profesionalidad y pasión de Lynn como documentalista y el excelente trabajo de su equipo permitieron la realización de una obra hermosa, emotiva  y digna del tema elegido.

Estas líneas no pretenden ser una nota crítica (la que requeriría ver detenidamente la cinta más de una vez), sino unas palabras de felicitación  a todos los que han permitido la creación de un documental que quedará inscrito en la historia de La Gaceta y en la historia de la ciudad.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario