viernes, 14 de junio de 2024

Máximo Gómez, en el 119 aniversario de su muerte

 El dominicano Máximo Gómez Báez pudo ser el primer presidente de la República de Cuba, inaugurada el 20 de mayo de 1902. Para las elecciones que siguieron a la Constitución aprobada en 1901, las fuerzas políticas de la Isla se organizaron en dos bandos principales:  el Partido Nacional Cubano y los Independientes, aunque otros partidos, como el Republicano de La Habana o  el Partido Federal participaron de la contienda. En aquellas circunstancias, cualquiera de aquellas agrupaciones que hubiera designado a Gómez como su candidato,  tenía las de ganar.

Buscando su parecer, un día los independientes enviaron a Bernabé Boza, quien había sido su jefe de Estado Mayor  durante la última guerra, y regresó con la respuesta definitiva:  ¿Qué daño le he hecho yo a usted ni a nadie para proponerme una corona de espinas?

Entonces le pidieron que apoyara a alguien, por el influjo que tendría su prestigio. Había sido el militar de más alto grado durante los 30 años de guerras independentistas. Su fama a través de las fuerzas libertadoras empezó desde el combate de Pinos de Baire, en noviembre de 1868, cuando emergió de las sombras al frente de un grupo de cubanos que, machete en mano, hizo huir a dos compañías españolas a pesar de que estas contaban con armas de fuego. La guerra estaba comenzando y los cubanos, aun los que habían recibido el grado de General tras el levantamiento de Carlos Manuel de Céspedes en La Demajagua, no tenían experiencia militar.

Entonces le llegó la hora a Máximo Gómez. Había nacido el 18 de noviembre de 1836 en Baní, República Dominicana.  A los 19 años participó en la batalla de Santomé, donde  fuerzas dominicanas se enfrentaron a Haití por la independencia de su territorio. Se logró la independencia, pero en 1861 el presidente Pedro Santana  prefirió anexar el país a España, desatando otro conflicto armado. Esta vez, Gómez se equivocó de bando, combatiendo a favor de España. Pero en 1865 los dominicanos ganaron la guerra y el joven de Baní tuvo que huir del país. Se embarcó hacia el oriente cubano, junto a la madre y unas hermanas, estableciéndose en El Dátil, un pequeño barrio cerca de Bayamo.

Por ello, cuando estalló la guerra de Cuba contra España, Máximo Gómez estaba allí, dispuesto a incorporarse en el lado correcto. Se sumó a la tropa del bayamés José Joaquín Palma, quien le otorgó el grado de sargento. Desde ese día, se convirtió en un maestro de la guerra de guerrillas y en el uso del machete como arma de combate. Saltó todos los grados y en breve el presidente Carlos Manuel de Céspedes lo nombró Mayor General.

Los más grandes combates de la larga Guerra de los Diez Años tienen su nombre, bien porque los guiara  personalmente, como la batalla de Palo Seco (1873) y Las Guásimas (1874), como por haber forjado a los más capaces combatientes que, a su vez, dirigieron grandes combates y alcanzaron los grados más altos en el Ejército Libertador, como es el caso de Antonio Maceo. Al terminar la Guerra Grande, en 1878, Gómez era el único general independentista en Cuba que había dirigido todas las regiones y tropas participantes en la contienda bélica.

Cuando en 1878 comprendió que la guerra se perdía por el regionalismo, caudillismo y otros males entres los insurrectos, lo que dio paso a la Paz del Zanjón, prefirió irse de Cuba antes de inmiscuirse en los enfrentamientos en  las filas independentistas cubanas.  Comenzó, junto a su familia (ya casado con Bernarda Toro y con varios hijos nacidos en medio de la guerra), un largo peregrinaje que lo llevó a vivir en Jamaica, Honduras, Costa Rica y finalmente República Dominicana, su país. Pero, en ese tiempo, participó en los más importantes intentos de reiniciar la guerra en Cuba.

En septiembre de 1892, creado el Partido Revolucionario Cubano, José Martí fue a visitarlo a Montecristi, en República Dominicana, con el propósito de ofrecerle la dirección del ramo militar de aquella organización política que se proponía conquistar con las armas la independencia de Cuba y, por encima de todo, crear una república democrática en la Isla. Martí lo encontró en su finca La Reforma, con un arado en la mano. Fueron tres días de conversación y cuando Martí lo invitó al proyecto que lo alejaría de la paz del hogar, sin más nada que ofrecerle “que el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”, aquel hombre de casi 60 años le respondió afirmativamente.

Después, junto a Martí firmó el Manifiesto de Montecristi, donde se definía el propósito de la guerra como medio para llegar a la república verdadera. Al lado del Apóstol, salió de su casa para Cuba. Desembarcaron juntos en Playitas, el 11 de abril de 1895 y juntos vivieron las alegrías, adversidades, compromisos y aspiraciones de aquella gesta. Caminaron a pie durante 14 días por elevadas montañas, ríos crecidos, enmarañados breñales. Después, a caballo, desde el 25 de abril hasta el 19 de mayo. Cuando cayó Martí en Dos Ríos, Gómez hizo todo lo posible por recuperar el cadáver. No lo logró, pero marcó con piedras del Contramaestre el lugar exacto donde murió el Apóstol.

Después, hizo toda la guerra, libró decenas de combates, enfrentó a la Asamblea de Representantes cuando perturbaba las operaciones militares. Finalmente, cuando desembarcaron las tropas estadounidenses y la guerra finalizaba con la victoria cubana, alertó de los peligros que se avecinaban: el excesivo control de Estados Unidos sobre la Isla, los excesos del caudillismo, personalismo y ambiciones en filas libertadoras.

Aprobada la Constitución de la República, se adhirió a ella con respeto a la ley. Apoyó a Tomás Estrada Palma en su candidatura por los Independientes a la presidencia e hizo campaña por él en diferentes lugares de la Isla. Todos lo aclamaban donde quiera que su cabello blanco  marcaba el sitio de la mayor dignidad. Tantos le daban la mano, una y otra vez, que descuidó curarse un rasguño en la derecha. La infección se agravó en junio de 1905. El día 12 fue   a verlo el general Emilio Núnez. El viejo general le susurró: Se va tu amigo. Núnez empezó a llorar y el moribundo lo consoló. Cinco días después, en su casa de  Quinta y D, en El Vedado habanero, rodeado de su familia y varios amigos, su corazón dejó de latir. Era 17 de junio de 1905. Todo el país se conmovió, en un duelo nacional que duró tres días. Mientras el cadáver del Generalísimo era velado en el Salón Rojo del Palacio Presidencial, el presidente Estrada Palma dio a conocer la siguiente proclama:

“El mayor general Máximo Gómez, General en jefe del Ejército Libertador, ha muerto. No hay un solo corazón en Cuba que no se sienta herido por tan rudo golpe; la pérdida es irreparable. Toda la nación está de duelo, y estamos todos identificados con el mismo sentimiento de pesar profundo, el Gobierno no necesita estimularlo para que sea universal, de un extremo a otro de la Isla, el espontáneo testimonio, público y privado, de intenso dolor”.

El martes, 20 de junio, al escucharse el toque de 21 cañonazos, el cortejo fúnebre fue  saludado por miles de personas, mientras se trasladaba del Palacio Presidencial a la Necrópolis Cristóbal Colón. La prensa informó que nunca se había visto en el país un entierro tan multitudinario. El ilustre dominicano lo merecía.

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