lunes, 3 de abril de 2023

José Martí, el 24 de marzo de 1895: Voy con la justicia

 Como ya todas las cosas parecían arregladas para salir, José Martí puede estrenar un nuevo traje, sencillo y limpio como él, para que lo acompañe en la naturaleza que lo aguarda. Nunca se ocupó mucho de su vestimenta, pero en el último tiempo, con su continuo viajar, se le había deteriorado demasiado la escasa que tenía. El exceso de gastos de indumentaria lo creyó una de las superficialidades mayores de la vanidad humana. Dijo alguna vez que la mucha tienda significaba poca alma y que el que lleva mucho por dentro, necesita poco por fuera. Bastante tenía él por dentro, pero, de todos modos, era imprescindible llevar  algo por fuera,  se dejó guiar de los pasos de Máximo Gómez a las puertas de una sastrería.

En el camino hacia ella, tal vez cayera en cuenta de lo pobre que iba: los zapatos   fueron remendados hace unos días en Santiago de los Caballeros, el saco que trae se ha ido decolorando y el sombrero de castor es de los más baratos. Para el viaje reciente a Cabo Haitiano llevó una capa de Gómez, más para ampararse del frío que de la lluvia y también del General “unos pantalones muy cariñosos y ya amados”.    En  el camino, un médico cubano  –Salcedo–, “porque me oye decir que vengo con los pantalones deshechos, me trae los mejores suyos, de dril fino azul, con un remiendo honroso”. Hacía  dos  semanas  que  Gómez, pensando en el posible viaje a la capital, se lo había presentado  así: “Allá va Martí, con su cabeza desgreñada, sus pantalones raídos, pero con su corazón fuerte y entero”. 

Gómez debió decirle que pensara un poco en su persona y que hiciera una buena selección del modelo, aunque las telas fueran  modestas. El sastre, Ramón Almonte, les abrió las puertas con una mirada avivada por el presentimiento de que iba a coser un traje para la historia americana.  El color escogido fue un azul fuerte, tanto para el pantalón como para la chamarreta. Almonte, conversando, anota las medidas. Para el saco, 76 cm de largo, 45 de hombro y  82 la manga, por fuera. El pantalón, 80 de cintura, 102 de largo.  Hasta que, al fin, logra liberarse de la cinta para estrenar un traje nuevo este tercer domingo de marzo.

Ya estaban al partir. Él y Gómez han comprado la goleta “Mary” a John Poloney y éste se ha comprometido a contratar al capitán y  contramaestre que les acompañarán hasta Cuba esa semana  que comienza. El plan fracasaría por la alta suma de dinero que se les exige; pero este domingo están firmemente convencidos de que en un par de días estarán en el mar. Por eso, Martí escribe el texto capital que llamamos El Manifiesto de Montecristi y tantas cartas de organización y despedida.

El texto programático debió estarse escribiendo, o pensándose este domingo. Al día siguiente lo firman los dos grandes dirigentes, sin alteraciones y con armonía. En carta a Gonzalo de Quesada, fechada tres días después, el Maestro señala: “Del Manifiesto, complacerá a ustedes saber que luego de escrito  no ocurrió en él un solo cambio; y que sus ideas envuelven a la vez (...) el concepto actual del General Gómez, y el del Delegado”. En esta misma carta, informa a Quesada que a través de la palabra vidi –puesta en un cablegrama del 26 para él– lo está remitiendo a este documento. Por otro lado, entre aquel domingo y el miércoles, hay reproducciones  del material, por cuanto a Gonzalo se le envía una copia el día 28, con el encargo de hacerle una  urgente impresión, mientras otra  se  hará  en Santo Domingo.

También las cartas fechadas el 25 de marzo debieron andarle cortejando todo este domingo. Unas, breves,  tenían que ver con el trajinar del momento, como la escrita a Dellundé para que enviara a Montecristi, con el mismo portador –Camilo Borrero–, las últimas noticias llegadas de Cuba por esa vía.; al Brigadier  Rafael Rodríguez, encargándole de una importante misión relacionada con otra expedición posible; a Gonzalo y Benjamín, a quienes ya viene uniendo en su epistolario, dos cartas el mismo día: En una, toda la oración la hace una voz: “partimos”. Y después lo principal, a lo que va: “contribuir a ordenar la guerra de manera que lleve adentro sin traba la república”.  En la otra, la táctica con que deben actuar y una especie de revista a todo lo que se está haciendo: a lo de Costa Rica, desde donde acaso Flor, y Maceo con él, hayan salido.  Lo de Serafín, lo de Collazo, lo de Enrique Rodríguez. Y al final, todo el papel que les corresponde a los revolucionarios del exterior, para con los compatriotas que ya están en el escenario de la guerra. Después de lo inmediatamente cubano, medita en el alcance americano de esta obra, que si bien lo ha reflejado en el Manifiesto, lo amplía en carta a Federico Henríquez y Carvajal, tan excelso pensador como amigo suyo. Le habla de los complejos problemas que influyeron en las imperfecciones de la independencia de nuestros pueblos y le expresa su convicción de que las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América.

 Esta misión trae él a cuestas, aunque ande a rastras, con el corazón roto. En una frase para el amigo Henríquez, está el mandato de unidad con que convoca a todos: “Hagamos por sobre la mar, a sangre y a cariño, lo que por el fondo de la mar hace la cordillera de fuego andino”.    Después ordena en el corazón las despedidas más íntimas de su ser: “Madre mía: hoy 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Ud”.  Todavía sueña con ver un día a toda la familia a su alrededor, contentos de él. Y el adiós a las niñas, a María y a Carmita, porque ya está al partir a un largo viaje. Y tal vez allá, donde no puedan llegar las cartas, tendrá que conformarse con las noticias que de ellas puedan darle el sol y las estrellas.

Tomado de mi libro Domingos de tanta luz, disponible en Amazon o directamente con el autor escribiendo a cartayalopez@gmail.com.

2 comentarios:

  1. Es un deleite leer con tu magnifica prosa el quehacer de Martí en aquellos venturosos días. Excelente lectura.

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  2. Brillante. Ronel González Sánchez.

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