viernes, 25 de julio de 2025

Amir Valle sobre El secreto de la andaluza

 La andaluzael secreto y otras miradas humanas a ciertas historias

Por Amir Valle

José Martí es, de muchos modos, un mito controversial. Y es que, sobre esta trascendental figura de la historia de Cuba, se han generado manipulaciones de toda índole, un abuso que ha provocado que muchos cubanos vean al Martí (en ese todo que fue en tanto héroe/patriota/poeta/ser humano) como un arma ideológica en manos del poder político, o como una figura histórica veleta que se sopla a conveniencia del poder político o la oposición. Incluso hay quienes consideran que es una personalidad sobrevalorada e intentan desacreditar su rol en la historia y la literatura.

A person holding a book

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Por suerte para quienes seguimos creyendo que fue un ser excepcional y de muchos modos modélico, la literatura cubana está intentando despojar al ser humano llamado José Martí de todos esos esquematismos ideológicos, políticos y hasta chismográficos de su intimidad con los cuales la historiografía y el discurso político han erigido su estatua de mármol o bronce en el ideario del pueblo cubano.

Mucho se ha escrito sobre José Martí, lo cual habla de la excepcionalidad de su figura en la historia nacional. Debemos precisar también que, lamentablemente, se ha escrito “mucho y mal”, pues entre tan múltiple y numerosa bibliografía son raros los acercamientos que no padezcan de sesgos que enrarecen la grandeza de un hombre que apenas en 42 años de existencia se inscribió en el gran libro de la historia hispanoamericana. Pero en los últimos dos años he tenido el privilegio de editar dos excelentes novelas cubanas que buscan humanizar la tan vapuleada figura de quien ha sido ensalzado, con igual rabia o pasión, en términos místicos como “apóstol”, patrioteros como “héroe nacional”, y hasta propagandísticos como “autor intelectual del Moncada”… Me refiero a las novelas La noche bella no deja dormir, de Froilán Escobar (Ilíada Ediciones, 2023), y Cuba y la noche, de Yandrey Lay (Ilíada Ediciones, 2024). Ahora llega a mis manos, esta novela, El secreto de la andaluza, del historiador y escritor cubano Gabriel Cartaya, editada en Estados Unidos por Classic Subversive Editions, que dirige el poeta cubano Alberto Sicilia.

Y nótese que, al hablar del autor de esta novela, dije primero “historiador”. Porque esta novela está edificada capítulo a capítulo sobre la base de hechos, evidencias y detalles históricos en torno a la existencia de Martí, que Gabriel Cartaya conoce a la perfección porque lleva años investigando todas esas áreas tan dispersas y discutibles de nuestra historia patria. Ese conocimiento profundo de los detalles es el primer gran mérito que tiene El secreto de la andaluza: en la novela, entrelazados dramáticamente, el hecho comprobado, la suposición histórica basada en análisis de evidencias y hasta el rumor de veracidad posible, configuran la humanidad de Martí, en su más íntima y pública actuación, para ofrecer un retrato creíble de sus virtudes y defectos, léase de su más natural posible comportamiento como individuo. Pero, además, aquí se reconstruye el escenario de esa Cuba enrarecida que vivieron los cubanos, mambises o de pueblo llano, tras la muerte de Martí en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895, la entrada de los norteamericanos en la guerra cubana contra España, las imposiciones impuestas por Estados Unidos a los guerrilleros mambises una vez terminada la guerra, y muchas de las manquedades, oscuridades y vergüenzas históricas con las que nació nuestra República. Una reconstrucción hecha desde la perspectiva de los de abajo, esos que ganaron la guerra contra España, pero, al final, no obtuvieron la victoria que soñaban. Y mucho menos, el reconocimiento que merecían.

A close-up of a veil

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El contrapunteo que Cartaya establece todo el tiempo entre Martí y otras grandes personalidades de la historia cubana –digamos, Antonio Maceo, Máximo Gómez, Guillermo Moncada, Flor Crombet, Jesús Rabí, por solo citar algunos– no se utiliza en esta novela para reafirmar la grandeza de este catálogo de héroes, sino para desnudar sus más pequeños actos humanos: la fidelidad, la envidia, la honestidad, los celos, la complicidad, las desavenencias, la confianza, las dudas… imperfecciones y virtudes que equilibran incluso la presencia novelada de los personajes menos relevantes en la historia aquí contada y les quitan, a todos, protagonistas o secundarios, esa pátina de estatua fría y muerta con la que los estudios historiográficos suelen pintar a ciertos personajes históricos y a ciertos momentos de la historia patria.

Además de humanizar a los personajes, otro de los méritos de esta novela es colocar en juicio el rumor: en este caso, el más controvertido de los rumores políticos que Martí ha generado, ese que habla de unas páginas pérdidas (o arrancadas a propósito por alguien) en su Diario que mostrarían verdades que otros líderes mambises desearían ocultar a la opinión pública, se aborda mediante un contrapunteo dramático en el que cada uno de los personajes implicados (encabezados magistralmente por Emilia, la andaluza amiga de Martí) juega una carta escondida, que se anuncia al lector mediante el narrador correspondiente, pero nunca se devela del todo. La intriga, de ese modo, crece, se expande de un escenario geográfico a otro, y se erige en leitmotiv de la trama para lanzar un cuestionamiento esencial a la gesta liberadora cubana y al futuro de la Isla: ¿es válido ocultar la verdad, cuando esa verdad pueda generar polémica y división?, ¿está justificada la omisión de ciertos hechos oscuros, bajas reacciones, comportamientos innobles y defectos humanos para no enlodar fines supuestamente más excelsos y trascendentales en la historia nacional?, ¿hasta dónde no exponer las miserias humanas y las equivocaciones humanas sirve para preservar una aspiración futura? El autor, Cartaya, pone aquí a Martí y a otros fieles a su idea de país a cuestionarse ciertos procederes de los líderes que podían afectar la Cuba libre y democrática –y de los cubanos, con los cubanos y para los cubanos– por la que todos decían luchar. Cuestionamiento que junto a otras ocultaciones intrigantes y a maquinaciones cuestionables de algunos de los protagonistas (incluidos Martí y su amiga andaluza Emilia), y, a partir de un punto en el conflicto de la novela: los  retos humanísimos y los titubeos e incertidumbres de la andaluza ante la comisión que Martí le ha dejado en las manos, mantienen el interés por el desarrollo de la trama y colocan ante el lector nuevas preguntas, de las que solo quiero referir una para no adelantar nada sobre esa nueva oleada de conflictos: ¿hasta dónde debe llegar la fidelidad a una promesa y a un recuerdo sentimental cuando se trata de un secreto que podría cambiar la historia?

Cartaya, además de historiador, es un excelente narrador. Ha sabido combinar con excelencia el relato histórico con el relato especulativo sin que se vea afectada ni la HISTORIA, así escrita toda la palabra con mayúscula, ni la credibilidad que debe poseer todo escenario ficcionado que se respete. Ha logrado construir personajes de una singular fortaleza psicológica, muchos de ellos históricos, rompiendo los tópicos con los que la historiografía cubana los había delineado. En el plano lingüístico ha estructurado una novela que oscila entre el lenguaje poético, la inclusión de muy acertados fragmentos de la obra ensayística o de memoria de Martí, y una también muy lograda narración de los sucesos con una visualidad que posibilita recordar grandes pasajes de esta novela. Y en lo concerniente a la dramaturgia de la obra, ha sabido jugar con todos los ganchos de interés en las historias de cada personaje, para imbricarlos en una puesta en escena llena de sensibilidad, estremecimientos, impactos, en torno a una pregunta mayor, de impresionante actualidad: ¿pueden las miserias humanas de los grandes protagonistas de la historia destruir esa república “con todos y para el bien de todos” que tantos cubanos han soñado desde el mismo día en que comenzamos a pensar como nación?

Yo encontré mi respuesta en esta novela y atisbando esa realidad difícil y controvertida que vive hoy la Isla. Ahora deberán ser ustedes, los lectores que seguro tendrá esta exquisita e importante novela de Gabriel Cartaya, quienes aquí, en El secreto de la andaluza, deberán encontrar sus propias respuestas.

 Berlín, 11 de julio de 2025.



viernes, 18 de julio de 2025

El Dr. James López en la presentación de El secreto de la andaluza

 El pasado sábado fue presentada en Ybor City la novela El secreto de la andaluza, en la sala de la Unión Martí-Maceo. Como autor de esa obra, agradezco profundamente la presencia de alrededor de sesenta personas, muchas de las cuales expresaron su motivación a través de comentarios, preguntas y adquisición del libro. Asimismo, a Alberto Sicilia, presidente de Tampa Lector y editor, por la organización del evento y las cálidas palabras en su apertura.

La primera sorpresa consistió en escuchar desde una pantalla el extenso dicurso-video que el escritor Amir Valle hizo llegar desde Berlín, con una opinión positiva acerca de la obra presentada. Su intervención, al enviar también su escrito, la publicaremos en La Gaceta. Esta vez, damos a conocer algunos fragmentos del análisis realizado por el Dr. James López, profesor de literatura en la Universidad de Tampa.


Fragmentos del discurso del Dr. James López

Quienes han tenido el privilegio de leer El secreto de la andaluza sabrán que su punto de partida es tan intrigante como revelador: las páginas perdidas del Diario de campaña de José Martí, aquellas páginas arrancadas por razones misteriosas, aunque no del todo incomprensibles, y que algunos atribuyen al general Máximo Gómez. Esta novela ofrece una versión alternativa de los hechos y de las razones que llevaron a esa notoria omisión, que tanta repercusión ha tenido en la historia cubana. A partir de ese vacío, Gabriel construye una historia alternativa –una contra-historia– que le permite explorar el origen mismo de la República cubana, y su posible evolución (accidentada, por cierto) hacia una democracia moderna, representativa, y fiel al espíritu martiano, antes de ser interrumpida por la Revolución del 59.

Esta estrategia literaria se inscribe en una larga tradición de novelas históricas ­–pensemos en El general en su laberinto de García Márquez, por ejemplo– en donde la literatura despliega su prodigiosa capacidad especulativa para enriquecer y profundizar nuestro sentido histórico, liberando a los grandes personajes históricos del mármol que los ha inmovilizado, y devolviéndoles su humanidad, es decir, su fragilidad, su cotidianidad, sus dolores y sus dudas. En el caso de El secreto de la andaluza, este proceso ocurre casi al revés, y mediante una protagonista inesperada: una mujer andaluza, sencilla en apariencia y ambición, y que, sin embargo, parece encarnar toda la sabiduría popular cubana, articulando en su lenguaje directo y sencillo una visión limpia de ideologías y ambiciones. Esa “linda andaluza” que Martí eterniza en la breve descripción que de ella incluye en las páginas de su Diario, adquiere en la novela de Gabriel dimensiones casi míticas, y a través de su narración nos devuelve el espíritu de Martí, como hombre, como amante, como pensador, y como cubano, como si su voz reemplazara, con ternura y lucidez, las páginas desaparecidas del Maestro.

Si bien la novela se titula El secreto de la andaluza, lo cierto es que esa andaluza no guarda un secreto, sino muchos secretos. Secretos que le permiten ver lo que Unamuno llamó la infrahistoria, esa historia que no se encuentra en los libros escolares, sino en las experiencias de vida de quienes desde el anonimato sostienen una nación: los que luchan, aman, sufren y mueren entre los vaivenes de la política doméstica e internacional. Y así es que la andaluza de la novela se convierte en el vehículo para que el autor efectúe una reevaluación de los logros y fracasos de la nación cubana, ofreciéndonos una radiografía lúcida de la República y de muchas de sus figuras conocidas, y muchas otras olvidadas, borradas por la amnesia impuesta tras la Revolución.

Ahora bien, es importante decir que no se trata de una novela solo para iniciados en la historiografía cubana. Es cierto que El secreto de la andaluza es una novela profundamente cubana –conociendo a su autor no pudiera ser de otra manera– y también es verdad que requiere de cierto conocimiento histórico para aprovechar toda su riqueza referencial. Pero también es –como soñaba Martí– una obra “con todos y para el bien de todos”. Por eso no quisiera dejarles con la impresión de que se trata solo de una novela de tesis, o una novela de ideas. Lo es, sin duda, pero también es mucho más que eso.

Porque esta andaluza –que tanto ve, tanto sufre y tanto goza– descubre en la naturaleza, en la forma de hablar de la gente independiente de su procedencia social, en la cotidianeidad familiar, en el contacto humano y lo erótico, la verdadera clave de la felicidad, y la medida de lo esencial. Más que en el discurso político, lo que le da su profunda sabiduría es su capacidad de observación y su sensibilidad.

Y es aquí donde quisiera destacar el talento de Gabriel como escritor, porque si bien el contenido de la novela es importante y valioso, es, después de todo, una novela, una obra de arte, y hay que reconocer su gran valor literario.

Gabriel es un gran pintor; pinta con la palabra. Sus descripciones de la naturaleza cubana, su reproducción del habla popular, comparables a las del propio Diario de Martí, poseen una belleza serena e inigualable. Recuerdo aquí a uno de mis maestros, Ivan Schulman, cuyo primer libro se tituló Símbolo y color en la obra de José Martí. Ese libro me enseñó que para Martí lo poético era inseparable de lo político y de lo ético, y que en la contemplación de la naturaleza y su representación artística se descubre el fundamento de su moral en cuanto modelo de la mesura, la belleza, y lo ideal. Basta con leer los Versos sencillos o el ensayo dedicado a Ralph Waldo Emerson para darse cuenta de ello. Gabriel, por ser un escritor de exquisito gusto y un martiano hasta la médula, ha sabido interiorizar esa sensibilidad poética y esa capacidad para reconocer y reproducir en una prosa clara y deslumbrante el mundo natural de manera que no es solo fotografía verbal sino guía espiritual.

Así pues, aunque El secreto de la andaluza es una novela imprescindible para una consideración renovada de la historia de Cuba, para recorrer algunos de los debates fundacionales de la nación, para reevaluar algunas de sus figuras históricas más estudiadas y recordar otras olvidadas, para entender mejor el largo conflicto entre el civilismo y el personalismo en la Isla, un conflicto que sin duda fue el blanco de esas páginas perdidas del Maestro, y también para contemplar la figura de Martí desde una perspectiva novedosa mediante una fecunda especulación sobre sus últimos días… no he querido dejar de lado este otro aspecto que, para mí, puesto que soy profesor de literatura, es esencial.

Hay una imagen que reaparece una y otra vez en la novela, y es aquella que Martí capta en su poema “Dos patrias”, que no se publicó hasta mucho después de su muerte en Dos Ríos: “Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche. / ¿O son una las dos?”. Esta imagen se repite a lo largo de la novela, convirtiéndose en una profunda meditación sobre el abismo infranqueable que existe entre lo real y lo ideal, entre lo posible y lo deseado. Ahí se halla el nudo del secreto que guardará la andaluza durante su larga vida. Esa “linda andaluza, subida a un poyo, pilando café” que Martí describe en su Diario poco antes de morir se convierte no solo en la guardiana del último gran secreto del Maestro, sino también en su intérprete. Porque ese secreto no es un documento, ni una teoría, ni un programa político, sino, al fin y al cabo, es un sueño, una visión, un anhelo, es tal vez esa segunda patria a la que alude Martí en su poema. Así lo expresa él mismo cuando visita a la protagonista en un sueño y le dice: “La perfección mata los sueños, porque los sueños son la búsqueda eterna de la perfección”.

Muchas gracias.

 

 

domingo, 13 de julio de 2025

Historia y ficción en El secreto de la andaluza

 El secreto de la andaluza, de mi autoría,  es una recién nacida novela histórica –o una historia novelada, no lo sé bien– cuya primera presentación se hará en Ybor City este 12 de julio, a las 11 a. m., en la sala de Unión Martí-Maceo,  ubicada en la 7.ª avenida y calle 13. A ella invitamos a todos los lectores de esta columna. Sea el azar concurrente lezamiano o un reflejo metafísico del subconsciente, el nombre de este lugar vino a coincidir  con las dos figuras de mayor peso histórico en el desarrollo de una obra que, desde la ficción, intenta desbrozar el misterio más impenetrable que yace en el imaginario de la nación cubana.

La andaluza de Dos Ríos, obra de Alexis Pantoja

El enigma responde a una interrogante objetiva que la historiografía no ha logrado resolver –ni podrá hacerlo, seguramente–. ¿Qué ocurrió con las cuatro páginas que faltan al Diario de campaña de José Martí? La incertidumbre tiene ya 84 años de existencia. Cuando, en 1941, ese hermoso cuaderno que  contiene sus apuntes entre el 11 de abril y el 17 de mayo de 1895 sale a la vista pública, los lectores tuvieron que saltar del 5 al 7 de mayo, pues, para sorpresa de todos,  las dos hojas correspondientes al 6 habían sido arrancadas.

¿Por qué tardó tanto en aparecer el Diario? Entre 1895 y 1941 nadie, que sepamos, lo pudo ver, cuando desde la primera década del siglo XX Gonzalo de Quesada venía publicando las letras del Apóstol que lograba reunir. Al ser mostrado por primera vez, ya apenas quedaban testigos de la época en que brotó esa escritura que tanto impresionó a Lezama Lima y a María Zambrano, como nos dice la doctora Madeline Cámara en su precioso escrito “Glosas al Diario de campaña de José Martí sugeridas por María Zambrano y José Lezama Lima”.  Con todo, su aparición fue disimulada en el interior del Diario de Campaña de Máximo Gómez, como un apéndice de este. Dos años después, en 1943, Gerardo Castellanos lo publicó de forma independiente. ¿Qué ocurrió con las páginas del 6 de mayo? Ese día, en la soledad de la alta noche, debió apuntar una honda reflexión sobre la difícil entrevista ocurrida el día anterior en La Mejorana.  

Desde conocerse el Diario, se ha atribuido a Gómez la inexplicable mutilación, tal vez aquejado por juicios sobre el despotismo militarista que debieron coincidir con aquella carta de 1884 donde se le advertía que un pueblo no se manda como se manda un campamento, conducta que afloró en Maceo cuando los tres se reunieron por única vez  en el campo cubano. Si en la página del 5 de mayo Martí escribe que Maceo le hiere y le repugna con una inesperada actitud, ¿que habrá escrito el 6, cuando tuvo mayor serenidad para evaluar el peligro a su proyecto de gobierno para la etapa bélica de la revolución? Hay que recordar que cuando en 1884 se enfrentó a los dos mismos caudillos en Nueva York, esperó dos días para escribir a Gómez, para que su respuesta “no fuera resultado de una ofuscación pasajera”.

Se sabe que a la hora del combate de Dos Ríos el Diario de Campaña de Martí estaba en las alforjas de la montura de Ramón Garriga, entonces su ayudante. De esa suerte no fua a parar a manos del coronel José Ximénez de Sandoval, jefe de la tropa española que dio muerte al líder político aquel 19 de mayo. Desde ese día, Gómez se apropió del cuaderno. No hay testimonios de que el Generalísimo lo mostrara a alguien. Cuando murió, en 1905, quedó en el fondo intocable de sus documentos. Vino a ser 36 años más tarde que sus descendientes lo entregaron a la nación.

Con esa historia de fondo,  El secreto de la andaluza se construye desde la ficción, aunque esta siempre se entrecruza con la realidad. La narración se sostiene en ese soplo invisible, pero creíble, donde un pudo ser se hace tangible y  mejora, orienta o restituye el servicio inconcluso de una aspiración. En esta otra dimensión –que es la novela–, las páginas que faltan al Diario fueron arrancadas por el propio Martí.  Frente a la creciente del río, turbio como La Mejorana, solo podría confiar en una mujer apartada de las pasiones de la tropa. A ella entrega las páginas en un tiempo y espacio alucinantes y le pide ocultarlas hasta el día en que  Cuba tenga una república verdaderamente democrática. ¿Es por ello que aún están perdidas? A ello responderá la lucidez del lector, acompañado de la luz martiana en la búsqueda del imaginario de patria que él puso en la mente de sus compatriotas y desde ellos –todos los cubanos– hacia la humanidad.

De El secreto de la andaluza emerge la pregunta profunda: ¿Democracia o dictadura? Con esa interrogante en la sangre venimos desde el arranque de la propuesta independentista, cuando en Guáimaro, aquel abril glorioso de 1869, se enfrentaron los camagüeyanos a los orientales. En el hueco de esa rivalidad perdimos a Céspedes, el iniciador. Perdimos la guerra de diez años. Se metió el caudillismo en el 95 y desembocó en la república. En la novela, una mujer –la andaluza de Dos Ríos que guarda la propuesta martiana– espera una y otra vez, de gobierno en gobierno, de liderazgo en liderazgo. Con todo, la república avanza y está al develarse el secreto con la Constitución de 1940. Se rompe otra vez, en un golpe de estado. ¿Qué pasará? Al final, ya en la década de 1950 –centenario martiano– ni los sueños premonitorios ni los espíritus vaticinan la democracia verdadera. Es una chispa que espera.

Entre realidad y ficción, hay mucho amor en la novela, para que no le faltara al hombre iluminado que solo pudo vivir 42 años y que tuvo tantas noches sin mujer. Hay mucho amor en estas páginas, amor pasional, amor a una mujer, a la mujer, amor como el que pudo merecer. Y está Ybor City en la raíz del secreto, como las palmas que esperan. Está El Liceo, el mensaje, está la república que esperaba la andaluza para develar el secreto. Y figuras como Ramón Rivero, Fernando Figueredo, Paulina Pedroso, y el ejemplo de Tampa, de la gente que nos antecedió en los sueños de hoy, en esta misma atmósfera, presencia, universo, en unas páginas que apuestan por el mejoramiento humano.

La andaluza, ¿quién es? Era necesario una confianza. Una mujer. En la vida real ella existió. Era Emilia Sánchez Collé, la esposa del capitán Rosalío Pacheco. Martí la pintó en el Diario, al llegar a su casa en Dos Ríos. Él lo escribe: la linda andaluza, subida en un poyo, pilando café. Ella (la real) no falta a Rosalío, a su estirpe, a su tiempo. Nada la empequeñece. Desde el poyo imaginario, es la depositaria de un secreto que está en el horno de la patria, en cada cubano perdido por el mundo, en cada esquina donde se ejerce el encargo de humanidad. Por ello, el secreto de la andaluza es el secreto de cada uno de nosotros.

Hay, todavía, un mensaje final: la república, con todas sus insuficiencias, era perfectible y avanzaba, alcanzado su mayor acercamiento a la aspiración martiana con su última Constitución. La advertencia no era destruirla, sino llevarla al nivel en que el secreto de la andaluza pudiera develarse.

Los lectores, como siempre, son los que saben. Al llegar a la última página, podrían abrazar el conjuro, el secreto largo y angustioso de la andaluza en su nueva identidad.

domingo, 29 de junio de 2025

Con la palabra del escritor Amir Valle

El reconocido intelectual Amir Valle, de origen cubano y radicado en Berlín, nos visitará en Tampa el próximo 28 de junio. El escritor, cuya obra ha merecido elogios de Mario Vargas Llosa, Augusto Roa Bastos,  Carlos Alberto Montaner y otros prestigiosos narradores, llega a nuestra ciudad a presentar su novela Mi nombre es polvo, “memorias impúdicas de un tatuador enloquecido por sus delirios de grandeza, sus traumas familiares y sus sueños de alcanzar la posteridad”, como advierte la la nota de contraportada.

Cuando Vargas Llosa leyó una de las novelas de Amir le escribió para “agradecerle nuevamente Las palabras y los muertos que por fin he podido leer entre maletas, aviones y desplazamientos frenéticos. La novela es excelente y me siento honradísimo por tu generosa dedicatoria”.

Amir, quien también es ensayista, periodista y editor, tiene una vasta obra que ya cuenta con unos treinta libros, entre ellos varias novelas que han merecido premios y una atención muy favorable de la crítica. Previo a su visita, nos comunicamos con el escritor, quien dirige la editorial Ilíada en Alemania, con el pedido de que nos contestara algunas preguntas para La Gaceta, a lo que accedió con amabilidad.

Con tu última novela, Mi nombre es polvo, acompañada de un subtítulo aún más incitante –Memorias impúdicas de un tatuador enloquecido–, te esperamos en Tampa a finales de junio. ¿Con qué ilusiones anotas en tu itinerario nuestra ciudad?

Estados Unidos, país que nunca me ha gustado para vivir, tal vez porque mi espíritu es más mediterráneo que americano o caribeño, siempre despierta en mí dos niveles de ilusión. El primero, histórico, puesto que se trata de un sitio que está más conectado –más de lo que muchos imaginan– con la historia de nuestra sufrida isla, conexiones que en el caso de Tampa se profundizan en el intelectual que creo ser porque allí dejó muchas marcas el más universal de los cubanos, José Martí, figura que en muchos modos venero en lo humano/poético/periodístico, aunque esa veneración no sea tanta, lo confieso, en relación a ese accionar que lo convirtió también en una figura central de nuestra historia política.

 El segundo nivel de ilusión es más, digamos, carnal… allí hay amigos, colegas, lectores, fieles todos a toda prueba, y a muchos de esos amigos hace ya casi 30 años que no los veo, y la posibilidad de compartir un abrazo, conversaciones actualizadoras, confrontar visiones aprendidas en décadas de exilio, complicidades cerradas nuevamente cara a cara, es un generador de ilusiones inagotable.

¿En qué mundo fantástico y real se adentra Mi nombre es polvo?

Lo que pueda haber de fantástico en la novela es el pretexto que me tomé, el canal que construí para hablar de problemas humanos esenciales, todos relacionados con esa bestia cada vez más miserable y más alejada de Dios que es el ser humano. Lo fantástico, que muchos consideran “lo irreal posible”, se convierte en un espejo que pretende mostrarnos al míster Hyde que todos llevamos bajo la piel y que solemos esconder. Pero todo parte de una historia real y de un personaje real.

 En septiembre de 2009, en Berlín, la ciudad donde vivo, un amigo pintor me llevó a conocer a un conocido tatuador en el populoso y depauperado barrio de Kreuzberg. Un muy joven tatuador que tenía fama de loco, que poseía una cultura alucinante y hacía tatuajes realmente extraordinarios –y esto es lo que anunciaba a gritos la locura que todos le endilgaban– supuestamente gracias a un talento que, juraba él, le había sido concedido por Dios –un dios, por cierto, que podía ser cualquiera de los dioses existentes porque él jamás definió cuál era. Aseguraba además que en cada una de las obras de arte que tatuaba sobre la piel de las cientos de mujeres que él consideraba haber “embellecido”, lo acompañaba, aconsejándolo, una especie de ángel –cuya descripción tampoco tenía que ver con la imagen tradicional de lo que entendemos como ángel. Y en las paredes de su sucio estudio se veían las fotografías de muchos de sus tatuajes a mujeres, pues solo tatuaba a mujeres y, sin exageración alguna, tenían ese sello de genialidad de los grandes artistas universales, que parecen inspirados por una fuerza sobrenatural.

Meses después de conocerlo, el tatuador mató a una de sus clientes luego de estampar en su cuerpo otra de sus maravillas, huyó de la ciudad y se refugió durante un tiempo en un apartado pueblito en las montañas de la Selva Negra, en el sur de Alemania, para finalmente suicidarse.

La prensa roja alemana, pues la noticia jamás fue reflejada por la “prensa seria”, insistió en sus artículos sensacionalistas que existía la posibilidad de que esa muchacha asesinada no fuera la única víctima de aquel tatuador. De ahí, hurgando en los motivos humanos o bestiales, ocultos y públicos, míticos o reales, fascinantes o repulsivos, que pudieron crear el universo vital de este tatuador, nació la idea de esta novela.

En tus años de vida en Cuba hasta 2006 te diste a conocer como uno de los más significativos escritores de tu generación, con varios libros publicados y premios importantes. ¿Qué significó para ti iniciar la madurez literaria en un medio tan lejano (culturalmente hablando) del entorno de tus primeras creaciones?

Mi destierro fue desde el mismo inicio un reto. Cierto comisario cultural, cuyo único sello en la cultura cubana ha sido portar una melena y ascender en la política pese a ese rasgo afeminado en un mundo político machista, dijo cuando me desterraron: “ahora Amir, como muchos otros exiliados, conocerá la muerte literaria, se morirá como escritor, y perderá sus raíces culturales…”.

Ese, como sabemos, es el discurso que le hacen allá a los jóvenes intelectuales: si te vas del país, te mueres como creador, jamás serás nadie. Quienes me conocen, saben bien que soy muy tozudo, muy empecinado… Cuando me fui de Santiago de Cuba a La Habana, recuerdo que Aida Bahr me dijo: “¿para qué te vas? Acá eres cabeza de león, y allá serás solo cola de ratón” … y recuerdo que, sacando toda la autosuficiencia que entonces me caracterizaba (y que por suerte Dios ha ido arrancando a desgarrones de mí desde que le entregué mi vida a Cristo), le respondí a Aida: “me voy a ir, y te juro que voy a ser el mechón más visible de la melena del león”…

Mirando atrás, creo que logré ser uno de esos mechones visibles, eso que tú acabas de definir como “uno de los más significativos escritores de tu generación, con varios libros publicados y premios importantes…”. Y te confieso que no tardé en descubrir en mi destierro forzado (primero en Madrid y luego en Alemania, donde ya cumplo 20 años de vida) que en Cuba la política cultural obliga a los escritores a transitar los caminos que los políticos establecen y, encima, como si fueran caballos con orejeras, condenados a mirar solo ese camino predeterminado por la política y la ideología “revolucionaria”.

No tardé en descubrir en mi destierro que el verdadero reto de un escritor no es solo conquistar un sitio en la literatura de su país, es conquistar también ese amplísimo escenario que es el territorio de la lengua –la española o castellano en nuestro caso–, y después seguir la conquista hacia ese espacio más abierto y plural que es el de la literatura universal.

Y aunque uno nunca está satisfecho, ver mis libros publicados en las más grandes editoriales en lengua española, haber obtenido premios literarios internacionales de seriedad indiscutible, que mi obra literaria se incluya en los planes de estudio de las más importantes universidades en casi todo el mundo, y que mis libros se traduzcan a numerosos idiomas, me hace sentir que las malsanas intenciones del melenudo comisario cultural no se han cumplido. Y todavía me siento con fuerzas para seguir asumiendo el reto de no dejarme aplastar por las circunstancias casi siempre adversas que impone el destierro.

Dijiste en una entrevista que los cubanos no distinguimos bien entre los conceptos de ­exiliado y desterrado, condición con la que empezamos a vivir sin estar preparados para entenderlo. ¿Cómo se da, desde tu experiencia, la interpretación de esa afirmación?

Que yo insista en que tengamos bien claras la diferencia entre esos dos términos legales nace de mi experiencia con la política exterior europea, donde esa diferencia decide el tratamiento  que  se le ofrece a un emigrante. Por ejemplo, he escuchado a muchos cubanos decir que son desterrados, pero jamás se metieron en política en Cuba, en la Isla se vieron ahogados por la miseria económica y por ello un día huyeron del país por sus propios medios. Otros dicen “soy un desterrado porque me vi obligado a huir de Cuba”. En esos casos usted es un exiliado económico o político, no es un desterrado.

El destierro es otra cosa: un desterrado es alguien a quien un gobierno expulsa del territorio nacional, con sus medios y, además, establece una prohibición legal de regreso a ese territorio. Desterrados en su tiempo fueron Heredia o Martí; desterradas hoy han sido la periodista Karla Pérez o la activista Anamely Ramos, para poner solo algunos ejemplos. En mi caso, viajé a España en 2005 a presentar una de mis novelas, el gobierno había decidido no dejarme regresar al país y ni siquiera pude montarme en el avión hacia la Isla, y después, cuando tras mis gestiones personales exigiendo mi derecho a regresar y tras las peticiones del gobierno alemán de una definición oficial a mi caso, la dictadura dejó ver que no permitiría mi entrada a Cuba bajo ninguna circunstancia y que yo, como me dijo el funcionario alemán que llevaba mi expediente migratorio, había perdido “el derecho a ser considerado ciudadano cubano”… me vi obligado durante años a vivir con un pasaporte alemán acuñado por la Oficina de Refugiados de Naciones Unidas que determinaba mi condición de “apátrida” hasta que recibí la nacionalidad alemana en 2020.

Además de los traumas derivados de vivir separado de mis hijos unos años, hasta que mi esposa y yo logramos sacarlos del país, no pude estar al lado de mi madre en sus últimos años y me vi obligado a hablar por teléfono cada semana con un ser indefenso cuya demencia senil le permitía intuir que su único hijo estaba lejos (“mi único huevo”, me decía ella), sin identificar en mi voz la voz de ese hijo lejano.

Un día hablé con ella sin que me reconociera y, horas después, recibí la llamada de mi padre haciéndome saber que había muerto dormida el mismo día en que cumplía 80 años. La imagen que conservo de mi madre muerta es la foto de una urnita con sus cenizas que me envió mi padre desde La Habana. Aún así, mi destierro ha sido un duro aprendizaje de que nada de lo sucedido, ni de lo que pueda suceder, envenenará mi alma con la ponzoña del odio. Dios me ha dado la sabiduría para no odiar, ni siquiera a quienes tanto daño me han hecho. Mi alma está limpia de rencor, de deseos de venganza, de odios.

El universo de tu escritura es muy polifacético: cuento, novela, ensayo, periodismo. De esos géneros, seguramente es en la novela donde se cumple mejor tu confesión de que escribir “es un divertimento”. ¿Cómo te aíslas del mundo para tanto jugar?

Creo que la clave es que jamás me he aislado del mundo, vivo conectado al mundo.

Me precio de decir que he vivido intensamente cada instante de mi vida. Y, yendo a lo literario, al método de creación, nunca duerme el periodista que soy, siempre estoy mirando el mundo, analizando lo que sucede, leyendo todo lo que cae en mis manos en todos los ámbitos, buscando lo que de humano y divino y diabólico hay en todo ese desastre que vivimos en este mundo que, para colmo, estamos convirtiendo en un verdadero infierno. El diablo no necesita sus huestes demoníacas, nos tiene a nosotros, los seres humanos, para crear ese terrible infierno en la tierra de la que habla el Apocalipsis, en la Biblia. Y en tanto escritor me alimento de esa carroña, como aconsejaba Hemingway, porque un día ese inolvidable hermano que fue el escritor Guillermo Vidal, junto a ese otro hermano entrañable que es el escritor Alberto Garrido, me llevaron a los pies de Dios y allí, mi primer miedo fue: ¿si yo me entregaba a Dios, Dios aprobaría que yo siguiera escribiendo de putas, drogadictos, asesinos, violadores, bestias humanas en toda regla hundidas en ese estercolero sodómico y gomórrico que es el mundo en que habitamos?... Le dije, allí, de rodillas, “si no es eso lo que quieres, arráncame de raíz esta enfermedad de escribir y ciérrales las puertas a todos mis libros”, y sucedió lo contrario.

Desde entonces, dejé de ser solo conocido en mi país y comenzó el reconocimiento internacional del que hoy disfruto. Tiempo después, un respetado profeta norteamericano, de visita en Berlín, y sin conocerme de nada, se paró ante mí en uno de los cultos de mi iglesia y dijo: “Como dice Dios en Jeremías 30:2 Escríbete en un libro todas las palabras que te he hablado”. Supe que Dios respondía y me daba una misión: “seguir escribiendo de esos mundos perdidos, de esos infiernos humanos, para que el hombre se viera cara a cara con todas las miserias que ha generado negar a Dios, darle la espalda a su infinito amor”.

Son muchos tus libros (alrededor de 30), entre ellos varias novelas. Sé que los padres no excluyen hijos, pero, si tuvieras que elegir tres de ellos, ¿qué criterios te llevarían a hacerlo?

Justo el criterio anterior: esa materialización de los pocos talentos que Dios me dio para poner a nuestra especie, supuestamente superior, de cara a sus propios y más íntimos demonios. Mis preferidas en ese sentido, Las palabras y los muertos, Santuario de sombras y Mi nombre es polvo; tres variantes distintas en mi creación novelística: histórica, policiaca y fantástica; tres estilos que se unen en eso que los investigadores de mi obra han definido como “la obsesión de Amir Valle en las distintas esencias de los infiernos humanos”.

En todos los caminos por donde te ha llevado la vida, ¿cómo va Cuba?

Siempre recuerdo que mi editor alemán, Peter Faecke, se conmovía cuando yo repetía unas palabras que pueden leerse en la página inicial de mi sitio web personal, y que aquí parafraseo porque es lo que mejor responde a tu pregunta: Soy un escritor cubano: esa es mi cruz. Cada ser sobre la tierra carga su cruz personal e intransferible, con idéntica cuota de amor y agonía, desde que nos hizo Dios o el gran estallido. No habito Cuba: Cuba me habita. Y amo mi Isla con la misma rabia en que la padezco. Amo su diversidad y padezco sus cegueras. Amo a Benny Moré y a Celia Cruz, a Fernando Ortiz y Moreno Fraginals, a Lezama Lima y Eugenio Florit, a Carpentier y Cabrera Infante, a Enrique Arredondo y Guillermo Álvarez Guedes; a Wifredo Lam y Cundo Bermúdez, y padezco las razones absurdas que intentan negarles lo que son: patrimonio de todos los cubanos, por encima de credos, filiaciones, intolerancias y extremismos.

Desde esa Cuba escribo (y aquí debo indicar que no es la Cuba geográfica sino la espiritual). Buscando librar a mis palabras del encierro que impone esa “maldita circunstancia del agua por todas partes”, de la que habló Virgilio Piñera. Porque soy dueño de un país íntimo, intransferible, que ninguna coyuntura de poder puede arrebatarme: una Cuba que viaja conmigo a todas partes, libre, seductora, altiva y rebelde. Mis personajes gravitan sobre esa Cuba como fantasmas. Como Cuba, ellos también me habitan, seducen, esclavizan; dictan las historias que otros locos disfrutan o padecen en mis libros. En un mundo sin diálogo como el que nos toca vivir, creer en la libertad de la palabra es de locos. Me confieso empecinadamente loco.

Muchas gracias.

 

 

 










viernes, 13 de junio de 2025

Entrevista al pintor cubano René Francisco Rodríguez

   René Francisco es uno de los más importantes artistas cubanos contemporáneos.  Su nombre sobresale no solo por su propia obra pictórica, sino también por el ejercicio docente y la influencia que ha tenido sobre otros artistas de su tiempo. Asistió al Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana, entre 1977-1982. Un lustro después se inició como profesor, aplicando métodos de enseñanza experimentales que impulsaron a una nueva generación de artistas del entre los que sobresalen Alexandre Arrechea, Wilfredo Prieto y Duvier del Dago Fernández.

Su  trabajo en el arte conceptual, abierto al desarrollo de la comunidad, contiene una implicación hacia la pedagogía, el arte y la vida, lo que alcanzó un momento cumbre en el proyecto Desde Una Pragmática Pedagógica (DUPP), una iniciativa educativa a la que dio cabida el Instituto Superior de Arte. Como fundador y director de la galería reconocida con esa sigla, ganó el Premio de las Artes de la UNESCO en la 7.ª Bienal de La Habana, en el 2000.

En 2001, René Francisco recibió un doctorado honorario en bellas artes de San Francisco Art Institute en San Francisco, California. Asimismo, ha sido artista residente en Barcelona,  Nueva York,  Alemania, Israel y  Suiza. Ha participado en numerosas exposiciones personales y colectivas en Estados Unidos, América Central y del Sur, China y Europa. Actualmente vive en Madrid y recientemente nos visitó en Tampa, participando en una exposición de pintura cubana en el Museo de Arte de la ciudad.

En esa ocasión le solicitamos la entrevista que ahora damos a conocer en La Gaceta.


En La Gaceta, durante una reciente visita de René  Francisco a Tampa.

Tu nombre y tu profesión como artista y pedagogo están vinculados a una experiencia creativa que se denomina Desde Una Pragmática Pedagógica (DUPP), una práctica surgida desde el Instituto Superior de Arte de Cuba. ¿Qué significó en tu vida profesional?


Significó intentar romper con organicidad el viejo esquema del sistema educativo, basado en presentar un programa, muy orientado desde arriba, en parámetros directrices muy verticales y proponer un proyecto donde los estudiantes de alguna manera, y como amos del deseo, pudieran interpelarme y prefigurar la dirección hacia donde querían ir. Me convertí en un detector de temas que les motivaban. Mas que establecer esa ruta programática, ideamos juntos, en equipo, un proyecto que fuera, por decirlo de alguna manera, un viaje sin lineamientos tradicionales, basado en la discusión, en la búsqueda de un camino común, marcado por  intereses y deseos palpitantes.

Significó cambiar las posiciones convencionales y establecer algunas nuevas, al menos intuitivas, en muchos casos empíricos: anulación del profesor, quien se convierte en un modelador audaz, trasmisión de conocimientos y debates horizontales, horarios más allá de lo establecido, convivencia, trabajo en equipo para resaltar las cualidades individuales, creando una comunidad de acciones fuera del aula tradicional y fuera de la universidad, a la intemperie, buscando satisfacer el deseo y recogiendo nuevos contenidos, en un plano vivencial, directo con la comunidad y barrios necesitados donde podríamos acopiar acervo cultural in situ, costumbres y necesidades populares de diversos niveles.

Eran oficios que la universidad o el sistema de enseñanza habían relegado a un intrascendente destino, y con los cuales, de regreso a la escuela, podrían verse como una caja de herramientas, un pañol de gran ganancia factual, material y una experiencia de trabajo enteramente robusta.

Teniendo en cuenta la estatización del arte en Cuba durante los años en que está activa la Galería DUPP, ¿prevalece en ella una orientación estética o ideológica?

La arrancada, desde luego, fue difícil, la rigidez ideológica y el control intentaron cuestionar este cambio, generando disgusto institucional y también familiar. Pero en el desarrollo el curso fue dando resultados tan sólidos, que fue ganando la aprobación del profesorado más avanzado, fue ganando prestigio, haciendo observar la ganancia, la riqueza, la calidad, demostrando que era una práctica que ponía a andar en la calle y convertirse en vitales muchas de las teorías que se impartían en ese alto registro y llevando al estudio a un nivel de exigencia orgánico. Ocurrieron momentos de gran carencia, pero se gestó una ampliación del campo especulativo del arte, de sus prácticas fuera del marco teórico y se encarnaron expresiones como el concepto ampliado de arte de Joseph Beuys, su escultura social, los ejercicios novedosos de otros profesores, y la teoría cerrada fue sustituida por una búsqueda de nuevos derroteros, ampliando no solo el campo semántico, sino las circunstancias, saltando por encima de la censura, creando nuevas metáforas y sorteando el devenir.

Portada de ‘La Experiencia DUPP. Desde una Pragmática 
Pedagógica’ (Arte Cubano Ediciones, 2019)

Desde la Galería DUPP, ganaste en 2000 el Premio de las Artes de la UNESCO en la 7.ª Bienal de La Habana. ¿Qué visibilidad internacional habías tenido hasta ese momento y cómo repercutió la premiación en expandirla?

Cuando ocurre este premio habían pasado 10 años de esa primera experiencia a la cual habíamos llamado Desde una Pragmática Pedagógica con aquel primer grupo de estudiantes del curso 1989-1990, donde se habían formado los integrantes del equipo “Los Carpinteros”. Y el premio fue otorgado a este grupo y a los  que en ese momento cursaban el año conmigo, dos grupos de mi misma clase en el Instituto. Los nuevos habían tomado las siglas de ese largo nombre para definir más una estética y para amplificar durante esos años esta práctica: con un sonido onomatopéyico: Galería DUPP. Fue un premio muy sólido, no solo por el jurado donde estaban, por ejemplo, Pierre Restany o Harold Seeman, sino porque se premiaba a dos generaciones de este proyecto. Mi trabajo como profesor y como artista ya era internacionalmente conocido, y “Los Carpinteros” eran un equipo de una notoriedad abrumadora, por lo que eso legitimó mucho todo este recorrido. Además, yo había impartido clases fuera de Cuba, y desde ese año 2000, se abrió un reconocimiento más notable con viajes y residencias, estancias fuera de Cuba, desarrollando talleres con ese mismo criterio docente. También, los integrantes de DUPP comenzaron a ser reconocidos y sus obras empezaron a ser parte de importantes colecciones internacionales. Comenzaron a salir muy tempranamente a la escena internacional. Este reconocimiento ha crecido aún más con el tiempo. Es un reconocimiento colectivo cada vez más amplificado por la celebridad y circulación de varios de esos estudiantes, que fueron sólidos en su desarrollo como artistas.

Cuando te das a conocer en el mundo de las artes plásticas, todavía vivían (en Cuba y fuera de ella) algunos de sus grandes exponentes formados antes de 1959. Es el caso de Wifredo Lam, Mariano Rodríguez, René Portocarrero. ¿Qué impacto tuvieron en tu generación?

Cuando yo era un estudiante aún vivían, y personalmente, conocí a Mariano Rodríguez, formando parte de un grupo de artistas y estudiantes que viajamos a un evento en Santiago de Cuba. Portocarrero nos visitó en la escuela alguna que otra vez, y a Lam lo vi un par de veces en alguna ceremonia cultural durante los últimos años de su vida, mientras estuvo viviendo en La Habana y permitió que le visitaran. Tanto la Escuela Nacional de Arte (ENA) como el Instituto Superior de Arte (ISA), fueron un hogar de recibimiento para estos maestros y nuestra curiosidad nos arrastraba a conocerlos y estrecharles la mano, mostrarles nuestras incipientes creaciones. Causaron el impacto del aura modernista, el imán creativo, el impacto de ver a alguien que había dedicado cada día de su existencia a crear y crear obras, a dejar una huella potente de invención y desenfado, al impacto de la transgresión y, al mismo tiempo, en el impacto a los seres humanos, llenos de mitos, pero también de realidades muy telúricas, muy concretas, de camaradería y participación.

  ¿Cómo recuerdas al artista holguinero Cosme Proenza, uno de los grandes pintores de tu ciudad natal?

Mi madre descubrió mi vocación y la cuidó. Me propiciaba el tiempo de pintar y concursar, dejándome en las manos virtuosas de Carlos del Pino, quien me mostró los primeros pasos del dibujo académico, y en las del acuarelista Orlando Carralero. En ese constante empuje de mi madre, empecé pintando en  revistas como Sputnik –no recuerdo cual otras–, las que tenía a mano, y donde se reproducían las pinturas impresionistas que fueron lo primero que yo atisbo de n mi adolescencia, un poquito de Picasso y de Da Vinci que también salían en las revistas, pero sobre todo Manet, Monet y Van Gogh. Todavía conservo algunas pinturas de cuando yo tenía 14, 15 años. Eso me valió para ser seleccionado en las pruebas de la Escuela Provincial de Arte de Holguín. Las copias y estudios que había hecho los llevaba con frecuencia a Cosme Proenza, quien tenía un taller nocturno en la Escuela de Arte de nivel elemental, un taller extra para aficionados. Entonces,  yo tenía un amigo, Daniel Santos, que también pintaba a diario y solíamos competir.

Cosme había regresado de sus estudios en la Academia de Bellas Artes de Kiev y había hecho una exposición en la galería de Holguín, que recuerdo se llamaba “Didáctica”, donde presentaba copias de obras de los siglos XVI y XVII, obras que me parecieron asombrosas. Había copias de obras de Franz Hals, de Holbein, Durero, Leonardo. Cosme pintaba como Dios, y para mí era un paradigma a alcanzar.

Nos asomábamos frecuentemente a ver las clases. Una noche, ya curioso él por nuestros asomos, nos interpeló, y luego de tratarnos con esa finura que le caracterizaba, le llevamos nuestras carpetas de copias, acuarelas y trabajos variopintos. Tanto Daniel como yo teníamos más trabajos realizados que los alumnos de este gran maestro, que habían cursado los tres años de nivel elemental, y eso se debía, en buena medida, a que nosotros nos encerrábamos a ver quién de los dos pintaba más, quién dominaba más la técnica, quién creaba más. Las escuelas de arte de provincia siempre viajaban a Cubanacán para hacer los “pases de nivel” y ese año no sé qué pasó en La Habana que los alumnos de provincia no podían ir, y se decidió que los profesores de Cubanacán fueran a las provincias.

Cosme consiguió oficialmente introducirnos en la prueba de “pase de nivel” a Daniel y a mí, y cuando dieron los resultados los dos obtuvimos la máxima calificación, y con otro compañero que conocimos, Aurelio Cobiellas, ingresamos a esta escuela mítica de Cubanacán, como le decían entonces. Por lo que le debo a la intrepidez y al buen ojo de Cosme, comenzando a mis 16 años, una carrera que me ha tenido en vilo hasta el día de hoy.

René Francisco en el Museo de Arte de Tampa

Aunque en las artes plásticas y en la docencia has tenido una reconocida realización, ¿cómo te explicas, un profesor que pinta o un pintor que enseña?

A estas alturas de mi carrera no veo ya el horizonte donde una empieza y la otra termina. Tenía yo 29 años cuando entendí que esto podría ser una sola cosa.

En Estados Unidos has tenido una destacada actividad como artista, como el Doctorado Honorario en Bellas Artes del San Francisco Art Institute, California, en 2021. ¿Qué representó para ti?

El año anterior ellos habían entregado a Bruce Nauman este reconocimiento; también habría de conocer a una rareza de artista de la escuela de California, a Tony Labat, un profesor fuera de lo común. Yo recibí ese honorario tras haber recibido el Premio Unesco, después de haber estado invitado por la American Society en New York de la mano de Malin Barth, había viajado por vez primera a una extraordinaria exposición de arte cubano de los noventa en el Phoneix Museum de Arizona, también con varios de mis exestudiantes, valió mucho el contacto de mis estudiantes Dupp con estudiantes de Tony, con estudiantes de otras universidades, y en Boston con Magdalena Campos, y en Chicago, Michigan con estudiantes y profesores que viajaban a La Habana a participar de todo ese intercambio. Fue un momento muy especial recibir este honorario con Alana Heis del PS1 de NY y con Michael Craig Martin de Golsmith School, conocer una escuela muy particular, de una tradición iconoclasta y conceptual prominente, y haber realizado obras a dúo con Felipe Dulzaides, un viejo compañero del instituto en La Habana, que en este momento se graduaba de este importante instituto, como parte de esa celebración.

A pesar de la enorme emigración de artistas plásticos de Cuba desde la década de 1980, tú te mantuviste en la Isla a pesar de los diversos viajes realizados al extranjero. ¿Cuándo, y por qué,  decides establecerte en España?

Yo viví en España entre octubre de 1990 hasta mayo de 1991. Esperaba no regresar a Cuba y unirme a mis hermanas y a mi padre en Estados Unidos, pero las circunstancias me hicieron regresar al lado de mi madre, quien decidió permanecer en la Isla a pesar de que nunca estuvo integrada a nada que no fuera la casa. Cuando volví, conservaban mi plaza de trabajo en el ISA, y no me lo pensé dos veces para volver a enseñar y a reunirme con mis primeros alumnos de la Pragmática, después de organizar nuevos grupos de estudiantes y una segunda edición de este consolidado proyecto, en un momento lleno de carencias y precariedad. Viajo a México y me reúno, junto a Eduardo Ponjuan, con el núcleo de colegas congeneracionales que vivían en su mayoría en una calle del centro del D.F. llamada República de Cuba. Y por primera vez comencé a trabajar con la galería Nina Menocal, quien nos representaba a casi todos. Luego volví a La Habana, siempre al lado de mi madre y de mis estudiantes.

Creo que ese regreso fue el que me hizo decidir definitivamente que quería vivir al lado de ella y seguir produciendo proyectos de inserción social, y entrenando jóvenes estudiantes, abriendo la escena a nuevos horizontes. Ya en el año 94, empecé a circular regularmente, y no de manera oficial, alrededor de Europa principalmente. Y desde entonces son muy remarcables mis trayectorias en el contexto alemán. Desde 1994 hasta el 2013 entraba y salía, con temporadas largas y residencias artísticas, hasta llegar a la puerta de ser profesor en la Escuela de Arte y Diseño de Halle. Puedo considerarme un nómada, pues, aunque volví a La Habana simplemente a fundar grupos DUPP, alternaba con otras largas temporadas entre París, Israel, y, sobre todo, una consistente estancia en São Paulo.

Las circunstancias de permanecer en España, primero accidentales, se consolidaron al obtener una ciudadanía y acompañar el crecimiento de mi hijo Matías, quien ahora cumple 6 preciosos años.

¿Cómo miras la realidad cubana actual, más allá del mundo del arte y la pedagogía en que te realizas?

De un nivel de orfandad alarmante, muy desamparada. En mi viaje reciente la ciudad se me apareció como un desierto ruinoso, lleno de elementales deseos y aguda esperanza, de rotos recuerdos, de olvidos y despedidas. Quiero pensar en el regreso porque tendremos que volver a sembrar semillas de tierra joven, montes de espumas, puños de flores, tendremos que volver a alimentar esa tierra que uno lleva en la sangre con agua de coral, versos de carmín encendido, ordenar el verde claro, con un aire nuevo para hacer crecer los montes de plumas. Porque, aunque andamos como pétalos vivos volando en otros soles, “el árbol que da mejor fruto es el que tiene debajo un muerto”.

René Francisco. La renuncia, 2004.

¿Hasta dónde en la plástica cubana ha cambiado el canon, el modelo, desde un paradigma histórico, épico, hacia una mirada más atenta a lo micro, hacia el interior?

La escuela cubana se ha multiplicado por el mundo, es cada vez más universal, no solo en sus tópicos y maneras sino en su fusión y en la apertura hacia todo tipo de sonidos y formas de expresión. Ya esa escuela cubana estaba abierta dentro de Cuba; desde los noventa las nuevas generaciones dejaron atrás algunas “mochilas pesadas” que ralentizaban la conversación en otros contextos. Y estas nuevas generaciones han dejado detrás el “souvenir de la patria” para incorporarse a otros lenguajes, creando propiedades lingüísticas, modos de hacer y actitudes a cambio en cualquier latitud del globo terráqueo. Porque los cubanos somos una raza desperdigada en todas partes y hacia todas partes.

Toda la cultura atraviesa estas direcciones en un zigzag de utopías y distopías que no dejan de crecer como un género único lleno de matices, de sonidos y timbres diversos.

 ¿Podría hablarse del arte cubano de la isla y del arte cubano de la diáspora, o del arte cubano en general?

Se habla más de arte en sí mismo que de arte cubano. Cuando a Borges le preguntaban cuánto tenía su literatura de Argentina, decía tácitamente que había nacido en Argentina. Creo que llevamos un poten robusto donde quiera que vamos, y no hay que decir más que somos artistas cubanos o hacemos un arte cubano, sino que hacemos arte, un territorio libre de ataduras ideológicas, de rocas pesadas y de banderas.

¿Cómo ves, desde Madrid, el arte cubano que se expone en Europa?

Siento y experimento un pedazo de La Habana en Madrid, una vibra, y eso lo hace más cotidiano, ameno, y es una forma de no sentirte solo.

Tampa es más que Martí, pero es el primer referente para todos los cubanos que pasan por este lugar. ¿Cómo te has sentido en nuestra ciudad?

De asombros y asombros, de culto y veneración, de cofradías y masones detenidos en el tiempo, y creencias progresando en las nuevas generaciones. Había perdido de vista a Martí, ver una excelente colección de arte cubano, constatar la pasión por la historia, el respeto por quienes tuvieron la dicha de cuidar y escuchar a este Dios cubano, el hombrecito gigante, que allí no es de yeso y cal. Esta visita a Tampa me ha hecho regresar a Martí, a un Martí que había perdido de vista, a sus versos que abundan en las fachadas y en las vidrieras.

Vuelvo a la experiencia DUPP, porque ahora es un libro. Háblame de esa obra de la que también eres conductor.

DUPP es un libro abierto, yo solo soy un amanuense, y como dijera Lezama Lima, un estudiante por delante.

 

 










viernes, 30 de mayo de 2025

La Bohemia de Tampa

   Muchas veces he oído decir que Bohemia,  la revista cubana nacida en 1908 y aún con vida, circulaba en Tampa como en ciudades de la Isla y que, incluso, llegaba a esta bahía floridana antes que a algunos lugares de su propio país. Con ese ejemplo, se muestra la cercanía histórica entre Cuba y este “pueblo fiel”, como le llamó José Martí.

Sin embargo, no es a la Bohemia de La Habana –una de las revistas más viejas de América–  a la que nos asomamos, sino a la Bohemia  de Tampa, fundada  el 22 de julio de 1916 en Ybor City por Manuel Soto, quien antes había publicado Tampa Ilustrado con similares ­características.

La revista, como la cubana, tenía una frecuencia semanal y salía a la luz todos los sábados, con un valor de cinco centavos y un contenido diverso que incluía noticias, notas culturales y literarias, información sobre la vida de la ciudad, anuncios, entretenimiento, ilustraciones… En una de sus columnas, nombrada Nuestras Sociedades, se hacía una continua descripción de lo que acontecía en el  Centro Español, el Asturiano, el Círculo Cubano y las sociedades de Beneficencia vinculadas a ellos.

No conozco el tiempo de duración de la Bohemia tampeña, nacida en medio de la Primera Guerra Mundial, porque en este primer asomo a ella solo he podido ver los 24 números correspondientes a su año de fundación, conservados en el sitio https://tampa-through-time.humap.site/map/records/bohemia_periodicals.

A falta de una investigación que permita seguir su curso e impacto en la ciudad, quiero compartir algunos fragmentos publicados en el número correspondiente al 4 de noviembre de 1916 en la sección Puntos de vista, porque hace alusión a los propósitos de su existencia y a una de las figuras más grandes de la literatura cubana de su tiempo, el escritor Alfonso Hernández Catá, quien escribe una hermosa carta desde España  en apoyo a esta publicación.

Fragmentos de “Puntos de Vista”

-Al principio de nuestra empresa, existía en nosotros la duda sobre el resultado que ocasionaría el intento de fundar en esta localidad una revista que pudiera llenar las necesidades de ella misma. Pero, sin desmayar nunca, estudiando nuestro ambiente, robustecíamos el propósito: había que considerar la importancia de esta población de habla española, casi tan ­numerosa como la de cualquier ciudad del interior de Cuba o de provincias de España. Y en esas ciudades, en todas, las revistas gráficas tienen vida; ellas son las que condensan en sus páginas la actualidad literaria, teatral o musical; las que recogen en fotograbados los acontecimientos sociales, políticos o artísticos; las que visitan los hogares, donde son preferidas por la amenidad que por lo regular tienen en modas, en acontecimientos y consejos ... ¿Por qué, pues, no habíamos de tener una en Tampa?

-Alfonso Hernández Catá, el notable literato que desempeña el cargo de cónsul de la República de Cuba en Alicante, España, y quien ocupa lugar prominente en las letras castellanas, donde su fama se acrecienta rápidamente, nos remite la carta que insertamos en esta página, la que es para nosotros de satisfacción grandísima.

Carta de Alfonso Hernández Catá

Sr. Manuel Soto, Director de ‘Bohemia’.

 Muy Sr. mío y compañero: He recibido los tres primeros números de la revista fundada por usted y otros jóvenes entusiastas para robustecer en Tampa la armonía y auge de nuestra raza y llevar a todas partes muestras de su cultura y amor a las letras.

Casi no necesito decirle cuán útil labor realizan ustedes. Cuánto tiende a dar muestra del amor de cada latino por el prestigio de su país y a probar nuestra capacidad social dentro y fuera de nuestras patrias, es labor de patriotismo. En esa tierra por la cual tantos ilustres hombres de España e Hispano-América han pasado, están ustedes obligados a mucho, y estoy seguro de que el cónsul de Cuba –cuyos méritos y civismo conozco– no les escatimará su ayuda. Los proyectos del Sr. Kohly, Presidente del Círculo Cubano, merecen el apoyo de todos.

 Cuenten con mi simpatía vehemente y trasmítala usted a todos los buenos compatriotas de ahí. Cualquier artículo mío publicado ya en nuestra prensa o en la extranjera, pueden reproducirlo, y si, como espero, el nuevo Círculo destina a biblioteca uno de sus salones, tendré especial gusto en remitirle mis libros.

Cuente, pues, desde hoy, con la amistad de su compañero y S. S. que le da las gracias por el galante envío de “Bohemia”.

Firma de A. H. Catá.

viernes, 23 de mayo de 2025

María de los Dolores Lacorte Izquierdo, primera mujer taquígrafa de Cuba

  La taquigrafía, método de escritura que, a través de trazos cortos, símbolos especiales y abreviaturas  permite escribir a la velocidad con que se habla, es utilizado desde la antigüedad. La palabra tiene un origen griego, formada por taxos (celeridad) y  grafos (escritura) y la utilizó Jenofonte al escribir la biografía  de Sócrates. Los romanos la llamaron notae tironianae. En la Edad Moderna se extendió por Europa y en  España la  introdujo  Francisco de Paula Martí a principios del siglo XIX.

Si bien la taquigrafía tuvo una impronta significativa durante el siglo XIX en Cuba y a su servicio debemos la conservación de documentos valiosos para entender su historia, hay un ejemplo que no puedo dejar de mencionar. Sin ella, habríamos perdido los discursos de José Martí en Ybor City en noviembre de 1891, salvados por la presencia en El Liceo Cubano del taquígrafo cubano José María González, quien entonces vivía en Cayo Hueso.

Pero, el motivo de estas líneas es destacar la figura de María de los Dolores Lacorte Izquierdo, pues no solo fue la primera mujer taquígrafa de Cuba, sino que además legó una obra significativa para la cultura de la Isla. Al conocimiento de ella llegamos a través de su biznieta, la abogada cubana Diana Arufe, quien desde Tampa expresa el orgullo de uno de sus ancestros que, a su vez, la vincula El Carpio, un municipio español de Córdoba, lugar donde nació su bisabuela en la convulsa segunda mitad del siglo XIX.

Imagen de El Carpio, lugar donde nació María Lacorte.
Fotografía enviada por Daniel Vidal Enríquez.

Aunque en El Carpio discurre su niñez, a los 12 años emigró con sus padres para Cuba, donde va a desarrollar toda su obra hasta su muerte en La Habana, el 11 de febrero de 1946.

La inserción del nombre de María de los Dolores Lacorte en la historia de la taquigrafía fue destacada por el investigador Elio E. Perera Pena, quien la incluye en su libro Taquigrafía en Cuba. Un viaje en el tiempo y que cito en extenso:

“María Lacoste (Lacorte) estudió taquigrafía con el maestro Enrique Orellana en 1896. Su padre había leído una convocatoria en el Diario de la Marina. En la quinta lección María era la única mujer que quedaba a la tutela de Orellana. Concluyó con notas de sobresaliente”.

“Con un gran empeño María trató de ocupar un peldaño digno en la igualdad de la mujer, al probar fuerza en un nuevo oficio que podría brindarle mayores ganancias económicas.

El 4 de mayo de 1998, día señalado para la apertura de las Cámaras Autonómicas, en el salón de sesiones al terminar el acto, el entonces capitán general Ramón Blanco se le acercó y le dijo: Permítame usted, señorita, saludar a la primera mujer que ejerce la Taquigrafía en Cuba, y a la que ha dado el primer paso para demostrar la eficiencia de las cubanas en los cargos públicos”.

Perera Pena destaca en su libro que María Lacorte contrajo matrimonio con el también taquígrafo Emilio Arufe y Almansa, quien tuvo que emigrar a Estados Unidos por su adhesión a la independencia de Cuba. En el exilio, prestó apoyo a la causa defendida por el Ejercito Libertador de su país.

Ya en la república cubana, María Lacorte y Arufe ejerció una importante labor intelectual, destacándose su nombre en la publicación del libro Poesías, discursos y cartas de José María Heredia (dos tomos, 1939) , precedido por una biografía del poeta cubano escrito por ella. El libro, que hoy constituye una rareza bibliográfica, incluye valoraciones sobre Heredia de José Martí, Enrique Piñeiro, Manuel Sanguily y otros. Esta obra bastaría para señalar la contribución de María Lacorte a la historia de la literatura cubana.


Sin embargo, a su nombre de mujer pionera en las luchas por la igualdad de la mujer en Cuba, debe agregársele su esfuerzo en mantener y divulgar la historia, costumbres y valores de su pueblo original, lo que la hace también una defensora de El Carpio que la vio nacer y la cultura andaluza.  Esa pertenencia está en sus letras en español, tanto en las abreviadas desde la taquigrafía, como en las escritas y pronunciadas a lo largo de su vida. Es por ello, seguramente, que su nombre puede pronunciarse con orgullo no solo en Cuba, sino también en El Carpio, desde donde el Sr. Daniel Vidal Enríquez, Secretario del Juzgado de Paz, nos ha expresado el orgullo de saber que una mujer de esta historia es hija de su ciudad.

Tampa, con tan hermosas páginas de la historia de Cuba salvadas por la taquigrafía, es un buen lugar para rendir honor, desde La Gaceta, a María de los Dolores Lacorte de Arufe, una mujer que, adelantada a su tiempo, es también del nuestro.

lunes, 19 de mayo de 2025

En el 130 aniversario de la muerte de José Martí, un fragmento de la novela El secreto de la andaluza

 


Abro la ventana del cuarto para verlo pasar y sé que va para la muerte. Me hubiera tirado al frente del caballo, para que no avanzara, pero mis pies no son ligeros, como los pies de Aquiles. Veo a los dos jinetes entre un hilo de luz que busca la frente del que va delante, con el sombrero hacia atrás. Se le ve apuro en la vehemencia con que presiona al caballo, ¡arre, Baconao, arre!, como si el tiempo no le alcanzara para llegar al sol. Al pasar cerca de la casa cordial, inclina levemente la cabeza sobre el hombro derecho, para que se le distinga el contento en el rostro. Me pareció que sonreía. Cuando entran por el pórtico que se perfila entre el fustete y el dagame, sentí que el verso lo empujaba: yo quiero salir del mundo por la puerta natural. Quise atajar las hojas verdes con súplicas a Dios y pedí de rodillas frente a la imagen de Jesucristo que los dos árboles se derrumbaran uno sobre el otro, para que la barrera trancara en seco a los caballos. Si no daba tiempo, que el dagame cayera sobre el pescuezo del primer corcel. Y todavía, si el poder divino no tenía un segundo para más, que uno de los gajos más blandos cayera encima del jinete aventajado, aunque rodara por la yerba y se retorciera de vergüenza, pero que no le mataran. Los árboles no oyeron y aunque la última rogativa, ya desesperada, pedía al plomo conformarse con el cuerpo del corcel, el supremo hacedor, o se equivocó de bestia, o prefirió salvar la juventud de un ángel lleno de vida.

 Tiro de la puerta con fuerza y aunque el estruendo azoró a la paloma que empezó a  llorarlo en la cresta de un árbol, no alcanzó a apagar el silbido de la bala que le rompió el pecho. Escuché el choque del cuerpo contra la yerba y el temblor de la tierra me levantó del suelo, para caer de un grito frente al portón. Al recobrar la razón, corrí con un pomo de agua hervida en las manos hacia el silencio que, en un instante, le cayó a toda la tarde. Las caballerías contendientes, una y otra, se habían espantado del lugar. Trato de entender: una huye despavorida con el trofeo, cual Aquiles arrastrando el cuerpo de Héctor; la otra le persigue desorientada bajo la lluvia que deshace las huellas. Nunca lo supe. Pero vi que era su sangre, viva entre la yerba y la tierra.

Cuando me arrodillé a honrarla....

Fragmento de la novela inédita El secreto de la andaluza

      

Cuando un repentino alboroto espantó a la turba de pájaros que descansaba en la cresta del algarrobo, creyó que al fin llegaba la caballería de Bartolomé Masó. Se volvió a equivocar. Era la creciente del río Contramaestre, inundando las piernas del barranco con un escándalo ensordecedor. Paradójicamente, perder la serenidad de las aguas donde salió a bañarse no alcanzó a provocarle pesar, sino un indescifrable sosiego, hechizado con la turbulencia de la corriente que lo llamaba a cumplir un designio que en los últimos días traía metido entre ceja y ceja. Mientras empuja el papel incómodo al fondo del bolsillo, el ala gris de un zorzal solitario se pierde entre la luz del atardecer y la oscuridad del bosque, como si volara de su pensamiento a la voz militar atravesada en La Mejorana.

En el río Contamaestre, en el lugar más cercano
 al último campamento de José Martí.

–No vaya solo al río –le advierte Ramón Garriga, a quien tranquiliza con un gesto que, a su vez, exigía no seguirle.

 Se acerca la noche del 17 de mayo y han quedado casi solos en el campamento. ¿Es que en el río hay más peligro que en esta casa?, me pregunto, consciente de que si alguna avanzada enemiga nos sorprende tan indefensos vamos a perecer con más penas que glorias. Porque de las cinco decenas de hombres que acampan en el rancho de Dos Ríos, apenas hay doce a su alrededor. Es el mismo número de apóstoles que tuvo Jesucristo, le diría a Gómez, pero cómo aguarle el impulso de hostigar a una columna que, según escuchó a alguien, iba rumbo a Ventas de Casanova.

–¿Busca otro Pinos de Baire? –le pregunto al final, cuando salta al caballo para adentrarse en la espesura, seguido de 40 jinetes encandilados con la centella de su voz.

–¿Qué sabrá él de Pinos de Baire? –pregunta alguien en voz queda  al teniente coronel Bellito, buscando congraciarse con el veterano antes de subir con desgana a su propio arrenquín.

–Saber sabe –oigo a Bello, ya de espaldas, queriendo inútilmente evitar a mi oído unas palabras que el otro, por la forma en que se encoge de hombros, pareció no entender.

Vuelven los apóstoles por los resquicios de la mente inquieta, indicando que estos montes no son de bienaventuranzas ni aquí habrá sermón de la montaña. La alegoría, lejos de Santiago, alcanza al otro Judas, el Iscariote. ¿Quién sabe si los hay alrededor, pienso, sin discernir por qué el rostro distorsionado de un hombre oscuro se atraviesa en las brumas del atardecer, jactándose con la falacia de rematarle a él –al Presidente, dijo–, porque así, por mucho que lo esquiva, la gente sencilla lo anda proclamando por donde quiera que anda. Aparto la imagen con torpes conjuros a las sombras y aunque el impulso defensivo no alcanza a despejar el pensamiento, espanta a una nube de insectos agoreros obstinados en perturbarle su última decisión.

Le ha dado vueltas en la hamaca toda la noche, sin poder descifrar la frecuencia en que se mezclan el sonido grave del follaje y el agudo que persevera en la cantaleta del río. Siento el allegro que ejecuta el violín de la noche. Es la misma armonía que puso Vivaldi a la primavera de sus cuatro estaciones, donde el trino de los pájaros reverencia con tanta majestad el renacimiento de la floración. Cuando el ladrido insistente de un perro lejano semeja el segundo movimiento en la primavera del compositor italiano, se aprieta la cabeza con las dos manos, hasta tocar la letra en el aire: Las aves silentes tornan de nuevo a su canoro encanto / Y así, sobre el florido ameno prado /  al caro murmurar de la arboleda, / duerme el cabrero con su can al lado.

 Se esfuerza en prolongar el insomnio y el quejido, cada vez más distante, se apaga ante la voz del Diario, donde vuelven las palabras del capitán Pacheco. Iba de un lado a otro, caminando las palabras con los pantalones remangados hasta las rodillas:

–El cubano lo que quiere es cariño y no despotismo.

 Reapareció la vieja discordia y todos los ojos me buscaron. ¿Militarismo? ¿Civilismo? ¿Cómo encontrar el contrapeso a tan fatales opuestos? ¿Qué ensalmo de brujos tuerce un ojo al otro, si ambos se enfilan a un paraje común?  ¿Céspedes o Agramonte? Grandes ellos, no el cespedismo, ni el agramontismo. Será nefasto cada vez que el apellido de un hombre derive en nombre de un proyecto político. Por ahí se nos fue la guerra, por ahí se nos puede ir la revolución.