viernes, 17 de noviembre de 2023

El pensador, en el aniversario de Auguste Rodin

 Mi amigo Alberto Sicilia acaba de regalarme una copia en bronce de El pensador, tal vez la creación más distinguida de Auguste Rodin. Por esos intersticios del azar, recibo la escultura en miniatura (si hay miniaturas para las obras grandes) de manos de un rapsoda –El Poeta fue el nombre inicial que recibió esta obra– y, sorpresivamente, en la misma fecha en que se cumple el 183 aniversario del natalicio del célebre escultor francés, felizmente ocurrido el 12 de noviembre de 1840. A esa concurrencia se agrega que la presente edición de La Gaceta coincide con el 106 aniversario de la muerte del artista, pues su deceso se produjo a los cinco días de haber cumplido 77 años, el 17 de noviembre de 1917.

Ante esta antojadiza sincronía, nada mejor que escribir el agradecimiento en unas líneas que rindan homenaje al artista inmortal, con acento en la escultura de la que recibo una copia, en cuya pequeñez material se concentra su profunda belleza simbólica y espiritual.

Auguste Rodin está inscrito en la historia del arte como un fundador de la escultura moderna, al romper con los moldes tradicionales de un arte que exponía una figuración imitativa de la naturaleza, para abrir paso a una interpretación de la realidad en la que también participara el espectador. 

Aunque desde los 14 años Rodin asistió a la Escuela Imperial Especial de Dibujo y Matemáticas, donde aprendió a modelar y dibujar de memoria bajo técnicas tradicionales, no tuvo éxito las tres veces que intentó entrar a una Escuela de Bellas Artes, lo que lo llevó a completar sus estudios de forma más autodidacta, tanto en anatomía,  modelado escultórico, como en otras disciplinas relacionadas con sus inquietudes artísticas.

Hacia los 15 años ya modelaba con arcilla en el Museo del Louvre y dos años después comienza a participar con esculturas decorativas en la  reconstrucción urbana de París. A los 20 años realiza la primera escultura que se conserva, dedicada a su padre: el Busto de  Jean-Baptiste Rodin, dando paso al estilo neoclásico del que iba a ser uno de sus más grandes exponentes.

Sin embargo, para él su primer gran escultura fue La máscara del hombre de la nariz rota, donde se abre a una estética propia, lo típicamente rodiniano. El salón de París de 1865 la rechazó, como muestra de la resistencia ante lo nuevo. La obra no representaba a una reconocida figura histórica o legendaria, sino a un hombre pobre de un barrio parisino y tuvo que esperar diez años (1875) para ser aceptada por la Academia.

En la década de 1880, época que corresponde a El pensador (incluído en el grupo escultórico bautizado como La puerta del infierno, ya Rodin es un escultor ampliamente reconocido. En este tiempo crea  Los Burgueses de Calais, otro conjunto que se estudia entre sus obras más relevantes. Esta década cierra con la exposición que la Galería Georges Petit le dedicó, con una exposición de treinta y seis esculturas,  junto con setenta lienzos del pintor impresionista Claude Monet,  la que describió Octave Mirbeauión como “un evento colosal, de un aplastante éxito (...) Son ellos los que, en este siglo, encarnan de la forma más gloriosa, de la forma más definitiva, estas dos artes magníficas: la pintura y la escultura”.

Sobre la obra que destacamos, Rodin escribió al crítico Marcel Adam: “El pensador tiene una historia. En los días pasados, concebí la idea de La puerta del Infierno. Al frente de la puerta, sentado en una roca, Dante pensando en el plan de su poema. Detrás de él, Ugolino, Francesca, Paolo, todos los personajes de la Divina comedia. Este proyecto no se realizó. Delgado, ascético, Dante, separado del conjunto, no hubiera tenido sentido. Guiado por mi primera inspiración concebí otro pensador, un hombre desnudo, sentado sobre una roca, sus pies dibujados debajo de él, su puño contra su mentón, él soñando. El pensamiento fértil se elabora lentamente por sí mismo dentro de su cerebro. No es más un soñador, es un creador”.

Inicialmente,  esta escultura fue nombrada El poeta, en alusión a Dante.   Vino a ser en la exposición Monet-Rodin de la Galería George Petit en 1889 –ya separada como obra autónoma del conjunto referido–, al exhibirse la figura con sus dimensiones originales, que Rodin dejó de identificarla con ese nombre y la tituló El pensador. La razón del bautizo la dio el mismo creador: “Lo que hace que mi pensador piense es que él piensa no solo con su cerebro, piensa con su ceño fruncido, con sus fosas nasales distendidas y sus labios comprimidos, con cada músculo de sus brazos, espalda y piernas, con su puño apretado y sus dedos de los pies agarrados”.

 La primera fundición en bronce de El pensador se efectuó en 1884. En 1902, el artista decidió agrandar la escultura y alcanzó una altura monumental de 183.6 centímetros x 97, la que se expuso en el Salón de París en 1904. En abril de 1906,  fue instalada frente al Panteón de París y permaneció ahí hasta 1922, cuando fue trasladada al Museo Rodin (en el VII Distrito de París), donde se encuentra en la actualidad. 

El pensador es una de las obras escultóricas más reproducidas en el mundo, tanto, que a mi casa del Beverly Hill  floridano ha llegado la copia que, gentilmente, me ha obsequiado un poeta amigo.

 

 

 

 

 

 

 

 

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