Por Gabriel Cartaya
Al amanecer el 24 de febrero de 1895, estalló enCuba
por tercera vez la Guerra de Independencia, como un esfuerzo supremo de liberar a la Isla
de la dominación de España, después de casi cuatro siglos de coloniaje. Fue el
tercer gran intento de obtener por medio de las armas la liberación del país,
el primero de los cuales –el 10 de octubre de 1868– desató una cruenta guerra que duró diez
largos años. El segundo levantamiento, conocido como La Guerra Chiquita, que se
extendió de 1879 a 1880, fue un intento inmediato de reiniciar la lucha
interrumpida con la Paz del Zanjón, pero no pudo imponerse por estar latentes
en ella las mismas causas que determinaron la firma de un pacto sin
independencia.
Al amanecer el 24 de febrero de 1895, estalló en
Los
principales dirigentes de aquel proceso –devenidos héroes en el campo de batalla, como Máximo Gómez, Antonio Maceo, Calixto
García y otros- encabezaron desde el
exterior diversos proyectos para el reinicio de la guerra en la década de 1880,
pero ninguno logró vertebrar un movimiento que contara con la diversidad de
factores que expresaban la incipiente nacionalidad cubana, a saber: vieja y
nueva generación, civiles y militares, diversidad de componentes raciales,
intereses de clases, ideologías y otros. Cuando en 1884 el joven Martí,
viviendo en Nueva York, renuncia al plan de alzamiento que están dirigiendo
Gómez y Maceo, le confiesa a los grandes guías, en una frase, la razón más
honda de su fracaso: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.
Sólo cuando, ante tantos
empeños frustrados por hacer a Cuba un
país libre, José Martí asume la dirección del movimiento revolucionario de su
país, se encontró el camino en el que confluyeron los diversos y dispersos
sectores del independentismo cubano. Ello condujo al estallido armado del 24 de
febrero de 1895 y, con ello, a la guerra que puso término a la larga dominación
de España sobre la Isla.
Soldados voluntarios entrenándose en Tampa para ir a la guerra de independencia de Cuba |
La historia es larga y cargada de
acontecimientos heroicos, pero esta vez sólo voy a detenerme en los momentos cruciales
que permiten afirmar que fue Tampa el primer eslabón en hacer posible cumplir
el sueño de la independencia cubana.
Durante la primera década de
1880, Nueva York fue el principal centro donde se concentraron miles de
emigrados cubanos –tanto trabajadores
manuales como intelectuales– y donde la prédica revolucionaria encontró un foco
de permanente actividad. José Martí, desde llegar en 1880, estuvo muy activo
dentro de este movimiento, en el que llegó a ocupar altas responsabilidades.
Sus discursos, como el de otros líderes, mantenía vivo el latido patriótico de
sus coterráneos.
Cayo Hueso fue también un
temprano enclave de la emigración revolucionaria cubana, pero ni en estas dos
plazas, ni en otras de Centroamérica y el Caribe donde se desplazaron cientos
de cubanos, se había conseguido su unificación al iniciar la década de 1890.
En los últimos años de aquella
década nació Ybor City, extendida a West Tampa, lugares al que llegaron cientos
de familias cubanas. La producción fabril del tabaco fue la atracción laboral,
pero junto a las fábricas surgieron escuelas, teatros y una vida cultural donde
confluyó, en las mismas calles y salas, una masa poblacional emigrada que
siendo de distintas posiciones sociales, raciales, religiosas o culturales, les
reunía el sentimiento común hacia la patria lejana. En ese marco afloró con
fuerza su independentismo, cuya voz se reunió en los clubes, liceos y teatros.
Cuando uno de esos clubes, el
Ignacio Agramonte, invitó a José Martí a venir a Tampa y éste llegó, el 26 de
noviembre de 1891, sintió, y dijo: “Aquí todo está hecho”. Después del discurso
que conocemos con el nombre “Con todos y para el bien de todos”, también todo
estaba dicho. En él identificaron los hombres, las mujeres, los miembros de
todas las razas y clases, los de mayor y menor cultura, el pueblo todo, la
patria que anhelaban y no habían logrado explicarse. Por esa patria, por esa
libertad y república definidas, estaban dispuestos a morir.
Al ver a aquel conglomerado de
cubanos que le siguieron al Liceo, que le oyeron en la fábricas de tabaco y que
le saludaron en las calles de Ybor City y West Tampa, Martí escribió enseguida
las “Resoluciones de Tampa”, para que fuera este el primer pueblo en aprobar
la página inicial del Partido
Revolucionario Cubano (PRC), a través del cual todos iban a preparar el
estallido de la guerra rápida –hasta
humana podría decirse, si pudiera serlo alguna–
para llegar a la patria que comenzó a ser el mejor símbolo del
imaginario cubano.
Fue titánica la obra iniciada
en Tampa y extendida enseguida a Cayo Hueso (donde a los pocos días se firman
las Bases y Estatutos del PRC), a Nueva York, a varias ciudades de Estados
Unidos, países del continente, a Cuba en
estricta clandestinidad, y se construyen todos los amarres para que tres
expediciones simultáneas, cargadas de hombres, armas, municiones y otros
recursos y con los grandes líderes del mambisado al frente, desembarcaran en
distintos puntos de la Isla y desataran la guerra necesaria y relampagueante
que iluminara la libertad.
Pero todo se perdió en un instante casual, cuando fueron detenidas las
embarcaciones que debían salir hacia el 12 de enero de 1895 del puerto de Fernandina,
en Florida. Martí, que debía salir en uno de esos barcos, pudo burlar el asedio a
que estaba sometido. Se escondió en Nueva York dos semanas, en casa del Dr.
Ramón Miranda. Allí se reunió, el 29 de enero, con los oficiales mambises
Enrique Collazo y Mayía Rodríguez y decidieron que el alzamiento en Cuba debía
producirse como estaba planificado, aunque ya no coincidiría con la llegada de las tres
expediciones y de los grandes jefes.
La orden de alzamiento es
enviada de inmediato a Tampa con Gonzalo de Quesada. Este se reúne con Fernando
Figueredo y deciden esconder el documento clandestino en un tabaco que tuercen
en la fábrica de O’ Halloran. Al día siguiente está en un bolsillo de Miguel
Angel Duque de Estrada, quien lo entrega en La Habana a Juan Gualberto
Gómez. Con la orden en la mano, Juan
Gualberto corre la voz a los líderes de las distintas regiones de Cuba.
El 24 de febrero se cumple la
orden y comienza la guerra, pero la
mayoría de los levantamientos fueron sofocados enseguida. El de Bayate, cerca
de Manzanillo, guiado por el General Bartolomé Masó fue el más victorioso y
encendió la guerra en Oriente, dando tiempo a que llegaran Maceo, Máximo
Gómez y el mismo Martí.
En el momento de más ansiedad,
cuando se perdió el proyecto de las expediciones en Fernandina, por el que las
emigraciones habían reunido tanto dinero durante más de tres años, José Martí
volvió a pensar en Tampa. Antes de salir para Santo Domingo a reunirse con
Gómez y junto a él desembarcar en Cuba, le entregó a Gonzalo varias cartas para
sus amigos de esta ciudad: a Ramón Rivero, Paulina y Ruperto Pedroso, Fernando
Figueredo, escritas cuando se va a echar a la mar. A Rivero le dice: “Yo no
puedo esperar, Cuba no puede”. A Figueredo: “Tallo en la roca y en la mar mi
caballo nuevo”. Y a Paulina y Ruperto, las palabras desesperadas que tal vez
más le conmovieron: “Si es preciso,
háganlo todo, den la casa”, porque él está “levantando la patria a manos
puras”. Cuánta grandeza en Tampa, en
todos los que hicieron posible el 24 de febrero cubano y donde Paulina y
Ruperto le habían confesado a su organizador que, si era necesario, empeñarían
la casa de vivir para que Cuba fuera libre.
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