Por Gabriel
Cartaya
En las primeras décadas del siglo XX fue
publicada la mayor parte de la extensa escritura de José Martí que conocemos.
En ello, el mérito más grande correspondió a Gonzalo de Quesada y Aróstegui, un
privilegiado discípulo del Apóstol que cumplió con devoción la solicitud que le
hiciera su Maestro, a las puertas de la guerra que le costó la vida. En la
carta que le dirige desde Montecristi el 1.º de abril de 1895, le expresa el
deseo humildísimo de que sus mejores textos fueran organizados y que al
“venderlos para Cuba” pudieran contribuir a su ideal patriótico.
Con ello, a
su vez, complacía al cariñoso Gonzalo, quien venía insistiéndole en este
propósito. “Más de una vez rogué al Maestro para que juntase su magna obra
literaria antes de emprender la épica jornada”, apunta Quesada en la
introducción al cuarto de los 14 tomos que alcanzó a culminar, en una titánica
empresa que realizó entre 1900 y 1915, año en que muere, cuando estaba
trabajando en el tomo número 15, que fue culminado con el apoyo de su viuda,
Angelina Miranda.
Su hijo,
Gonzalo de Quesada y Miranda, continuó su obra y en los años siguientes fueron
apareciendo otros tomos con la papelería del Apóstol. Las fuentes principales
en esa ardua obra de rescate procedía, esencialmente, de las publicaciones
realizadas por el poeta, escritor, periodista, pedagogo y político que fue
Martí, diseminadas en sus pocos libros, en varios periódicos y revistas con los
que colaboró y en los depósitos personales de quienes gozaron de su
comunicación epistolar.
Entre 1936 y 1949 se publicó en La
Habana una vasta edición de las Obras Completas de José Martí, en 74
volúmenes, impresa en los talleres Seaone, de Fernández y Cía., que mucho debía
al intenso trabajo iniciado por
Quesada y Aróstegui y a sus descendientes que
la continuaron. En 1962, el Consejo Nacional de Cultura y el Consejo Nacional
de Universidades de Cuba, realizaron una nueva edición de las Obras Completas,
a la que se incorporaron nuevos textos. Fueron 30 mil ejemplares de cada uno de
los 25 extensos tomos (los tomos 26 y 27 se dedicaron a índice onomástico y
guía). La edición estuvo bajo el cuidado de Alejo Carpentier, entonces Director
de la Editorial Nacional de Cuba.
Aunque en
las décadas siguientes volvieron a publicarse en Cuba estas Obras Completas,
siguieron, en general, el mismo orden y fueron incorporados escasos textos
(sobre todo en un tomo 28) de los que ya se conocían.
En las últimas
décadas el Anuario del Centro de Estudios Martianos ha dado a conocer diversos
textos desconocidos del Apóstol, gracias a esporádicas donaciones de personas
que los conservaban o han aparecido en publicaciones de la época. Con toda su
obra conocida, desde hace varios años el Centro de Estudios Martianos viene
preparando la primera Edición Crítica de las Obras Completas de José
Martí, bajo la dirección del Dr. Pedro Pablo Rodríguez, y ya ha dado a la luz 24 tomos.
Esta extensa
introducción, a pesar del esfuerzo de síntesis, es para
llamar la atención a la enorme importancia que cobra el trabajo paciente –y
demasiado callado– que ha realizado el investigador Jorge Camacho, Profesor de
la Universidad de Carolina del Sur. Probablemente, desde la labor de Gonzalo de
Quesada y Aróstegui, no se hayan dado a conocer tantos textos de Martí de una
sola vez, como los 23 que presenta el Dr. Camacho en su reciente libro El
poeta en el mercado de Nueva York, publicado por la Editorial Caligrama,
Columbia, SC., en 2016. Si a ello
agregamos 17 textos que hizo públicos en El Economista americano en México,
Crónicas desconocidas de José Martí, (Alexandria Library, Miami, en 2015) y
once más en Las toman donde las hallan, once textos inéditos de José
Martí, sumamos la cifra impresionante de 51 escritos martianos que sólo
pudieron ser leídos en los periódicos que publicaron o reprodujeron esas
reseñas hace unos 130 años.
Cuando
recibí los tres libros que con generosidad Camacho me ha hecho llegar y que al
instante comencé a leer, la emoción ante su autenticidad se ha equiparado al
asombro de no ver reflejada tan buena nueva en la prensa, en Cuba y fuera de
ella, con el aplauso inmediato que merece el autor, aún cuando, martiano al
fin, su esfuerzo de años de intensa investigación no buscara ese premio.
Los agudos
ensayos que preceden, a modo de introducción, los tres libros en que Camacho
presenta los textos martianos que hasta ahora desconocíamos, contienen un
detallado razonamiento que los explican, aún cuando pueda objetársele la
condición de inédito al subtítulo de uno de ellos –Once textos inéditos de
José Martí- toda vez que en la década de 1880 fueron publicados, hasta más
de una vez, como el autor demuestra con tanta sagacidad.
El esfuerzo
de investigación de Camacho se ha centrado en la revista El Economista
Americano, que Martí publicó entre 1885 y 1888 en Nueva York. La precisión
de esta fecha también es un aporte suyo, pues a partir de los escasos artículos
que se conocían, se había considerado su nacimiento en 1886. De todos los números de este mensuario, sólo
se conservaba uno en la Biblioteca Nacional de Cuba, del que el Centro de
Estudios Martianos dio a conocer, en 1971, la existencia de 16 crónicas, como
señala Camacho en la introducción a El poeta en el mercado de Nueva York.
Pero,
premiando la paciencia y el agudo olfato de este investigador, el Instituto
Iberoamericano de Berlín puso en sus manos un ejemplar íntegro de El
Economista, correspondiente a noviembre de 1886. La suerte premió su pasión,
con más de 20 escritos desconocidos en la actualidad, cuando ya había dado a
conocer otros procedentes de la misma fuente y que fueron reproducidos en periódicos de Panamá, México y Argentina,
a los que llegó Camacho empujado por una perspicacia muy acentuada: la
convicción de que los periódicos de la época acostumbraban reproducir textos de
otros, muchas veces sin anotar la procedencia del autor y en ocasiones ni
siquiera la fuente.
Camacho, al
encontrar un camino que despejó a fuerza de talento y paciencia, buscó
explicaciones en el propio Martí, quien le contó a amigos (el autor nos ofrece
las citas) este comportamiento, a veces
quejándose de que sus reseñas “las toman donde las hallan”, sin pagarle por ellas
y ni siquiera citarle.
No puedo aquí
extenderme como quisiera, con opiniones acerca de la significación de cada uno
de los libros de Camacho, quien ha publicado otros libros sobre el Apóstol de
Cuba. Pero, en la brevedad de esta nota, va la inmensa gratitud a quien, lejos
de su tierra original, ha entregado
tiempo y talento provechosos a que conozcamos más al cubano universal,
entregándonos nuevos textos que, como suyos, contienen tanta verdad y belleza.
A su
vez, ojalá y puedan estas líneas contribuir a extender una buena noticia,
cuando estamos tan necesitados de ellas. Que no caiga esta vez, en cualquier
lugar donde haya un martiano verdadero, una gota de la “ingratitud probable de
los hombres” con que el autor de los Versos
sencillos alertó a Máximo Gómez al invitarlo al sacrificio de la guerra. Y
que al decir gracias al profesor Jorge Camacho, en vez de aquella frase
consoladora del Poeta, nos acompañe, con la virtud de agradecer, un sentimiento que no desdiga del
mejoramiento humano con que José Martí vislumbró el futuro.
Publicado en La Gaceta, Tampa, 14 de octubre, 2016
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