viernes, 10 de marzo de 2017

Palabras sobre Juan Arnao, en el 116 aniversario de su muerte

Por Gabriel Cartaya

  El cubano Juan Arnao Alfonso tenía más de 80 años cuando estalló la Guerra de Independencia de 1895 en su país. Entonces vivía en Tampa, donde se incorporó con toda la energía que le quedaba a la obra del Partido Revolucionario Cubano (PRC) y a cuantas actividades se realizaron en esta ciudad para desatar y hacer triunfar el último estallido  libertador en Hispanoamérica. Según nos cuenta Wenceslao Gálvez y del Monte, escritor que fue amigo suyo en esta ciudad, Arnao propuso más de una vez que lo incluyeran entre quienes salían para el campo armado. “Y cuando algún íntimo le hace alusión a que estaría en el Gobierno al lado del Marqués de Santa Lucía, se irrita y contesta con inusitada vivacidad: –¿Acaso se me ha olvidado  disparar  un  fusil?”.  Con ello quería enfatizar que su disposición era marchar al combate, no acompañar al Presidente del Gobierno Civil, Salvador Cisneros Betancourt, rodeado de secretarios alejados de la pólvora y el machete.
  Esa capacidad para la acción, combinada con el intelectual inteligente que escribió páginas significativas, se manifestó desde la primera juventud en el hombre que llegó a Tampa con una amplia barba de patriarca, en la década de 1890. Nació en el tiempo de las primeras guerras por la independencia americana, en el lejano 1812, en Limonar, provincia de Matanzas, Cuba, en un hogar  español.  Su padre catalán era ingeniero y le adivinó  al hijo su inclinación por la letras, la ilustración, los libros, tal vez sin sospechar  que encontraría en ellos el derecho a la rebeldía contra la opresión.
  El matancero se hizo hombre en un ambiente donde la oposición al coloniaje se expresaba a través de conspiraciones contra el gobierno español en la Isla. Una de ellas fue la  llamada “Conspiración de la Escalera”, en 1844, que costó la vida al poeta Plácido, siendo inocente. A fines de esa década, Arnao se incorporó a la conspiración que llamaron “Mina de la Rosa Cubana”, dentro del proyecto dirigido por el venezolano Narciso López, quien se proponía la anexión de Cuba a Estados Unidos.  Fracasó la expedición del militar venezolano, quien llegó a la Isla haciendo flotar por primera vez la bandera cubana. En un enfrentamiento con fuerzas españolas, Juan Arnao fue herido y hecho prisionero. En febrero de 1851 obtuvo el indulto, dado por el capitán general José de la Concha.

  Me reencuentro con la figura de Arnao en el marco de la Guerra de los Diez Años, cuando ya ha realizado estudios en Europa y regresado a Cuba. Se incorpora al levantamiento armado, pero muy pronto es detenido y expulsado del país.
  De Nueva York sale hacia Cuba en la segunda expedición naval de Domingo Goicuría, en octubre de 1869. Junto a él viajan Juan Clemente Zenea y Ramón Roa, figuras célebres en la historia de Cuba. No es objeto de estas líneas recordar las múltiples peripecias por las que fracasó esta expedición compuesta por alrededor de 500 hombres y un enorme cargamento de armas y municiones. Después  de varios contratiempos es descubierta por autoridades inglesas de Nassau y  los expedicionarios quedaron a la deriva en Cedar Key, al sur de Bahamas.
  En los años siguientes y en el período conocido como “Tregua Fecunda”, Juan Arnao continuó apoyando el proceso independentista cubano, a la vez que ejercía como abogado de profesión y alimentaba su vocación por la escritura y la historia. En la década de 1880 reside en Nueva York, donde comparte la labor patriótica con Cirilo Villaverde, Salvador Cisneros Betancourt, Manuel de la Cruz y el joven José Martí. En agosto de 1883 es elegido Presidente del Comité Revolucionario Cubano en esa ciudad, cargo que ocupa hasta 1885.
  En esta década Arnao ­escribió una obra valiosa que, lamentablemente, apenas se menciona. Me refiero al libro Páginas para la historia política de la isla de Cuba, de casi 300 páginas, de sumo valor informativo y testimonial. Hay una breve carta de Martí a Arnao, escrita en Nueva York en enero de 1895, donde le dice que va a referirle a un amigo que desea adquirir esta obra: “Mi Sr. Don Juan, un buen cubano, el Sr. Magín ­Coroneau, viene a preguntarme dónde puede comprar un ejemplar de sus Páginas para la historia. Lo ha leído prestado, y quiere conservarlo. Yo pongo a Usted estas líneas para complacer a este buen amigo, cuyas señas son:  159 W. 61 St. Cuídeseme, y mande a su  J. Martí.
  Parece ser que para esta fecha ya Juan Arnao está viviendo en Tampa, probablemente en West Tampa, donde lo encuentra Wenceslao Gálvez cuando llega a la ciudad en 1897, contando que oye sus discursos revolucionarios en el Céspedes Hall. “En el Céspedes Hall hay fiestas todos los domingos y en ellas toma parte principal, indistintamente, desde D. Juan Arnao hasta las niñas más pequeñas”.
  Hay otros libros de Arnao, probablemente escritos en Tampa, como Cuba, su presente y porvenir. Fue abogado, poeta, escritor, pero por encima de todo se sintió un patriota cubano. Regresó a su tierra al terminarse la guerra, en 1898. Murió en la ciudad de Guanabacoa, el 6 de marzo de 1901, con 89 años de edad. Murió pobre, sin pedir nada a cambio de más de 50 años de sacrificios y riesgos porque la patria en que nació fuera libre, cuando faltaba un año para la fundación de una república que ni siquiera fue la de sus sueños.
  Pero el hombre es su obra, si obra bien. Arnao obró bien y desde Tampa, a 116 años de su muerte, se le consagran  estas líneas de homenaje.



1 comentario:

  1. ..."Pero el hombre es su obra, si obra bien"... tremenda sentencia que se nos deshace cuando pensamos en alguien a quien un pueblo engañado rinde tributos y pone como bandera una obra que nunca hizo... pero es la verdad; a Arnao lo recordamos a 116 años de su muerte, ya veremos si de aquel alguien se acuerda allá por el año 2132...

    ResponderEliminar