Por Gabriel Cartaya
La semana pasada, el historiador Matt A. Casado me
hizo llegar sus dos últimos libros publicados: California hispana:
descubrimiento, colonización y anexión por los Estados Unidos y La
guerra hispano-estadounidense de 1898: versión norteamericana de la contienda.
En ambos casos, son textos de algo más de doscientas páginas, con una exquisita
presentación, cuyos títulos llaman la atención sobre dos temas que se insertan
en las relaciones e impacto de Estados Unidos con la hispanidad. El interés en
ese vínculo histórico y cultural, descrito con agudeza, tal vez subsista en la
propia condición del autor, español de origen y radicado en Estados Unidos
durante cuatro décadas, donde se desempeña como
Profesor Emérito en la Universidad del Norte de Arizona.
California hispana es un estudio que parte desde
el propio descubrimiento de esa región por los españoles, cuando en 1542 Juan
Rodríguez Cabrillo entra en la bahía de San Diego y Monterrey. De esa fecha
hasta que el vasto territorio pasa a ser
un estado más de la Unión Americana, en 1850, hay tres siglos de historia que son atendidos por la mirada inquisitiva del
profesor Casado, que permite captar la propuesta que el autor nos indica en el
pórtico de su libro: “la epopeya del
pueblo hispano en Alta California”.
El libro de Casado sobre la era española de California ofrece
múltiples beneficios al lector, tanto al historiador que requiere de una
confiable base documental y bibliográfica, bien manejada por el autor; al geógrafo en la ubicación de un extenso
territorio que se fue demarcando entre México y Estados Unidos; a los estudiosos de las misiones religiosas
en América, especialmente la presencia
de jesuitas y franciscanos; a los etnógrafos, antropólogos, señaladamente en el
impacto de la cultura europea en las comunidades autóctonas y aportando a la
antroponimia los nombres anteriores a los que hoy designan a diversos pueblos
de ese estado. Pero el libro no sólo beneficia al estudioso de estas
disciplinas, pues se abre, con un lenguaje claro y accesible a todos los que se
interesan en la historia de la formación de
los Estados Unidos, en la riqueza aportada por la cultura hispana a esta nación, en el conocimiento de la
compleja hibridez con que, violenta o pacíficamente, se han entremezclado en esta región las
culturas creadoras de la California actual.
El segundo libro que el generoso autor me hizo llegar en el mismo
sobre –con una portada donde el título me ayuda a identificar al acorazado
Infanta María Teresa–, es La Guerra hispano-estadounidense de 1898: versión
norteamericana de la contienda, también es significativo. En algo más de
230 páginas, Casado profundiza en los antecedentes que determinaron la
intervención de Estados Unidos en la Guerra de Independencia de Cuba, dando
lugar al conflicto que algunos llaman Guerra hispano-cubano-americana, otros
Guerra hispano-americana y a la que el autor nombra con el título señalado.
Casado ofrece una cronología inicial en su libro que permite ubicarse
en cada momento determinante de los
acontecimientos previos y hasta el desenlace del conflicto, que él sitúa entre
el 24 de febrero de 1895, con el inicio de la guerra de independencia en Cuba,
hasta el 10 de diciembre de 1898, cuando culmina el conflicto sin presencia
cubana a la hora de los acuerdos entre potencias imperiales, aunque agrega dos
fechas que se salen de la promesa del título: el inicio de la guerra
estadounidense contra los rebeldes filipinos, el 4 de febrero de 1899 y la
muerte del presidente McKinley, asesinado el 14 de septiembre de 1901.
Casi no existen referencias en el libro a la presencia del Ejército
Libertador de Cuba en el marco de estos acontecimientos, la fuerza
independentista que estaba ganando la guerra cuando se produce la intervención
de Estados Unidos. En la cronología sólo se apunta la batalla de las Guásimas,
sin reflejarse todo el impacto de la expedición de los mambises hacia
occidente. Si no otros momentos de la actuación de los libertadores cubanos en
el acto de la rendición de España, debió
destacarse por lo menos la actitud del Mayor General Máximo Gómez ante el
desenlace de la guerra, o el apoyo del Mayor General Calixto García a las
fuerzas interventoras en su empuje por tierra para la toma de Santiago,
incluída la humillante postura de la dirección estadounidense al escamotearle
su participación a la hora de recibir la ciudad liberada. En el epígrafe
“Avance del ejercito Americano sobre Santiago” se menciona que “El general
rebelde Castillo participó con sus tropas” (pag. 150) sin escribirse su nombre
completo (Demetrio Castillo Duany) y de Calixto García que “se ordenó a García
avanzar por el camino del Caney” (pag. 156).
Probablemente, la bibliografía con que contó el autor influyó en la
escasa presencia cubana en los acontecimientos narrados. En las 26 fuentes
señaladas, no sólo está ausente la autoría cubana, sino también la española.
Con las carencias que toda obra de esta naturaleza alberga, esta vez
más en lo factual que en lo analítico, el libro de Casado se suma a la extensa
bibliografía con que se ha expuesto, desde diversas posiciones teóricas e
ideológicas, el acontecimiento que inauguró la expansión de Estados Unidos por
las Antillas. De todos modos, el autor nos promete en el prefacio entregarnos
una descripción donde se “narra la
epopeya” , lo que consigue con una escritura muy digna de nuestro idioma.
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