Por Gabriel Cartaya
Cuando oí por primera vez que el compañero que acompañaba a Ignacio Haya en la propiedad de la fábrica de tabacos “La Flor de Sánchez y Haya” respondía al nombre de Serafín Sánchez, pensé, involuntaria- mente, en el Mayor General de las guerras de independencia de Cuba, el espirituano Serafín Sánchez Valdivia. Pero, aunque no se trata de un nombre común, al copropietario de la primera factoría de producción de puros en Tampa también le bautizaron con el nombre de uno de los ángeles que, en la angeología cristiana, está más próximo a Dios.
Cuando oí por primera vez que el compañero que acompañaba a Ignacio Haya en la propiedad de la fábrica de tabacos “La Flor de Sánchez y Haya” respondía al nombre de Serafín Sánchez, pensé, involuntaria- mente, en el Mayor General de las guerras de independencia de Cuba, el espirituano Serafín Sánchez Valdivia. Pero, aunque no se trata de un nombre común, al copropietario de la primera factoría de producción de puros en Tampa también le bautizaron con el nombre de uno de los ángeles que, en la angeología cristiana, está más próximo a Dios.
Quién sabe si el cubano se encontró en una de las calles de Ybor City con
el español que llevaba su nombre y apellido, en días en que ambos las
transitaban y atraían la atención por el papel protagónico que desempeñaban en
sus respetivas tareas: el europeo en la conducción de su empresa y el
antillano, acompañando a José Martí en su esfuerzo por reiniciar la campaña
libertaria de su país. Una prueba de la cercanía en tiempo y espacio entre
estas dos figuras, se siente al mirar la imagen de Serafín Sánchez, a la
derecha del Apóstol cubano, en la única fotografía que se conserva de su paso
por esta ciudad, tomada a sólo unas cuadras de la fábrica del otro Serafín.
¿Quiénes fueron estos dos hombres que en algún momento de la década de 1890
coincidieron en Tampa? El español nació en Villaviciosa, Asturias, en 1839,
mientras el cubano abrió los ojos al mundo en Sancti Spíritus, seis años
después. No se sabe mucho de la infancia del asturiano, ni de su familia
original. Llegó a Nueva York en 1860, con 21 años de edad. Hacia 1866 conoció a
Ignacio Haya, en el Club Español de esa ciudad, iniciando una amistad que dio
paso a la asociación entre ellos, fundando en Brooklyn su primera fábrica de tabacos
con el nombre “La Flor de Sánchez y Haya”, que habría de mantener al
trasladarla a otro barrio de Nueva York en 1870 y en 1866 cuando la establecen
en Tampa.
Sánchez jugó un papel de primera importancia en las reuniones con la
Cámara de Comercio de Tampa para lograr la aprobación de la compra de terrenos
y construcción de las primeras fábricas de tabacos en la ciudad, así como en
el triunfo de la empresa que fundó con su amigo. Pero, junto a sus logros
económicos, fue un hombre atento a las necesidades de la comunidad y participó
activamente en las organizaciones sociales de su tiempo floridano. Fue
presidente de la Sociedad Mutua de Beneficios Española y de la Cámara de Comercio de España, donde ganó el
aprecio y respeto de sus conciudadanos.
Serafín Sánchez, el español, murió en Brooklyn con sólo 55 años, el 20 de
abril de 1894. Una pulmonía fulminante le derribó en el frío de aquella
ciudad. Ese día, el Serafín cubano
estaba en Cayo Hueso, recibiendo cartas de Martí y del General Máximo Gómez,
quien regresaba al día siguiente a Santo Domingo. Entonces, el espirituano era
uno de los principales líderes del movimiento revolucionario cubano y gozaba
de toda la confianza y cariño del Apóstol.
Cuando la Guerra de Independencia, iniciada el 10 de octubre de 1868, se
acercó a su región se incorporó a ella, antes de cumplir los 23 años. Participó en múltiples combates, ascendiendo
hasta el grado de Coronel por su arrojo y capacidad de mando. Estuvo en la
Asamblea de Guáimaro, junto a los principales líderes independentistas, así
como en los más relevantes acontecimientos de aquella gesta heroica.
Después del Pacto del Zanjón, con el que terminó la Guerra de los Diez
Años, participó en los intentos por reiniciarla, pero finalmente tuvo que salir
al destierro, en 1880, estableciéndose en República Dominicana, cerca de su
amigo y compadre, el General Máximo Gómez. Hombre de estudios y múltiples
lecturas, escribió para diversos periódicos, defendiendo la idea de la
independencia de Cuba.
Hacia 1892 se radicó en Cayo Hueso, donde conoce a José Martí y se
incorpora a su proyecto encabezado por el Partido Revolucionario Cubano. Junto
a Carlos Roloff viene a Tampa en más de una ocasión acompañando a José Martí, a quien le sigue a
Jacksonville, Ocala y otros lugares de Florida.
La correspondencia de José Martí y Serafín Sánchez es una de las más
abundantes en el epistolario martiano y probablemente fue al cubano a quien más
escribió. El general Sánchez estaba
previsto como uno de los jefes principales que debían desembarcar en Cuba a
partir del plan de Fernandina, al frente de la expedición que él y el general
Carlos Roloff debían llevar hasta la parte central de la isla.
Entre las cartas imprescindi bles que hace Martí al salir definitivamente
de Nueva York para que Gonzalo de Quesada las lleve a Tampa y Cayo Hueso, está
una para Serafín: “Con Gonzalo va mi alma, que es mi trabajo. El le dirá las
cosas que quemarían el papel”.
La guerra tuvo que comenzar el 24 de febrero de 1895 sin sus grandes
líderes dentro de ella. Martí, Gómez y Maceo llegaron en abril. Serafín y Roloff
no pudieron incorporarse hasta julio de ese año, cuando ya su principal
organizador llevaba muerto mes y medio. Sánchez entró librando combates en la
región central de la Isla y en septiembre el Consejo de Gobierno le ratificó el
grado de Mayor General. Se unió a Gómez en la expedición hacia Occidente. En
enero de 1896 fue nombrado Inspector General del Ejercito Libertador. El 18 de
noviembre de ese año, enfrentando una columna española, una bala le atravesó
los pulmones. En el momento en que cae del caballo exclamó: “Me han matado, no
es nada, prosiga la marcha”.
Esos fueron los grandes hombres que, con el
nombre de Serafín Sánchez, debieron cruzarse alguna mañana en las calles de Ybor
City, uno hacia “La Flor de Sánchez y Haya” y el otro hacia el Liceo Cubano;
atentos, uno hacia el trabajo que constituye la fuente del progreso y el otro a
cimentar la redención de un pueblo, ambos contribuyendo a hacer mejor el mundo
que legarían a sus continuadores.
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