Por
Gabriel Cartaya
El 16 de julio de 1881 nació en La Habana Fernando
Ortiz Fernández, más bien, Don Fernnado Ortiz, como se le cita con deferencia
por su prolífica obra. Basta con anotar su nombre en un buscador de Internet
para encontrar múltiples referencias bio-bibliográficas suyas, o asistir a una
biblioteca académica y solicitar alguno de sus múltiples títulos, entre los que
aparece Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, El engaño de las
razas, o Una pelea cubana contra los demonios, por sólo citar tres
de ellos.
Una razón
para esta breve reseña es haber publicado una carta de Fernando Ortiz a
Victoriano Manteiga del año 1933, donde expresaba su amistad y agradecimiento
al fundador de La Gaceta, por todo lo que había colaborado con Cuba en la
heroica lucha antimachadista desde su publicación, en la que el prestigioso
jurista estaba comprometido. Sin embargo, algunos lectores de esta columna me
han preguntado acerca de la identidad
del autor epistolar con cuyo nombre también se honró a Manteiga.
Quiso la casualidad que la aludida motivación coincidiera con el
aniversario del natalicio de Ortiz, con una razón más para recordarle y/o
presentarle a nuestros lectores inquisitivos. En la historia de la Mayor de las
Antillas, es Fernando Ortiz el antropólogo, etnólogo, arqueólogo, lingüista,
geógrafo, historiador, folklorista y musicólogo que más aportes conjuntos ha
realizado en el conocimiento de sus raíces histórico-culturales, especialmente
afrocubanas, de tanta influencia en la conformación de la cultura que define a
la nación.
Aunque Ortiz nació en La Habana, en un momento complejo en que los
rasgos sociales de la nacionalidad cubana están madurando junto al mismo
proceso violento de conquista de la independencia política, sus estudios los
realiza fuera del país, los primarios en Menorca (Islas Baleares), donde se
gradúa de Bachiller en 1895. Aunque ese mismo año comenzó los estudios de Leyes
en la Universidad de La Habana, fue a continuarlos en España, asistiendo a
universidades en Barcelona y Madrid, donde obtuvo el título de Doctor en
Derecho. A principios del siglo XX está en Italia, especializándose en
Criminología, al lado del prestigioso criminalista César Lambroso, en cuya
revista Archivio di Antropologia Criminale, Psichiatria e Medicina Legale,
publica sus primeros trabajos.
En 1906, cuando ya ha representado a la República de Cuba en misiones
diplomáticas en varias ciudades europeas, se establece como Abogado Fiscal de
la Audiencia de La Habana. En 1909, obtiene una plaza de profesor en la
Facultad de Derecho Público de la Universidad de La Habana, impartiendo durante
varios años las asignaturas de Derecho Constitucional y Economía Política, a la
vez de obtener la Cátedra de Etnografía.
Junto a su obra docente, desarrolla una amplia labor investigativa. En
1906 ha dado a conocer su libro Los negros brujos, que constituyó su
primer acercamiento etnológico relacionado con la formación de la nacionalidad
cubana y en el que, como ha apuntado el historiador Jorge Ibarra: “Al adoptar
el método comparativo, propio de la etnología, para estudiar la sociedad
cubana, se convertía en el fundador de la etnología afroamericana”. (Ver “La
herencia científica de Fernando Ortiz”, Revista Iberoamericana, Vol.
LVI, no.152-153, julio-diciembre 1990)
A partir de esa fecha, las publicaciones de Ortiz son continuas en
revistas y libros, con un discurso científico donde establece los componentes
en que se produce el cuajo (el ajiaco, diría él) de la cubanía. Como es imposible destacar aquí la amplitud
de su teoría y el alcance universal que contiene, me limito a señalar algunas
obras suyas en relación con el campo disciplinario donde sus aportes son
permanentes. En 1940, en su obra fundacional, Contrapunteo cubano del tabaco
y el azúcar, introduce el concepto de transculturación, considerado por
Bronislaw Maniloswski como uno de sus mayores aportes a la antropología
cultural.
En el campo de la arqueología, sus estudios de los aborígenes cubanos
los publicó en Historia de la arqueología indocubana (1923) y Las
nuevas orientaciones de la prehistoria cubana (1925). Sus estudios étnicos
se destacan desde una perspectiva histórica en
Los negros esclavos (1916);
filológica, en Glosario de afronegrismos (1924); etnográfica y folklórica, en La africanía
de la música folklórica de Cuba (1952) y los bailes y teatro de los negros
en el Folklore de Cuba (1953). Como musicólogo, hay una obra suya
monumental, en cinco tomos, publicada en 1952 con el título Los instrumentos
de la música afrocubana, que constituye un tesoro para el estudio de este
tema.
Los aportes de Ortiz a las ciencias sociales y su servicio a los
estudios americanistas, parten de una indagación que se separó de las
tendencias eurocentristas. En ese camino, se alejó de las posiciones racistas
que intentan explicar la superoridad de unas razas sobre otras. Su obra de 1944, El engaño de las razas,
es un ejemplo imprescindible. En ella, el autor condena todo tipo de
discriminación motivada por el color de la piel y se ampara en pruebas
científicas para explicar los derechos de todos los hombres a ser tratados con
la misma dignidad.
El trabajo incansable de Ortiz también se refleja en la enorme
cantidad de revistas que fundó y en las que participó: director de la famosa
revista Bimestre Cubana, hasta 1959, fundó las revistas Archivos del Folklore Cubano, en
1924, la Revista Surco, en 1931,
la Revista Ultra, publicada entre 1936 y 1947, a la vez que colaboraba
con importantes revistas cubanas y extranjeras como Bohemia, Archivos
Venezolanos de Folklore, El Diluvio (de Barcelona), La Nova Catalunya, The Hispanic
American Historical Review (de Carolina del Norte, EE.UU.), entre
otras. Asimismo, fue director de la
Sociedad Económica de Amigos del País –1923 a 1932–, miembro de la Academia de
la Historia, integrante de la Cámara de Representantes de Cuba, desde 1917
hasta 1927 y elaboró el Proyecto de Código Criminal Cubano, con un programa de
reformas legislativas y administrativas muy avanzado para su época. Representó
a Cuba como delegado oficial en numerosos congresos internacionales de índole
científica y académica y tuvo amistad con destacados intelectuales y artistas
de su tiempo como Juan Ramón Jiménez,
Wifredo Lam, Alejo Carpentier, María Zambrano y Fernando de los Ríos.
Un hombre de esa estatura intelectual y científica, de hondas
preocupaciones por la sociedad de su tiempo, cuya sapiencia consagró con éxito
al desentrañamiento de las raíces que nos explican, un día recorrió las calles
de Tampa y en ellas seguramente sintió mucho
de cubano. Y en las líneas que le escribió a Victoriano Manteiga, director de
un periódico que Ortiz mucho estimó, le agradece y brinda amistad.
Publicado
en La Gaceta, el 14 de julio, 2017.
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