viernes, 28 de julio de 2023

La sangre de Santa Águeda, un libro valioso

 La semana pasada, mi amigo Antonio Bechily me envió un libro intitulado La sangre de Santa Águeda, con un subtítulo en el que incluye las tres figuras centrales al que está dedicado: Angiolillo, Betances y Cánovas. Por el peso de cada uno de estos protagonistas en la obra, pienso que el orden al anotarlos en la portada pudo haber sido: Cánovas,  Angiolillo y Betances, pues es alrededor de los dos primeros que se centra el acontecimiento a que nos remite el título.

La obra del autor Frank Fernández fue publicada por la Editorial Universal, de Miami, en 1994. Sin embargo, no conocía este libro ni tenía referencias acerca del autor, a pesar de haber escrito El anarquismo en Cuba (2000), de referencia necesaria para conocer la evolución de esta corriente ideológica no solo en la Isla, sino también en Europa y en el continente americano. Probablemente, la pertenencia del autor a una postura que se opone tanto al capitalismo como al comunismo haya influido en que tenga menos visibilidad, en una época en que los llamados libertarios han perdido espacios en la sociedad a nivel global debido, entre otras razones, al uso de métodos terroristas al enfrentar el poder.

No obstante, encuentro en La sangre de Santa Águeda la obra de un profundo historiador, quien hace aportes analíticos respaldados por una amplia y seria documentación, no solo en torno al tema central que trata –el asesinato del  presidente del gobierno español, Antonio Cánovas del Castillo, en 1897, cometido por el anarquista italiano Michelle Angiolillo–, sino también en torno a los acontecimientos en que ambos personajes estuvieron envueltos y, especialmente, en relación con el destino de  los países en los que aquel acto tuvo repercusión. Igualmente, esclarece muchos aspectos relacionados con la actuación del puertorriqueño Emeterio Betances, reivindicando en muchos aspectos la figura de uno de los más grandes antillanistas del siglo XIX.

El análisis que hace Fernández sobre la evolución política de España a fines del siglo XIX es objetiva, desentraña los resortes, intereses y comportamientos que determinaron el sostenimiento del poder entre dos fuerza políticas que se complementaban: los conservadores y los liberales, sustituyéndose en el gobierno después de la restauración monárquica de 1874, cuando Alfonso XIII  y después la regente María Cristina ocuparon la Corona. Si bien el autor  se centra  en la figura política española mayor de esta época, también valora agudamente el papel desempeñado por Práxedes  Mateo Sagasta –presidente del gobierno español al producirse el desenlace de la guerra con Cuba–, en las motivaciones y pretextos de la intervención de los Estados Unidos en el conflicto y en la pérdida de las posesiones ibéricas en ultramar.

No son desatinados, aunque hipotéticos, los razonamientos del historiador acerca de  una posible terminación diferente de la Guerra de Independencia Cubana, si ­Cánovas no hubiera sido asesinado en agosto de 1897. Esgrime dos razones básicas: probablemente, como político avezado que era, habría aceptado la independencia que exigía el Gobierno de la República en Armas al negarse a aceptar la autonomía tardía que España vino a ofrecer a partir del 1.° de enero de 1898, lo que pudo adelantarse a una intervención estadounidense que su olfato pudo haber detectado antes que nadie. De esta manera, seguramente  España habría perdido la Isla, pero con una compensación de unos 300 millones de dólares a cambio, lo que en un momento se discutió. Asimismo, habría mantenido la posesión de Puerto Rico y Filipinas un mayor tiempo. En segundo lugar, el prestigio de Cánovas ante los gobiernos europeos e inclusive ante el gobierno estadounidense, pudo haber influido en el comportamiento de este país.

Es sumamente interesante el análisis que hace Fernández sobre el momento en que España, ya con Sagasta al frente del Gobierno, intenta salvar la posesión de Cuba otorgándole finalmente un régimen autonómico. El autor valora la sustitución de Valeriano ­Weyler por Ramón Blanco como capitán general  de la Isla, ofrece un perfil objetivo de ambos y destaca la imposibilidad de que pudiera afirmarse un gobierno cubano, presidido por el autonomista José María Gálvez, bajo la tutela del susodicho Blanco. Las protestas en La Habana, la Circular del Ejército Libertador proponiendo la pena de muerte a quienes en sus filas defendieran otra opción que no fuera la independencia y los oídos sordos en España ante quienes, como el político Francisco Pi y Margall, insistían ante el gobierno para que considerara la independencia de Cuba antes que una vergonzosa derrota frente a Estados Unidos, crearon las condiciones favorables no solo para la intervención armada norteamericana, sino para el fin que, además de humillar a España, devino en un Puerto Rico y Filipinas como colonias estadounidenses, así como una Cuba con una independencia moldeada a los intereses del interventor.

Sobre otros hechos y alrededor de varias figuras, nos ofrece Fernández un inteligente análisis, sin que su propia ubicación en las filas del anarquismo perjudique la seriedad con que, como verdadero historiador, se posicione frente a los hechos que describe. Además de este extraordinario mérito, tiene este autor la excelsa cualidad de escribir bien, con un estilo ameno que nos atrapa desde el párrafo con que inaugura cada capítulo (cuasi un triller fílmico) hasta la frase final en que culmina este útil ensayo histórico.

 

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